miércoles, 9 de marzo de 2016

Rashomon - El bosque ensangrentado



Rashomon es, junto a Los siete samuráis, la película más conocida de Akira Kurosawa. Centrada dentro de la ficción histórica, nos alejamos de la épica para adentrarnos en un pequeño relato intimista que no deja de sorprendernos. 


En el gran portal de Rashomon había vivido un demonio; marchó asustado por las maldades de los hombres. El gran portal puede ahora guarecer a las personas, que saldrán de él mejor o peor de lo que entraron. Al fin y al cabo, esta es la historia del mundo. Los que salgan peor habrán contribuido a su destrucción en su propio beneficio. Las ruinas son testimonio de que el pasado glorioso de Japón no volverá, sin embargo, en esta noche lluviosa, aún puede cobijar a tres viajeros, reocrdándonos que en incluso en un lugar tan inerme hay espacio para la esperanza. Estamos en el siglo VIII, pero podría ser perfectamente el final de la IIGM, el hambre y la pobreza son imperantes. Bajo el pórtico, un joven monje y un viejo leñador conversar aterrados por el proceso que vienen de contemplar. “Mi fe en el hombre se ha perdido”, dice el monje. Están tan afectados que obligan al tercer viajero a escuchar su relato: el de un bandido famoso, acusado de haber violado a una joven y asesinar a su marido. El drama tuvo lugar en ese mismo bosque, el que se contempla desde la alzada puerta de Rashomon…

Dentro de un bucólico claro del bosque, el drama se repetirá cuatro veces. Cada una de las cuatro versiones que se nos explican viene relatado por un personaje diferente: el bandido, la mujer, el marido muerto (via una médium) y el leñador, testigo del drama. Kurosawa alterna, con una maestría admirable, los primeros planos de los rostros y los picados o contrapicados a través del bosque. A la vez, enloquece las almas y reintegra al humano en la naturaleza. No se puede explicar la manera de rodar el cine en los 60-70 sin pasar antes por Rashomon y contemplar todas las técnicas que combina Kurosawa, cuya influencia resuena por Hollywood y Europa. Los juegos de luces y sombras se convierten en una auténtica maravilla a disfrutar.  Los testigos siempre en la sombra, sólo la medium testifica en la luz (supuestamente la verdad), pero el muerto se encarga de decir que está en la oscuridad, así que tampoco debemos confiar en su testimonio.


A pesar de contener una historia de lo más simple, el guión desborda complejidad y sutilezas. Con los detalles reducidos a su mínimo esencial, se las arregla para engranar con maestría una trama donde debemos reflexionar y construir las piezas adecuadas para conformar el puzzle de la verdad. Igual estamos acostumbrados, pero casi nadie había intentado romper con la narratividad tradicional, y nadie lo había hecho con tanto estilo. Conseguir un montaje en que tantos planos de realidad no se confundieran ni mezclaran tuvo que ser un infierno. 

¿Dónde está la verdad? ¿Con qué debemos quedarnos? ¿Qué ocurrió realmente en el claro del bosque? Todos los personajes han presentado su verdad, pero las contradicciones afloran, se hace obvio que todos mienten y no queda sino adivinar qué ocurrió realmente. Sin embargo, ¿por qué miente cada uno?, al reflexionar sobre ello, comprobaremos que la motivación de los personajes no pasan por salvar su pellejo, sino por la incapacidad de aceptarse a sí mismos, remendando antes sus defectos morales antes que sus actos delictivos.  ¿Qué historia es la cierta? Cada espectador se ve reflejado en la película y considera diferentes opciones: nos creemos más el que nos cuentan al final (porque nos han enseñado que debería ser “el correcto”), el del personaje que nos cae mejor, el del que menos motivos tiene para mentir, o siemplemente el que más nos gusta de acuerdo a nuestra conciencia. Ahí está la grandeza de los puntos de vista.

Rashomon es un viaje al corazón del alma humana, sobre la que Kurosawa proclama su falta de fe. Después de todo, ni el narrador que explica el relato ni el propio espectador buscan la verdad: “La mentiras me dan igual, siempre y cuando la historia sea apasionante”. Como nosotros quizás.  

La película transcurre a través de eternos planos fíjos. En ella los personajes se erigen como metáforas de los defectos de la humanidad, permitiéndonos ver como la cobardía, el orgullo y la mezquindad desfilan ante nuestros ojos, matizadas por la perspectiva que cada uno de los personajes aporta. Los intereses de cada uno salpican y modifican la realidad para que cuadre con aquello que quieren defender, incluso en los detalles más aparentemente inocuos. 
 
Sólo las histriónicas actuaciones, con la sobreactuación propia de las películas niponas, pueden parecernos demasiado excéntricas a nuestros ojos, distrayéndonos fácilmente del objeto del film. En el Estados Unidos de la época no podían concebir que alguien más que ellos pudiera hacer buen cine. Era algo que estaba fuera de su capacidad de entendimiento. Para muestra el efecto que tuvo esta película en la industria, que se vio obligada a crear un premio para reconocer su calidad (el Oscar a mejor película extranjera), que no se volvió a conceder hasta pasados diez años.

Básicamente, cuantas copias y homenajes reconocidos (o no) se ha llevado la película…

Nota: 9
Nota filmaffinity: 8.2

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