Recuerdo cuando fui a ver esta película al
cine. Salí tonto, sin saber realmente qué había visto, pero vaya si me había
molado. Me dieron ganas de volver a verla y así comprobar si “el juego” es
igual de válido una vez conoces todos sus secretos.
Michael Douglas en modo repelente da vida a
Nicholas Van Orton, un hombre de ostentoso nombre y vida de ricachón aburrido.
Su vida trascurre bajo un férreo control de todo lo que sucede a su alrededor.
Parece más que dispuesto a celebrar una vez más su cumpleaños en soledad, pero
su díscolo hermano aparece para obsequiarle con un regalo como ningún
otro. Le entrega una partida en el
centro de recreo CRS, capaces de añadir lo que falta a tu vida. Aparentemente
no es más que un club de ocio algo más sofisticado, pero una vez participe en
las actividades del mismo verá que el juego que plantean va mucho más allá de
lo que esperaba y no podrá evitar que su vida escape a cualquier control que
intenta mantener.
Fincher nos obliga a acompañar a Michael
Douglas a través de una odisea, de un extraño juego. Una vez lanzados los dados somos arrastrados
a través de un thriller muy bien trazado que te pega al asiento, pone en juego
la salud física y mental de un desquiciado Douglas y te obliga a hacer mil
cábalas para entender qué está ocurriendo y por qué. Puede ser sólo
la tercera película de Fincher pero ya se nota que domina perfectamente todos los resortes del thriller y la
intriga. A modo de pequeñas migajas, el guión contiene pequeños
detalles y pistas que el espectador atento necesita para hacer mil
elucubraciones.
Lo que no nos dice es que quién realmente
está “jugando” no es el repelente millonario, sino el espectador. Fincher no
sólo te impide quitar ojo a la pantalla si no que obliga a tu mente a ir a mil
por hora mientras desentrañas el ovillo que se te ha preparado. Eres tú, pobre
espectador, la víctima del juego. Como
muchas de sus películas, al acabar se hace necesario repasar lo que hemos visto
y confrontarlo con nuestra experiencia sobre el resto de obras que guardamos en
nuestra memoria. Todos los engaños, recovecos y trampas que esconde el
guión tienen un motivo para estar allí: confundir nuestra mente y jugar
con todos los vacíos de información que llenamos inconscientemente.
Podemos llegar a sentirnos estafados, alucinados o enfadados, quizás
maravillados e incluso todo a la vez. Que jueguen con nosotros da lugar a
resultados inesperados, y eso es algo que Fincher hace muy bien.
Esta montaña rusa
tiene una acción precipitada y desesperada, llena de momentos desquiciantes y
giros de guión tan forzados que se hace increíble que no se rompa la baraja. Técnicamente
es impecable y está excepcionalmente bien narrada, incluso siendo una película “divertimento” dentro de su
filmografía. Si la vemos, podremos llamarle tramposo y acordarnos
de toda su familia, pero hemos de rendirnos a la evidencia: nos ha llevado por donde hemos permitido que
nos lleve y nos ha puesto a tope durante dos horas. Hace unos años
disfruté como un enano, ahora sigue siendo viciante pero reconozco al saber
todo lo que va a ocurrir pierde algo de gracia. Tal como los
exjugadores de CRS que se encuentra Michael Douglas, desearía volver a
enfrentarme virgen a este juego sin tener ni idea de qué voy a experimentar ni
de qué me voy a encontrar. Volver a descubrir ésta perversa San Francisco en
que nada (o todo) es lo que parece. Ahí si funciona de verdad. Es una película
puede no tener la fuerza ni la trascendencia que desbordan Seven
(David Fincher, 1995) o Zodiac
(David Fincher, 2007) pero es de las más tramposas y entretenidas que
recuerdo.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.3
Publicada originalmente en cinéfagos aquí
La vi también en el cine en su momento y me gustó muchísimo, supongo que me pasaría como a ti si la veo por segunda vez.
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