lunes, 22 de marzo de 2021

Lluvia de albóndigas

Yo soy bastante aficionado al cine de animación –especialmente por ordenador- y es extraño que me pierda alguna de las propuestas que llegan a la gran pantalla, incluso cuando se trata de historias infantiles. No hay más que ver la cantidad de reseñas al género que he hecho para comprobar que me trago bastantes más de las que serían recomendables. Sin embargo, cuando vi el cartel de esta película, me leí su argumento… me pareció una propuesta tan estúpida que decidí pasar de ir al cine. Finalmente, un buen puñado de años después, aquí la tenemos.


Lluvia de albóndigas nos presenta a Flint, un inventor chiflado ya casi desde la cuna que ha vivido con el sueño de cambiar el mundo con sus aparatos. No ceja en su empeño a pesar de ser considerado el tonto del pueblo de la pequeña isla en la que vive. Un día, crea por fin algo que funciona, una máquina capaz de convertir las nubes en comida, permitiendo así acabar con el hambre del mundo. Como el chaval es así de desastroso, la presentación del invento acabará mal, con la máquina surcando los cielos buscando crear la tormenta de albóndigas definitiva.

Viendo el tráiler y el argumento, uno puede esperar la típica película de luchar por tus sueños, con un desarrollo amable, esos amorcitos que salen bien tras un par de vicisitudes que sólo interesará a los más pequeños.

Sin embargo, lo que me he encontrado es una loquísima parodia del cine de catástrofes que no deja títere con cabeza (Armageddon, Twister…) que se permite, incluso, generar personajes coherentes y una galería de secundarios de lo más tronchante. El desarrollo argumental es el que es y el tono se pasa de estúpido a veces, pero aún sin ser gran cosa, la película es perfectamente consciente de ser una tontería, buscando hacerte disfrutar a lo grande sin complejos. Se agradece encontrar propuestas sinceras, con tres ideas bien hilvanadas y realizadas, sobretodo, con mucho cariño.

Sus exiguos 85 minutos se hacen adecuados para no cansar, especialmente cuando te das cuenta de lo poco que tiene que contar. Así, se las arregla para que todo transcurra a buen ritmo y, a la que te des cuenta, se ha acabado. No se abona a esa moda de que las películas deban durar dos horas añadiendo escenas de relleno sólo para acumular minutos. Entre risas y chorradas, la película entra muy fina. El público sigue siendo infantil, no abandonando en ningún momento un tono blanco, predecible y agradable, sin complicarse más de lo necesario y proporcionando un final complaciente (y coherente).

Lo que más llama la atención es la desbordante imaginación de su puesta en escena, con hallazgos verdaderamente ingeniosos. Cada tormenta de comida o la absurda recua de inventos de Flint esconden grandes ejercicios de diseño, llenos de detalles absurdos y mezclas inesperadas muy bien encontradas. Más que la historia, acabas intrigado por ver cuál es la siguiente locura que te van a arrojar a los morros, todo ello mientras te descojonas por el último chiste que ha dado en la diana.

Sentido, no tendrá mucho, pero la puesta en escena es fresca y sorprendente, avanza a un ritmo endiablado y despliega un alarde de originalidad que quita el hambre. A pesar de sus defectos, divierte con ganas, que es lo que interesa.

 

Nota: 6

Nota filmaffinity:  6.1 

sábado, 20 de marzo de 2021

La edad de la inocencia

Después de una película más novedosa, me dio por recordar un poco a los clásicos así que me puse a ver esta propuesta de Martin Scorsese, que tiende a ser una garantía en estas cosas. A menudo considerada una de las obras menores del director, quizás por ser muy “poco scorsesiana”, al estar alejada de mafias y asesinatos, adapta la novela de Edith Wharton a la gran pantalla. Me llevé una sorpresa al comprobar que era de 1993. No sé la razón, pero mi mente la ubicaba mucho más atrás en el tiempo.


La edad de la inocencia nos sitúa en el Nueva York de finales del XIX. Estamos entre la más alta cuna de la sociedad del momento, un estrato social que vive de apariencias, donde el qué dirán impera en todos los aspectos de la vida y poco queda al alcance del libre albedrío. Archer (Daniel Day-Lewis) es una de estas personas que conocen todos los resortes del lugar para medrar y favorecer sus posiciones. Se acaba de prometer ante la dama soñada por cualquier soltero que se precie, May Welland (Winona Ryder), lo que debería colmarle de felicidad. Sin embargo, la aparición de la condesa Olenska (Michelle Pfeiffer), prima de May, trastoca todos sus planes. Se ha enamorado de ella e intentará forzar las normas de comportamiento para conseguir estar con ella, con el escándalo consiguiente y sus consecuencias para el futuro.

Scorsese realiza aquí un precioso fresco de las altas esferas de la flor y nata de la sociedad de la “libre América” de la época. Se ven reflejadas todas las hipocresías que se arrastran de la “retrógrada Europa”, pues se presume de haber dejado atrás prejuicios y tradiciones, pero se mantiene una rigidez social que impide cualquier desavenencia con aquello que se espera de ti, rompiendo las ilusiones de todo aquel que espera tener iniciativa propia y creando un puñado de juguetes rotos y vidas reprimidas que no parecen sino encontrar placer en asegurarse de que todos a su alrededor son igualmente infelices.

Todo ello se realiza con una fastuosa puesta en escena en la que los escenarios se rellenan con todo el lujo de la época. Ello es especialmente patente en la multitud de banquetes que se realizan durante la película, mostrándose suculentos ágapes en los que se debe seguir una serie de estrictos protocolos y rituales para que todo sea “cómo es debido”. El esfuerzo para recrear el momento histórico, con los suntuosos ropajes, la recargada decoración de cada apartamento y la ostentación para mostrar quién tiene más dinero es sorprendente: Sus utensilios de comida, la parafernalia para fumar, el aparataje para afeitarse…

También destaca una preciosista fotografía en la que cada encuadre es casi un cuadro de la época, con todo el recargamiento gratuito de su estilo.

La película realiza un estupendo retrato de una época y, sobretodo, una radiografía cruel de sus tres protagonistas.

Archer en su inicio es un cínico vividor del sistema, que ha disfrutado de haber vivido toda la vida haciendo lo que le da la gana. Cuando parece que su vida no podría ser mejor, se ve poseído por un amor que no comprende, por lo que se ve obligado a romper moldes y contempla como las cosas no son tan fáciles como él creía. Cada vez más desquiciado, vamos viendo como poco a poco pierde el control ante la férrea correa con la que le sujeta el sistema.


En los primeros minutos, May Welland da un poco de pena, porque parece una pánfila tontita sin voluntad. Sin embargo, a medida que avanza el metraje vamos teniendo muestras de su inteligencia, mostrándose no como una mujer oprimida ni una víctima del sistema. Se trata de una mujer liberada que ha escogido ser lo que la sociedad espera de ella porque es lo que más desea ser, consciente de todos los resortes del sistema para usarlos en su beneficio con sutilidad sin que siquiera parezca necesitarlo. Cumple con su papel porque le provee de lo que ella desea. Me encanta como no ignora los devaneos de su marido, pero los tolera porque así ella es feliz y a él ya le va bien y, cuando la cosa se empieza a ir de madre, lo pone en su sitio con encantadora delicadeza (y una rotundidad apabullante) dejando claro que su vida será el peor de los infiernos si vuelve a hacer el idiota. Espléndida Winona Ryder en un papel lleno de sutilezas que transmite mucho más de lo que parece a primera vista (justificadísima nominación al Oscar, que perdió ante la jovencísima Anna Paquin)

Finalmente, tenemos a Michelle Pfeiffer dando vida a la Condesa Olenska. Es una completa outsider, como ese primo al que soportas porque es parte de la familia, pero que lo único que deseas es que se marche cuanto antes. Al haber abandonado a un marido que la maltrataba, sabe que es imposible que vuelva a ser aceptada como una más de la sociedad, por lo que se permite pasar de todo lo que opinen los demás, haciendo lo que le da la gana para escándalo de las mentes bienpensantes a su alrededor. Incapaz de contener su amor por Archer, esta pose de indiferencia se resquebraja, pues sus acciones pasan a tener consecuencias, arrastrando a Archer a la perdición. Así pues, se establece un tira y afloja entre las ganas de gozar de su compañía y la voluntad de alejarse de él para no convertirle en un paria, forjando una interesante evolución a través de la que se articula la película.

Podemos gozar de tener a Scorsese realizando un trabajo inmenso al dirigir a unos actores en estado de gracia, a merced de un guión que les ofrece unos personajes que son una golosina. La puesta en escena es espléndida, recreando con mimo una época que ya no existe. Hasta cierto punto, me recuerda a los libros de Fitzgerald: radiografía a la perfección una sociedad triste, llena de amores truncados, vidas infelices y melancolía ante todo lo que podría ser y nunca es. La edad de la inocencia comparte este retablo social y una de las características de esos libros: Son un aburrimiento. No hay nada en ella que me llame pare seguir viendo un minuto más y acabo destinando más tiempo a apreciar los vestuarios o las comidas de los personajes antes que seguir la historia.

El guión construye a unos personajes tremendos, vívidos y verosímiles. Los mete en un mundo creado con mimo y, luego, no hace nada con ellos. La trama no tiene nada interesante que no hayamos visto mil veces, el ritmo es plomizo y el encorsetamiento general no ayuda a hacer la película más digerible.

Al final, el resultado es una película excelente en el apartado técnico que aburre hasta a las ovejas. La espectacular actuación de los protagonistas no es óbice para que el espectador no afín al tema pueda encontrar motivos para disfrutar o mantener un mínimo interés al visionado. Podría haber sido mejor que lo que es (y mucho peor), pero por lo menos tenemos comidas suculentas, vestuario vistoso y escenarios espléndidos a pesar de su tediosa historia.

 

Nota: 5

Nota filmaffinity: 7.0 

sábado, 13 de marzo de 2021

1917

Una de las películas más interesanes del año pasado proponía un acercamiento diferente a las películas bélicas. Vendiendo la idea de ofrecer una experiencia más que una película argumental, teníamos un ejercicio de virtuosismo tan gratuito como bien resuelto, presto a proporcionar dos horas bien entretenidas.


La intriga de 1917 es simple. Los soldados británicos Shoefield (George McKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) son los pringados a los que el General Erinore (Colin Firth) confía una misión casi imposible, consistente en una incursión aparentemente suicida sobre el territorio conquistado por los alemanes en Francia. El objetivo es el de entregar directamente una orden que impedirá la muerte casi segura de un regimiento de 1600 hombres que están a punto de caer en una trama mortal tendida por el enemigo. Como extra tenemos el detalle de que el regimiento está comandado por el propio hermano de Blake. Tenemos pues, una idea clásica, pero con una ejecución tan virtuosa que convierte a 1917 en un film, objetivamente, fuera de lo común.

El director Sam Mendes –al que siempre apreciaremos por American Beauty o Camino a la perdición – se apoya aquí sobre la gran habilidad del director de fotografía Roger Deakins –cómplice habitual de los hermanos Coen- para proporcionar al espectador la experiencia asfixiante que esta empresa implica, rodando en un único plano continuo las desventuras de este par de soldados que quieren estar en cualquier otro sitio antes que en el campo de batalla. Cualquier cinéfilo avezado comprobará rápidamente que Mendes hace (un poquito) de trampas y no presenta 2h del tirón. Los cortes existen, rodándose a base de planos de unos diez minutos, pero hay que reconocer que está tan bien hecho que no rompe la magia en ningún momento. Se trata de un proyecto ambicioso, ya que el escenario varía mucho a lo largo del film, pasando de trincheras pobladas de cientos de soldados británicos a campos repletos de cadáveres y restos de animales, pasando por una granja de vacas, el peligroso vadeo de un río, un par de incursiones bajo tierra e incluso un convoy que va de camino a ninguna parte. Incluso un par de aviones alemanes sobrevuelan el campo de operaciones de cuando en cuando. Simplemente imaginar el nivel de coordinación para poder rodar en continuo hace pensar en una planificación extrema, un verdadero plan de batalla.



Muchos dirán que el juego vale la pena, ya que la puesta en escena es completamente inmersiva. El trabajo de decoración, vestuario, entrelazado de situaciones… todo da la impresión de que las cosas ocurren por accidente, sin estar meticulosamente previsto. Además, este continuismo aporta una energía tremenda, una sensación de urgencia que te pega muy bien al asiento.

¿Qué necesidad había de ello? Ninguna. Las imágenes reflejan el miedo, el sueño, el barro y la miseria de los soldados. Se hace muy fácil entrar dentro de la acción y sufrir con los personajes a través de las imágenes, pero eso es algo que otros directores han hecho dentro del mismo género (Salvar al Soldado Ryan o La delgada línea roja, por ejemplo). Sin embargo, no podemos evitar admirar el buen resultado obtenido esta sacada de chorra tan efectiva como innecesaria. Desde que Iñárritu demostrara en Birdman que se podía hacer “fácilmente”, parece haberse convertido en una moda rodar de esta manera simplemente “porque puedo hacerlo”.



Pero 1917 no se limita a ser un film exclusivamente técnico. Gracias a su generoso elenco actoral, encontramos a  la flor y nata de los actores británicos rodeando a unos estupendos McKay y Chapman. Así pues, aparece por ahí Colin Firth, Mark Strong, Benedict Cumberbatch o Richard Madded. Es curioso comprobar cómo sólo aparecen en los momentos en que la acción se detiene y los protagonistas pueden sentirse seguros por un rato, como si estuviéramos hablando del check-point de un videojuego.

Este prodigio técnico se vio reflejado en los Oscars, donde era la típica película nominada a todo lo técnico (Película, director, guión original, banda sonora, diseño de producción, maquillaje, efectos sonoros, fotografía, sonido y efectos especiales) y que acaba siendo casi la que más se lleva a partir de los premios secundarios conseguidos a base de músculo (en este caso, fotografía, sonido y efectos especiales, casi nada).

Otra cosa que me hace gracia es la falta de “soldados enemigos”. Tal como ocurría en Dunkerke, el enemigo son unos disparos aquí, una amenaza allá. Apenas llegas a verlos, suponiendo muertes más o menos aleatorias por el escenario, pero siempre con una ominosa sensación de estar por todas partes. Y además, cuando los ves y te apiadas de los pobres prusianos, la que te lían (estupenda toda la escena del avión, un alarde técnico espectacular).



Pero es que 1917 es el motivo por el que mola ir al cine desde hace siglo y pico: la inmersión, el sentirse otro en otro lugar. Y sobretodo, el truco de magia. El tener el pantallote gigantesco para dar un espectáculo a lo grande. Me mantuvo en tensión en sus más de dos horas de duración, con el estómago hecho un nudo.  También fue la última película que pude ver en el cine pre-confinamiento y aunque sólo sea por eso, le tengo más cariño. Una boutade técnica a la que se le ha dado un argumento que sirve para que también te interese que le ocurre a los que corretean por la pantalla.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.8 

miércoles, 10 de marzo de 2021

La fiesta de Ralph (Lisa Jewell)

Avanzo dentro de los libros de la Cesta’13, llegando al número 44 de la misma, lo que parece una propuesta de enredos amorosos y otras veleidades románticas.

Título: La fiesta de Ralph

Autor: Lise Jewell

Título original: Ralph’s Party

Traducción: Mº Antonia Menini

“Ralph y Smith llevan varios años compartiendo piso en los bajos del número 31 de Almanac Road, una típica casa londinense de tres plantas. Cuando se ponen a buscar una tercera persona para romper la monotonía, entre en escena Jem, guapa, romántica y soñadora, que rápidamente se convence de que uno de los dos nuevos compañeros está destinado a ser su media naranja. Todo podría quedar en el típico triángulo amoroso si no fuera porque Smith ha perdido la cabeza por Cheri, la fría y ambiciosa chica del ático, que a su vez le tira los tejos a Karl, el del segundo, que supuestamente vive en feliz matrimonio con Siobhan.

Y por si el asunto no estuviera ya lo bastante enredado, Siobhan se propone recuperar su maltrecha autoestima teniendo una aventura con el primer sujeto apetecible que se ponga a tiro. Así las cosas, a Ralph no se le ocurre nada mejor que organizar una fiesta en su casa e invitar a todos sus vecinos.”

No cogí el libro con especiales ganas, el argumento de la contraportada no auguraba nada especialmente interesante, pues las historias gratuitamente románticas no me agradan demasiado. Sin embargo, a medida que avanzaba la lectura y después de que un par de chistes entraran especialmente bien, me invadió la extraña sensación de estar leyendo un capítulo de Friends. Los dos protagonistas bien podrían formar parte de la extraña troupe del Central Perk, es otra ciudad pero la época es la misma, los chistes (muchos) son parecidos…


La fiesta de Ralph es una novela ligera de amoríos, pero en vez de situaciones imposibles, tragedias o escenas tórridas, se lanza sin complejos dentro de la comedia. Cae dentro del subgénero actualmente llamado Chick Lit, que todavía no se había acuñado cuando salió el libro (que es de los 90, oju). Tiene la ventaja de leerse con una facilidad pasmosa, convirtiéndose en una lectura ligerísima para desconectar entre otros libros más pesados. La trama requiere cero esfuerzos para seguirla y sabe plantear situaciones en las que, más o menos, todos nos habremos encontrado en algún momento. Además, sabe durar lo que tiene que durar, ni se apresura ni le sobra espacio.

Como el triángulo amoroso típico es poca cosa, nos propone un doble triángulo más o menos relacionado, utilizando el edificio como modo de articular que personajes tan variopintos se conozcan. Encontramos relaciones bastante desastradas consistentes en traiciones, amor no correspondido, lealtad, intimidad, lecciones aprendidas y maduraciones desesperadas. No hay héroes románticos aquí, sino personajes del día a día, muy humanos, que bastante tienen que hacer con sus complicadas vidas.



Todos los personajes tienen aspectos con los que nos pueden caer simpáticos, pero también unos defectos bien gordotes, actuando en muchos casos egoísticamente, pero sin tampoco una gran maldad. Se hacen querer a su modo, especialmente porque Jewell te permite entrar en sus mentes y entender el porqué de sus acciones. Por ello, sin llegar a justificarles, te permite comprenderles (además de soltar un enorme tooooonto un buen puñado de veces).

Los protagonistas son Ralph y Smith, una suerte de Joey y Chedler cambiados de nombre. Uno es algo atolondrado, inocentón, con facilidad para ligar pero incapaz de enamorarse, mientras que el otro es un pijín algo cretino, siempre dispuesto a dejar claro que tiene razón, etc etc. Cuando llega Jem, ésta es una suerte de Rachel, está buscando chico (para pasarlo bien), tiene la cabeza llena de pájaros, pero a la hora de la verdad quiere algo de tranquilidad. En el piso de arriba está la pareja estable de Karl y Siobhan, que respectivamente recuerdan mucho a Ross y Monica, primero tenemos a un cretino egocéntrico lleno de inseguridades que se muestra incapaz de aclararse sobre qué quiere con su vida, que tan pronto reniega de lo que tiene como se arrepiente de perderlo (una y otra vez), mientras que luego tenemos a una chica algo regordeta, llena de manías que no se siente merecedora de ningún tipo de cariño, especialmente por parte de un marido que no hace el más mínimo esfuerzo por tenerla contenta. Finalmente, en el ático está Cheri, que debería ser Phoebe, pero no es éste el caso, si acaso su hermana gemela. Aquí si tenemos al único personaje que no tiene nada d epositivo. Tenemos a una mujer algo más entrada en años, repleta de belleza y de clase, que considera al resto de habitantes del edificio unos paletos de los que mofarse y se entretiene manteniendo caliente a todo el ganado masculino posible.


Los dos triángulos son obvios: Jem está entre Ralph y Smith, incapaz de decidirse entre un intelectual algo pelmazo que le da seguridad económica y un despistado artista que la divierte pero que no tiene un chavo. Dentro de todos los lugares comunes por donde transita la trama, la autora consigue hacer a la protagonista simpática, con lo que no resulta cargante en ningún momento. Algo más indigesto es el triángulo entre Siobhan, Karl y Cheri, en un ejemplo muy claro de cómo la incapacidad de comunicarse provoca los conflictos y que los personajes se comporten como estúpidos por necesidades de la trama. Uno no sabe transmitir que sigue queriendo a su mujer, y se intenta ligar a la vecina que le hace ojitos por pura tontería (te dan ganas de decir “imbécil” nosecuantas veces); ella no sabe valorarse a si misma y es incapaz de transmitir su necesidad de mimos porque, bueno, porque no. Y bueno, Cheri vive su vida y la enredan en todos los follones.

El happy ending obligado es un poco más retorcido de lo esperado, pero remata todas las tramas satisfactoriamente, sin forzar la situación en exceso. Entre tanta tontería, al final los más decentes reciben su premio y los tontos su castigo, dejando una pequeña sensación reconfortante, al recordarte de que, aunque seas un desastre, a veces pasan cosas buenas.


Pero bueno, el libro se lee con facilidad, entre su trama ligerita, las tonterías de sus personajes y los chascarrillos que van cayendo aquí. No necesita mucha concentración, entrando sin problemas en viajes de metro o similares. Lo que más choca es que se trata de un libro muy noventero. Hijo de su época (el libro ya tiene casi treinta años), tiene por objetivo a los jóvenes de aquel momento. Se nota mucho en la idiosincrasia de los personajes, muy alejados de la gente de veintimuchos de hoy en día, tanto en aficiones como en reacciones. Es fácil reconocer muchas actitudes que hoy en día serían bastante cuestionables y estoy seguro que de si se escribiera ahora, sería muy diferente. Reconozco haberme puesto nostálgico al reconocer modas, canciones y actitudes de cuando era pequeño y la vida era más fácil. También me encanta que Jewell plaga la obra de marcas y referencias de moda en la época, muchas de ellas inexistentes hoy día (¡cómo pasa el tiempo!).

Investigando un poco sobre la obra, parece haber una continuación, ubicada cuando los personajes tienen cerca de los cuarenta y les vuelven a pasar cosas. Salió como parte del 15º aniversario de este libro, un poco a modo de homenaje. Quizás puede interesar a alguno, pero al menos yo no tengo especiales ganas de leer.

Al final, lo que tenemos es una comedia ligerita de amoríos de los noventa. Entra con una facilidad pasmosa y se olvida con la misma dificultad. Funciona para desconectar de propuestas o de algún viaje en que no tengas ganas de pensar mucho. Un librito que, sin ser gran cosa, te deja un regustillo agradable al finalizar.

 

Nota: 5

Nota goodreads: 3.6/5 

viernes, 5 de marzo de 2021

Nausicaä del Valle del Viento

A pesar de que ya había visto esta película hacía unos años, va y me regalan el DVD con un chillón de extras y otras cositas (si, todavía hay quien hace estas cosas, cosa que yo agradezco mucho). Una buena excusa para pegarle un repasito, ¿no?

La película nos sitúa en un mundo en el que se lleva años (muchos) en guerra contra una civilización de insectos que ha convertido el lugar en un sitio inhóspito y semi-deshabitado, claramente testigo de una civilización en la que se ha perdido mucho. Todavía queda un resquicio de esperanza en el Valle del Viento, un lugar recóndito que no ha intentado guerrear en exceso, dónde el sol todavía luce y algo parecido a la paz y tranquilidad todavía se concibe. Esta aparente calma atrae la atención de la potencia militar vecina, quienes, seguros de que esta prosperidad esconde un secreto oscuro, deciden invadir el Valle del Viento para mejorar sus posibilidades ante los insectos. Nausicaa, la princesa de este Valle, parece haber encontrado una alternativa en la que nadie había pensado…

Qué cosa más estupenda. Sorprende que un debut como estudio (Cagliostro es anterior, pero era un encargo, mientras que Nausicaa es producción propia) deja patente una historia con tanta madurez. Con indudables influencias de Mad Max (recientemente aparecida), pero pasado con encanto por el filtro propio, conjuga una historia sencilla, pero llena de intensidad, repleta de belleza e imaginación. Son muchos detalles que no se acostumbran a ver en las propuestas “juveniles” de hoy en día, todos usados con talento: los personajes son tridimensionales, con luces y sombras coherentes; la trama tiene enjundia, con ese poso que sabes que acabará bien, pero que deja claro que la vida tiene dientes y muerde, en la que habrá un precio a pagar; finalmente, el universo encierra la promesa de que hay muchos detalles más que contar, una invitación a sumergirse y dejarse fascinar con todo lo que no se te cuenta.

A pesar de sus años y de cómo ha cambiado el estilo del estudio, Miyazaki provoca que cada escena sea una pequeña obra de arte, inyectando emoción como pocos saben hacerlo: la sensación de paz que acompaña a todos los vuelos, la inquietud de Nausicaa introduciéndose en el Mar de Ácido, la abrumadora desolación que provoca la guerra…

A ello se le añade la versión tan fantástica del steampunk que se nos presenta aquí, tan pronto ultra futurista, como completamente retro, como repleto de detalles de extremo bucolismo, casi pastoril, sin que por ello el conjunto pierda coherencia o se pierda la capacidad de sorprender ante cada nuevo invento que aparece en escena. Toda la imaginería destila talento: las diferencias entre los dos reinos humanos son distintivas y reconocibles, mientras que la inhumanidad del mundo de los insectos y su influencia en el paisaje es todo un desborde de imaginación, extraño e inhóspito, pero no por ello menos verosímil. A veces podrías dedicarte a repasar escena tras escena sin prestar atención a la trama, simplemente fijándote en qué se te muestra en pantalla e imaginando cómo es el resto de la sociedad que no se nos enseña.

Lo más curioso es que todos los temas que siempre han inquietado a Miyazaki ya están aquí: Nausicaa es una fábula ecologista, pero narrada con habilidad para evitar caer en maniqueísmos ni condescendencias. Juega con habilidad para llenar de poesía mística la conservación de la naturaleza, manteniendo una pátina antibelicista que aboga por la comprensión y aceptación del diferente para vivir en harmonía. Finalmente, el hecho de dar un rol fundamental a mujeres, convertidas en personajes tridimensionales, con planes propios, virtudes y defectos, sin que su feminidad (que en ningún momento se ignora) sea el motor del personaje.

En este último detalle estriba otro de los grandes aciertos del film. Tener a un personaje tan carismático como Nausicaa facilita la labor de hacer de la película una obra para el recuerdo. Repasando las fechas, sorprende encontrar un personaje femenino tan bien construido. En 1984 no era precisamente habitual que tuvieran una personalidad tan definida. Le repugna la idea de verse dominada por la ira, pero al mismo tiempo acepta la necesidad de luchar y defenderse, se horroriza al ver las consecuencias del odio, derrochando optimismo sin por ello resultar empalagosa, con una desbordante ansia de aventuras que no implica temeridad insconsciente, y sobretodo, voluntad de conseguir un lugar mejor para todos.

Nausicaa del Valle del Viento es una película que destila optimismo en un mundo decadente. Alecciona con estilo y proporciona diversión, fascinación y moralejas a partes iguales, convirtiéndose en un entretenimiento de primera para todo el que quiera disfrutar. Como suele ocurrirme con las películas de Miyazaki, me gustaría poder ver la película por primera vez de nuevo, sintiéndome hechizado por ese valle peligroso, poblado de bosques tóxicos e insectos gigantes, cuyos secretos sugieren aventuras emocionantes. Una delicia.

 

Nota. 10

Nota filmaffinity: 7.6