Hace
un par de meses, la más joven de mis compañeras de trabajo (veintipocos) vino
todo emocinada a la hora del café a ver la pedazo de película que habíamos
visto, que teníamos que verla, que era antigua pero que no podíamos dejarla
pasar. En cuanto nos dijo el título, todos los de mi quinta (ya de
treintaytantos) dejamos salir una gran sonrisa y estuvimos completamente de acuerdo
con ella. La pobre se quedó un poco chafada porque ella no había oído nunca
hablar de ella y para nosotros era algo que pasaba de conocido.
La
diferencia generacional podría ser la causante de que ella no supiera de esta
propuesta, pues todo el que fuera adolescente tardío a finales de los noventa
99-00 sufrió el impacto de El club de la
lucha, de enorme calado entre la chavalería de la época. Tal como sucedió
con Trainspotting
en la generación justo anterior, se trató de esas películas que TODOS (o
casi) vimos en su momento atráidos por sus pretensiones contra-culturales, su
espíritu incendiario, además de su extravagancia en la puesta en escena.
La
película nos presenta a un narrador que tiene una vida aparentemente agradable.
Tiene un trabajo fácil, gana un buen dinero y más allá de una pareja, no parece
faltarle nada material. Sin embargo, vive cargado de neuras que le impiden
dormir y llevar un día a día normal. Un día, conoce a un misterioso vendedor de
jabones, Tyler Durden, que le muestra su particular modo de vida. Entre ambos
crearán un “club de la lucha”, en la que hombres se citan para dejar salir toda
la mierda que arrastran en su día a día. Al principio todo parece ir a mejor,
pero luego la cosa se empieza a salir de madre. Mucho.
Desde el primer momento, la película se siente diferente: violencia muy explícita, sangre desbordante, un estilo muy cuidado y la sensación de que en todo momento te están contando algo que cambiará tu vida. Igual que ocurría con Trainspotting, lo tiene todo para llamar la atención, a lo que se suma un rabioso alegato para rebelarte contra el mundo porque… bueno, porque el mundo es una mierda.
Pero,
¿Quién era David Fincher en aquel momento? Cuatro años antes lo había petado a
lo grande con Se7en,
dejando claro ese chaval era alguien a tener en cuenta. Dos años después, The game dejó
a todo el mundo con el culo torcido, demostrando una vez más que Fincher SABÍA
qué hacer tras la cámara. Cuando se
estrenó El club de la lucha, todo el
mundo cinéfilo estaba expectante para ver qué nos tenía preparado. Ya sabíamos
que manejaba bien el thriller, que era un tramposete, pero nadie podía esperar
que nos narrara una “revolución” pseudo anarquista, llena de violencia y
visceralidad, filmada con fuerza y buen tono, descolocando al espectador a cada
segundo, intentando comprender qué demonios está ocurriendo.
El
estupendo guión es aprovechado por tres protagonistas en estado de gracia, de
los que Fincher saca incluso lo que no hay. Edward Norton sabe hacer como nadie
de atontado que parece que tiene un plan pero no se entera de nada, además de
desbordar carisma, mala leche y
musculitos. Brad Pitt nunca ha sido tan super-fucker como aquí,
putoamismo a más no poder llevado al extremo, el epítome de lo que todo onvre
quiere llegar a ser. Impresionante. ¿Alguien sabe de otra película que vaya tan
sobrado como aquí? Y finalmente, Helana Bonham-Carter que borda (una vez más)
el papel de chica pervertida // zumbada // con ínfulas de trascendencia.
La
película marco la vida de toda una generación (especialmente en el mundo
anglosajón), a la que se le vendió que cuando crecieran serían jugadores de la
NBA, ricachones a lo Bill Gates o cantantes de profundo éxito como Kurt Cobain;
que luego acabaron como parguelas en compañías gigantescas en los que eran
apenas números, trabajando en empleos que nos soportaban para comprar cosas que
no necesitaban (Trainspotting,
¿mande?). Mientras que la obra de Danny Boyle tiraba por el fuck the system a base de chutarse de
todo como modo de rebelión, aquí tenemos una exaltación desnortada de la
masculinidad juntada con una revolución anarquista con la idea de despertar a
las mentes adormecidas. Me encanta como entra en contradicciones al cargar
contra el consumismo y las convenciones mientras tienes a Durden como un ser de
pura chapa y pintura superficial. Pero bueno, esto no implica que la película
mole un puñado y parte de otro.
Una
de las cosas que más gracia me hace es que la película se mofa del onvre
super-macho –alfa, ridiculizándolo a cotas bastante considerables. Sin embargo,
también es una de las películas emblema de este tipo de sub-seres, que parecen
incapaces de comprender la ironía que esconden las escenas de Fincher. Tal como
ocurre con Cartman o
con la reciente propuesta del Joker (un ejemplo
más patrio sería Mauricio
Colmenero, que me sorprendía al encontrarme gente que no captaba que se
realizara una parodia torrentil del tropo), personajes que están para mostrar
que los malnacidos son malos, no ensalzarlos.
El club de la lucha
es una de las películas que marca de manera indefectible a toda una generación.
Esto ya es de per-se algo a tener en
cuenta. Además, es un thriller lleno de momentos molones, presto a sacudirte
las tripas en un viaje absorbente de dos horas que todo el mundo adora por
primera vez (y muchos adoran todavía más en una segunda vuelta). Un gran
director que sabe pegarte al asiento, con una puesta en escena novedosa e
impactante, un guión tremendamente agudo y unos actores en estado de gracia. En
resumen: grande, muy grande.
Nota:
9
Nota
filmaffinity: 8.1
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