Hoy
nos ponemos con uno de los productos derivados de una de las primeras grandes
series de nuestro tiempo. Deadwood
pertenece a las llamadas joyas truncadas de la HBO, un puñado de grandes super-producciones
por capítulos producidos en una época en que este vicio no estaba tan
masificado. A pesar de su innegable calidad, la HBO tuvo que cerrar
prematuramente la mayoría (quedándose con The Wire y con Los Soprano,
principalmente). A diferencia de Roma o Carnivale, por poner un par de ejemplos, los
productores dieron una última temporada a Deadwood para que pudieran darle un
cierre más o menos coherente y no quedara todo a medias. Cómo todavía quedaban
cabos sueltos, se hizo pronto la promesa de que habría una película con la que
se cerrarían las tramas como se debía. Sin embargo, los años pasaron y de la
película nunca más se supo.
Finalmente,
trece años después, cuando ya parecía perdida toda esperanza, nos llegó Deadwood: La película.
Pero
bueno, centrémonos, ¿qué era Deadwood?. La serie narraba la vida de un
pueblecito del mismo nombre durante la época de la Fiebre del Oro. A él iban a
parar un puñado de desesperados en busca de fortuna, se establecían, se amaban,
se odiaban, se enriquecían y se mataban. HBO echó la casa por la ventana en la
recreación fastuosa de un pueblo del Oeste construido por entero, con toda su
suciedad, toda su miseria y casi nada de la mística que nos habían vendido las
películas. Deadwood era un infierno sobre la tierra, pero un infierno en el que
te podías hacer rico. A ello se unía un retablo de personajes repleto de
carisma, que los adorabas tanto como temías, inolvidables todos, a su modo.
Finalmente, unos diálogos llenos de fuerza en los que nada se dejaba al azar.
Son tres temporadas de diez capítulos. Si habéis llegado hasta aquí, no es una
serie que debáis pasar. Vale la pena.
Así
pues, volvemos al pueblo más sucio del Viejo Oeste. Han pasado diez años, pero
no hay grandes acontecimientos que contar. Swearingen sigue manejando el pueblo
desde su salón-prostíbulo (a pesar de estar agonizando por su cirrosis).
Montana se ha comportado como un sheriff ejemplar e implacable durante años.
Sol al final se casó y ha vivido feliz, etc. La acción se desencadena cuando Hearst
decide volver al pueblo para saldar todas las cuentas que quedaron pendientes.
Estallan entonces todas las rencillas que habían quedado pendientes y se
desatan los diálogos implacables, los tiroteos letales y la sensación de vivir
en una olla a presión a punto de explotar.
Se
hace raro que todo personaje que pasó por el pueblo decida regresar justo en el
mismo lapso temporal, pero es la única manera de dar el último saludo a todos
los personajes y todas las tramas que nos hicieron gozar en su momento. Habría
quedado extraño situar la acción en Nueva York, Washington o cualquier otra
ciudad de la época, fuera de esta maloliente cloaca de Dakota del Sur.
Desde
el primer momento se siente que el proyecto no está concebido como un
sacacuartos. Se percibe como una película consistente por sí misma, que trata
con respeto al espectador. Y sobre todo, consiste en una despedida digna,
emotiva y bien hecha, que da un final (satisfactorio, o no, pero un final) a
todo lo que había quedado pendiente.
Mientras
me informaba sobre la película, encontré una entrevista a Timothy Olyphant (el
Sheriff Montana) en la que comentaba que, básicamente, se habían quedado un
poco con mal sabor de boca por el final que tuvo la serie, por lo que estaban
todos interesados en ponerse manos a la obra cuando hubiera un guión
consistente. Quizás es por este amor, este recuerdo de un tiempo pasado que se
ve con cariño, que todo el personal tenía ganas de hacer un buen trabajo, lo
cual se nota.
En
un doble giro del acróbata, la película no es sólo una propuesta por sí misma,
sino que es también un último episodio que, por alguna razón llega diez (trece)
años después de lo que tocaba. Deadwood vuelve a la vida cuando parecía
imposible para dar su canto del cisne, proporcionando un férreo entretenimiento
al seguidor y dejando satisfecho al profano. No se tratará de una película
perfecta, y se nota que hay personajes que salen porque deben salir, aunque su
arco argumental haya acabado, pero funciona y me permite decir adiós a Deadwood
como hace diez años me hubiera gustado poder hacer.
Esto
es lo que más saco de la película. Despedirme de Sol, de Montana, de Trixie y,
sobretodo, de Al Swearingen, el hijoputa más repugnante y adorable que ha
parido la pequeña pantalla. Deadwood: la película es un epílogo innecesario,
pero es un epílogo gratificante. Es justo lo que necesitaba, un funeral lleno
de dignidad como pocas series pueden presumir, que me deja una curiosa
sensación de nostalgia, por el tiempo que fue, el que conviví con estos
personajes y la oportunidad de decirles adiós como se merecían.
Nota:
8
Nota
filmaffinity: 6.5
No hay comentarios:
Publicar un comentario