Más espías para el cuerpo, con otro de los autores
clásicos del género. Otro libro de la Cesta’13 del que no apunto el número (si
es que soy de lo que no hay ^^)
Título: El manifiesto negro
Autor: Frederick Forsyth
Título original: Icon
Traducción: Luis Murillo Fort
“Rusia,
1999. La otrora gran superpotencia zozobra en un mar de hiperinflación, caos
económico y criminalidad. Las elecciones se aproximan y una sola voz
carismática resuena en todo el país. Igor Komárov, líder derechista, promete
reformar la moneda, acabar con el crimen, eliminar la corrupción y devolver la
gloria a Rusia. Pero los dirigentes occidentales se ven conmocionados cuando
llega a sus manos un documento secreto del que se desprende que Komárov no es
el salvador de la nación, sino un nuevo Hitler. Oficialmente, occidente no
puede hacer nada, pero un grupo de prohombres angloamericanos decide no
quedarse impasibles viendo como la historia se repite.”
Este libro se escribió a principios de los noventa
situando la historia en un futuro cercano, concretamente en 1999. El telón de
acero había caído en fechas recientes, por lo que el planteamiento de la novela
se sitúa a modo de “¿qué pasaría sí…?”. Cuando revisamos este futuro desde
nuestra órbita actual, veinte años después de la fecha límite, vemos que no se
acercó en demasía, pero tiene su gracia como ejercicio de retrospectiva, a la
hora de entender cómo se veía el mundo en 1993. La verdad es que el
planteamiento de la obra es muy inverosímil, lo que te obliga a tragarte muchos
sapos para dar por válido el escenario inicial, superando ampliamente obras
similares como El cuarto protocolo
(el más fantasma que había leído de Forsyth, que curiosamente comparte algún
personaje envejecido en el tiempo. Por otro lado, una vez has puesto los ojos
en blanco unas cuantas veces y empieza el baile, la ejecución es ciertamente
impecable. Forsyth tendrá sus sesgos (descomunales), pero lo que es escribir,
crear tensión y momentos molones, lo domina con soltura.
Forsyth es un autor al que conozco desde hace tiempo, no
en vano crecí con varias de sus obras como mis entretenimientos más absorbentes
de mi adolescencia: Chacal, la alternativa del diablo o El cuarto protocolo
eran mostrencos que tardaba meses en leer, pero en los que me sumergía con
avidez y sin cansarme. Aunque sus obras recientes han cambiado un poco su
esquema de trabajo, (casi) siempre se dividen en dos partes muy diferenciadas.
Una primera muy basada en política de grandes nombres, en la que se te explican
todos los prolegómenos que llevan a la necesidad de una operación y las
implicaciones que tendría su fracaso. Suele ser lenta y sesuda, para que el
escenario quede claro y diáfano, haciéndose lenta para el estómago de muchos.
Posteriormente, la segunda se dedica a la ejecución de estos planes, dirigida
hacia la protección del mundo libre y la destrucción de los enemigos de la
civilización y tal. Ésta segunda parte contrasta con la anterior, porque se
basa casi en la acción pura, poniendo en marcha todos los planes trazados,
afrontando todos los imprevistos que salen, contando habitualmente con un
clímax la mar de molón. Para que os hagáis una idea, puede que tardes un mes en
pasar la planificación, pero tres días en la ejecución, siendo ambas partes de
la misma longitud. No obstante, a mí me encantan ambas en su diferencia.
Además de sus derivas ideológicas, el peor aspecto de
escritor estadounidense reside en sus personajes. Son abundantes y
diferenciados, pero son puro estereotipo. En ningún momento están mal
diseñados, las incoherencias no existen y cada uno de ellos está en su sitio,
pero responden a cuestiones meramente funcionales: aquí necesito un héroe
perfecto (el espía Jason Monk), protegido por un burócrata de moral impecable (el aristócrata Nigel
Irvine), para luchar contra un malo maloso megalomaníaco (el
presidente Igor Komarov) y su secuaz
que le hace el trabajo sucio (exjefe de la KGB Nikolai Grishnin). Y ahí está toda la caractericación. La demonización de los malos es TAN
bestia y los buenos son TAN buenos que, a veces, puede hacerse algo irritante.
Básicamente, para Forsyth Occidente es el bien y el Este el mal; los rusos son
todos unos corruptos, los británicos y los estadounidenses luchan por límpidos
ideales (menos los agentes dobles rusos, claro) y así todo el rato. Además,
como cada vez que hay un personaje nuevo, se nos hace un resumen de 5-6 páginas
de su vida, podemos comprobar como el patrón se repite con claridad meridiana.
Y es que la ideología de Forsyth es uno de los aspectos
del autor que más puede indigestar al lector desprevenido. Firme defensor del establisment estadounidense, plantea sin
sonrojarse que personajes George Bush (padre) y Margaret Tatcher se alcen como
adalides de la humanidad, en los que EEUU y el RU son los mayores garantes del
pueblo libre y el bienestar mundial, aceptando su derecho a tirar abajo
gobiernos de otros países por intereses “patrióticos” de extremada pureza, sin
atisbo de intereses personales. Estoy seguro de que en otros libros se lo he
comprado sin problemas, ya sea porque me pillaba demasiado lejos en el tiempo,
o porque proponía temas demasiado fuera de la realidad, pero tragarme este sapo
me ha costado lo suyo. Por otro lado, me encanta la clara diferencia del
“gobierno en la sombra” que plantea Forsyth con ejercicios similares de otros
autores como Tom Clancy. Forsyth hace que FUNCIONE, con una desbordante
profusión de detalles y una atmósfera de “detrás del escenario” muy bien
conseguida.
En inglés, el libro se llama Icon (Icono), pues su
propuesta para concluir el libro se basa en la propia creación de un Icono que
una a todos los rusos (un pueblo diverso en cultura, folklore y tradiciones) en
pos de un objetivo común, para evitar fragmetnaciones internas que darían lugar
a inevitables genocidios. Un poco a lo bruto, pero se basa en crear el concepto
del Reino Unido que mantiene a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte
juntas, igual con Bélgica con Flandes y Valonia, o tal como funcionó (a su
modo) con en la Yugoslavia de Tito con todos los nuevos países de los Balcanes.
La solución que nuestros súper-espías encuentran es una fumada de las gordas,
pero reconozco que me ha hecho especial gracia, con una reflexión inesperada
sobre la función de las banderas y el patriotismo en la que nunca me había
parado a pensar.
Se trata, pues, de un libro con todas lo bueno y lo malo
de este autor. Un lector desprevenido tendrá dificultades para superar sus
primeras 250 plenamente descriptivas o las derivas políticas del autor. Para
muchos, un precio a pagar demasiado grande a cambio de las excitantes 200
páginas finales, siempre repletas de pura adrenalina. Por lo que a mí respecta,
tiendo a disfrutar con ganas de sus libros, tanto con sus James Bond como con
sus eternas descripciones de política ficción. Tanto al hacer conspiraciones
como novelas de espías, este hombre siempre me satisface. En este caso, el
planteamiento es TAN inverosímil que me ha costado entrar en el libro, pero una
vez dentro, no negaré haber disfrutado como un enano. Si ya lo conocéis y os
agrada su estilo, El manifiesto negro
es un entretenimiento bien válido. Un profano puede tirar el libro por la
ventana bien rápido, pero bueno, este hombre es como es.
Nota: 7
Nota goodreads: 3.92/5
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