Sí, conocía Mad Max, era famosa y talpero
nunca había tenido un interés especial en ponerme a con ella. A raíz de un
especial temático en el estupendo programa de radio de “La Órbita de Endor”
(que acostumbro a escuchar mientras conduzo) me decidí a darle un vistazo a la
película que transformó a Mel Gibson en héroe de acción. Después de
todo, un western futurista con carreras de coches y persecuciones es algo que
no se ve todos los días.
Situada en algún momento del futuro, somos
llevados a un mundo donde las carreteras están controladas por bandas de locos
gamberros con coches modificados y motoristas que podrían venir del infierno.
Desesperados por detener a estos peligrosos merodeadores tenemos una policía
sobrepasada por la situación a pesar de que también van en coches tuneados con
todos los chutes posibles. A cargo de la historia tenemos a Max Rockatansky
(toma nombrecillo), un buen policía que intenta mantener la cordura en el mundo
caótico que tiene a su alrededor. Después de que su mejor amigo muere quemado
en la carretera decide que tiene suficiente y se retira. Pero durante sus
vacaciones las cosas se tuercen y Max se convierte en una fuerza vengativa con
efectos devastadores.
Cuando te enfrentas a esta película es
necesario poner en perspectiva los pocos medios que se disponían. Los
efectos especiales son obviamente chusqueros y la edición es cutrilla pero su
modestia está bien aprovechada para recrear con cierto realismo un mundo venido
a menos en una Australia semi-desértica. La imaginería es muy particular pero
bien escogida y el carisma de un entonces desconocido Mel Gibson convierte este
extraño western motorizado en una experiencia interesante.
La montaña rusa inicial constituye un ejemplo de cómo realizar una escena de persecución.
No tienes ni idea de qué está pasando, quién persigue a quién o porqué. Sabes
que hay un bueno y un malo y que hay que correr. Y mucho. El áspero aspecto de las
rugosas carreteras te acerca a un mundo destrozado. Las referencias al petróleo
y los paisajes desérticos contribuyen a crear esa impresión. Además, el vestuario y los
destartalados coches aportan una imagen de ciberpunk futurista que ahonda más
en su efecto apocaplítico. En cuanto las cosas se calman podemos ver que el
argumento no parece tener mucho sentido, pero las persecuciones y los tiros
vuelan que da gusto. Un personaje que se llama Max Rockatansky tiene que molar,
y si lo interpreta un Mel Gibson muy cabreado asegura el disfrute de todos los
que aprecian una buena ristra de explosiones.
La ridícula cantidad de dinero con que se ha
rodado la película juega a su favor al crear el destartalado mundo en que se
mueve la acción pero juega en contra en otros aspectos. La machacona música que
retruena en la película es un ejemplo de cómo molestar. No en vano George
Miller debutaba con esta película, y
su inexperiencia es palpable al mezclar escenas de gran molabilidad y frases
lapidarias que se quedan en la memoria con otras escenas que dan vergüenza
ajena y piden que quites la película ipso
facto. El guión es prácticamente inexistente, su desarrollo está cogido con
pinzas (siendo amables) y los personajes varían entre el histrionismo y la
paranoia, pero bueno, no se puede tener de todo.
Lo más importante de la película es la
influencia que tuvo. No sólo se convirtió en un éxito brutal en todo el mundo,
también puso a Australia en el mapa de las filmografías al presentar un
argumento de ciencia-ficción fuera de lo normal. Por una vez nos alejamos del
espacio exterior, los avances tecnológicos o las paranoias filosóficas. Nos
ceñimos simplemente en las fechorías de una pandilla de asesinos desalmados con
unas dosis de chifladura, erotismo y
paranoia impactante para 1979 (a la que ahora estamos acostumbrados). Es una película hecha con dos duros por un
puñado de jóvenes llenos de entusiasmo, que no tienen miedo de fliparse a gusto
y hacer algo original e innovador que encima tuvo la suerte de nacer en el momento
adecuado.
No es una película a analizar con la razón. Apágala y siente con las tripas lo que produce esta propuesta tan simple como efectiva. Hay un malo muy malo, un bueno que es aún peor (cuando lo enfadas), una patata de historia, mucha adrenalina y gasolina quemada, tiros por todos lados y frases lapidarias. Los creadores tenían que estar muy, muy locos. Pero bueno, a veces la fortuna sonríe a los zumbados y consiguen innovar casi sin querer. Así que si te gusta el género post-apocalíptico y quieres dejar disfrutar a tus instintos, acelera a fondo con Mad Max. Es muy entretenida, también chusca y avergonzante por momentos, pero derrocha carisma y se ha convertido en inspiración para un montón de cosas que han venido después (que no es poco).
Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.7
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