Si hubieras
dicho a alguien en 1974 que Stallone iba a ser una estrella de la acción, se te
habría reido en la cara -eso sí sabía de su existencia, claro-. Había aparecido
en un par de películas eróticas, contado con papeles secundarios en otras
propuestas más serias (Bananas), pero, realmente, no era nadie. Un actor más
con talento de los cientos que se pueden ver pululando por Los Ángeles,
amargados al ver esfumarse sus sueños de grandeza, conformándose con trabajos
pequeños, y en ocasiones, turbulentos. Pero como a Rocky, le surgió una
oportunidad. Una gran oportunidad. No ganó. Pero vaya si triunfó.
Rocky se
aventura tímidamente en la fantasía cuando el campeón del mundo de los pesos
pesados (Carl Weathers) decide programar un combate de Año Nuevo con un
absoluto desconocido – en la idea de demostrar que EEUU es aún la tierra de las
oportunidades. Rocky es el escogido por la simple razón de que su apodo, el
Potro Italiano, es chistoso y da pie a un contraste racial que seguro le
reportará dinero. Una vez lanzado el desafío, Rocky es consciente de que se
trata de la oportunidad de su vida y empieza su entrenamiento. El film se
inspira entonces en las películas de boxeo típicas de los años cuarenta,
haciendonos partícipes del duro entrenamiento que el dueño del gimnasio local
(Burgess Meredith) impone a Rocky, siguiendo un ritual muy característico,
levantándose a las cuatro, bebiendo seis huevos crudos y saliendo a correr por
las calles de Filadelfia antes de la batalla final.
Lo que hace a
esta película extraordinaria no es que intente sorprendernos con un argumento
original, con giros y complicaciones; lo que quiere es que nos
impliquemos con ella a un nivel elemental, casi primario. Va
sobre el heroísmo, sobre reconocer tu potencial, sobre dar lo mejor de ti y
atreverte a ir a por tu chica. Tópico y manido diremos, pero no lo es, en
absoluto. No lo es porque realmente funciona; Rocky
apunta a nuestras entrañas y nos involucra emocionalmente, consiguiendo
hacernos partícipes de su suerte. Nos sorprendemos al darnos cuenta (después de haber visto
tantas películas similares) de que esta vez sí nos importa.
Es un logro
que se debe reconocer. Casi todo hay que achacárselo al esfuerzo de Stallone,
que escribió esta historia y mendigó por Hollywood durante años antes de poder
financiarla. Una de las condiciones que más tiraba para atrás a las productoras
fue su exigencia para protagonizar la película. Ahora
mismo no puedo imaginar a otro actor en la época dándole tanto empaque a Rocky
como él, pero en aquel momento, la proposición sobrepasaba la
temeridad. Finalmente, encontró su oportunidad, lucho con todo lo que tenía y
tuvo la pizca de suerte necesaria para salir adelante.
El momento
más icónico de la película, cuando Stallone, entrenando, sube las escaleras del
museo de arte de Filadelfia y lanza su puño a la ciudad, es de los que ponen a
todo el público a vibrar y es, al mismo tiempo, un mensaje a toda la industria
cinematográfica. Ahí está la gracia, pues Rocky no
habla solo del boxeo, sino de la vida, de los combates que debemos realizar
cada día. A pesar de ser una película sobre el deporte, es un
drama inesperadamente realista, en el que nosotros, humildes luchadores que
contemplamos con cierta melancolía nuestra vida y soñamos con lo que pudiera
haber sido, nos identificamos con un Stallone al que notamos como cercano
(nunca lo hubiéramos dicho), admirando las desventuras de este rudo personaje. Rocky es uno de nosotros, un personaje que rebosa talento y posibilidades
pero que, desilusionado ante el panorama sombrío que le rodea, se cerraba
puertas e imponía limitaciones, en vez de lanzarse ante lo que puede ser el
fracaso, pero también el éxito.
El director del film (John Avildsen) se encarga de aportar una factura intimista, componiendo un retrato de perdedores muy alejado de otras propuestas más sentimentalistas o idealistas, con una puesta en escena bien medida que aprovecha los relativamente reducidos recursos para convertirse en inolvidable. Inolvidable también es su carismática banda sonora que casi todo el mundo es capaz de identificar o reconocer. La “Fanfare for Rocky” o “First Date” son temas característicos que nos meten en la piel de un héroe camino a la gloria, pero es el tema de Bill Conti “Gonna fly now” el que ha trascendido para convertirse en una canción mítica de la banda sonora de nuestras vidas.
Si es que nos ponemos a tope sólo con
escuchar las primeras notas…
Este film es una propuesta por la que – al igual que el mismo Rocky- nadie daba
un duro, pero que se convirtió en un éxito rotundo en todo el mundo. Quizás por la cercanía de sus personajes, por la naturalidad de su
desenlace, por sus brillantes diálogos (seguro sacados de la
vida real del propio Stallone), por su brillante interpretación de
Stallone o por su prodigiosa banda sonora, pero es una película que todo
cinéfilo debe ver y disfrutar en algún momento de su vida.
Nota:
9
Nota
filmaffinity: 7.0
PD:
Su éxito de público se tradujo también en un gran éxito de crítica, quedando
nominado a los Osars en casi todas las categorías (era un año muy flojo, la
verdad) y llevándose tres de ellos (Película, director y montaje). Algunos
dirán que le robó el título a Taxi Driver,
pero yo disfruto mucho más con Rocky antes que con Travis Bickle.
Publicado previamente en Cinéfagos AQUI
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