Como
tenía ganas de emociones fuertes, me dio por recuperar a Max Rockatansky
y ponerme con la segunda parte, después de todo lo que disfruté con la primera.
La
película nos sitúa en un “futuro próximo” en que la vida en la Tierra se ha ido
un poco a tomar viento. La civilización en decadencia de la primera parte ha
desparecido, perdiéndose cualquier nostalgia o lamentación por los tiempo
pasados, ahora el desierto australiano se ha convertido en un lugar salvaje
dónde sólo importa seguir vivo e impera la velocidad, el desenfreno y la
violencia. La gasolina se ha convertido en un bien preciado por el que matar y
morir, para sobrevivir debes andar con pocas dudas, tener pocos escrúpulos y
saber apañártelas con las pocas oportunidades que el día te presenta. Max, el
antiguo policía, es ahora uno de estos seres solitarios que viven como los
cowboys de otra época, ganándose la vida de asentamiento en asentamiento,
metiéndose en follones de poco lustre y de peor fin. Aquí se ve implicado en el
asedio de unos forajidos a un asentamiento que intenta vivir en paz, con un
tráiler cargado de petróleo como responsable del lío.
A pesar de que la película no se había estrenado en ningún cine fuera de Australia, el triunfo de los videoclubs había convertido la película de Mad Max en objeto de culto, convirtiendo al realizador en una estrella. Hollywood realizó sus cantos de sirena para atraerle a su campo, pero Miller no recibió ninguna oferta con la libertad que él exigía para sus proyectos. Pasados unos años, todos se olvidaron de él, considerándole una flor de un día, una película loquísima que, por alguna razón, había funcionado. Finalmente, el director decidió jugarse todo el dinero que tenía (y el que pudo timar a todos los conocidos y bancos que pudo) y ponerlo en una película nueva para liarla todavía más a lo bestia.
De
todas las películas que componen la saga, El
guerrero de la carretera es la película con el guión más escueto de todo,
consistiendo en una mera excusa para que Mel Gibson suelte unas frases
lapidarias y tengamos dos estruendosas escenas de acción y persecución de
treinta minutos cada una. Al final, tenemos treinta minutos de argumento
intercalados entre la media hora del ataque de los bandidos al asentamiento y
los treinta minutos de persecución al tráiler con el botín.
¿Convierte
esta simplicidad a la película en aburrida? Ni por asomo. Una vez se lanza la
fiesta, la acción está tan bien rodada que te pega el culete al asiento, sin
que puedas dejar de mirar a la pantalla. Las escenas son cutres se nota que los
medios son pedestres, pero se ven feroces, rodadas con un brío demencial,
desbordando una trepidante fuerza desbocada difícil de ver en casi ninguna
película del género. Las coreografías se ven originales, las acrobacias se
suceden a buen ritmo, dejando claro que tras las cámaras hay una mente en la que abundan el talento y la imaginación.
Los
escuetos medios se ven claros en los estrafalarios métodos de transporte que se
usan, casi siempre coches descacharrados reconvertidos, claramente hechos a
retales, buen testimonio de que los buenos tiempos han pasado. Mención especial
al vestuario, un auténtico chiste que nunca deja de sorprender. Especialmente
la estética Punk de los salvajes del páramo, una pasada enfermiza a la par que
cautivadora, que te obliga a mirarlos a conciencia ver cuál es la bastardada
siguiente que te van a tirar a los morros. Hay que reconocer que poner una ropa
tan extrema en 1981 requería toneladas de valor o inconsciencia.
Por
su parte, la atronadora música sabe ser inquietante, estimulando el bullicio
destructor que se muestra en pantalla, igualmente con la fotografía, que realza
acertadamente el desolado ambiente desértico post-nuclear. Ambas comparten un
acabado más que cumplidor que contrasta con la pobreza de medios en que se mueven,
lo cual es siempre destacable.
Aunque
ahora lo tenemos encasillado como un héroe de acción, Mel Gibson no era (casi)
nadie antes de Mad Max II. Su papel de Max Rockatansky en la primera parte le
ha valido para ser conocido dentro de Australia, pero fuera sigue siendo un
desconocido. Consciente de que ésta puede ser una película que lo lance al
estrellato, lo da todo para hacer de Max un personaje mítico. Se cree el papel,
se la juega en las escenas de acción y en hacer de cada frase un momentazo.
Mad Max no sería lo mismo sin él. Tuvo que esperar al estreno de Mad Max 3: Más allá de
la cúpula del Trueno para dar el salto a Hollywood, pero fue con El guerrero de la carretera con la
película que pasó a ser conocido en todo el mundo.
Comenté
lo mucho que me sorprendió en Mad Max 1 que todavía hubiera trazas de
civilización. Era decadente, pero la sociedad funcionaba. Es aquí y no en la
primera parte donde se establece el canon del mundo post-apocalipsis nuclear.
Con una tremenda influencia dentro del subgénero, establece cómo debe ser la
civilización y marca todos los detalles que debemos ver en pantalla. Me
sorprende una diferencia tan bestia entre las dos películas, pues no parecen el
mismo universo (vale, no es que haya un gran esfuerzo de coherencia en toda la
saga). Apenas parece haber pasado un par de años entre ellas y nadie parece
recordar qué había antes. Además, de alguna manera Max ha evolucionado a Mad,
con su legendaria reputación sin que, realmente, haya tenido tiempo de
desquiciarse tanto. Pero bueno, mola tanto que se perdona cualquier cosa en
este sentido. Miller no busca un trasfondo profundo sino una película visceral
y emocionante, para ello no se corta en presentarte escenas muy brutas sin por
ello regodearse en ello. El niño asesino del boomerang es una muestra perfecta
de ello, asumiendo con una normalidad insultante que el chico se cepille a un
puñado de malotes. Pocos se habrían atrevido a mostrarlo en pantalla, y menos
sin mostrártelo como algo trascendente o rompedor, sino como una escena más que
pasa por ahí.
Una
de las anécdotas más curiosas de Mad Max 2: El guerrero de la carretera es que
en gran parte del mundo se intentó ocultar que era una segunda parte. El motivo
es que la primera no llegó a estrenarse en muchos países y se pensó que traer
una secuela a las bravas iba a tirar a la gente para detrás. Así pues, en EEUU
y gran parte de Europa se quitó el título de Mad Max y se dejó simplemente como
El guerrero de la carretera. Gran
parte del público se enteró de que era una segunda parte en la propia sala de
cine, lo que provocó una segunda juventud de su predecesora, que la gente
corrió a alquilar en los videoclubs. Ambas estuvieron años durante las más
buscadas, ahora ya renombradas como parte de una bilogía, hasta que años
después llegara una nueva secuela.
A
pesar de su reducido prespuesto, goza de más dineros que su predecesora, por lo
que puede chocar su apariencia más destartalada. Sin embargo, demuestra mayor
complejidad, un empaque sorprendente y, sobretodo, un espectáculo disfrutable.
El guión es mínimo y la historia casi inexistente, pero tal como ocurrió en la
reciente Fury Road,
posee la capacidad para ponerte a tope y que acabes la película con ganas de
comerte al mundo. El guerrero de la
carretera tiene 40 años y está hecha con dos duros, pero sigue por encima
de la mayoría de películas de acción pura que vemos hoy en día.
Nota:
8
Nota
filmaffinity: 6.6
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