miércoles, 29 de noviembre de 2023

Belfast

El director Kenneth Branagh nos provee aquí de una de sus obras más redondas, al mismo tiempo que una de las más intimistas. Desde aquí ya os digo que me ha encantado. Hoy día, Belfast es una ciudad tremendamente fotogénica, majestuosa y gentrificada, lejos de su reputación de antaño, con sus esculturas, sus museos, y su excéntrico puerto industrial. Ya casi no vemos rastro de la clase trabajadora que vivía en la miseria, más allá de en los murales conmemorativos. Si vamos a Belfast, descubriremos una ciudad resiliente, lejos de las imágenes de una guerra civil que duró más de tres decenios, de los “problemas” que han marcado el final del siglo XX en Irlanda del Norte.

Pero el ojo de la cámara se centra en otro marco temporal, franqueando los muros de la paz que separa dos épocas como antes separaba los barrios de los practicantes de dos religiones enfrentadas. Nos vemos arrastrados por un blanco y negro tan limpio y sincero que ilumina los colores de nuestra imaginación. Admiramos la maestría en la fotografía, olvidándonos de la historia que nos abruma, de la misma manera que se tragó la jovialidad de los habitantes de los barrios mixtos que una vez fueron habitados por católicos y protestantes que vivían en cierta armonía. Estamos en 1969, siguiendo los pasos de un niño que tiene la misma edad que el director en aquel momento. Buddy, este alter ego, respira al ritmo de su vivaz microcosmos: una familia cariñosa, un hogar tranquilo, unos abuelos descarados en los que uno puede confiar…  Del mundo, sólo conoce aquellos lugares que le hacen soñar. Mientras El hombre que mató a Liberty Valance sale por televisión, un hombre camina sobre la Luna. En la bulliciosa calle, los pequeños juegan a ser vaqueros, futbolistas o súper héroes. Aquí todo el mundo se saluda, se conoce y vela por los retoños de los vecinos. La cortesía impera, a pesar de que ahí nadie se calla, los jóvenes cortejan sin miedo y los chistes locos surgen por doquier.

Pero estos nostálgicos recuerdos se verán pronto manchados por un sentimiento de incomprensión y de injusticia. Primero, el exilio a unas calles concretas de la ciudad. Esos escudos imaginarios con los que se protegían de los dragones resultan ser muy frágiles. Un primer incidente rompe la calma, a la hora de merendar. Así, tenemos al pobre Buddy que corre aterrado mientras oye únicamente dos frases: “¡Piedad, no hemos hecho nada!”, “¡Haced entrar a los niños!”. Por el aire vuelan los cócteles Molotov, aflorando toda la violencia que llevaba tiempo acumulada. Las madres, incluida la de Buddy, gritan y lloran, perdida toda la alegría que solían tener.


Tenemos así el escenario a punto, constituido por una alegría de vivir marcada por una tensión que crece sin cesar. Pero Buddy, de familia católica, hace de tripas corazón, quiere disfrutar lo que la vida le ofrece y tiene tiempo para los primeros amores, las aventuras inesperadas y vivir como el niño que es. Es en esta dualidad entre un escenario casi aterrados y la tierna ilusión de un pequeño que Branagh equilibra un relato vigoroso y entrañable, con un guión espléndidamente trazado para reflejar las inquietudes de todos los miembros de la familia, que como si de un Benigni se tratara, hacen lo posible por evitar malos ratos al pequeño soñador. A partir de esta historia íntima, se dibuja un retablo de historia colectiva, tan nimio como poco anodino, siempre rodeado de un elenco actoral que, como el director, vivieron estos tiempos turbulentos, como Jamie Dornan o Ciaran Hings. Para rematar, tenemos una banda sonora estupenda con lo más florido que ha dado el lugar, entre los que destaca un Van Morrison muy bien aprovechado.

Esta autobiografía inventada que nos ha traído Branagh es quizás la mejor de sus películas. Ya tiene una buena filmografía a sus espaldas y ya conocemos sus manías: Siempre buen director de actores, muy encorsetado con la rotundidad argumental y una puesta en escena repleta de detalles. También, inmisericorde con el espectador y con unos dejes Shakesperianos que tienden a hacerse pesados. Sin embargo, aquí aporta toneladas de nostalgia, cariño y melancolía. Belfast refleja un idealizado tiempo que fue, mostrando la inocencia de un niño que no es ignorante a “lo que ocurre”, pero que no se siente atenazado por los tiempos duros que le han tocado en suerte. Este pequeño que no para quieto servirá como motor para que conozcamos a todo el vecindario, construyendo así un lienzo en el que cada escena tiene su sentido. Los terribles hechos que se nos narran pasan por el filtro inocente del protagonista, consiguiendo que la película se convierta en un drama nostálgico extrañamente feel good, cuando deberíamos sentirnos sobrecogidos por todo lo que ocurre alrededor. 

Para darle vida, tenemos a un puñado de actores que saben que tienen tras las cámaras a un director que sabe bien qué quiere y cómo conseguirlo y un guión repleto de matices con lo que todos se pueden lucir. Con esa idea en mente, lo dan todo para el bien de la película. El trabajo del pequeño Jude Hill es inesperadamente bueno para un churumbel, mientras que Caitriona Baille y Jaimie Dornan no les van precisamente a la zaga. Sin embargo, son los dos abuelos los que se llevan la palma. Tanto Judi Dench como Ciarán Hinds componen dos papeles llenos de cariño, deliciosamente entrañables, pero al mismo tiempo que denotan el sufrimiento que han debido de pasar a lo largo de los años (la perenne crisis irlandesa, las dos guerras mundiales, etc), conscientes de que a sus hijos y nietos no les toca otra cosa que apretar los dientes, sin por ello dejar de contribuir por su bienestar. Un abrazo enorme que les daba a los dos.

A pesar de ser una propuesta claramente menor (por mucho que viniera de un cineasta reputado), la Academia se acordó de Belfast con un chorreo de nominaciones (Película, director, actor de reparto (Ciarán Hinds), actriz de reparto (Judi Dench), Guión original, Canción y sonido. De todos ellos, se llevó Mejor Guión Original en un año especialmente repartido.

Belfast es un amargo dulcecito con el que disfrutar y horrorizarse. Un retorno entrañable a la infancia que sirve a la vez de crónica apócrifa de unos tiempos convulsos. Reúne un puñado de buenos actores con un director la mar de competente y una historia espléndidamente hilvanada y desarrollada. Todo ello en noventa minutos la mar de aprovechados.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 6.7 

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