miércoles, 8 de noviembre de 2023

Drive my car

No hay nada dentro de Drive My Car (¿título quizás inspirado por la canción de Los Beatles?) que progrese por azar. Todo se desarrolla según las leyes de una magnitud constante que permite a Hamaguchi de reflejar, a su manera, una vertiginosa profundidad dentro de la comprensión del alma humana. El cine de Hamaguchi nunca ha sido explícito, funciona por ecos, tomándose su tiempo para situar con habilidad los elementos a los que se hará referencia posteriormente para influir subliminalmente a los personajes. Como el coche del título, Drive my car avanza con su ritmo imperturbable, melancólico y sereno, a lo largo de las suaves curvas de los sentimientos de los protagonistas dónde, entre amores perdidos, confidencias y nuevas creaciones, todo acabará por encontrar su lugar.

De la novela original de Murakami, Hamaguchi guarda lo esencial: Los intercambios entre Kafuku, un veterano director de teatro, y su jovencísima chófer Misaki, a la que se ha confiado la seguridad de sus trayectos en coche. Hamaguchi añade una bella primera parte, relatando la vida de Kafuku con su mujer Oto, guionista por su parte, que extraía su energía creativa a partir de travesuras sexuales, y a quién Kafuku una vez sorprendió con otro hombre sin poder comprender jamás ese gesto. Dos años después de su pérdida, mientras monta la obra Tio Vania de Chéjov para un festival en Hiroshima, y a partir de que Misaki se instala al volante de su coche, que comienza un paciente proceso de reconstrucción dentro del alma de Kafuku.

El vetusto Saab 900 de Kafuku tiene en este título un lugar principal. Ya hemos perdido la cuenta de las películas que utilizan el poder alegórico del automóvil: lugar ideal para la puesta en escena, a la vez habitáculo íntimo y abierto al mundo. Los hay nerviosos, confortables, fatigados… El de Kafuku es de un rojo intenso sin ser llamativo, y navega con habilidad las carreteras casi siempre vacías de las zonas rurales japonesas. Lo especial es que se trata de un coche donde se cuentan infinidad de historias. Cuando antaño viajaba con su esposa, escuchaba las historias que ella inventaba para sus guiones. Una vez solo, inserta los casetes donde tiene grabados diálogos de las obras en las que estaba trabajando y que él re escucha sin cesar para memorizar hasta el más mínimo detalle. Un proceso al que más tarde se verá expuesta Misaki y que provocará en ellos una extraña alquimia.

Verdadero vehículo de historias, el coche muestra entonces la verdadera joya del film: El poder de la palabra. La palabra circula sin cesar entre los seres, a veces por vías inesperadas, ordena las historias de los personajes y, finalmente, lleva a cabo su tarea con los sentimientos. Relaciona la ficción y la realidad, da cuerpo a existencias aisladas y junta aquello que la vida había desperdigado. ¿Podrá Kafuku permitirse ser feliz otra vez? ¿Qué oculta Misaki sobre su pasado? ¿Cómo llegó a ser chófer con apenas veinte años? ¿A qué llevará la extraña complicidad que se va gestando entre ambos?

Es poco corriente de ver a un cineasta proveer de tanta intensidad a las miradas con la confianza que aporta a los diálogos. Para Hamaguchi, filmar el contar tiene más fuerza que filmar lo contado. Pues la voz desvela menos el misterio de lo que no debe saberle.  Como ejemplo tenemos el guión que Oto cuenta a Kafuku tras sus escarceos amorosos: la historia de una escolar que se salta las clases para adentrarse, en su ausencia, en la habitación del chico que le gusta, pero al que no se atreve a declarársele. Kafuku comprende: hay zonas dentro de nosotros que no conocemos y zonas que ya hemos explorado. Cuando el secreto se revela, la historia alcanza una nueva intensidad.

Estos diálogos confusos son utilizados para hablar sobre la culpa y la ausencia, sobre las palabras que se debían haber dicho y las que debían haberse callado, sobre el duelo y el permitirse sufrir por los que ya no están y, sobretodo, por el lado oscuro de las personas que conocemos. Son complementados por todas las acciones en torno a la obra del Tio Vania, de la que seremos testigos de los ensayos y preparaciones, añadiendo, en una suerte de ficción metaliteraria, nuevos puntos de vista que aportan trasfondo adicional al sufrimiento de nuestros personajes. Ello cobra especial importancia cuando el actor escogido para protagonizar la obra es justamente aquel con quien Oto decidió ser infiel.

Este argumento aparentemente vacuo, repleto de información que se transmite a base de miradas y palabras no explicadas, se alarga a lo largo de tres horas que, por alguna razón, no se me han hecho pesadas. Sabiendo que es una propuesta que puede hacerse cuesta arriba con mucha facilidad, que exige un tremendo esfuerzo del espectador para rellenar todos los huecos y que se vertebra principalmente a partir de personas hablando en un coche sobre sus vidas, es evidente que sólo deberíais atreveros con Drive My Car si sois conscientes de lo que vais a ver y si os apetece ver algo así en este momento. Si no, la tortura puede ser morrocotuda.

El mensaje sobre la falta de comunicación y el poder de la palabra se ve reforzado por el uso de cinco idiomas diferentes a lo largo de la película (japonés, chino, coreano, inglés y signos), jugando muy bien en torno a los idiomas que conocen unos y otros personajes y sobre la posibilidad de quedarse perdidos sin traducción en unos y otros momentos. Especialmente destacable es uno de los papeles secundarios de Tio Vania, interpretado por una mujer muda, que interpreta su papel con lengua de signos. Su marido hace las veces de traductor de un mensaje que nosotros hemos leído en subtítulos, provocando que estemos expectantes de la reacción del resto de personajes respecto a una información que conocemos, con resultados impactantes cuando la trascendencia se impone. No obstante, su papel de “ángel” sirve de catalizador para que los demás despierten, permitiendo destacar que sigue habiendo algo bueno que aprovechar en cada vida.

No es, ni mucho menos, la primera obra japonesa que focaliza su atención en los problemas de comunicación, pero sí es una de las que lo refleja con mayor habilidad, dejando patente la de cosas que se habrían resuelto simplemente hablando. El guión destaca por su sutileza en el trazo, mezclando las tribulaciones de los personajes con los entresijos de una obra de teatro, cine dentro de cine bien tratado (que siempre me gusta), imágenes que dicen más de lo que parece y una magnífica construcción de caracteres. Esta tarea de orfebre se complementa con ritmo hipnótico muy bien pensado, llevado a reflejar el concepto de la rutina y los pequeños cambios que hay a cada ciclo que permiten progresar. Como he comentado antes, me sorprende lo bien que pasaron las tres horas de metraje.

Aunque salí con un delicioso regusto del cine, me sorprendió la atención que atrajo en los Oscar, pues fue nominada a Película, director, guión (doble mérito de Hamaguchi) y película extranjera. Además, una vez vistos los nominados, ésta era la que más me gustaba de todas. No es que CODA me parezca una mala película (ni por asomo, ya se pasará por aquí), pero Drive My Car es una propuesta de mejor calado y resultado en casi todos sus aspectos. También acepto que es una propuesta más difícil y no serán pocos los espectadores que salgan volando a la que se suban en el coche – y tampoco pasa nada por ello –, pero me hubiera gustado que se llevara algo más que el Oscar a película extranjera. No todos los años tenemos Parásitos (jé).

Drive my car es una película hermosa. En sus reflexiones, en sus paisajes y su puesta en escena. Es una película triste, en sus personajes y en sus historias. Es una película melancólica, que insinúa más que explicita. Y es, sobretodo, una película optimista, que brinda a aprovechar la vida porque merece ser vivida, que abraza la tristeza y la soledad como un aspecto más de nuestro día a día con el que hemos de convivir. Todo ello con una cadencia hipnótica de viajes en coche, ensayos de obras de teatro y diálogos certeros fielmente reflejados. ¿Qué puede aburrir a muchos? También. Pero a mí no. Echad un ojo, y si es lo vuestro, disfrutad.

 

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 6.9 

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