viernes, 10 de noviembre de 2023

A silent voice

 Hoy apetecía una de anime, que hace tiempo que no se pasaban por aquí.

A silent voice nos presenta la historia de dos seres solitarios. Por un lado, tenemos a Shôko Nishimiya, una estudiante de primaria que es sorda, tímida y algo apocada, que lo único que quiere es tener un día tranquilo sin causar muchos problemas a su familia. Acaba de mudarse y llega a una nueva escuela, deseando encajar con sus nuevos compañeros. Éstos, en cambio, no parecen recibir con buenos ojos a una alumna “especial”, y pronto se dedican a amargarle la existencia de los modos más imaginativos. El cabecilla de estos demonios es Shôda Ishida, un chavalín que disfruta siendo el centro de atención, regodeándose en fastidiar a la “nueva” y “diferente”. Finalmente, la cosa se sale de madre y Shôko debe trasladarse de nuevo. Años después, ya en el instituto, ambos vuelven a encontrarse. Ella sigue siendo la misma chica tímida, pero ha encontrado su hueco en el que ser más o menos feliz. Por otro lado, él ha madurado un poco y busca la redención por sus malas acciones, pero su pasado le persigue, provocando que sea el chivo expiatorio perfecto en una clase en la que nadie le dirige la palabra.

Este planteamiento se dirime en los primeros quince minutos y, luego, lo que veremos es una narración en dos tiempos, saltando de una época a otra. Así, seremos testigos de las tribulaciones de ambos personajes a lo largo de los años y cómo han llegado a ser lo que son. Esta evolución es especialmente patente en Shôya, que comprende la gravedad de sus acciones y vive desesperado por buscar un perdón y una redención que no cree merecer. Por su parte, Shôko tiene muy presente el daño que sufrió y es consciente de que no tiene porqué perdonar, aunque esto no implique que odie a su antiguo torturador o desee que sufra especialmente. Y, como remate a toda la situación, la clara reflexión de que si algunas palabras pudieran haberse dicho en los momentos adecuados –que ninguno de ellos fue capaz de expresar – se habrían ahorrado muchos sufrimientos.

Repetimos otra vez con una obra japonesa que versa en gran parte sobre el problema de la (falta de) comunicación. Os aseguro que no ha sido deliberado, no había mirado de qué iba antes de empezarla. El exquisito uso de la sordera de la protagonista (una cualidad más, no definitoria), haciendo que tanto la música como los ruidos ambientales suelen diferente cuando ella manda en la narración, reforzando la sensación de aislamiento en la que vive. Así podemos comprender todavía mejor su ansia de integrarse y ser una más sin destacar en lo más mínimo. Por otro lado, la incapacidad para expresar sus sentimientos (porque es un machote y los machotes no hacen eso) es lo que provoca que Shôta sea un payaso que necesita continuamente la aprobación de la gente alrededor, con los consiguientes problemas que ello causa para sus víctimas.

El argumento gira en torno al bullying escolar y sus consecuencias, y seguro puede dar lugar a debate sobre la capacidad de redención, la culpa y la incapacidad de escapar del rol que nos ha puesto la sociedad. No hay rastro de maniqueísmos, sino de verosimilitud y sensibilidad. La directora Naoko Yamada adapta hábilmente el manga de la escritora Yoshitoki Ôima del mismo nombre. Me gusta especialmente como el foco principal se fija en el acosador, no tanto para explicar por las causas del acoso, sino por sus consecuencias, no sólo para la víctima, sino para el agresor. La culpa y el autoodio lo acompañan a diario, mostrándose incapaz de mirar a los ojos a sus compañeros, incapaz de hacer amigos y preguntándose continuamente porqué se dedicó a humillar sistemáticamente a Shôyo en el pasado.

Repetimos otra vez en otra obra japonesa sobre el problema de la (falta de) comunicación. Os aseguro que no ha sido deliberado. Utilizando además la sordera de la protagonista (es una cualidad más, no definitoria), encontramos una interesante fábula sobre el bullying escolar, que a buen seguro puede dar lugar a debate sobre la capacidad de redención, la culpa y la incapacidad de escapar del rol que nos ha puesto la sociedad.  No escatima dureza a la hora de representar el ostracismo de los personajes, su fragilidad y sufrimiento ante las reacciones de los demás y las contradicciones inherentes a la hora de encajar en la sociedad. Especialmente en una tan estratificada y restrictiva con la individualidad como la japonesa, en la que los prejuicios y la imagen tienen tanta importancia para el futuro social de una persona. Esto provoca un sinfín de incoherencias y contradicciones en torno a las acciones y las reacciones de unos y otros. El desarrollo de estos reflejos funciona como un reloj durante gran parte del metraje, aunque quizás se hace algo reiterativo cuando nos vamos acercando al obvio (o no) desenlace. Quizás unos minutos menos hubieran aligerado la película (que puede hacerse algo bola a algunos), pero luego la potencia del final compensa el resultado.

A silent voice realiza un estupendo retrato de los personajes, mostrándose como todos son víctimas de la sociedad, unos de sí mismos, otros de acciones ajenas y los últimos de la incomprensión (voluntaria) de los demás. Comprendemos la gran evolución que tienen, siendo partícipes de sus culpas y sus traumas, de sus ansias y sueños, acompañándolos en la espiral de reproches, rechazos y frustraciones de la que no parecen ser capaces de salir.

La seriedad y trascendencia en el retrato de los personajes y el pesado desarrollo de su trama podrían hacer de la película una experiencia indigesta, pero la bellísima animación, llena de viveza y colorido, provoca una extraña disonancia que la convierte en el vehículo perfecto para narrar esta historia. Por un lado, permite suavizar las humillaciones que se muestran, de manera que nos provoquen menos rechazo. Luego, la exageración caricaturesca nos permite comprender mejor las sutilezas que rigen las acciones de cada personaje, aprovechando el lenguaje que permite el género para deformar la realidad a conveniencia, de acuerdo a como la perciben los protagonistas influidos por sus traumas. Desde las cruces que ve Shôya en las caras de los que deberían ser sus amigos al distanciamiento (sonoro y visual) con que Shîyo se relaciona con la sociedad, mostrando como sufre al ver que causa problemas a todos los que tiene a su alrededor. Los gestos y miradas de los personajes cobran especial importancia, pues siempre están sucediendo cosas en el fondo, obligando al espectador a prestar atención a todo lo mostrado en pantalla. No encontramos aquí virtuosismos imposibles ni mundos ficticios que dejan boquiabierto. A silent voice busca la realidad y la muestra con naturalismo. Puede ser bella o desagradable, pero es vívida y verosímil, con una animación fluida que funciona estupendamente.

Los primeros cinco minutos pueden llevar a pensar que tenemos un simple anime de instituto, pero pronto nos damos cuenta de que el cóctel de esta película es un drama con bullying, culpabilidad, amores tóxicos, suicidios, problemas de aceptación y búsquedas desesperadas de redención. Un pequeño bache de ritmo en sus tres cuartos no empaña una película que sabe clavarse en las entrañas, acaba por todo lo alto y da pie a debates interesantes. Merece la pena.

 

Nota: 9

Nota filmaffinity: 7.2

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