Hoy nos hallamos
ante la tercera película de los hermanos Coen. Habíamos tenido un thriller
seco lleno de buenas ideas y una comedia
loquísima al alcance de muy pocos. Dos propuestas muy diferentes que habían
triunfado a su manera, dejando claro que estos hermanos no eran precisamente
convencionales y tenían mucho talento entre sus manos. Otra vez, como habían
hecho antes, una cabriola inesperada, realizando una incursión por el género noir más puro, ambientado en los años 30
y todos los tropos de las historias de mafia que conocemos de toda la vida
(pasados por su filtro, claro).
La historia empieza
como todas las historias. La estupenda amistad entre el cacique de la mafia
local y su lugarteniente se rompe ante la aparición de una mujer que ambos
cortejan. La guerra que se desata entre ambos afecta a todos los estamentos de
la ciudad, estallando traiciones, conflictos internos y corruptelas varias.
Todos parecen jugar con todos y siempre hay el que cree tener más labia y se
sabe más listo, pero ¿quién tiene la mejor mano? ¿Quién sabe jugar a esto? ¿Quién
juega con quién?
No falta nada. Los
Coen demuestran lo bien que conocen los resortes del género y no dejan ninguno
de sus tópicos por repasar: traiciones, mujeres fatales, sombreros de fieltro,
fotografía sombría, whiskey y perdedores. Podría parecer tópico, pero los tiene
bien, los ingredientes son de primera calidad, están mezclados con acierto y
cocinados en su punto justo. Así, tenemos una estupenda película de gangsters
con un sólido e intrincado guión al que sólo se puede echar en cara que hay que
estar muy atento para no perderse.
Ese es quizás el
peor aspecto de toda la película. La trama se te explica con deliberada
confusión, siempre obligándote a rellenar huecos y suponer qué ocurre entre
bambalinas, en aquellos escenarios que no te están enseñando. Ello conlleva un
buen juego de giros de guión inesperados (tras giros inesperados) que te
mantienen en tensión o te sacan de la película, especialmente porque su ritmo
está lleno de una parsimonia que va muy bien para que la trama pose, pero que
puede cansar a los más ávidos de acción.
Lo que sí se debe
destacar es el espectacular acierto en la puesta en escena, con un continuo de
acrobacias tan austeras como bien construidas. Sin licencias artísticas
gratuitas ni coreografías operísticas, se muestra la acción con ese toque
incompetente de sus personajes tan marca de la casa. A veces resultan cómicas
en su incompetencia, pues no estamos acostumbradas a tanta pusilánime
verosimilitud, pero sí concordaría con la propia pateticidad del ser humano.
Las ejecuciones en el bosque o el sobrio asalto a la casa del mandamás son
buena muestra de ello.
En su idioma original, la película se llama Miller’s Crossing, que vendría a ser el cruce de Miller (con sentido dentro del film), o también el fastidio de Miller, un guiñito a su montador Michael Miller. En ese sentido, los traductores optaron por ser imaginativos y romper esta broma privada intraducible para dar lugar a un Muerte entre las flores lleno de lirismo y con una resonancia que tiene mucha más gracia (en mi opinión).
Se trata de una
propuesta algo anacrónica, rocambolesca y de difícil digestión, pero también
coherente, tramposa y con encanto. No ofrece nada nuevo, pero lo que ofrece es
de primera. Una cita con el buen cine que conocemos de siempre, algunos diría.
Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.8
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