jueves, 24 de marzo de 2016

El niño y la bestia



No sólo de estudio Ghibli vive la animación japonesa. La figura de Mamoru Hosoda se está convirtiendo en una de las más prominentes del cine de animación japonés. Ya desde su primer film, La chica que saltaba a través del tiempo, sentaba las bases de una obra original e innovadora, anclada en las tradiciones culturales de su país, pero al mismo tiempo bien firme en la sociedad actual, con una mirada dirigida al porvenir del mundo. Cuatro años después, llegó Los niños Lobo, en el que Hosoda nos hacía partícipes de las vicisitudes de una madre coraje que lucha por la supervivencia de sus hijos. En este caso, con El niño y la Bestia, nos lleva a través de un viaje iniciático realmente inusual, que ha aunado el éxito de público y de la crítica, formando incluso parte de la sección oficial del festival de San Sebastián, además de estar entre las preseleccionadas para los Oscars a película de animación y de habla no inglesa.

Durante el anochecer, mientras que la población vuelve de su jornada laboral, un pequeño huérfano se refugia entre los sombríos callejones de la ciudad. Lleno de dolor y odio por una sociedad que lo ha abandonado, atraviesa un portal interdimensional y llega a un mundo poblado por bestias. Este mundo, reverso idealizado del Japón de la era Tokugawa, no puede ser más diferente a la bulliciosa Tokyo: es luminoso, lleno de vida y optimismo. Es allí donde se encontrará a Kumatetsu, un oso con muy mala leche que decidirá entrenarle en las artes marciales, quiera el pequeño o no. Kumatetsu es consciente de que los humanos no tienen lugar en la comunidad animal, pero entrenar al niño, recién renombrado como Kyuta, se convierte en su acto de rebeldía ante una sociedad que considera rígida y caduca.  Con los años, la relación entre ambos cambiará y su evolución constituye una de los grandes temas de la película, especialmente cuando Kyuta crezca quiera volver a visitar a los humanos de los que había renegado.

Con sus animales dotados de palabra y su encantadora imaginería, El niño y la Bestia recuerda a las fábulas de LaFontaine o de Perrault, educando a la juventud mientras la hacen soñar. Si bien su historia es, inicialmente, una trama clásica de aprendiz y maestro, pronto ahonda en contenidos filosóficos, sociales y humanistas, ilustrados a través de los planos y diálogos de la película. No sólo se plantea la relación alumno/maestro (hijo/padre) y la necesidad del primero de acabar por abandonar el nido y vivir su propia vida, sino que afronta la crianza de una persona en ausencia de referentes, en qué el pequeño, sin nadie de quién aprender, busca donde sea un sustituto para la figura paterna que le permita desarrollarse como persona, esforzándose por conseguir superarse y ser mejor que el día anterior. Por si fuera poco, también incluye una historia más típica de un shonen, con vueltas y revueltas en las que se enfatiza en la necesidad de luchar contra nuestros miedos y los sentimientos negativos, además de la búsqueda de la amistad y el amor como parte del aprendizaje que nos lleva a ser personas completas.


El trabajo de ensamblar una propuesta tan compleja es descomunal y se le ven las costuras en algunos momentos. La trama, aunque notable, se desarrolla de manera irregular, y da lugar a ciertos altibajos que amenazan con dar al traste con el conjunto. Al querer tocar demasiados palos, Hosoda se encharca y pierde frescura, especialmente cuando se dirige hacia un desenlace que busca hacer un “más dificil todavía” totalmente innecesario que amenaza con hacer naufragar la película. Por suerte para nosotros, Honoda consigue sortear con talento el brete en el que se ha metido y nos deja con un buen sabor de boca.

La puesta en escena de El niño y la bestia  es original e inventiva, abrazando con fuerza la imaginería de los cuentos de hadas con cariño y gusto. Construye una Ciudad Animal creíble y reconocible desde nuestro mundo. Como una suerte de anacronía, evoluciona con nuestro universo pero se mantiene independiente, orgullosa de su idiosincrasia y ávida de remarcar las diferencias entre el brutal pero noble mundo animal y el civilizado pero inhumano mundo real. La abundancia de planos de belleza y lirismo denotan el cariño con el que se ha realizado.
 El mayor problema que le veo a la película es su –a mi entender- fallida elección del público objetivo. Demasiado compleja y profunda para el público infantil, corre en riesgo de aburrir a los más pequeños al incidir con insistencia en temas que les son ajenos. Por otro lado, su frescura juvenil y sus convencionales primeros minutos  echarán para atrás a espectadores más curtidos, que encontrarán poco interés en lo que parece un, en apariencia, simple torneo de artes marciales.


Sin embargo, su preciosista animación y la inesperada profundida de una historia llena de giros son perfectamente capaces de sumergirte en un universo lleno de vida que da gusto visitar. Fuera del estudio Ghibli existen cineastas con talento y Hosoda es uno de ellos. Quizás no sea una película que estará en los tops del año, pero sí es una propuesta realizada con talento a la que vale la pena echar (y disfrutar de) un visionado.

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.1

Publicado previamente en Cinéfagos AQUI

sábado, 19 de marzo de 2016

El sueño eterno



Mi idea era la de volver a pasar un buen rato en Casablanca, pero por estas cosas que pasan, no recordaba por dónde la tenía. Necesitaba un detective. Por una asociación de ideas algo extraña, acabé poniendo a Philip Marlowe y “El sueño Eterno”.

Y he aquí una de las madres del género del cine negro. Philip Marlowe es uno de los “inventores” de estas historias y Bogart le viene como anillo al dedo a un personaje con una influencia descomunal en nuestra cultura. Este sabueso curtido en mil batallas, seductor impenitente y prestigioso lanzador de comentarios mordaces es encargado de investigar un extraño robo por un ricachón de pasado turbio. Sin embargo, este eterno dandy de pantalones sobaqueros y sombrero inclasificable sabe que hay algo más escondido. Nadie le ha ordenado meter la nariz en según qué agujeros, pero la aparición de dos femmes fatales provocará que Marlowe no pueda (ni quiera) evitar inmiscuirse…

Con esta película se produce un efecto similar al de entrar en Museo del Prado del Cine o en la sala de filmografías del Louvre. Cada escena es una obra de arte, una clase magistral de cómo componer una situación o situar la cámara. Hawks es un maldito maestro. Además, por si esto fuera poco, sus actores principales muestran un estado de gracia demencial. Pocas parejas recuerdo con más química que este Bogart y esta Bacall. Inmensos.
Él es EL hombre, el detective. Un caballero ya anacrónico, cuya concepción de lo correcto es difusa, tan a la vuelta de todo y desencantada de la vida que no puede sino responder a cualquier urgencia con cinismo y mordacidad. Sin embargo, no puede evitar romper su ética profesional cuando unos principios que creía olvidados le asaltan y le urgen a hacer lo que se debe hacer.

Enfrente, la tentación y la sensualidad de una Lauren Bacall que despliega perfidia y fatalidad con un encanto pocas veces igualado en la gran pantalla. La Femme Fatale por la que los hombres decentes pierden el sentido y el control de sus vidas. Más poderosa en una mirada que toda la banda de delincuentes que pasean por esta destartalada ciudad. Esta mujer tan maltratada por la vida que ha optado por hacer sufrir a aquellos que tiene a su alrededor y que, incapaz de comprender el poder del amor, no sabe sino destruir a los incautos a los que aprecia, lo que rompe aún más su maltrecho corazón. 


Uno de sus defectos (si es que lo podemos considerar un defecto) reside en que su guión es terriblemente exigente para el espectador. Estamos tan acostumbrados a películas de obvios desenlaces y deducciones que nos los dan todo mascadito que es fácil perderse en El Sueño eterno. No hay ninguna concesión ni pensamiento en voz alta de los personajes. A partir de balbuceos, preguntas veladas y acciones impulsivas debemos deducir las líneas que faltan en las cadenas de razonamiento. Nuestra mente debe ir a mil por hora para poder captar las sospechas y los dobles sentidos. Hawks es consciente de ello y se vale del carisma de los personajes para sumergirte en una historia confusa, que requiere más de un visionado para captar todos los matices y que se permite, incluso, dejar algún asesinato sin aclarar, para desazón del espectador (el libro también se queda así de a gusto). El desenlace supone una brillante culminación de todo lo que hemos contemplado pero plantea el doble de dudas de las que exigían respuesta mientras te atrapa en una espiral de humo inteligente como pocas veces has sentido. Cada vez que pasas por sus diálogos descubres un nuevo matiz que se te había escapado y que, ahora, más sabio, te permite entender una reacción que parecía inexplicable… 
  
La confusión que desprende la enmarañada trama se refuerza con unos diálogos impagables, de una genialidad pocas veces alcanzada, llenos de frases lapidarias y silencios que dicen mucho más de lo que esconden. El primer visionado solo permite vislumbrar la profundidad que transmiten los dos colosos principales, pero es a base de insistir cuando podemos entender qué ocurre en todas aquellas partes de la película que no se te enseña. Puede parecer que todas las escenas ya las hemos visto. Y tendremos razón. Ya lo habremos hecho. Las hemos visto en Sin City, en Blacksad, en Harry el Sucio, en Sed de mal o en Seven. El sueño eterno es una puerta abierta a nuestro interior, cuya mística trascendió y se convirtió en influencia para todo lo que estaba por venir. Está preparada, desafiante, para todo aquel que quiera sumergirse en las sombras de la noche y la distancia para contemplar un formidable espectáculo de imágenes, diálogos y confusiones.

En resumen, El sueño eterno es un film diferente, lleno de chispa y ritmo, que se basa en unas actuaciones de aúpa y un guión excelente para darnos dos horas de pura intriga dirigidas por un maestro en la dirección y la técnica. Su único pero pasa por seguir su complicadísima trama, que puede llevar a la confusión al espectador no atento. 

Es, simplemente, EL cine negro. Todo lo que vino después en el género sale de aquí (o casi).

Nota: 9
Nota filmaffinity: 8.2

Me parece curioso como Bogart, un taponcete de pantalones en los sobacos y un par de dientes de menos tiene carisma de sobras para ser seductor incluso ahora. La magia del cine…

jueves, 17 de marzo de 2016

Alien: el octavo pasajero



Alien, el Xenomorfo. El monstruo fálico que habita nuestras pesadillas, el ser más terrorífico que nuestra imaginación puede generar, la criatura más mortífera que ha creado la evolución es el responsable de llenar de miedos las pantallas de medio mundo desde su aparición a finales de los setenta. Simplemente con recordar su nombre, nuestro subconsciente nos recuerda lo pequeños que somos en la inmensidad cósmica, evocando miedos insondables y seres más allá del espacio conocido.


Todo tiene origen en esta película de camioneros espaciales claustrofóbicamente malsana, en la que los inocentes tripulantes de un carguero son perseguidos por un ser extraño, desconocido y letal. Para un espectador actual, resulta sorprendente la calma con la que se presenta la situación. Scott se toma su tiempo para presentar a todos los personajes, hacernos partícipes de su rutina cotidiana y aprendamos a distinguirlos y a quererlos un poco. Ninguno de ellos es carne de slasher, sino compañeros que vemos cada a día en nuestro trabajo.

Después, un extraño parto (historia pura del cine) da lugar a un ser bípedo de dientes afilados, piel pegajosa, una mala leche descomunal y una inteligencia aún mayor. Sin embargo, tal como ocurre en Tiburón, el monstruo apenas se muestra, es incognoscible y aberrante. Sabemos que está ahí. Atisbamos algunas partes y contemplamos el resultado de sus acciones, las carreras por el pasillo, los cadáveres destrozados o la sangre ácida que cae y perfora los pisos… Pero no le vemos, no sabemos de qué es capaz y Scott puede así acojonarnos y sorprendernos con cada nueva aparición del depredador perfecto. 


Sí, el Alien es un ser tan alejado de la humanidad que nos desagrada en todo momento, pero no es sólo el bicho quién nos causa desazón. El diseño de la nave está concebido para causar incomodidad. La suciedad y el polvo de la nave se complementan con una atmósfera tensa y la amenaza latente de una muerte salvaje e implacable. La influencia del diseño de Giger es tan gigantesca que no podemos sino felicitar el admirable trabajo que realizó este pervertido suizo y agradecer el buen uso que Scott hace del mismo. Las vidas de mucha gente no habrían sido las mismas sin la capacidad que este universo vibrante genera. Alien es una de las obras capitales de la ciencia ficción en la pantalla grande por su irrepetible capacidad para causarte incomodidad simplemente avivando tus propios miedos al mismo tiempo que atrayéndote para explorar un mundo nuevo en el que alucinar con las formas que lo pueblan y cómo estas nacen, se alimentan y matan. Todo el género se ve sacudido por su influencia y se convierte en una obra de obligado visionado para el que quiera profundizar y entender la ciencia ficción.

Y luego está Ripley. Después de años y años de princesas desvalidas a las que salvar, por fin llega una mujer con iniciativa, luchadora e intrépida. La interpretación de Sigourney Weaver sorprendió a todos y la elevó al Olimpo de las Diosas cinematográficas.  Años tardaríamos en volver a ver una heroína que se las basta sola y que combate hasta las últimas consecuencias en la pantalla grande. No es una mujer imposible, no es un ideal. Simplemente, es Ripley, una teniente que hace lo que debe hacerse cuando debe hacerse. Mola. 


Ridley Scott consigue lo más difícil en el cine: juntar imágenes impactantes, personajes míticos y toneladas de tensión con las que mantenerte a tope durante dos horas sin apenas recursos. La acción es constante pero sus estallidos se encuentran perfectamente medidos y cronometrados. La película no tiene ningún punto muerto y su entorno biotecnológico retro-futurista (toma ya) te atrapa y te lanza hacia un horror del que es difícil salir sin haber sufrido. Queda poco por decir que no se haya dicho ya sobre ella, salvo que se trata de una película de obligado visionado para “disfrutar” de su tensión, intriga y claro, está, del miedo… aunque en el espacio nadie pueda oír sus gritos.

Nota: 10
Nota filmaffinity: 8.0

martes, 15 de marzo de 2016

Los odiosos Ocho



A raíz del Código Hays, allá por los años treinta, la tradición de los films de “género malvado” en Hollywood es la de utilizar el cine de esparcimiento para subvertir la moral de las mentes bien pensantes. Bajo su impronta de farsa sádica y grotesca, el cine de Tarantino es mucho más incisivo de lo que parece, lo que se hace aún más evidente en su último film. Tal como ha hecho Scorsese, en sus últimas realizaciones ha aprovechado para atacar los fundamentos de la nación americana, remarcando (con estilo) la hipocresía de sus valores, mostrando con detalle la violencia y la crueldad a través de las que el país se ha construido, un país racista, sexista y brutal, donde todo empieza con una oración y acaba con un ajusticiamiento, siempre bajo la mirada venerable y bienintencionada de Abraham Lincoln.


Ésta no es una película de Tarantino como cualquier otra, más bien es una película de Tarantino como todas las otras a la vez. Es una síntesis particularmente sabrosa de lo que debe ser una película de la madurez de un creador. Presenta un compendio de personajes digno de Pulp Fiction, pero encerrados como si estuvieran en Reservoir Dogs, es excesiva como Django desencadenado y tiene un refinamiento estilístico que recuerda a Malditos Bastardos… incluso le permite a Samuel L. Jackson un monólogo a la altura del Ezequiel 25.

Si el título original de The hateful eight evoca The magnificent seven, la pandilla de Los Odiosos ocho no tienen la misma capacidad de redención que los siete mercenarios comandado por Yul Brynner y Steve McQueen. La obertura del film, amplia y lúgubre, magnifica la música de Morricone, las montañas cubiertas de nieve inmaculada, donde se descubre, poco a poco, los contornos de un Cristo crucificado, una blanca página fúnebre que nos prepara para esta historia sanguinaria que empieza con la llegada de una diligencia y el título de un primer capítulo que promete emociones: “Última parada antes de Red Rock”.

La diligencia tiene por pasajeros a John Ruth (Kurt Rusell), un cazador de recomensas y a su cautiva Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh). Conocido por sus inquebrantables principios, Ruth tiene intención de entregar a su cautiva con vida para que sea colgada por la justicia (lo que dará lugar a un puñado de buenos diálogos comparando las virtudes de un ahorcamiento formal y una ejecución sumaria a tiros, más banal y mezquina, pero que ahorra las molestias del transporte…). En su camino se cruza Marquis Warren (Samuel L. Jackson), también cazador de primas y poseedor de una carta firmada por el propio Abraham Lincoln. Chris Mannix (Walton Goggins), un renegado sudista y próximo sheriff the Red Rock se unirá al grupo mientras que la ventisca, a lo lejos, gana en intensidad. Es el momento de hacer escala en un pequeño refugio de montaña. Curiosamente, la dueña no está en ella, y en su lugar se encuentran cuatro extraños… Mientras que las penumbras y la nieve caen sobre nuestros ocho malnacidos, no sabemos cuál (o cuáles) de ellos guarda cuentas pendientes con los demás…


Todos los malnacidos que pueblan el refugio son feos, brutales y desagradables, pero bueno, es Tarantino, qué esperabais. Para esta película se ha rodeado de un puñado de grandes nombres que realizan un trabajo estupendo y convierten al monstruo en un placer. Mención especial a Jennifer-Jason Leigh que sobresale de un elenco de nombres que hacen de esta obra de teatro magnificada un entretenimiento indudable. También querría destacar a Walton Goggins, cuyo Sheriff estúpido pero inteligente sorprende por su complejidad. Sobre los protagonsitas, Kurt Russell y Samuel L. Jackson, no creo que sea necesario decir nada. Ya les conocemos y son la caña.

No hay ninguna duda de que no es por azar o capricho que Tarantino haya confiado la confección de la banda sonora original a Ennio Morricone, el compositor de Érase una vez, y miles de westerns grabados en nuestros recuerdos.  El último trabajo del creador es ciertamente esplendoroso, sirviendo de excusa para reparar el daño causado y darle, por fin, un Oscar por su trabajo al eterno Morricone.

Como sabemos, las películas de Tarantino son puro onanismo y pedantería. Es un ombiliguista que hace lo que le sale del potorro y no le importa nada lo que nadie piense. Es él quién debe quedar contento con su película, no el público. Evidentemente, esto da lugar a descontentos que no siempre entienden o están de acuerdo con las decisiones que toma. No es algo que le importe, claro, pero el cine vive del espectador y sus excentricidades afectan a la respuesta del público. Por algo es un director que no deja a nadie indiferente.  En este caso, Los ocho odiosos contiene todo lo bueno de Tarantino y yo me lo he pasado de coña con la película, pero también es desmedidamente violenta y a buen seguro los más débiles de estómago deberán apartar la mirada en más de una ocasión. Además, encuentro que esta obra de teatro filmada (¿ya era necesario tanto empecinamiento con la forma de grabar?) está alargada en exceso y recortando un par de escenas y flashbacks (esa felación nevada gratuita…) habría quedado una película más eficaz y fácil de digerir. 



A pesar de su innegable violencia, la acción de Los ocho odiosos está muy restringida. Tarantino se dedica a acumular tensión, dejar que la vena del cuello de los personajes se hinche hasta reventar en estallidos de violencia sin par. Me resulta curioso compararla con la acción de Wanted (que acabo de ver). Ambas son odas al exceso sin sentido con mucho estilo, pero se nota la maestría en la composición de escenas. Los Odiosos consiguen mucha más efectividad con muchos menos fuegos artificiales. Qué diferencia. Qué bien pone la cámara el maldito Tarantino…

Aun con sus excesos, Los ocho odiosos constituye una sucesión de escenas bien tiradas que culminan en un colofón de los que te dejan bien a gusto. Es verdad que Tarantino podría haber hecho un esfuerzo para hacerla menos espesa, pero eso no me impide haberla disfrutado con ganas.  Este hombre siempre sabe como divertirme y la película es decididamente suya. Si eres de su cuerda, te lo pasarás en grande. Si no… mejor no te acerques (como siempre en este hombre).

Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.4