sábado, 31 de agosto de 2019

Los 500 (Matthew Quirck)


Este libro se leyó como parte de la Cesta’13, (#25)

Título: Los 500
Autor: Matthew Quirk
Título original: The 500
Traducción: Santiago del Rey

“Mike Ford iba siguiendo los pasos del fracasado de su padre hasta que consiguió darle la vuelta a su vida. Sus esfuerzos tuvieron como recompensa la entrada en la prestigiosa Facultad de Derecho de Harvard. Una vez acabados sus estudios ha conseguido lo que muy pocos de sus compañeros se atreven siquiera a soñar: un trabajo en el Davies Group, uno de los grupos de influencia más importantes que operan en la ciudad que dirige el mundo.

Henry Davies, el jefe de Mike, conoce a todo aquel que hay que conocer, y también conoce todos sus secretos. Mike se convierte en su protegido, en el delfín que va a tomar las riendas de esta red de poder, pero no se da cuenta de que está entrando en un nido de víboras corruptas del que no resulta nada fácil salir. Después de todo, ¿cómo vas a salvar tu alma si se la has vendido al diablo?”

Tanto la portada como el resumen de la contraportada me recordaron sobremanera al estilo de las novelas de Grisham: un abogado recién diplomado que se mete dentro de un bufete prestigioso, prueba las mieles del dinero sin límites que proporciona la corrupción y, cuando ésta le sobrepasa, se lanza a una lucha desesperada por su vida. Un argumento ya visto en obras como El informe pelícano o La tapadera que, sin embargo, está mucho mejor aprovechado en estas últimas novelas.


Entre otras cosas, se produce porque este libro presenta a unos personajes que no llegan siquiera al puro arquetipo. Se trata simplemente de nombres haciendo cosas, no hay ningún atisbo de caracterización o distinción entre ellos. Ni siquiera un somero abuso de tópico.

Además, las descripciones del ambiente son casi inexistentes, con lo que apenas sabemos que la acción ocurre en “un despacho”, “un pasillo” o “un repositorio de datos” en los que aparecen mesas, sillas o ciervos disecados en función de las necesidades de guión.

Un guión cuyo desarrollo recuerda al de las películas de acción de Jason Statham. Un poco de situación para que sepamos quién es quién (al menos que identifiquemos los nombres) y luego empieza la ensalada de acción. Hay que reconocer que pasan muchas cosas y a muy bien ritmo. Habría sido una experiencia mucho más provechosa si el “porqué” tuviera un poquito más de sentido. Parece que nuestro protagonista no tenía nada mejor que hacer y simplemente ha decidido lanzarse a un puñado situaciones temerarias una detrás de otra.


Por si os parece poco, nuestro héroe, un Mike Ford recién salido de Harvard es repetidamente golpeado, torturado, zarandeado, disparado y apuñalado mientra mantiene un tono narrativo de lo más “molón”. Creo que un par de veces explica que toma analgésicos entre follón y follón, ya sabéis, como si un disparo en el hombro, una cuchillada en el vientre, un par de explosiones y alguna que otra patada en la cara fuera una situación de lo más cotidiana. ¿Y a quién no le pasa? Además, se debe recordar que no estamos ante ningún James Bond que ha recibido entrenamiento de Fuerzas Especiales o cualquier cosa similar, no. Ni siquiera le ha picado una araña radiactiva, es un empollón de Harvard que se ha matado a estudiar los últimos seis años. Y la que lía.

Pero es que además, ha tenido tiempo de saber de todo. Como un Slumdog Millionaire washingtonero, es un experto carpintero, sabe forzar cerraduras, tiene la capacidad de crear llaves digitales de repuesto para un coche… Cada uno de estos poderes se nos explica mediante un flashback de media página JUSTO ANTES de que la correspondiente habilidad vaya a ser útil (una única vez en todo el libro).

El título de “Los 500” referencia a las 500 personas más importantes de Washington D.C. que en realidad tienen el Gobierno del Mundo. Un concepto quizás muy molón, que pierde algo de gracia cuando el malo maloso conoce los secretos de todos y cada uno de ellos, a los que se dedica a chantajear al mejor postor. O eso dice él, porque nunca le vemos ejercer esa influencia, no aprovechándose más que a modo de McGuffin para que seamos conscientes de su poder omnipotente.

Toda esta cantidad de desmanes se puede entender mejor al tratarse de la primera novela de Matthew Quirck, que ya tenía experiencia como periodista de investigación. Puede ser que últimamente tengo leídos a popes del género de espías/thrillers como Follet o Forsyth, pero se hace inevitable comparar sus propuestas con este Los 500, de concepción similar pero MUCHO mejor ejecutadas. Entre otras cosas, Quirck desmerece en la creación de personajes, la lógica interna del libro y la situación de la intriga, si nos ponemos a comparar novelas.

Lo que más me ha sorprendido no es sólo que este flojo debut tenga una continuación, sino que ha seguido publicando y tiene un buen puñado de libros en su haber. Tienen más fama y mejor nota, pero por ahora no ha conseguido que tenga muchas ganas de acercarme a ellos.

A mi entender, Los 500 es un libro de intriga totalmente prescindible. Es cortito y pasa muy rápido, pero sus numerosas fallas le condenan a servir de mero pasatiempo con el que despejarse entre libros más sesudos. No obstante, ni siquiera es de los mejores en ello.

Nota: 2
Nota goodreads: 3.49/5

miércoles, 28 de agosto de 2019

El bueno, el feo y el malo


Si eres alérgico al estilo de Sergio leone, a sus particulares puestas en escena (planos enormes y extraños, exageración de la épica, dilatación del tiempo y el espacio, explosiones de violencia exacerbada…), si piensas que el spaghetti mató al verdadero western, al único, al inimitable, al del Oeste Americano, la visión de El Bueno, el Feo y el Malo no te hará cambiar de opinión.

La trama se explica en pocas palabras: El rubio (Eastwood, el bueno) y Tuco (Wallach, el feo) ha pergueñado un truco para hacerse de oro. El primero entrega al segundo, buscado en todos los estados, a un Sheriff local. Cobra la prima y entonces, en el momento del inevitable ajusticiamiento por la horca, corta la cuerda de un certero disparo de fusil. La sorpresa y la confusión se desatan, y los dos canallas se escapan juntos para volver a liarla en otro pueblo. Esta asociación se rompe cuando se enteran de la existencia de un botín de 200.000 dólares en oro robados al ejército sudista y enterrados en uno de los numerosos cementerios que jalonan los caminos después de la Guerra de Secesión. A partir de ese momento, cada uno lucha por ser el primero en encontrar el tesoro, pero otro personaje se entromete en el asunto, el temible Sentencia (Lee Van Cleef, el malo).

Recordaba haber visto esta película hace un buen puñado de años, por lo que no la tenía especialmente fresca. Al verla con los ojos actuales, me he sorprendido al encontrar en ella todos los ingredientes del Shonen japonés. Si te paras a pensar, no es tan de extrañar, pues ambos géneros beben mucho del cine de samuráis de los años 50, pero no lo había visto tan claro. Tenemos a unos personajes principales con unos poderes muy superiores a los de la plebe, adquieren cierta aura mística que hace sólo puedan hacerse daño entre ellos, a modo de unos héroes (o anti-héroes) intratables. Cada uno con sus historias trágicas y sus miradas de desafío que se reconocen entre ellos como seres de gran valía, a respetar o temer (ejem ejem)…

Pero bueno, ahora en serio. Vaya pasote de película. Mediante un desarrollo episódico que se divide en mini-tramas de 30-40 minutos, seguimos las aventuras de los tres personajes, a los que llegamos a conocer en profundidad (perfectamente visionable a base de capítulos). El carisma que desprenden estos tres mastodontes es descomunal, reforzado por una inolvidable banda sonora, un guión construido a base de frases lapidarias y los extraños juegos de miradas tan propios de Leone. Elementos que se bastan para ponerte a tope y pegarte al sillón con ganas.

Y qué final, señores, qué final. Sólo hay que ver la de veces que se ha imitado el duelo a tres bandas de Sad Hill para ser consciente de su influencia. Tanta tensión llega incluso a incomodar.

 
Poco más voy a añadir. Muchos otros lo han explicado mejor. Sólo que tenéis que verla y ya.
Y recordad: Hay dos tipos de personas, los que tienen pistola y los que cavan. Y tú cavas.

Nota: 10
Nota filmaffinity: 8.2

PS: Una cosa que siempre me escama es porqué Eastwood es “El bueno”, si a lo largo de la película se ve que es tan (o más) traidor y cabrón que el resto. Vale que es más guapo que los demás, pero…

martes, 20 de agosto de 2019

Espartaco: Sangre y arena (Starz)


Hace ya un puñado de años, cuando andaba por la universidad, tenía un amigo que adoraba esta serie. Al día siguiente del estreno de cada capítulo nos hablaba largamente sobre las novedades de la trama y, por encima de todo, desglosaba las toñas como panes que se arreaban los personajes y la pechonalidad de las zagalas que ahí aparecían. Básicamente, que teníamos que verla y tal y tal y tal.

A partir del nombre de la serie, ya nos podemos imaginar de qué trata: Se nos narran, con su correspondiente dosis de sordidez, todas las vicisitudes de Espartaco, auxiliar militar de la Tracia Romana, que gana la gloria en la arena como gladiador para finalmente encabezar una revolución militar para mejorar la vida de los trabajadores del Imperio. No obstante, la serie no busca mantener el rigor histórico y, más allá de cuatro hechos puntuales, deja volar mucho la imaginación en pos de la molabilidad y la épica.

Ya desde el primer capítulo, podremos comprobar cuánto bebe de 300, estrenada poco antes que la serie. Starz, la productora, fiel a su idea de proporcionar emociones fuertes al espectador, cogió la idea de poner a hombres hiper-músculados a darse de toñas, la complementó con mujeres de bandera ligeras de ropa y le puso un argumento debajo. Ahí acaban sus ínfulas, ¿qué quieres una hamburguesa cinéfila? Aquí tienes el pedazo de carne más grasiento y suculento que puedas imaginarte.

En ningún momento engaña o puede llevar a equívoco: proporciona cuerpazos, toñas y mucho sexo. ¡Ojo! No os penséis que los creadores sólo buscan satisfacer al público masculino. Al contrario, por momentos parece que las féminas heterosexuales sean el objetivo. No hay más que ver la cantidad de hombres gratuitamente exhibidos y de las escenas de sexo que los enfocan a ellos de manera principal. De hecho, hice una mini-encuesta a las féminas de mi alrededor y todas hablaban maravillas del ganado exhibido en ellas. Cada capítulo es una excusa argumental para mostrarnos cuerpazos gratuitamente sexualizados que a veces se pegan y a veces se van juntos a la cama (eh, también con su dosis de LGTB y tal, ¡que aquí hay para todos!). La de parejas que conozco que concluían el capítulo con unos minutos extras en la cama…


En cuanto a la acción, Espartaco es una oda a la brutalidad épica por la pura brutalidad épica. Abusando con ganas del CGI, se permite lanzar chorros de sangre en peleas llenas de brutalidad, narradas a lo 300, contínuos golpes de cámara lenta para que no pierdas detalle de las amputaciones de brazo, las cabezas voladoras y los gritos de rabia de los luchadores. Se abusa tanto de este efecto que probablemente cada capítulo reduce 3-4 minutos de metraje si se pone a velocidad normal.  A algunos les podrá saturar, pero se debe reconocer que pone a tono a los afines a las toñas. Las coreografías están muy bien trazadas y el carisma primario de todos los personajes se basta para molar y molar.

Y luego está el sexo, claro. Desde las cosas más virginales y buen rolleras hasta las perversiones más sádicas, aquí hay fanservice para todos. Inesperadamente bien rodado, con una orientación más cercana al del erotismo soft (está hecho para excitar, obviamente) que al de una serie convencional, reparte el protagonismo entre todos los personajes. Lo mejor de todo es su variedad. Sea cuál sea tu gusto, cada 2-3 capítulos tendrás una escenita para ti.


Con una serie tan centrada en las capacidades físicas de los personajes, no deberíamos esperar unas interpretaciones plagadas de matices. Al contrario, la actitud de la mayoría de los actores recuerda más a la interpretación de películas porno o similares. Incluso los actores más serios como John Hannah y Lucy Lawless, de los que podríamos esperar algo más de profundidad, se toman bien poco en serio su papel, especialmente el primero, con momentos bastante vergonzosos. No obstante, debería destacar el desempeño de Manu Benett en el papel de Crixo, al que se nota que lo da todo en la interpretación para demostrar que es algo más que un montón de músculos (no lo consigue, pero se agradece el esfuerzo).

Un aspecto inevitable a tratar dentro de la serie se haya en su personaje principal. Durante la primera temporada, Espartaco es interpretado con brío por Andy Whitfield. Funciona a la perfección y es uno de los principales responsables del éxito inicial de la serie. Sin embargo, enfermó de un linfoma al acabar el rodaje. Como no estaba en condiciones de trabajar, los creadores de la serie se inventaron una cabriola (muy lograda, todo hay que decirlo) para hacer una segunda temporada sin que Espartaco tuviera que aparecer (en la serie que lleva su nombre) mientras Whitfield se recuperaba. Trágicamente, esto no fue así y el actor murió. Como la serie estaba en lo más alto de su éxito, los creadores se vieron con la “obligación” de encontrarle un sustituto y así, en las siguientes temporadas tenemos a Espartaco interpretado por Liam McIntyre sin ningún tipo de explicación por el cambio de actor. A pesar de toda la polémica que se formó (entendible en una situación tan anómala), McIntyre se esforzó para hacer suyo al personaje, acallando muchas quejas con su trabajo y sus pectorales.

La serie consta de cuatro temporadas muy diferenciadas entre sí que, curiosamente, tienen créditos y un título propio, algo muy poco habitual dentro de las series yanquis.

Se empieza con Espartaco: Sangre y arena, en la que se nos narra cómo Espartaco pasa de soldado a estrella de los gladiadores romanos. Es la que dio la fama a la serie, conjugando de inesperadamente bien la violencia y el sexo, con una frescura difícil de encontrar en una serie de este estilo.

La segunda temporada se llamó Espataco: Dioses de la arena. Está situada en un tiempo anterior a la primera temporada, en una suerte de precuela que nos cuenta la vida de cada personaje antes de la llegada de Espartaco a la escuela de gladiadores. Es con diferencia la mejor, pues las circunstancias obligan a los creadores a darle una trama consistente con la que situar a los personajes en la casilla de salida, cosa que consiguen sin perder ni un ápice de los aspectos que habían convertido a la serie en un éxito.

Posteriormente vino Espartaco: Venganza, ya con el nuevo actor protagonista. Aquí se desarrolla la rebelión ya insinuada al final de la primera temporada, con Espartaco dedicado a perseguir al general que le convirtió en esclavo. Los creadores intentan meter un poco de política e intrigas cortesanas a la trama, llegando a extremos vergonzosos a la hora de forzar la trama, encontramos traiciones dentro de traiciones y unos volantazos que, bueno… Entre el cambio de actor y la bajada de calidad, seguir se hace algo pesado.

Por suerte, la cosa cambia en Espartaco: la guerra de los condenados. Aquí se dejan de sutilezas y meten a rebeldes/gladiadores molones a atizarse contra romanos molones mientras se dedican todos a alegrarse la vida en la cama. Una vuelta a los orígenes que le sienta muy bien a la serie. Además, redondea muy bien el desenlace, homenajeando muy bien (a su modo) el final de la película de Kubrick, lo que deja un estupendo sabor de boca final. Duele un poco que nos hayan convertido a Julio César en un rubio tiobuenorro que gusta de ir en calzones, pero bueno… tiene su público.


Al final, la serie es un buen ejemplo de placer culpable. Tiene mil defectos y pone a cualquier historiador de los nervios (rigor histórico, ¿qué es eso?), la trama funciona como funciona y sus actores no pasan de aceptables (en el mejor de los casos). Sin embargo, sabe activar nuestros instintos primarios para ponerte a tono (de muchas maneras) a lo largo de cada capítulo.

Sinceramente, la de veces que he estado pensando “¿qué hago viendo esta serie?” a mitad de capítulo, para luego no poder esperar a ir a por el siguiente.

NOTAS: 6, 7, 3, 6
Temporadas: 4
Capítulos: 39
Duración: 1d, 11h, 53min

sábado, 17 de agosto de 2019

La ventana indiscreta


Recuperé y vi esta película para un especial de Cinéfagos que al final no se acabó llevando a cabo. Cosas que pasan. Igualmente, tampoco es que me fuera a quejar mucho, que Hitchcock es siempre un placer, y de los buenos.

A causa de una pierna rota, James Stewart, fotógrafo estrella de su periódico, se ve recluido en el sillón de su casa… La canícula ataca y Stewart se enfada encerrado en el pequeño apartamento, con los nervios en tensión por la inactividad. Su prometida Grace Kelly se aprovecha para poner sobre la mesa el matrimonio, al que Stewart se resiste con tesón. Sin más entretenimiento que observar qué hacen sus vecinos, es consciente de que el verano se le va a hacer muy largo. Cuando cree ser testigo del asesinato de una mujer, dará la alarma, pese al descreimiento de su prometido, su criada y la policía. Desanimado, vuelve a su rutina, pero es obvio que hay algo turbio en todo ello…

Ya sólo por las veces que se ha copiado esta premisa en miles de formatos, nos podemos hacer la idea de la influencia de Hitchcock en el género (y es sólo un ejemplo de muchos). En este caso, se las arregla para crear un ambiente malsano y claustrofóbico a pesar de que (casi) lo único que vemos es un muy luminoso patio de vecinos. Información escamoteada, narración con limitaciones y relatos parciales para mantener una historia de suspense sin salir de la habitación. El uso de un protagonista impedido se ha usado miles de veces para añadir sensación de ominosa impotencia ante el avance de los hechos, pero no por ello deja de encantarme lo bien que se ha hecho en esta ocasión. ¡Casi puedes palpar la frustración del periodista por no poder ir allí a ver qué ha ocurrido!

Haciendo del teleobjetivo de Stewart una cámara, y de la cámara el ojo del espectador, Hitchcock dirige un film de mirones y cotillas, animado por la curiosidad de observar la vida, las vidas, sigilosamente. Probablemente, este director nunca había llevado tan lejos a la hora de retratar la crueldad íntima que conllevan las pequeñas neurosis que tenemos todos. ¡Ay, los cotilleos de los vecinos! Radio patio es casi una parte intrínseca de nuestras vidas, el conocer impunemente qué ocurre en la casa del vecino cuando cierran las puertas es algo a lo que la mayoría no podemos (ni queremos) renunciar.

James Stewart está inolvidable dentro de su rol como fotógrafo deliciosamente misántropo obligado a habitar en su microcosmos del patio interior, que adora (y no soporta) a su prometida, una pícara Grace Kelly, verdaderamente encantadora, tan presta a tolerar resignada las excentricidades detectivescas de su querido como a sumergirse en la investigación, poniendo incluso en peligro su vida.
Además del tremendo carisma de ambos actores, destaca la extraña química que transmite su relación de pareja. Se palpa claramente el amor, a pesar de que sus dinámicas de pareja sean curiosamente extrañas a nuestros ojos (ay, ¡eran otros tiempos!).

Toda la acción transcurre de un modo muy teatral, en la que cada ventana se transforma en un nuevo escenario, con sus correspondientes secretos e historias de cortar. Cada uno de ellos parece contener trama para una película por sí misma, generando así una tensión fruto de la paranoia, pues todos parecen culpables (de una cosa u otra) a cada momento. Lo que genera más inquietud es la cotidianeidad de la acción, con un punto de partida tan reconocible desde nuestro día a día que no podemos sino sentirnos identificados con lo que ocurre, pues podríamos vernos en el mismo brete.   Luego, como una broma jocosa, la realidad va por su lado. Bueno, más o menos. O sí, o no, o todo lo contrario.


Así que lo que tenemos es una deliciosa mezcla de humor refrescante y luminosa angustia. Entre el estado de gracia de sus actores, junto con un guión preciosamente trazado, repleto de diálogos ingeniosos y un grato ritmo que les permite lucirse, unidos a una puesta en escena con el toque maestro de su conocido director, La ventana indiscreta es una verdadera preciosidad de película con la que no debes hacer otra cosa que disfrutar. Este redondo espectáculo de suspense ha sido mil veces imitado, mil veces homenajeado, recordando que siempre es bueno volver al lugar de donde salió todo. 

Mis felicitaciones, una vez más.

Nota: 9
Nota filmaffinity: 8.2

A pesar de la manía que la Academía parecía tener a Hitchcock, La ventana indiscreta se las arregló para llevarse cuatro nominaciones a los Oscar (director, sonido, fotografía en color y guión). Lamentablemente no se tradujo en premios, en un año que arrasó La ley del silencio.


miércoles, 14 de agosto de 2019

Hércules


Pues esto es que era un día tonto en que teníamos que buscar una película más o menos neutra que pudiera verse de fondo sin que nadie se ofendiera. Así es que abrimos Movistar+ y a ver qué nos ofrecían. Dentro del catálogo, esta película parecía la menos indigesta, así que se acabó poniendo.

A pesar de que habitualmente soy de los que no se pierde muchas propuestas de animación, nunca me sentí atraído por esta versión de las aventuras de Hércules. Yo había crecido disfrutando con las películas que me pillaron a la edad correcta (laBella y la Bestia, Aladdin, el Rey León…) y para cuando llegó Hércules, Disney ya me había traído un par de propuestas cuestionables, que no hacían presagiar nada bueno, el diseño me producía más rechazo que otra cosa y, además, yo ya estaba interesado en otros temas (la edad y tal), por lo que tardé muchos años en ponerme a verla.

Este remedo muy personal de las aventuras del eterno aspirante a dios griego constituye uno de los últimos ejemplos de animación tradicional en Disney. En un intento de llamar la atención con un diseño desenfadado y diferente, se busca con ahínco un look muy cartoonesco, generando así una Grecia/Roma muy particular que en ningún momento busca tener el más mínimo atisbo de realismo. De hecho, sorprende la cantidad de elementos de nuestra realidad que se han pasado por el filtro de la película para “grecializarlos” sin ningún tipo de vergüenza.

De la misma manera, cualquier parecido con la historia original o la mitología clásica es pura casualidad. En vez de tener las aventuras del forzudo hijo de Anfitrión (fue Zeus), Disney convierte a Hércules en un héroe famoso, con su propia línea de merchandising, fans y demás parafernalia asimilable a nuestras estrellas de la música. Por su parte, Hades quiere matarle por sus razones, mientras que Zeus se propone darle unas buenas clases de humildad para que aprenda antes de merecerse la entrada en el Olimpo.

Argumentalmente, la película no tiene gran cosa, pues el desarrollo de la trama sigue todos los convencionalismos del género, sin nada fuera de lo esperable. La película no sorprende, es tonta durante gran parte del metraje y sigue el camino del héroe con tanta rigidez que se podría hacer pesada. Sin embargo, este re visionado me ha gustado bastante más de lo que recordaba, me ha reconciliado bastante con la película.

El principal motivo se halla en sus personajes. Si bien Hércules cumple al hacer la parodia del héroe musculitos que se lo tiene muy creído, acaba por no ser el protagonista de su propia película. Son Hades y su pandilla los que acaparan cada escena en la que salen. El dios del inframundo se convierte en uno de los malvados más desternillantes de todos los clásicos Disney, con ataques de ira simplemente hilarantes y unos secuaces tan idiotas como geniales (Pena y Pánico). Además, Megara no se queda precisamente atrás. No sólo es la fémina más sensual que ha creado Disney en 2D, sino que se aleja considerablemente de los tópicos de las princesas. Su carácter cínico e interesado, su poca fe en el amor y su autonomía son rara avis dentro del marasmo de las mujeres en la nevera típicas de la franquicia. Mulán lo llevaría todavía más allá, justo antes de los diez años de proyectos fallidos que sufrieron los estudios.

Y, finalmente, las musas. Son geniales. Si ya estamos metiendo hamburguesas, batidos y zapatillas de velcro en la antigua Grecia, ¿por qué no Góspel? Esta mezcla de personajes clásicos que son al mismo tiempo cantantes de R&B de Nueva Orleanas, llenas de desparpajo y buen rollo las hace verdaderamente únicas.

Todos estos personajes se aprovechan en un guión lleno de humor paródico y desenfadado, que pocas veces se había visto en Disney. Hades y su pandilla se marcan unos puntazos TAN grandes que cuesta permanecer en el asiento de la risa. Visto en perspectiva, este humor desmitificador es precursor del que luego Shrek terminó por perfeccionar, detalle en el que yo no había caído hasta que he vuelto a ver Hércules y he comparado fechas.

Asimismo, la banda sonora de Hércules se haya entre las mejores de toda la franquicia. Puede que meter góspel en Grecia sea una afrenta al buen gusto, pero vaya si queda bien. Incluso la canción romántica no-romántica es una deliciosa declaración de principios.


Hércules lo tiene todo para pasar desapercibida. Sufre de un argumento banal, el desarrollo es previsible y está más que visto. Su personaje principal tiene poco carisma y el diseño de la imaginería tira para atrás a muchos. Sin embargo, los personajes secundarios son espectaculares, los chistes provocan abundantes risas y la banda sonora mola tanto que se le acaba perdonando todo lo demás, dejando un regusto la mar de agradable. 


Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.7

sábado, 3 de agosto de 2019

El manifiesto negro (Frederick Forsyth)


Más espías para el cuerpo, con otro de los autores clásicos del género. Otro libro de la Cesta’13 del que no apunto el número (si es que soy de lo que no hay ^^)

Título: El manifiesto negro
Autor: Frederick Forsyth
Título original: Icon
Traducción: Luis Murillo Fort

“Rusia, 1999. La otrora gran superpotencia zozobra en un mar de hiperinflación, caos económico y criminalidad. Las elecciones se aproximan y una sola voz carismática resuena en todo el país. Igor Komárov, líder derechista, promete reformar la moneda, acabar con el crimen, eliminar la corrupción y devolver la gloria a Rusia. Pero los dirigentes occidentales se ven conmocionados cuando llega a sus manos un documento secreto del que se desprende que Komárov no es el salvador de la nación, sino un nuevo Hitler. Oficialmente, occidente no puede hacer nada, pero un grupo de prohombres angloamericanos decide no quedarse impasibles viendo como la historia se repite.”

Este libro se escribió a principios de los noventa situando la historia en un futuro cercano, concretamente en 1999. El telón de acero había caído en fechas recientes, por lo que el planteamiento de la novela se sitúa a modo de “¿qué pasaría sí…?”. Cuando revisamos este futuro desde nuestra órbita actual, veinte años después de la fecha límite, vemos que no se acercó en demasía, pero tiene su gracia como ejercicio de retrospectiva, a la hora de entender cómo se veía el mundo en 1993. La verdad es que el planteamiento de la obra es muy inverosímil, lo que te obliga a tragarte muchos sapos para dar por válido el escenario inicial, superando ampliamente obras similares como El cuarto protocolo (el más fantasma que había leído de Forsyth, que curiosamente comparte algún personaje envejecido en el tiempo. Por otro lado, una vez has puesto los ojos en blanco unas cuantas veces y empieza el baile, la ejecución es ciertamente impecable. Forsyth tendrá sus sesgos (descomunales), pero lo que es escribir, crear tensión y momentos molones, lo domina con soltura.


Forsyth es un autor al que conozco desde hace tiempo, no en vano crecí con varias de sus obras como mis entretenimientos más absorbentes de mi adolescencia: Chacal, la alternativa del diablo o El cuarto protocolo eran mostrencos que tardaba meses en leer, pero en los que me sumergía con avidez y sin cansarme. Aunque sus obras recientes han cambiado un poco su esquema de trabajo, (casi) siempre se dividen en dos partes muy diferenciadas. Una primera muy basada en política de grandes nombres, en la que se te explican todos los prolegómenos que llevan a la necesidad de una operación y las implicaciones que tendría su fracaso. Suele ser lenta y sesuda, para que el escenario quede claro y diáfano, haciéndose lenta para el estómago de muchos. Posteriormente, la segunda se dedica a la ejecución de estos planes, dirigida hacia la protección del mundo libre y la destrucción de los enemigos de la civilización y tal. Ésta segunda parte contrasta con la anterior, porque se basa casi en la acción pura, poniendo en marcha todos los planes trazados, afrontando todos los imprevistos que salen, contando habitualmente con un clímax la mar de molón. Para que os hagáis una idea, puede que tardes un mes en pasar la planificación, pero tres días en la ejecución, siendo ambas partes de la misma longitud. No obstante, a mí me encantan ambas en su diferencia.

Además de sus derivas ideológicas, el peor aspecto de escritor estadounidense reside en sus personajes. Son abundantes y diferenciados, pero son puro estereotipo. En ningún momento están mal diseñados, las incoherencias no existen y cada uno de ellos está en su sitio, pero responden a cuestiones meramente funcionales: aquí necesito un héroe perfecto (el espía Jason Monk), protegido por un burócrata de moral impecable (el aristócrata Nigel Irvine), para luchar contra un malo maloso megalomaníaco (el presidente Igor Komarov) y su secuaz que le hace el trabajo sucio (exjefe de la KGB Nikolai Grishnin). Y ahí está toda la caractericación. La demonización de los malos es TAN bestia y los buenos son TAN buenos que, a veces, puede hacerse algo irritante. Básicamente, para Forsyth Occidente es el bien y el Este el mal; los rusos son todos unos corruptos, los británicos y los estadounidenses luchan por límpidos ideales (menos los agentes dobles rusos, claro) y así todo el rato. Además, como cada vez que hay un personaje nuevo, se nos hace un resumen de 5-6 páginas de su vida, podemos comprobar como el patrón se repite con claridad meridiana.


Y es que la ideología de Forsyth es uno de los aspectos del autor que más puede indigestar al lector desprevenido. Firme defensor del establisment estadounidense, plantea sin sonrojarse que personajes George Bush (padre) y Margaret Tatcher se alcen como adalides de la humanidad, en los que EEUU y el RU son los mayores garantes del pueblo libre y el bienestar mundial, aceptando su derecho a tirar abajo gobiernos de otros países por intereses “patrióticos” de extremada pureza, sin atisbo de intereses personales. Estoy seguro de que en otros libros se lo he comprado sin problemas, ya sea porque me pillaba demasiado lejos en el tiempo, o porque proponía temas demasiado fuera de la realidad, pero tragarme este sapo me ha costado lo suyo. Por otro lado, me encanta la clara diferencia del “gobierno en la sombra” que plantea Forsyth con ejercicios similares de otros autores como Tom Clancy. Forsyth hace que FUNCIONE, con una desbordante profusión de detalles y una atmósfera de “detrás del escenario” muy bien conseguida. 

En inglés, el libro se llama Icon (Icono), pues su propuesta para concluir el libro se basa en la propia creación de un Icono que una a todos los rusos (un pueblo diverso en cultura, folklore y tradiciones) en pos de un objetivo común, para evitar fragmetnaciones internas que darían lugar a inevitables genocidios. Un poco a lo bruto, pero se basa en crear el concepto del Reino Unido que mantiene a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte juntas, igual con Bélgica con Flandes y Valonia, o tal como funcionó (a su modo) con en la Yugoslavia de Tito con todos los nuevos países de los Balcanes. La solución que nuestros súper-espías encuentran es una fumada de las gordas, pero reconozco que me ha hecho especial gracia, con una reflexión inesperada sobre la función de las banderas y el patriotismo en la que nunca me había parado a pensar.



Se trata, pues, de un libro con todas lo bueno y lo malo de este autor. Un lector desprevenido tendrá dificultades para superar sus primeras 250 plenamente descriptivas o las derivas políticas del autor. Para muchos, un precio a pagar demasiado grande a cambio de las excitantes 200 páginas finales, siempre repletas de pura adrenalina. Por lo que a mí respecta, tiendo a disfrutar con ganas de sus libros, tanto con sus James Bond como con sus eternas descripciones de política ficción. Tanto al hacer conspiraciones como novelas de espías, este hombre siempre me satisface. En este caso, el planteamiento es TAN inverosímil que me ha costado entrar en el libro, pero una vez dentro, no negaré haber disfrutado como un enano. Si ya lo conocéis y os agrada su estilo, El manifiesto negro es un entretenimiento bien válido. Un profano puede tirar el libro por la ventana bien rápido, pero bueno, este hombre es como es.

Nota: 7
Nota goodreads: 3.92/5