miércoles, 28 de abril de 2021

Una Temporada para silbar (Ivan Doig)

Este libro llegó a mis manos como parte de un BookRing organizado por Cocodras (¡Gracias!). Estas cositas que toca leer que siempre aseguran calidad.

Título: Una temporada para silbar

Autor: Ivan Doig

Título original: The Whistling season

Traducción: Juan Tafur

“<<No cocina, pero tampoco muerde>>. Así comienza el anuncio en que Rose Llewellyn, una viuda de <<buenas costumbres y disposición excepcional>>, se ofrece en el otoño de 1909 como ama de llaves; la frase capta de inmediato la atención de Oliver Milliron, un viudo con tres hijos y poca maña en las tareas domésticas, que la contrata para poner un poco de orden en su casa de Marias Coulee, Montana. Y así comienza también la inolvidable temporada que rose y su hermano Morris, un dandi sabelotodo, pasarán en este pueblo de granjeros. Cuando la maestra local se escapa con un predicador, Morris se ve obligado a aceptar su puesto; sus particulares métodos de enseñanza marcarán para siempre a los jóvenes alumnos de la escuela rural. Ni ello sin la familia Milliron ni el pueblo de Marias Coulee volverán a ser los mismos tras la llegada de Rose y Morris.”

De vez en cuando se agradece llegar a un libro sencillo, que propone una historia simple con la que relajarse. Especialmente una obra como ésta, que lleva a lugares que te recuerdan cómo creciste y con quién creciste. Tiempos que recuerdas con cariño, incluso aunque el viaje sea más emocional que experimental. Quizás es que me apetecía una historia menos desagradable que el tiempo que vivimos.


Una temporada para silbar es justo eso. Es una pequeña novela que mezcla con alegría las aventuras que todos hemos pasado “cuando eras un chavalillo” con toques de coming on age sin llegar a ir de ello. En tiempos quizás más duros, pero reflejando una época (la pre-adolescencia) en que todo es más sencillo. Los problemas de los adultos se sienten en el fondo, pero para los protagonistas, lo que importa es la aventura cotidiana que ofrece cada nuevo día, poblada de un mundo por descubrir y una serie de anécdotas de infancia en las que parece que ir a comprar el pan puede tornarse una aventura épica.

Si bien el libro está situado en un pueblecito perdido del centro de EEUU a principios del siglo XX, el costumbrismo de la propia historia permite reconocernos en nuestros recuerdos del pueblo del abuelo, en el que todos se conocen y, dentro de lo que cabe, intentan llevarse bien. Doig nos pinta un precioso retablo de cómo era ese tipo de vida, con la vertiginosa ciudad allí a lo lejos, los problemas del aislamiento y la extraña desconfianza de los recién llegados como moneda de cambio ante las rupturas de la rutina diaria.


Quizás lo mejor de todo el libro se encuentra en sus personajes, llenos de una vida que parece brotar de cada página.

Los protagonistas son los niños de la familia Milliron, que tienen los piques normales entre hermanos, siempre de pelea en pelea, pero al mismo tiempo amándose con locura y apoyándose entre ellos cuando alguno tiene problemas. Ya los echo de menos. Adoré al pequeño Toby, con su dulce inocencia y optimismo, a Damon, travieso pero lleno de recursos, y al empollón Paul, con su esfuerzo denostado y su obsesión con el latín (jus, yo era igual de pequeño).

El personaje que roba cada escena es Morris, que al principio es un bribón de cuidado, pero poco a poco se revela como un maestro formidable, capaz de salir adelante ante cualquier entuerto. Su manera de enseñar es puro gozo.

Y por supuesto, tenemos de fondo a Rose, la madre postiza que todos quisieran tener y Oliver Milliron, la figura estable, sólida, que cimenta la comunidad y mantiene a flote a los tres pequeños que acaban de perder a su madre.

Si lo que quieres es algo emocionante, no lo encontrarás aquí. Una temporada para silbar es un dulcecito la mar de agradable con el paso del tiempo como mayor detonante de la acción. En conjunto, contiene buenas historias (con un giro muy bien parido justo al final), un poco de nostalgia entrañable y algún que otro desafío intelectual muy agradable.


La historia es alegre, cálida, sin por ello ser edulcorada en exceso o caer en la complacencia. Todos los personajes son gente más o menos buena a los que les pasan cosas malas (tampoco mucho), pero no hay ningún tipo de malvado per se, más allá de las propias vicisitudes de la vida. Doig retrata admirablemente la bucólica vida del pastoreo de la época, las inquietudes que un zagal podría tener y unos cuantos juegos con el lenguaje y las consideraciones muy ingeniosos.

El libro transmite una gran sensación de paz, como si se tratara de uno de estos lugares en los que el tiempo se ha detenido y la vida transcurre con placentera calma. Sin embargo, Doig no se olvida de reseñar, con ingeniosa sutilidad, que se trata de una época que tiene fecha de caducidad, la sociedad avanza y aquellos lugares que han quedado anacrónicos tienen los días contados, a pesar del esfuerzo y la abnegación de los personajes. Ahí es donde habita la melancolía, esos momentos del pasado que se recuerdan con cariño y tristeza a la vez.

Una temporada para silbar es, entonces, un dulce amargo, un diario sobre el viaje que tiene un viudo y sus tres hijos y los sucesos que les llevarán a ser los hombres que serán. Se trata de un bocadito muy agradable que leer entre obras más densas. Ideal para unas vacaciones lectoras por su entrañable cotidianeidad. No es un libro para todos, pues puede hacerse aburrido por lo poco que realmente ocurre y por sus abundantes descripciones de paisajes. Encantador, sería la palabra, para los que gustan de estas pequeñas cositas.

 

Nota: 7

Nota goodreads: 4.03

 

domingo, 25 de abril de 2021

Rocky 3

 Como siempre cada cinco o seis meses (el tiempo que sea), viene una nueva entrega de ROCKY. Como ya reseñamos AQUÍ y AQUÍ, ahora viene su tercera parte (repasaré todas menos la V, que es tan mala que paso de molestarme).

Han pasado unos años después de su victoria en Rocky II, y nuestro querido boxeador ha probado tanto las mieles del triunfo que ha perdido el ansia de ganar. Apenas quedan rivales con gracia y no necesita esforzarse para ser el número uno. Los entrenamientos casi no son necesarios, con más esfuerzos dedicados al espectáculo que a las peleas de verdad. ¡Ay, la falta de motivación! Cuando Rocky se aburre tanto que se plantea la retirada, un nuevo rival aparece. Mr T llega con ganas de reventar cabezas, lo que provocará que Rocky se deje de tonterías y se ponga los guantes para demostrar que sigue siendo el número uno por “última vez”.

Realizada para mayor gloria de Stallone (por él mismo), destinada a reventar taquillas y llenar los bolsillos de los productores, Rocky III peca de tener muy poco que contar. Dividida en tres episodios no especialmente bien unidos, empieza con una parte esperpéntica que sirve para ilustrar los efectos de la fama (especialmente la que crees inmerecida) y de olvidar de dónde vienes. Sin embargo, intenta ser graciosa, con momentos verdaderamente esperpénticos que no pasan de chorra. Este inicio puede echar para atrás a muchos, porque se hace patente que Balboa ya no es el que era y, más allá de las ganas de traiga uno de casa, no hace mucho por captar la atención del espectador.

Luego aparece Mr. T. Un personaje creado para caer mal. Y punto. Y es lo que consigue. Dan ganas de ver cómo le parten la cara desde el segundo uno. Además, parece que Rocky le haya matado a su hermana o quemado la casa, porque le tiene una inquina sin apenas sentido. En pocos minutos, se propasa con Marian, chulea a Apollo y casi se carga a Mickey, apenas porque sí. A pesar de ello, o quizás por ello, proporciona el tortazo en los morros que Rocky necesita para salir adelante para volver a entrenar. Como siempre, se dedican un buen puñado de minutos a ello, constituyendo casi los mejores momentos, en los que la música se conjunga con las motivantes imágenes para ponerte a tope y hacerte sentir capaz de (casi) cualquier cosa. Además de la deliciosa escena involuntariamente gay entre Apollo Creed y Rocky, claro, ¡cómo no quererla!

Y finalmente, el combate. Una conclusión de quince minutos con grandes coreografías que emociona al más pintado. Con todo lo que llevas, te mueres de ganas de ver como destrozan a Mr. T y eso es lo que ocurre (no creo que a nadie le pille de sorpresa, así que no os quejéis de spoliers). Emoción marca de la casa y tortas como panes, que es lo que hemos venido a ver.

Hasta ahora, es la película que menos ha exigido a Stallone. Si bien antes tenía que actuar, aquí le basta con estar muy cachas y soltar sus frases. Y es que aquí Sly es ya una de las grandes estrellas del cine de acción y puede permitirse hacer y deshacer casi a su antojo. La calidad general en la dirección se pierde, olvidándose de hacer de Rocky “una persona del pueblo”, por lo que es más difícil querer que gane. Por otro, lado, la longitud de la película es acorde con la complejidad del argumento, explicando todo lo que debe sin entretenerse en sutilezas, con cierta cadencia que avanza la trama sin aburrir.

Se limita  a ser una película deportiva, que no cuenta nada nuevo, todo ello de un nivel muy inferior a sus predecesoras. Pero tiene el Eye of the Tiger TAN bien usado que se perdonan muchas cosas, consiguiendo un efecto motivacional brutal. Cada vez que oigo esta música parece que alguien te motiva para que empieces a hacer flexiones, a correr o a darte de puñetazos contra un saco de boxeo. Durante la película, además, tienes unas ganas enormes de que le partan la cara a Mr. T, con lo que entras en el combate final a tope.

En conjunto, una propuesta más facilona, con menos punch y menos cosas que contar. Olvidamos el drama sobre el boxeador del pueblo y las oportunidades perdidas para transformarse en una mera película deportiva que cumplo a la hora de proporcionar 90 minutos de descanso al cerebro. Se desmarca de la vulgaridad gracias a su mítica canción, que ha trascendido por toda la sociedad, pero no tiene mucho más que ofrecer.

Nota: 4

Nota filmaffinty: 5.9


viernes, 23 de abril de 2021

Por un puñado de dólares

Hoy había ganas de ponerse con una obra grande. A veces da respeto pero cuando toca, toca.

El argumento no puede ser más simple. Un pequeño pueblo del Oeste vive aterrado por el enfrentamiento entre dos bandas de bandidos a cada cual más aterradora. Un misterioso pistolero sin nombre llega a la ciudad, dispuesto a beber un buen trago y pasar desapercibido, pero no podrá mantenerse al margen de la cruenta lucha. Todo parece casual en sus actos, ¿o no lo es tanto?

Fue con esta película con la que Sergio Leone cambió todo. Un género que parecía caduco y casi desaparecido volvió con rabia inusitada. El Spaghetti Western nacía, y con él, una variante blasfema, sucia y, en muchos casos terriblemente divertida que fue explotada sin piedad por cientos y cientos de imitadores. Primeros planos de miradas entre pistoleros, pausas en los duelos al sol abrazador, un héroe incontestable y radicalmente diferente del sheriff del Western clásico…

Por un puñado de dólares también enseñó al mundo quién era Clint Eastwood, uno de los actores/directores más influyentes desde entonces. Nunca lo había visto tan jovencito (qué tremendo que está) y aquí se queda a gusto haciendo lo que mejor ha sabido hacer siempre: molar. Frente a él, un estupendo GIan Maria Volonté que clava a un malvado odiable y carismático de los que no se olvidan.

La lógica y la verosimilitud son, en todo momento, relativas. Cada duelo se convierte en una lucha de miradas, a modo de preámbulo ritual a un estallido violento y sangriento que no se corta nada a enseñar una violencia que sus coetáneos estadounidenses insinuaban más que mostrar. Asimismo, la historia es cruel con todos, dejando claro que no hay buenas personas, sino tonos de gris más o menos oscuro. Los intereses y las traiciones campan por doquier y sólo te puedes fiar de tu revolver (o tu rifle).

Y la música, oh, la música. Otro detalle marca de la casa que revoluciona el modo de hacer las cosas. El entonces casi desconocido Morricone crea escuela con temas armoniosos que realzan los sentimientos de los protagonistas, contribuyendo a crear el ambiente de tensión necesario para llegar al clímax en cada escena. Sugiere y avasalla siempre en el momento adecuado.

Pero bueno, una vez glosadas rápidamente todas sus bondades, que seguro estarán mucho mejor explicadas en miles de sitios más, también hay que detenerse un momento a explicar el tema de Yojimbo.

Y es que dentro de tanta gloria y tanta inspiración. La película es, en gran parte, una reimaginación muy literal de la película Yojimbo, de Akira Kurosawa, moviendo al Oeste a un pueblecito japonés tras cambiar a los samuráis por cowboys. Todo ello con mucho morro y sin pagar derechos, claro. Obviamente, esto le trajo muchos follones legales a Leone, especialmente tras convertirse en un éxito mucho más morrocotudo que el que seguro había soñado siquiera. Habiendo visto ambas películas, las inspiraciones son obvias, siendo ambas muy iguales pero muy diferentes y, sobretodo, magníficas y disfrutables.

Pero bueno, el lavado de cara que le pegó Leone a la obra de Kurosawa sirvió para convertir un género caduco de cowboys honrados, justos y bien vestidos, de acciones nobles y bienintencionadas, en un vergel de malnacidos mal afeitados, inexpresivos, sucios, cínicos, amorales y de lentos movimientos excepto cuando tienen un revólver en las manos, cuyas acciones están determinadas por el dinero.  Aunque sea sólo por eso, gracias.

Quizás la menos redonda de las tres películas de su “Trilogía del Dólar”, pero no por ello menos aprovechable. Por la diversión que provee, por la vuelta de tuerca que provoca y por darnos a Clint Eastwood, indispensable a la que te guste el western, indispensable a la que te guste el cine.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.6