jueves, 23 de noviembre de 2023

Historias de la Radio

Hoy voy a entretenerme con una película algo especial, pues era una de las favoritas (o eso quiero recordar) de mi abuela. Cada vez que teníamos que quedarnos horas y horas en su casa (principalmente en verano), sacaba sus cintas de VHS y caía de manera regular. No sé cuántas veces la vi, pero seguro que muchas.

Historias de la radio es justo eso, un sentido homenaje a la radio, fuente de ilusión, entretenimiento y alegrías para los hogares de la España de los años 50. Cuando los televisores todavía no habían desembarcado en la sociedad, el mayor remedio para la soledad que tenía la gente era la radio, llenando incontables horas de ocio, distrayendo de las desgracias del día a día y alegrando a los afortunados que ganaban en los extraños concursos que aparecían en aquellos días.

Esta película funciona como un entrañable retrato de la vida de los madrileños, mostrando la ilusión que genera la radio y ser, por unos minutos, el centro de atención de toda una nación. Dirigida por Sáenz de Heredia, posteriormente uno de los cineastas referencia del franquismo, comprende una comedia capriana que muestra la parte noble de todos y nos invita a disfrutar de la vida con optimismo, que no todo está tan mal. No dudo ni por un momento que Woody Allen vio esta película para hacer sus Días de radio, aunque éste nunca haya dicho nada sobre ello.

Historias de la radio cuenta justo eso, tres historias articuladas en torno a tres concursos de un programa de radio que sirven para mostrar cómo era el día a día de los madrileños. Sáenz de Heredia muestra con naturalidad que son tiempos duros, pero en ningún momento se regodea en la miseria, simplemente muestra las cosas como son. Esto no impide que la gente viva con optimismo, con las ganas de vivir propias de aquellos que, a pesar de todas las dificultades, luchan por tener un mañana mejor para todos. Destaca, tal como hemos visto mil veces en Qué bello es vivir esa parte noble y optimista que hay en cada vecino, en cada persona que nos podemos encontrar en cualquier parte. Se trata de una película que desprende simpatía, que nos invita a ser mejores personas y ser amables, que joé, tampoco cuesta tanto. Sólo por eso ya da pie a tenerle cariño.

Las tres historias principales tienen como recurso generador la participación de los protagonistas en tres concursos de los muchos que poblaban la programación radiofónica de la época.

En la primera de ellas, protagonizada por el glorioso Pepe Isbert (para quitarse el sombrero tres veces), se premiará con una buena cantidad de dinero a la primera persona que venga disfrazado de esquimal, con trineo y perro incluido. El susodicho Isbert es un inventor que ha creado una suerte de pistón capaz de revolucionar la mecánica de la época. Sin embargo, la pobreza reinante y la poca inversión del Estado en ciencia le impide patentar su  pistón para poder mejorar a la humanidad. Así que, ni corto ni perezoso, se las arreglará para conseguir el disfraz y llegar a la emisora (con la inestimable colaboración de un divertidísimo Tony LeBlanc), una odisea de mayor dificultad que la inicialmente planteada. Provee de un chillón de risas, da un par de pedradas (ligeras) a la I+D del momento y se brinda un discurso final de aúpa.



El segundo concurso es el típico en que llaman a un número al azar y el dueño del mismo tiene que descolgar y decir las “palabras mágicas” para recibir un premio. La casualidad quiere que un ladrón (Ángel de Andrés) esté haciendo su trabajo – desvalijando una mansión – cuando le llaman. Su alegría se torna preocupación cuando debe personarse en la emisora para identificarse y recibir el dinero. Así que no tendrá otra que buscar al dueño de la casa (José María Llado), explicarle la situación y llegar, de alguna manera, a un trato. Aquí tenemos un entrañable retrato de los estratos sociales del momento y de las penurias que pasan unos y otros para llevarse un plato a la boca. La construcción de diálogos brilla, especialmente a la hora de mostrar que el ladrón roba por necesidad y no por vicio, pues en el fondo, Los ladrones son gente honrada.

El último concurso es un trivial en la que el concursante va doblando sus ganancias sabiendo que se puede plantar en cualquier momento y perderá todo si falla. El participante es un humilde maestro de escuela de un pueblecito perdido de la España Profunda. Su motivo para participar es la necesidad de conseguir el premio máximo para que así uno de sus alumnos pueda viajar al extranjero para tratar su enfermedad y vivir unos cuantos años más. Primero veremos la desesperación de la gente del pueblo (pobres todos) para encontrar una solución, retratando la miseria con la que vivía el medio rural (no es Las Hurdes y es todo muy Capriano, pero bien que se nota que no tienen nada). Luego, tendremos el concurso en sí, que construye notablemente la tensión (ríete de Slumdog Millionaire) con una resolución gloriosa de las que te levanta en el asiento.


Todo ello viene engarzado por dos entremeses que hacen las veces de unión entre relatos. En el primero, tenemos las vicisitudes del locutor (irreconocible Paco Rabal) y su ayudante (Juanjo Menéndez) en sus esfuerzos de ligoteo con chistosas consecuencias (especialmente con lo anacrónico que es todo el proceso ^^). En el segundo, dos espectadores que parecen salidos de Muchachada Nui escuchan la radio desde su casa y aportan su granito de arena surrealista sobre lo que han ido escuchando.

Me parece curioso como la película no esconde en ningún momento la miseria y la desesperación del día a día de la gente, cosa que al régimen no solía gustar de ver y exigía cambios. Supongo que, tal como hacía Berlanga, su apuesta por el humor y convertir la película, a pesar de todo, en una comedia hace que pase algo más desapercibido. Y de humor va sobrada la película. Sí, muy de su época y todo muy blanquito y muy correcto, pero descacharrante por momentos, destacando el slapstick de Pepe Isbert y su trineo (y su perro anti-aplausos) y los afiladísimos diálogos entre Ángel de Andres y Jose María Llado (me has robado, pero no, pero te he ganado un premio, pero… ). Quizás el momento más embarazoso es el dedicado a los intentos de ligoteo de los locutores, que intentan ser algo picantones y, bueno, se nota que han pasado ochenta años, con todo lo que ello implica. Algo de vergüencita ajena sí que generan.

Es una película deliciosa, con ese toque de los homenajes con cariño que hace que puedas verla con una sonrisita tonta en la boca. Sin embargo, no sé hasta qué punto un espectador cualquiera que no haya vivido esos tiempos ni de oídas, que no tenga el bagaje emocional que tengo con Historias de la radio, o no se ha tirado horas y horas con un transistor cómo único posible entretenimiento podrá conectar con la película y disfrutarla como yo lo he hecho.

De vez en cuando, es un gusto ver películas que te hacen sentir bien por dentro. Historias de la Radio es un agradable retrato costumbrista del Madrid de mediados de los 50, con historias bien contadas de gente corriente, unos cuantos chistes bien encontrados y un deje optimista que se ve con una sonrisa tonta la mar de confortable. Ah, y Pepe Isbert es la caña.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.2

 

  

2 comentarios:

  1. Qué fantástico era Pepe Isbert. Sólo la he visto una vez y fue hace pocos años. Y bueno, es la típica película española de la época en la que no se nota la dictadura por ninguna parte, pero me lo pasé muy bien con ella. No se puede ver con nuestros ojos actuales.
    Un abrazo.

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