Creo que no
fui el único que se quedó a cuadros cuando apareció el primer tráiler de Buscando a Dory. Después de Del revés,
¿Pixar se había atrevido a hacer una película sobre el Alzheimer? Al menos es
lo que parecían indicar los síntomas de desorientación y los vacíos de memoria
que presentaba el simpático pez azul. Por suerte para nosotros, Pixar no es tan
cruel.
Buscando a
Dory empieza con un arrebato de lucidez de nuestro querido pez azul en el que
recuerda que tiene padres que le esperan en algún lugar. El poder de la
nostalgia y la necesidad de recuperar a sus familiares perdidos lleva a Dory y
a sus compañeros payasos a emprender una nueva epopeya a lo largo del
mundo. Con un tratamiento mucho más
infantil, Buscando a Dory es una película bastante entretenida pero sin rastro de emoción de su
predecesora. Todo
transcurre con demasiada facilidad para sus protagonistas y la carga dramática
que implicaba la tarea de Marlin desaparece sustituida por un torrente de gags
de resultado irregular. Incluso la frustrante discapacidad de Dory se convierte
más en un chiste recurrente que en un problema de lo más inconveniente.
Además de su
rebaja en el tono, al guión le falta naturalidad, convirtiendo la película en un puñado de escenas embutidas de chistes más que en una historia que
fluye con agilidad (como sí tenía Buscando a Nemo). Esto se podría perdonar
si la calidad de los gags es de primera (estoy pensando en Monstruos SA), pero la mayoría de ellos
sólo provocarán risas en los más pequeños (las escenas balleniles, el forzado
desenlace en el camión o el recursivo uso de la mirada gato con botas son
ejemplos de ello) y apenas un esbozo de sonrisa en los espectadores más
talluditos. Asimismo de entre los personajes nuevos, sólo se puede destacar a
Hank (el pulpo), un secundario cómico sin personalidad pero con los mejores
chistes de la película.
No obstante, la animación es un caso aparte, situándose a años luz de lo que puede
ofrecer cualquier otra película de la competencia. La dirección
artística es simplemente deslumbrante, con una composición de escenas muy por
encima del guión, sacando los colores con facilidad a las recientes Ice Age 5 o Kung-fu Panda 3. En
este tema, Pixar/Disney se quedan solos. Los juegos de texturas son
magníficos y su diseño vívido e impecable consigue hacer creíble el mundo en
que se mueven los personajes. Mención especial para la majestuosa
llegada al gran acuario, digna de los mejores documentales oceánicos o para la
caída de Dory al sucio puerto industrial, cuya desolación refuerza la sensación
de desamparo que sufre nuestra amnésica amiguita.
En
sus películas más recientes, Pixar se ha caracterizado por
provocar traumas existenciales a los adultos en escenas que son inocuas para
los más pequeños. El
hecho de que ésta sea su película más infantil desde Bichos no ha impedido a Pixar
“atacar de nuevo”. En los flashbacks que rememoran la infancia de nuestro
pececito azul, es probable que los más pequeños sólo se queden con una
(demasiado mona) Dory esforzándose por recordar una cancioncilla divertida;
pero los adultos van a captar seguro el matiz aterrado que habita en la mirada
de sus padres, temerosos sobre si su pequeña será capaz de salir adelante en el
vasto mundo, tan poco dado a implicarse o prestar ayuda, una vez se halle fuera
de su protección. La infancia de Dory constituye
una de las representaciones más inspiradas que he visto de la crianza de un
niño con problemas: el
sacrificio de unos padres que son perfectamente conscientes que su hijo no es
como los demás, pero al que igualmente entregan todo su amor y al que entrenan
para poder enfrentarse al mundo el día de mañana. Es todo un detalle poner en
valor el denodado esfuerzo de los progenitores que se ven obligados a aceptar
estos desafíos y sorprende encontrarlo en una propuesta de este estilo.
Finalmente, y
como ya viene siendo tradición, la película se ve precedida de un corto. En
este caso, Piper. En pleno ejercicio de músculo fotorrealista, Pixar trae su propuesta
menos ambiciosa narrativamente y se centra en las primeras cacerías de un
polluelo de gaviota, excitado y aterrado ante el mundo que contempla por
primera vez. Más
allá de las toneladas de potiticidad y los ataques de diabetes que provoca, no
hay más que destacar que una animación magnífica que nos hace preguntar dónde
está el límite sobre lo que puede generarse por ordenador. No llega al nivel de
Lava, pero a
Pixar casi que le exigimos mayores alardes.
Buscando a Dory es una película dirigida casi en exclusiva a los más pequeños, con lo que no se puede aprovechar
más que para echar unas risas sin exigencias
mientras apreciamos el poderío visual que sólo ellos son capaces de desplegar,
constituyendo su propuesta más floja desde Cars 2 Sin embargo,
debo reconocer que no es nada fácil hacer una comedia en torno a una
discapacidad cognitiva sin ser denigrante ni condescendiente; y eso es algo que
Pixar ha logrado con creces.
Nota: 5
Nota filmaffinity: 7.0
(O.o) Ni por asomo
Publicado previamente en Cinéfagos AQUI
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