miércoles, 20 de diciembre de 2023

Uno (Richard Bach)

Libro Nº66 de la Cesta’13. Como viene siendo habitual en las últimas propuestas, ni idea de lo que me voy a encontrar.

Título: Uno

Autor: Richard Bach

Título original: One

Traducción: Jorge Mustieles

“Cuando el ahora es el antes y el después, fundidos en un solo tiempo, y el aquí es también ahí y allí, lugares de un solo espacio, soy el que fui y el que deseché ser: yo es tú y vosotros-nosotros-todos-espíritu-Uno.”

Y es que encima de conocer nada de su autor o del libro, tenemos una portada vacía, sin decoración y un resumen excesivamente críptico del que no se puede sacar mucho. Hacía mucho que no acometía un libro con tan poca idea sobre su propuesta.

Y lo que me he encontrado es tremendamente original, pues nos ofrece un viaje místico a través del tiempo y del espacio, siguiendo las vicisitudes multiversales de un matrimonio que no pasa por su mejor momento. Ambos emprenden un viaje en avioneta que pronto se transforma en una experiencia que les llevará a repasar su pasado, su presente, su futuro y todos sus “What if” en una suerte de quiebros extraños a través de los surcos del tiempo (o algo así). En vez de un Vigilante, esta aventura les pondrá en contacto con la entidad llamada “Uno”, que hace las veces de la “Fuerza”, impregnando toda existencia y dotando de sentido a cada aspecto de lo real. Gracias a Uno, emprenderán un viaje de conocimiento que les permitirá llegar hasta lo más fondo del alma de su partenaiere, descubriéndose como las dos mitades de un solo ser destinadas a encontrarse en todas las realidades. Un solo ser realmente formado por tres entidades, al generar una descendencia que desconocían hasta aquel momento, pero como al final todos ellos forman parte de Uno, no dejan de ser un único ser compuestos de pequeñas partes diferencias que, entre todos, componen todo el material de la existencia (sí, la paja mental es grandiosa).

Durante 200 páginas emprenderemos una epopeya a medio camino entre el viaje lisérgico y la indefinición cuántica. Así, se adentrarán en reinos donde la supervivencia depende de descubrir los otros aspectos de ello mismos que aprendieron en las sendas que nunca tomaron, dónde la imaginación y el miedo son herramientas para salvar mundos y destruir existencias, en os que morir es un paso más para sobrepasar a la muerte.

Lo que más gracia me hace es que todo funciona utilizando su viejo aeroplano. Éste les permite salir de la realidad, llegando a una suerte de “interplano” de realidades con el que pueden ir de un lugar a otro del multiverso. La composición de este lugar de inexistencia es un ingenioso ejercicio de imaginación, no sólo a la hora de describirlo sino también para definir o intuir el funcionamiento de los viajes interdimensionales a través del tiempo. Me hace especial gracia como esa manera de viajar se va volviendo poco a poco más (ejem) predecible siguiendo unas reglas más o menos coherentes, que permiten aplicar cierta lógica a lo que vemos en sus páginas.

Felicito este destello imaginación, pero luego echo en falta más gracia a la suerte de jueguecitos multiversales en los que se va mostrando lo que podría haber sido su vida con otras decisiones, en otros países o en otros multiversos. Como debe hacerse patente que son almas gemelas que están hechos el uno para el otro más allá del tiempo y del espacio y tal y tal, acometer cada nuevo universo se vuelve repetitivo y predecible, perdiendo bastante gracia en su desarrollo.

Todo este mejunje no impide avanzar con rapidez, pues nos hallamos ante un libro de doscientas paginitas de letra grande que no se hace pesado en ningún momento. Sin embargo, su propuesta argumental es tan onírica que pierde concreción. Tiene demasiada metafísica para ser literatura, pero le falta lógica y argumentación para ser filosofía (o auto ayuda). No a ha acabado de convencerme sobre lo que defiende. Crea un magnífico mundo de ideas, casi como si se tratara de ciencia-ficción filosófica, pero luego el argumento es demasiado frágil y los personajes apenas consiguen funcionar como armazón sobre el que plasmar las ideas del autor. Presenta la defensa de sus ideas (o eso quiero creer) de manera tan original que sorprende a cada quiebro que te reserva, pero fácilmente puede romper el envoltorio y sacarte de la lectura.

Uno es una propuesta decididamente inesperada. Abraza el género fantástico con tantas ganas que se le va el argumento de las manos, pero se sabe tan diferente que puede fascinar cosa mala si te pilla con el pie adecuado. Otra cosa es que esta suerte de viaje astral para aspirantes a Jedis requiera de una disposición mental muy concreta para disfrutarse.

 

Nota: N/A Es un libro tan extraño y fuera de la realidad que me veo incapaz de puntuarlo.

Nota Goodreads: 3.94/5 

sábado, 16 de diciembre de 2023

Red

Red es una entrega de Pixar que Disney tuvo a bien meter directamente en su plataforma de streaming en vez de estrenar en los cines (con el consiguiente enfado de los directivos de Pixar), por lo que ha pasado bastante desapercibida para mucha gente. Sin embargo, no es ni mucho menos una propuesta a desdeñar.

El tráiler ya dejaba claro de que iba. Mei Lee es nuestra protagonista, una niña de lo más normal, con su colegio, su grupo de amigas y los problemas cotidianos que cualquier chiquilla puede tener. Quizás su madre es un poco (muy) exigente y ella vive aterrada ante la idea de decepcionarla, pero nada que pueda calificarse como extraordinario. ¿Qué da pie a que tengamos una película? Pues que un buen día Mei Lee se encuentra con que se transforma en un panda rojo gigante cuando se avergüenza o se emociona demasiado. Hace lo posible para ocultárselo a su madre, pero cuando ésta se entera, en vez de abroncarla, empieza a adiestrarla para convivir con su “maldición”. Pero Mei lee lo único que quiere es ser una chica normal…

Pues podríamos decir que estamos ante el primer anime que ha firmado Pixar. Si bien no es la primera vez que tenemos esa ambientación cultural (que ya habíamos visto en Big Hero 6 o Bao, por ejemplo), el tratamiento de todos los aspectos de la película es el propio del género: El desarrollo de los personajes a lo largo de la trama, los caretos que meten de cuendo en cuando, la capacidad de parar la acción para hacer el chistaco y luego volver a la película como si nada hubiera pasado… No sé si es una idea preconcebida con la propuesta, pero tengo muy claro con qué se ha criado la gran mayoría de los diseñadores//animadores del proyecto, la influencia es clara. Además, se percibe cierto cambio de estilo en su imaginería, pues Red se aleja del fotorrealismo habitual en el estudio, acercándose hacia un diseño más caricaturesco, como si de una versión 3D de un dibujo japonés se tratara.

Las aventuras (desventuras) de Mei Lee son más que suficientes para divertir a los más pequeños sin asomo de duda. Eso no impide tener un subtexto bastante evidente para los más crecidos. Es fácil interpretar su roja transformación como la llegada de la menstruación, y supongo que en los primeros minutos de metraje cuadran bastante con el simbolismo, pero el devenir de la trama ya deja claro que por ahí no van los tiros. Es más correcto considerar las transformaciones de Mei Lee con problemas para lidiar con la ansiedad y los problemas que te comporta cuando esto te sobrepasa, relacionándolo con los antecedentes familiares y las liadas que ha causado a diferentes generaciones de la familia. En todo momento se realiza un repaso de lo que fue la infancia en los noventa, no tanto abusando de nostalgia (ejem, Stranger Things, ejem) sino con cariño y respeto, recordando los tiempos en que todo era más simple hasta que dejó de serlo.

Estaremos también de acuerdo que la película es una oda al amor furry. Dejemos todos salir al animal de nuestro interior y sintámonos furros para amarnos hasta siempre. ^^

Un poco más en serio, me encanta lo reconocible que es la pandilla adolescente de la época, con toneladas de diversión, algo de rebeldía y su correspondiente vital búsqueda de un lugar en el mundo. ¡Qué bien traída está la Boy Band y todo lo que ocurre en torno a ella! Cada uno de los personajes del grupete se hace querer a su modo (mejorando a la Banda del Patio), encarnando tropos muy propios y reconocibles de su momento. No puedo sino quedarme con la protagonista Mei Lee (y sus momentos salidorros), sus encontronazos con una madre excesivamente protectora y la obsesión de Mei Lee de complacerla en todo lo que pueda (estuve un tiempo saliendo con una chica que tenía el mismo tipo de relación con su madre y, aunque se querían mucho, ¡cuánto daño se hacían!). Asimismo, me hace mucha gracia que se hable abiertamente de tampones y compresas, o que las chicas gusten de ver el baloncesto (aunque sea para ver tíos buenos) con total desvergüenza y naturalidad. En fin, un grupete de adolescentes que se mueven entre la obediencia a sus padres, las locuras de la inconsciencia y las ganas de vivir la vida.

Puede que no cuente una historia realmente diferente, pues no deja de ser un coming of age bastante canónico ambientado en los 90-2000. Los mismos tropos de siempre son bien visibles,  pero cuenta todo lo que desea con acierto, desarrolla la trama a buen ritmo, no considera estúpido a ningún espectador y permitirá que cualquier zagalillo de 10-12 años se vea reconocido en los problemas de las protagonistas. Tiene el añadido de que los protagonistas no son del estrato social habitual de estas propuestas que vienen de EEUU, lo que le añade cierta novedad y frescura (tal como hizo fantásticamente Amphibia, por ejemplo).

La banda sonora no destaca por su virtuosismo, pero encaja impecable con la acción, presta a dar el toque de naturalidad y realismo que cada escena requiere. Mención especial a la creación de la Boy Band y su puñado de canciones inventadas que perfectamente podrían haber existido. Lo mismo ocurre con la animación. El diseño es tan bueno como siempre, pero no busca alardear, sino servir a su historia con fruición, insuflando vida a unos personajes bien construidos. Visualmente bien diseñada, tiene sus puntos de originalidad, mezclando hábilmente la imaginería en un ambiente más cartoon del que estamos acostumbrados. No tiene la grandilocuencia que puede tener Coco o Up, pero se disfruta cosa mala, especialmente si tienes churumbeles de la edad adecuada (con los cuales quizás habrá que hablar al acabar).

Hay rumores (a día de hoy) de que Disney va a aprovechar que no tiene nada especial para Navidad y estrenarla en los cines aunque la película ya tenga un par de años. No voy a ir a verla, pero seguro que atraerá suficientes espectadores como para que el intento valga la pena.

Se llevó su correspondiente nominación al Oscar a película de animación, pero un año en el que tenía que combatir con Pinocho fue demasiado para ella.

Red es una película deliciosamente simpática que pasó mucho más desapercibida de lo que debía. Aventuras para toda la familia a través de una propuesta original, alejada de los cánones que Pixar nos ha venido trayendo estos años. Quizás menor y poco ambiciosa, pero definitivamente entretenida.

 

Nota: 7

Nota filmaffinity: 6.3 

domingo, 10 de diciembre de 2023

Sangre y Acero (C. L. Werner)

Normalmente las sagas se me alargan en el tiempo porque pasan años entre una entrega y la siguiente. No siempre es el plan a seguir y para la de Brunner he intentado que el tiempo sea de apenas unos meses. Así, tenemos su segunda parte fresquita en este sitio.

Título: Sangre y acero

Autor: C. L. Werner

Título original: Blood and Steel

Traducción: Diana Falcón

“¡Entra en el oscuro y peligroso universo del implacable cazador de recompensas Brunner, que persigue a los fugitivos del Viejo Mundo sin tregua ni misericordia! Sin permitir que nada se interponga en su camino, Brunner se enfrenta a goblins, vampiros y toda clase de criaturas oscuras con el fin de atrapar a su presa y cobrar la recompensa. Pero en las sombras acecha el misterioso Krogh, un cazador de recompensas rival con una reputación terrible, que sólo se sentirá satisfecho con la muerte de Brunner.”

Werner abandona el esquema del libro anterior y ya no seguimos la vida de un escritor que se encuentra de vez en cuando con Brunner. Simplemente, tenemos los relatos de las aventuras del cazarrecompensas y punto. Es al final del libro que nos enteramos de que es el mismo escritor del Viejo Mundo que transcribe el libro, pero esta vez se articula de un modo más clásico en forma de tres novelettes de unas 90 páginas y un relato más corto de 40 páginas más. Todos ellos relacionados de manera cronológica (tampoco es que guarden un hilo argumental) como guía para poner orden.

La primera novelette es Bajo la montaña, en la que Brunner debe realizar una misión de escolta, trasladando un prisionero desde Tilea al Imperio. Así, debe cruzar un paso subterráneo a través de las montañas. Este trayecto implica varios días de oscuridad, fue construido por enanos en su época de apogeo, pero años ha tuvieron que abandonarlo y ahora se halla invadido por goblins y otras cosas peores. Sí, tenemos unas Minas de Moria versión Warhammer Fantasy con Brunner de protagonista. Más allá de la obvia inspiración, Werner aprovecha el tema para tener un relato con una atmósfera opresiva, en la que los peligros acechan en cada rincón culminando en un crescendo de acción muy bien conseguido. Tenemos a un Brunner especialmente locuaz (habla más aquí que en todo el libro anterior), mostrando las pocas ganas que tiene de hacer este viaje y unos dejes de humor negro que ya le conocíamos, pero que aquí desborda con ganas. Además, tenemos el cameo de otro cazador de recompensas que ya iremos viendo en otros relatos.

Después viene el relato corto Hospital, en el que Brunner se ve involucrado muy a su pesar en el asedio a un Hospital durante una plaga de pestilencia que asola una población menor cercana a Kislev. Más allá de introducir un poquito de trasfondo sobre los Dioses Menores del Viejo Mundo (que no se toca mucho), es un relato flojito. La acción mola, pero no se puede sacar mucho más de él.

La segunda novellete es Marca mortal, en la que Brunner está en una ciudad de Tilea. Se le encarga la orden de destruir una momia. ¿Quién le contrata? Una vampiresa más bella que cualquier otra mujer que Brunner haya visto jamás. Evidentemente, las cosas no salen nunca bien a la primera y se meterá en unos follones de toma pan y moja. Aquí Werner aprovecha al cazarrecompensas para realizar un homenaje a las películas de la Hammer en el que se pone mucho cariño. Además, lo enlaza (y muy bien) con el trasfondo de las Lahmias de Khemri (y probablemente con las novelas de Nagash), temática que apenas se ha tocado en la franquicia. Este cambio de ambiente le sienta estupendamente, provocando que Brunner esté en una situación que le supera completamente, pero que se las arregla para solventar a su manera. Divertidísimo e interesante.

La tercera es la más larga (Por dónde anda el Moragg) y lleva a Brunner a investigar un intento de asesinato en Remo (Una Roma renacentista, situada en Tilea). EL autor se lo toma con más calma para desarrollar trasfondo sobre la ciudad, los dioses (no tan) menores que se adoran allí y, mediante lo que conocemos del Viejo Mundo, explicarnos como viven los humanos fuera del Imperio y el cobijo de Sigmar. Lo que en un principio parece un simple ajuste de cuentas, pronto se complicará, destapando una conspiración con demonios apocalípticos, secretos oscuros y toneladas de mala leche. Se hace curioso explorar una vertiente más detectivesca y menos violenta por parte de nuestro mercenario favorito. Por momentos, parece que hemos viajado a Arkham y estamos metidos en unos cuantos follones Lovecraftianos, pero la libertad que le permite alejarse de los senderos trillados le sienta estupendamente a un personaje tan lapidario como Brunner. Una historia inesperadamente buena que bien podría haber sido un libro independiente por sí misma.

Lo que no encontramos en este libro es evolución de personajes. Tal como empiezan, acaban. Después de todo, la mayoría apenas se pasan sesenta páginas (con suerte) por ahí, por lo que tampoco es que Werner se moleste mucho en profundizar en ellos. Un poco más exagerado es el caso de Brunner, que sigue siendo ese Brujero duro e inmisericorde, cuyo cinismo no le impide, de vez en cuando, hacer lo correcto. Si acaso en el último relato, cuando la cosa se sale de madre, demuestra tener un humor negro y cierto sentido retorcido de la justicia que no me esperaba encontrar en él.

El libro se sitúa principalmente en Tilea, que viene a ser una recreación de la Italia renacentista en versión WHFantasy. Se trata de una ubicación bastante inusual en las novelas de la franquicia, que no suele alejarse del Imperio del Viejo  Mundo, por lo que hace especial gracia conocer lugares donde no se pone el foco habitualmente. Werner hace un gran trabajo a la hora de describir las increíbles y diversas localizaciones por donde Brunner se mete en líos, además de demostrar buena imaginación al poblar las zonas con una plétora de personajes de lo más variopinta.

No se olvida de mantener la acción por todo lo alto, como es buena marca de la casa. En este caso, se le pule con un barniz más consistente en mostrar a Brunner como un súper detective muy expeditivo antes que en un rebana cabezas. Asimismo, se reducen las dosis de frases lapidarias que tenía la primera novela para darle un toque  más ominoso, con la atmósfera opresiva propia de una novela negra ambientada en un lugar muy inusual.

En conjunto, es una obra más redonda y divertida que Dinero Sangriento, que pecaba de repetitiva. A pesar de ser una segunda entrega, es leíble por sí misma, mezclando hábilmente historias interesantes, acción por todo lo alto y cierta originalidad en sus planteamientos. Así, provee de entretenimiento puro con más enjundia y consistencia que su predecesora. Si te gustó la primera, dale. Si te gusta la acción, dale. Si te gusta la franquicia, a por Sangre y acero.


Nota:
8

Nota goodreads: 4.03/5 

miércoles, 29 de noviembre de 2023

Belfast

El director Kenneth Branagh nos provee aquí de una de sus obras más redondas, al mismo tiempo que una de las más intimistas. Desde aquí ya os digo que me ha encantado. Hoy día, Belfast es una ciudad tremendamente fotogénica, majestuosa y gentrificada, lejos de su reputación de antaño, con sus esculturas, sus museos, y su excéntrico puerto industrial. Ya casi no vemos rastro de la clase trabajadora que vivía en la miseria, más allá de en los murales conmemorativos. Si vamos a Belfast, descubriremos una ciudad resiliente, lejos de las imágenes de una guerra civil que duró más de tres decenios, de los “problemas” que han marcado el final del siglo XX en Irlanda del Norte.

Pero el ojo de la cámara se centra en otro marco temporal, franqueando los muros de la paz que separa dos épocas como antes separaba los barrios de los practicantes de dos religiones enfrentadas. Nos vemos arrastrados por un blanco y negro tan limpio y sincero que ilumina los colores de nuestra imaginación. Admiramos la maestría en la fotografía, olvidándonos de la historia que nos abruma, de la misma manera que se tragó la jovialidad de los habitantes de los barrios mixtos que una vez fueron habitados por católicos y protestantes que vivían en cierta armonía. Estamos en 1969, siguiendo los pasos de un niño que tiene la misma edad que el director en aquel momento. Buddy, este alter ego, respira al ritmo de su vivaz microcosmos: una familia cariñosa, un hogar tranquilo, unos abuelos descarados en los que uno puede confiar…  Del mundo, sólo conoce aquellos lugares que le hacen soñar. Mientras El hombre que mató a Liberty Valance sale por televisión, un hombre camina sobre la Luna. En la bulliciosa calle, los pequeños juegan a ser vaqueros, futbolistas o súper héroes. Aquí todo el mundo se saluda, se conoce y vela por los retoños de los vecinos. La cortesía impera, a pesar de que ahí nadie se calla, los jóvenes cortejan sin miedo y los chistes locos surgen por doquier.

Pero estos nostálgicos recuerdos se verán pronto manchados por un sentimiento de incomprensión y de injusticia. Primero, el exilio a unas calles concretas de la ciudad. Esos escudos imaginarios con los que se protegían de los dragones resultan ser muy frágiles. Un primer incidente rompe la calma, a la hora de merendar. Así, tenemos al pobre Buddy que corre aterrado mientras oye únicamente dos frases: “¡Piedad, no hemos hecho nada!”, “¡Haced entrar a los niños!”. Por el aire vuelan los cócteles Molotov, aflorando toda la violencia que llevaba tiempo acumulada. Las madres, incluida la de Buddy, gritan y lloran, perdida toda la alegría que solían tener.


Tenemos así el escenario a punto, constituido por una alegría de vivir marcada por una tensión que crece sin cesar. Pero Buddy, de familia católica, hace de tripas corazón, quiere disfrutar lo que la vida le ofrece y tiene tiempo para los primeros amores, las aventuras inesperadas y vivir como el niño que es. Es en esta dualidad entre un escenario casi aterrados y la tierna ilusión de un pequeño que Branagh equilibra un relato vigoroso y entrañable, con un guión espléndidamente trazado para reflejar las inquietudes de todos los miembros de la familia, que como si de un Benigni se tratara, hacen lo posible por evitar malos ratos al pequeño soñador. A partir de esta historia íntima, se dibuja un retablo de historia colectiva, tan nimio como poco anodino, siempre rodeado de un elenco actoral que, como el director, vivieron estos tiempos turbulentos, como Jamie Dornan o Ciaran Hings. Para rematar, tenemos una banda sonora estupenda con lo más florido que ha dado el lugar, entre los que destaca un Van Morrison muy bien aprovechado.

Esta autobiografía inventada que nos ha traído Branagh es quizás la mejor de sus películas. Ya tiene una buena filmografía a sus espaldas y ya conocemos sus manías: Siempre buen director de actores, muy encorsetado con la rotundidad argumental y una puesta en escena repleta de detalles. También, inmisericorde con el espectador y con unos dejes Shakesperianos que tienden a hacerse pesados. Sin embargo, aquí aporta toneladas de nostalgia, cariño y melancolía. Belfast refleja un idealizado tiempo que fue, mostrando la inocencia de un niño que no es ignorante a “lo que ocurre”, pero que no se siente atenazado por los tiempos duros que le han tocado en suerte. Este pequeño que no para quieto servirá como motor para que conozcamos a todo el vecindario, construyendo así un lienzo en el que cada escena tiene su sentido. Los terribles hechos que se nos narran pasan por el filtro inocente del protagonista, consiguiendo que la película se convierta en un drama nostálgico extrañamente feel good, cuando deberíamos sentirnos sobrecogidos por todo lo que ocurre alrededor. 

Para darle vida, tenemos a un puñado de actores que saben que tienen tras las cámaras a un director que sabe bien qué quiere y cómo conseguirlo y un guión repleto de matices con lo que todos se pueden lucir. Con esa idea en mente, lo dan todo para el bien de la película. El trabajo del pequeño Jude Hill es inesperadamente bueno para un churumbel, mientras que Caitriona Baille y Jaimie Dornan no les van precisamente a la zaga. Sin embargo, son los dos abuelos los que se llevan la palma. Tanto Judi Dench como Ciarán Hinds componen dos papeles llenos de cariño, deliciosamente entrañables, pero al mismo tiempo que denotan el sufrimiento que han debido de pasar a lo largo de los años (la perenne crisis irlandesa, las dos guerras mundiales, etc), conscientes de que a sus hijos y nietos no les toca otra cosa que apretar los dientes, sin por ello dejar de contribuir por su bienestar. Un abrazo enorme que les daba a los dos.

A pesar de ser una propuesta claramente menor (por mucho que viniera de un cineasta reputado), la Academia se acordó de Belfast con un chorreo de nominaciones (Película, director, actor de reparto (Ciarán Hinds), actriz de reparto (Judi Dench), Guión original, Canción y sonido. De todos ellos, se llevó Mejor Guión Original en un año especialmente repartido.

Belfast es un amargo dulcecito con el que disfrutar y horrorizarse. Un retorno entrañable a la infancia que sirve a la vez de crónica apócrifa de unos tiempos convulsos. Reúne un puñado de buenos actores con un director la mar de competente y una historia espléndidamente hilvanada y desarrollada. Todo ello en noventa minutos la mar de aprovechados.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 6.7 

lunes, 27 de noviembre de 2023

The Batman

Y cuando todavía no nos habíamos recuperado de todos los follones que generó el Batman de Ben Affleck y la Liga de la Justicia, va y se anuncia la enésima reencarnación del encapuchado. Los ánimos no mejoraron mucho cuando además se anunció que el actor escogido para ello iba a ser el “vampiro brillante” Robert Pattinson. Pocas veces he visto una reacción tan visceralmente contraria a una decisión de casting.

Por si fuera poco, se anunció casi desde un primer momento que esta película estaría separada del DCUniverse, siendo simplemente “una película de Batman”. Así que tenías a otro montón de fancistas echando llamas por el culo, pues ¿Cómo no se iba a mantener un Universo Compartido, etc? Y por si fuera poco, se venía de echar a Zack Snyder de la dirección del proyecto completo, añadiendo todavía más sal a la herida de los talibanes del integrismo tebeístico.

En fin, que había mucha gente con ganas de atizar a esta película, incluso antes de que saliera o siquiera se vieran algunas imágenes sobre ella. Su producción estuvo envuelta en críticas y ardían las redes ante cualquier noticia que se generara sobre el tema. Creo que más allá de Las Cazafantasmas y Cpt. Marvel, no recuerdo tanto odio ante un proyecto, así reciente.

Pero bueno, la película salió y mostró una nueva versión de Bruce Wayne y Batman. Esta vez acercándose a un personaje novato, que hace poco ha empezado a “trabajar” y todavía no se ha ganado la reputación y la confianza de los demás. Para la mayoría de gente, es “un loco” que hace locuras, tan delincuente como los criminales que dice querer capturar. El detonante del film es la aparición de un súper-terrorista llamado Enigma que parece tener algo personal contra Batman, trayendo de cabeza a nuestro héroe, a la policía y a la Mafia de Gotham.

Y hay mucha tela que cortar. Principalmente porque tenemos los  referentes muy presentes y pesa mucho ante la gestión de las expectativas. Por un lado, el Batman de Affleck (una montaña de músculos hipertecnológica) estaba todavía en activo, sacando películas. Por el otro, todo el mundo tiene presente la gran actuación de Christian Bale en la reconstrucción del personaje que hace Nolan. Así que la presión que tenía el director Matt Reeves sobre qué facetas mostrar o en qué centrarse era morrocotuda, viéndose ante (casi) la obligación de hacer una buena película o lo iba a pasar mal. Las decisiones se toman y, en vez de alejarse radicalmente de anteriores encarnaciones o tomar la vía kitsch. Reeves decide tirar por la vía de en medio y, utilizando un par de los cómics más reputados del murciélago, hace un machembrado muy raro para adaptar su estética y mitología. Tenemos a un Batman menos heroico y más detectivesco, se nota, se hace hincapié en que todavía está verde en algunas cosas, mostrando que hay un buen camino que recorrer. Volvemos a vivir una Gotham que respira como un personaje más, despidiendo una atmósfera decadente en la que nos creemos que cualquier delito es posible y la vida importa poco, como si de una Ciudad del Pecado se tratara. Si bien no tiene la ampulosidad de Nolan o el barroquismo de Schumacher, el trabajo visual es notable a la hora de mostrar una ciudad repleta de siniestra riqueza.

La acción se presenta inesperadamente desnuda de artificio. Se siente dura y desagradable sin necesidad de acrobacias extrañas ni cámaras desenfocadas. Más allá de algunos tortazos mortales al aterrizar (que apenas le producen magulladuras), las coreografías son variadas, con un puñado de escenas que seguro recordaremos unos cuentos años. Destacaría la persecución al Pingüino por la autopista, con un Batmovil que parece salido de Mad Max, la ingeniosa pelea en el pasillo a oscuras, sólo iluminada por los estallidos de las armas y, sobreotodo, la primera aparición en el metro, muy efectista en su mini-acercamiento al terror.

Una de las sorpresas que yo (y casi todos) nos llevamos fue el estupendo trabajo de Robert Pattinson a la hora de dar vida a Bruce Wayne. Quizás no es el mejor Batman que hemos visto, SÍ es el mejor Wayne. No es habitual ver tan bien reflejado al hombre torturado por sus demonios internos, tan ido que sólo encuentra consuelo en ponerse la máscara para vengarse. A su alrededor, un elenco de secundarios da el do de pecho a la hora de dar vida a todos los antagonistas que conocemos del cómic. Catwoman (Zoe Kravitz), el Pingüino (Colin Farrell), Carmine Falcone (John Turturro) y, sobretodo, un Enigma irreconocible y con toneladas de mala leche (notabilísimo Paul Dano). Un poco más desaprovechados veo a los adláteres del prota, pues ni Alfred (Andy Perkins) ni el Comisario Gordon (Jeffrey Wright) realizan un trabajo tan memorable. A grandes rasgos, el descomunal metraje permite espacio para que todos los secundarios tengan profundidad, dejando margen para que cualquier actor con ganas pueda lucirse y vaya si se quedan a gusto.


El mayor problema – quizás – del film es que toca demasiados palos. Uno acaba fácilmente confundido y no es fácil aclararse si estamos creando el mito, acabando con la mafia, luchando contra supervillanos, viviendo una historia de amor y venganza o si lo único que importa son los traumitas del protagonista. Esta dispersión obliga al espectador a esforzarse por seguir el hilo, lo cual es divertido, pero puede hacerse una tarea pesada al final de las tres horas. Lo mismo ocurre con los acertijos y la torpeza de Batman para resolverlos. No sé si es que es un novatillo o un atontao, pero se muestra especialmente obtuso a la hora de encontrar una solución y siempre se los tienen que ir resolviendo, dando lugar a algunas líneas de diálogo que son un poquito vergonzosas en algunos momentos.

Esto redunda con la desmesurada longitud del film. Reeves quiere que todo momento sea trascendente, grande y rotundo (bueno, tampoco llegamos a la grandilocuencia de Snyder, pero se queda a gusto). Está todo el rato “a tope”, incluso cuando está tomándose un café, durante tres horas. Al ver la película en el cine, salí realmente agotado, pues el metraje no respira, no descansa ni un momento. Quitando pausas al hablar y otras escenas de caminar ominosamente hacia el objetivo ahorraríamos treinta minutos, ganando mucho ritmo entre medias, seguro. Curiosamente, cuando la volvía a ver en casa (sí, a veces uno es un rato masoca) gracias a HBO, la tuve que partir en tres episodios (las noches después de cenar dan para lo que dan) y entró mucho (pero mucho) más fina. El tener un descanso entre días hacía que el gravitas se tragara mejor, resultando en una experiencia mucho más gratificante.

Además de no tomarse ninguna prisa por explicar la historia, otro problema es que la película tiene tres epílogos que llegan cuando ya estás agotado. Pero bueno, por lo menos cierran todo lo argumentalmente importante, dejando el camino abierto para una segunda parte (que se confirmó desde el segundo uno) y la posible aparición del Joker en un futuro. Después del guirigay que ha supuesto el cambio de poderes en Warner/DC, The Batman 2 fue casi la única película que sobrevivió a todos los ajustes – quizás por ir por libre desde un primer momento – aunque cambiando como veinte veces de argumento. Al final, parece que tendremos conjunción de este Batman con el Joker de Joachim Phoenix. A mí me hubiera gustado que tardaran alguna película más en juntarlos, pero comprado me tienen.

El reinicio de Batman que nadie había pedido ha acabado siendo una sólida película de súpers. Se ve lastrada por su pantagruélica longitud, lo que afecta al ritmo y al poso. Sin embargo, el esfuerzo de todo el elenco, un guión mejor pensado de lo que parece a primera vista y un director que sabe qué quiere hacer con su producto hacen de su visión una experiencia muy aprovechable. Si han de ser películas de súpers con esta enjundia, me da igual que no se busque un Universo Compartido.

 

Nota: 8

Nota filmaffinity: 6.9 

sábado, 25 de noviembre de 2023

Ni por favor ni por favora (María Martín)

Hay veces que te apuntas a Burrines y ni te acuerdas de ellos. Entonces es cuando te aparecen los libros y hay que meterlos en vereda de alguna manera. Gracias Vedacris por la organización.

Tïtulo: Ni por favor ni por favora

Autor: María Martín

“<<Los niños que terminen pueden ir al recreo>>, dice la maestra. Julia se queda sentada ensu pupitre, esperando su turno. <<Fulanita, he dicho que podéis ir al recreo>> y, como Julia permanece inmóvil, al final le explica que con <<niños>> se refiere también a las niñas. Horas más tarde, el profesor de gimnasia dice: <<Los niños que quieran formar parte del equipo de futbol que levanten la mano>>. Julia alza la mano, decidida, a lo que el profesor, incómodo, reacciona: <<He dicho los niños>>.  Julia estupefacta, no entiende nada. <<¿Pero no había dicho los niños?>>. Y así, las mujeres, desde pequeñas, tienen que aprender a deducir cuando están incluidas y cuando no. Aunque la anécdota puede parecer divertida, en realidad no lo es. Desde antes de nacer se educa de modo distinto a unas y otros, se nombran de modo diferente, se naturaliza la diferencia cultural como resultado artificial de las diferencias biológicas. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de lenguaje inclusivo? ¿Es lo mismo que lenguaje <<políticamente correcto>> o no tiene nada que ver? ¿Cómo comunicarnos sin dejar fuera del discurso a la mitad de la población? ¿Cómo expresarnos de norma correcta, amena y comprensible sin discriminar a nadie? ¿Es nuestro lenguaje sexista? ¿Y las autoridades encargadas de darle esplendor? En este libro no encontrarás propuestas extremas ni definitivas, pero sí muchas herramientas para comenzar a utilizar el lenguaje inclusivo de forma sencilla, con multitud de ejemplos y mucho humor. Porque la solución está en la punta de lengua.”

¿Y yo por qué me apunté a esto? Ni idea, no suelo disfrutar de los ensayos, pero habrá que remangarse y aprovecharlos.

¿Qué quiere el libro? Por una vez, el resumen es bastante explicativo. Es un escrito de protesta ante los desmanes que la lengua hace con los géneros gramaticales, con la idea de recomendar hacia el uso de un lenguaje inclusivo que contenga menos sexismos.

Un propósito loable. Desglosando el libro, empiezo por el mayor defecto. De su reducida longitud (150 páginas), dedica el 80% del tiempo a explicarnos porqué la RAE es machista y conservadora (que lo es, y mucho) y apenas 20 páginas que funcionan como guía de escritura hacia un lenguaje inclusivo (organizado como anexo). Diría que un reparto más equitativo de ambos temas le habría quedado mejor, pues se pierde en sus reiteraciones, criticando más de una vez un mismo aspecto del vetusto uso del lenguaje normativo. Sí, ya nos había quedado claro que los de la RAE son unos carcas, sí, no hace falta que vuelvas a ello tantas veces…

Y ahora vamos a lo bueno. Se nota un trabajo tremendo en la escritura del libro. Hay muchas horas buscando ejemplos, ideando sugerencias y explicando las claves para un mejor uso de las herramientas que permite el idioma. En conjunto, es un buen ensayo para repasar los dejes que se pudieran tener al hablar y expresarse, conminándonos a explorar un mejor uso de las herramientas del idioma.

La autora tiene un estilo muy característico al escribir, con una retranca muy bien encontrada que sorprende desde un primer momento. Entre burlas directas, chistes más o menos velados y un lenguaje un poco brutico, se hace bastante gracioso una vez entras en su humor. Reconozco que me costó un poco hacerme a ello, pero en cuanto le cogí el punto, la sonrisita socarrona estaba siempre presente. Yo creo que el mismo texto se podría utilizar casi literalmente para hacer monólogos-espectáculo sobre el tema y no dudo que funcionaría.

Como siempre en estos casos, quienes más lo necesitan no lo leerán. Quizás no le dedica tanto espacio a desarrollar estrategias lenguaje inclusivo como me gustaría, pero le da tanta cera a la RAE con tanta mala idea que se devora cosa mala. Una lectura que te saca unas risas y te hace reflexionar, que siempre va bien.

 

Nota goodreads: 3.95/5 

jueves, 23 de noviembre de 2023

Historias de la Radio

Hoy voy a entretenerme con una película algo especial, pues era una de las favoritas (o eso quiero recordar) de mi abuela. Cada vez que teníamos que quedarnos horas y horas en su casa (principalmente en verano), sacaba sus cintas de VHS y caía de manera regular. No sé cuántas veces la vi, pero seguro que muchas.

Historias de la radio es justo eso, un sentido homenaje a la radio, fuente de ilusión, entretenimiento y alegrías para los hogares de la España de los años 50. Cuando los televisores todavía no habían desembarcado en la sociedad, el mayor remedio para la soledad que tenía la gente era la radio, llenando incontables horas de ocio, distrayendo de las desgracias del día a día y alegrando a los afortunados que ganaban en los extraños concursos que aparecían en aquellos días.

Esta película funciona como un entrañable retrato de la vida de los madrileños, mostrando la ilusión que genera la radio y ser, por unos minutos, el centro de atención de toda una nación. Dirigida por Sáenz de Heredia, posteriormente uno de los cineastas referencia del franquismo, comprende una comedia capriana que muestra la parte noble de todos y nos invita a disfrutar de la vida con optimismo, que no todo está tan mal. No dudo ni por un momento que Woody Allen vio esta película para hacer sus Días de radio, aunque éste nunca haya dicho nada sobre ello.

Historias de la radio cuenta justo eso, tres historias articuladas en torno a tres concursos de un programa de radio que sirven para mostrar cómo era el día a día de los madrileños. Sáenz de Heredia muestra con naturalidad que son tiempos duros, pero en ningún momento se regodea en la miseria, simplemente muestra las cosas como son. Esto no impide que la gente viva con optimismo, con las ganas de vivir propias de aquellos que, a pesar de todas las dificultades, luchan por tener un mañana mejor para todos. Destaca, tal como hemos visto mil veces en Qué bello es vivir esa parte noble y optimista que hay en cada vecino, en cada persona que nos podemos encontrar en cualquier parte. Se trata de una película que desprende simpatía, que nos invita a ser mejores personas y ser amables, que joé, tampoco cuesta tanto. Sólo por eso ya da pie a tenerle cariño.

Las tres historias principales tienen como recurso generador la participación de los protagonistas en tres concursos de los muchos que poblaban la programación radiofónica de la época.

En la primera de ellas, protagonizada por el glorioso Pepe Isbert (para quitarse el sombrero tres veces), se premiará con una buena cantidad de dinero a la primera persona que venga disfrazado de esquimal, con trineo y perro incluido. El susodicho Isbert es un inventor que ha creado una suerte de pistón capaz de revolucionar la mecánica de la época. Sin embargo, la pobreza reinante y la poca inversión del Estado en ciencia le impide patentar su  pistón para poder mejorar a la humanidad. Así que, ni corto ni perezoso, se las arreglará para conseguir el disfraz y llegar a la emisora (con la inestimable colaboración de un divertidísimo Tony LeBlanc), una odisea de mayor dificultad que la inicialmente planteada. Provee de un chillón de risas, da un par de pedradas (ligeras) a la I+D del momento y se brinda un discurso final de aúpa.



El segundo concurso es el típico en que llaman a un número al azar y el dueño del mismo tiene que descolgar y decir las “palabras mágicas” para recibir un premio. La casualidad quiere que un ladrón (Ángel de Andrés) esté haciendo su trabajo – desvalijando una mansión – cuando le llaman. Su alegría se torna preocupación cuando debe personarse en la emisora para identificarse y recibir el dinero. Así que no tendrá otra que buscar al dueño de la casa (José María Llado), explicarle la situación y llegar, de alguna manera, a un trato. Aquí tenemos un entrañable retrato de los estratos sociales del momento y de las penurias que pasan unos y otros para llevarse un plato a la boca. La construcción de diálogos brilla, especialmente a la hora de mostrar que el ladrón roba por necesidad y no por vicio, pues en el fondo, Los ladrones son gente honrada.

El último concurso es un trivial en la que el concursante va doblando sus ganancias sabiendo que se puede plantar en cualquier momento y perderá todo si falla. El participante es un humilde maestro de escuela de un pueblecito perdido de la España Profunda. Su motivo para participar es la necesidad de conseguir el premio máximo para que así uno de sus alumnos pueda viajar al extranjero para tratar su enfermedad y vivir unos cuantos años más. Primero veremos la desesperación de la gente del pueblo (pobres todos) para encontrar una solución, retratando la miseria con la que vivía el medio rural (no es Las Hurdes y es todo muy Capriano, pero bien que se nota que no tienen nada). Luego, tendremos el concurso en sí, que construye notablemente la tensión (ríete de Slumdog Millionaire) con una resolución gloriosa de las que te levanta en el asiento.


Todo ello viene engarzado por dos entremeses que hacen las veces de unión entre relatos. En el primero, tenemos las vicisitudes del locutor (irreconocible Paco Rabal) y su ayudante (Juanjo Menéndez) en sus esfuerzos de ligoteo con chistosas consecuencias (especialmente con lo anacrónico que es todo el proceso ^^). En el segundo, dos espectadores que parecen salidos de Muchachada Nui escuchan la radio desde su casa y aportan su granito de arena surrealista sobre lo que han ido escuchando.

Me parece curioso como la película no esconde en ningún momento la miseria y la desesperación del día a día de la gente, cosa que al régimen no solía gustar de ver y exigía cambios. Supongo que, tal como hacía Berlanga, su apuesta por el humor y convertir la película, a pesar de todo, en una comedia hace que pase algo más desapercibido. Y de humor va sobrada la película. Sí, muy de su época y todo muy blanquito y muy correcto, pero descacharrante por momentos, destacando el slapstick de Pepe Isbert y su trineo (y su perro anti-aplausos) y los afiladísimos diálogos entre Ángel de Andres y Jose María Llado (me has robado, pero no, pero te he ganado un premio, pero… ). Quizás el momento más embarazoso es el dedicado a los intentos de ligoteo de los locutores, que intentan ser algo picantones y, bueno, se nota que han pasado ochenta años, con todo lo que ello implica. Algo de vergüencita ajena sí que generan.

Es una película deliciosa, con ese toque de los homenajes con cariño que hace que puedas verla con una sonrisita tonta en la boca. Sin embargo, no sé hasta qué punto un espectador cualquiera que no haya vivido esos tiempos ni de oídas, que no tenga el bagaje emocional que tengo con Historias de la radio, o no se ha tirado horas y horas con un transistor cómo único posible entretenimiento podrá conectar con la película y disfrutarla como yo lo he hecho.

De vez en cuando, es un gusto ver películas que te hacen sentir bien por dentro. Historias de la Radio es un agradable retrato costumbrista del Madrid de mediados de los 50, con historias bien contadas de gente corriente, unos cuantos chistes bien encontrados y un deje optimista que se ve con una sonrisa tonta la mar de confortable. Ah, y Pepe Isbert es la caña.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.2