Era uno de estos días en que uno se despierta en casa
ajena y se ve obligado a hacer alguna cosa para llenar la mañana. No se puede
salir, no hay consola… pero sí hay Netflix. Me puse a curiosear a ver que
aparecía y encontré este film de Mamoru Hosoda (El
niño y la bestia) que me pareció simpático. Por ello, decidí ponerme con la película para no aburrirme
mientras esperaba que la casa despertara…
Makoto es una chica de instituto de lo más normal. Los
estudios, la comida y sus amigos copan todos sus intereses a los que se dedica
con la alegría propia de los que nunca han sufrido. Un bien día, descubre que
puede “saltar” para atrás en el tiempo. Ante ella se abre un abanico de
posibilidades. ¿Qué puede hacer un adolescente con ese poder sino divertirse?
Así pues, repite las fiestas en las que se lo ha pasado bien, los exámenes que
no fueron tan bien o las conversaciones delicadas con los compañeros de clase.
Como no puede ser de otra manera, a medida que el uso de sus poderes se transforma
en abuso, el daño que causan sus brincos se hará más patente, lo que la
obligará a un uso cada vez más cuidadoso y reflexivo.
Lo que más sorprende de este anime es que no deja de
abrazar el shojo a lo largo de todo su metraje. El efecto mariposa producido
por sus numerosos avatares temporales gana cada vez más importancia, pero el
tema de la película no se aleja nunca de los amoríos de la pobre Makoto. Los
mecanismos que encontramos en el film y su desarrollo son los propios de las
propuestas romanticonas que nos vienen desde el país nipón. No obstante, la
introducción de un elemento típico de la ciencia-ficción como los viajes en el
tiempo amplía las posibilidades para introducir elementos inusuales: Hosoda aplica
con brillantez paradojas temporales, intentos infinitos y universos
alternativos. La frescura que aportan rompe con nuestros esquemas, convirtiendo
una historia de amor convencional en una propuesta de lo más inusual.
Se abraza la ciencia-ficción con mimo, respetando sus
normas y reflexionando sobre las consecuencias de romper el espacio-tiempo
pero… en un ambiente totalmente cotidiano como es el día a día en un instituto,
provocando un abanico de consecuencias que ningún forofo del género hubiera
considerado jamás.
La mezcla tiene todos los números para fracasar. Son
mundos muy diferentes, que no tienen nada entre sí. Pero Hosoda consigue que
esta difícil unión sea efectiva para el valiente espectador que no haya salido
huyendo ante una película romántica llena de complicaciones o una propuesta de
ciencia-ficción con tanto edulcorante.
La creatividad que destila la película está fuera de lo
común, llenándote de frescura y buen rollito para a continuación lanzarte por
rincones de tu alma dónde nunca te hubieras esperado asomar en una propuesta
tan happy como ésta. Sin embargo, se le puede discutir cuál es la necesidad de
realizar un ejercicio de estilo de tal calibre, juntando géneros aparentemente
incompatibles con un guión lleno de lirismo y ganas de vivir que hace guiños a
mil elementos culturales del Japón de los setenta y actual, o si el más difícil
todavía que se gasta al final tiene algún sentido. Ese es, quizás, el problema,
hay muchas más ideas metidas de las que parece, y no todas acaban de estar bien
desarrolladas.
La animación se aleja del preciosismo típico del Estudio
Ghibli, pero no por ello es menos destacable. Su simpleza y fluidez se hace
ideal para fotografiar una ciudad japonesa en toda su belleza, revistiendo de
un atractivo especial a calles, parques, charcos y horizontes de edificios. Es
complementado con una banda sonora llena de alegría que contribuye a acompañar
y dar sentido a cada situación, remarcando el carácter de cada personaje.
Sin embargo, como ocurriera de nuevo en El chico y la bestia, la ligereza que
desprende la película durante su 80% inicial se ve truncada con un giro
trascendente a falta de veinte minutos para acabar. Más que capaz de dejarte
con el culo roto, este cambio de esquemas previo al desenlace es lo más
cuestionable de toda la película, pues contrasta radicalmente con el ambiente
de jovialidad que venía arrastrando. A mí me ha encantado, pero estoy seguro de
que muchos saldrán volando tras el abrupto cambio de tono previo al desenlace.
Respecto a este desenlace (SPOILER), la analogía entre
las vidas de Makoto y Kazuko no es casual. El libro de La chica que saltaba a través del tiempo es una novela de 1967
escrita por Yasutaka Tsutsui en la que (casi) los mismos hechos le suceden a
una joven Kazuko. En esta adaptación, Hosoda ha decidido inventarse una
continuación, trasladando la historia al presente (con Makoto) y así poder
conectar con el público actual sin romper lazos con la historia original. El
enlace para relacionar ambas historias está lleno de poesía –ese cuadro que cuya
historia se pierde en el origen de los tiempos…- capaz tanto de emocionar al dispuesto como
provocar ataques de diabetes al incauto. FIN DEL SPOILER
La chica
que saltaba a través del tiempo puede ser un tanto cursi y petarda, pero hay que reconocer que tiene su
encanto. Realmente, me costó un rato decidir si me había gustado o no, pues es
una propuesta tan inusual que descoloca sin ambages. Lo que si se hace obvio es
que Mamoru Hosoda es un director lleno de buenas ideas, poseedor de un talento
fuera de lo común y muchas granas de expresar sus inquietudes. No acabo de
estar de acuerdo con su toma de decisiones o la ambición que demuestra en cada
proyecto, pues La chica adolece del
mismo “defecto” de El niño y la bestia: es
una película mucho más compleja de lo que da a entender inicialmente; es bueno
porque da mucho más de lo esperado, pero al mismo tiempo es malo, porque no
consigue redondear el montón de ideas que hay embutidas en su metraje, como si
hubiera mordido más de lo que puede tragar.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.2
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