martes, 20 de agosto de 2019

Espartaco: Sangre y arena (Starz)


Hace ya un puñado de años, cuando andaba por la universidad, tenía un amigo que adoraba esta serie. Al día siguiente del estreno de cada capítulo nos hablaba largamente sobre las novedades de la trama y, por encima de todo, desglosaba las toñas como panes que se arreaban los personajes y la pechonalidad de las zagalas que ahí aparecían. Básicamente, que teníamos que verla y tal y tal y tal.

A partir del nombre de la serie, ya nos podemos imaginar de qué trata: Se nos narran, con su correspondiente dosis de sordidez, todas las vicisitudes de Espartaco, auxiliar militar de la Tracia Romana, que gana la gloria en la arena como gladiador para finalmente encabezar una revolución militar para mejorar la vida de los trabajadores del Imperio. No obstante, la serie no busca mantener el rigor histórico y, más allá de cuatro hechos puntuales, deja volar mucho la imaginación en pos de la molabilidad y la épica.

Ya desde el primer capítulo, podremos comprobar cuánto bebe de 300, estrenada poco antes que la serie. Starz, la productora, fiel a su idea de proporcionar emociones fuertes al espectador, cogió la idea de poner a hombres hiper-músculados a darse de toñas, la complementó con mujeres de bandera ligeras de ropa y le puso un argumento debajo. Ahí acaban sus ínfulas, ¿qué quieres una hamburguesa cinéfila? Aquí tienes el pedazo de carne más grasiento y suculento que puedas imaginarte.

En ningún momento engaña o puede llevar a equívoco: proporciona cuerpazos, toñas y mucho sexo. ¡Ojo! No os penséis que los creadores sólo buscan satisfacer al público masculino. Al contrario, por momentos parece que las féminas heterosexuales sean el objetivo. No hay más que ver la cantidad de hombres gratuitamente exhibidos y de las escenas de sexo que los enfocan a ellos de manera principal. De hecho, hice una mini-encuesta a las féminas de mi alrededor y todas hablaban maravillas del ganado exhibido en ellas. Cada capítulo es una excusa argumental para mostrarnos cuerpazos gratuitamente sexualizados que a veces se pegan y a veces se van juntos a la cama (eh, también con su dosis de LGTB y tal, ¡que aquí hay para todos!). La de parejas que conozco que concluían el capítulo con unos minutos extras en la cama…


En cuanto a la acción, Espartaco es una oda a la brutalidad épica por la pura brutalidad épica. Abusando con ganas del CGI, se permite lanzar chorros de sangre en peleas llenas de brutalidad, narradas a lo 300, contínuos golpes de cámara lenta para que no pierdas detalle de las amputaciones de brazo, las cabezas voladoras y los gritos de rabia de los luchadores. Se abusa tanto de este efecto que probablemente cada capítulo reduce 3-4 minutos de metraje si se pone a velocidad normal.  A algunos les podrá saturar, pero se debe reconocer que pone a tono a los afines a las toñas. Las coreografías están muy bien trazadas y el carisma primario de todos los personajes se basta para molar y molar.

Y luego está el sexo, claro. Desde las cosas más virginales y buen rolleras hasta las perversiones más sádicas, aquí hay fanservice para todos. Inesperadamente bien rodado, con una orientación más cercana al del erotismo soft (está hecho para excitar, obviamente) que al de una serie convencional, reparte el protagonismo entre todos los personajes. Lo mejor de todo es su variedad. Sea cuál sea tu gusto, cada 2-3 capítulos tendrás una escenita para ti.


Con una serie tan centrada en las capacidades físicas de los personajes, no deberíamos esperar unas interpretaciones plagadas de matices. Al contrario, la actitud de la mayoría de los actores recuerda más a la interpretación de películas porno o similares. Incluso los actores más serios como John Hannah y Lucy Lawless, de los que podríamos esperar algo más de profundidad, se toman bien poco en serio su papel, especialmente el primero, con momentos bastante vergonzosos. No obstante, debería destacar el desempeño de Manu Benett en el papel de Crixo, al que se nota que lo da todo en la interpretación para demostrar que es algo más que un montón de músculos (no lo consigue, pero se agradece el esfuerzo).

Un aspecto inevitable a tratar dentro de la serie se haya en su personaje principal. Durante la primera temporada, Espartaco es interpretado con brío por Andy Whitfield. Funciona a la perfección y es uno de los principales responsables del éxito inicial de la serie. Sin embargo, enfermó de un linfoma al acabar el rodaje. Como no estaba en condiciones de trabajar, los creadores de la serie se inventaron una cabriola (muy lograda, todo hay que decirlo) para hacer una segunda temporada sin que Espartaco tuviera que aparecer (en la serie que lleva su nombre) mientras Whitfield se recuperaba. Trágicamente, esto no fue así y el actor murió. Como la serie estaba en lo más alto de su éxito, los creadores se vieron con la “obligación” de encontrarle un sustituto y así, en las siguientes temporadas tenemos a Espartaco interpretado por Liam McIntyre sin ningún tipo de explicación por el cambio de actor. A pesar de toda la polémica que se formó (entendible en una situación tan anómala), McIntyre se esforzó para hacer suyo al personaje, acallando muchas quejas con su trabajo y sus pectorales.

La serie consta de cuatro temporadas muy diferenciadas entre sí que, curiosamente, tienen créditos y un título propio, algo muy poco habitual dentro de las series yanquis.

Se empieza con Espartaco: Sangre y arena, en la que se nos narra cómo Espartaco pasa de soldado a estrella de los gladiadores romanos. Es la que dio la fama a la serie, conjugando de inesperadamente bien la violencia y el sexo, con una frescura difícil de encontrar en una serie de este estilo.

La segunda temporada se llamó Espataco: Dioses de la arena. Está situada en un tiempo anterior a la primera temporada, en una suerte de precuela que nos cuenta la vida de cada personaje antes de la llegada de Espartaco a la escuela de gladiadores. Es con diferencia la mejor, pues las circunstancias obligan a los creadores a darle una trama consistente con la que situar a los personajes en la casilla de salida, cosa que consiguen sin perder ni un ápice de los aspectos que habían convertido a la serie en un éxito.

Posteriormente vino Espartaco: Venganza, ya con el nuevo actor protagonista. Aquí se desarrolla la rebelión ya insinuada al final de la primera temporada, con Espartaco dedicado a perseguir al general que le convirtió en esclavo. Los creadores intentan meter un poco de política e intrigas cortesanas a la trama, llegando a extremos vergonzosos a la hora de forzar la trama, encontramos traiciones dentro de traiciones y unos volantazos que, bueno… Entre el cambio de actor y la bajada de calidad, seguir se hace algo pesado.

Por suerte, la cosa cambia en Espartaco: la guerra de los condenados. Aquí se dejan de sutilezas y meten a rebeldes/gladiadores molones a atizarse contra romanos molones mientras se dedican todos a alegrarse la vida en la cama. Una vuelta a los orígenes que le sienta muy bien a la serie. Además, redondea muy bien el desenlace, homenajeando muy bien (a su modo) el final de la película de Kubrick, lo que deja un estupendo sabor de boca final. Duele un poco que nos hayan convertido a Julio César en un rubio tiobuenorro que gusta de ir en calzones, pero bueno… tiene su público.


Al final, la serie es un buen ejemplo de placer culpable. Tiene mil defectos y pone a cualquier historiador de los nervios (rigor histórico, ¿qué es eso?), la trama funciona como funciona y sus actores no pasan de aceptables (en el mejor de los casos). Sin embargo, sabe activar nuestros instintos primarios para ponerte a tono (de muchas maneras) a lo largo de cada capítulo.

Sinceramente, la de veces que he estado pensando “¿qué hago viendo esta serie?” a mitad de capítulo, para luego no poder esperar a ir a por el siguiente.

NOTAS: 6, 7, 3, 6
Temporadas: 4
Capítulos: 39
Duración: 1d, 11h, 53min

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