Ya que hace poco que se anunció que Vivir es
fácil con los ojos cerrados iba a ser la representante para competir por los
Oscar de este año, se me ocurrió revisar esta película de hace unas temporadas
que por diversas cosas se quedó sin ver en su momento.
Un grupo de rodaje se dirige a un lugar
perdido de Bolivia para hacer una película sobre la llegada de Colón a América.
Hay ciertos desacuerdos sobre la manera de tratar la figura histórica, pero
parece que la película progresa. Pero las compañías hidroeléctricas del lugar
quieren privatizar todos los servicios del agua local, lo que provocará graves
disturbios en la zona. La intervención del ejército complicará las cosas y
pondrá la región al borde de la guerra, ante la cual los miembros del rodaje no
podrán mantenerse al margen.
Y es que el agua (en “la guerra del agua”,
Bolivia, 1999) es el oro del que se aprovecharon los españoles. Ahora es una
multinacional estadounidense la que firma con el Gobierno la privatización de
todos los acuíferos del territorio (también la lluvia), con la excusa de que
era así como un país debería progresar más económicamente.
El cine de Icíar Bollaín siempre destaca por
su corrección formal, y aquí rueda un guión de Ken Loach, por lo que ya podemos
tener una idea de por dónde van los tiros. Tomando la idea del “cine dentro del
cine” como punto de partida se hace un paralelismo (nada sutil) entre la
actitud racista y saqueadora de los Conquistadores con la de las compañías yanquis
que buscan saquear los recursos naturales del continente, tratando a los
“indios modernos” como una molestia con la que lidiar.
Ya desde un principio tenemos unos personajes
muy bien trazados y bien dirigidos, un estupendo Tosar (cómo no), Gael más que
correcto, un Karra Elejalde muy cínico y logrado… Bollaín sabe dirigir actores
y en eso la película no falla en absoluto. Inicialmente se centran en sacar
adelante la película e ignorar los disturbios locales; sólo aprovecharse de las bajas aspiraciones de los
trabajadores bolivianos y así hacer la película y salir rápido del lugar,
aunque afloran las opiniones sobre la necesidad de implicarse y dar luz a las
injusticias locales.
Una vez los disturbios avanzan, el grupo de
rodaje se debate entre buscar la manera de ayudar a los indígenas (que están
recibiendo de lo lindo) y salir por patas los más rápidamente posible.
No se puede negar que la película está muy
bien hecha. Está rodado con un marcado tono documental como si estuvieran haciendo
el “Como se hizo” del film de Colón, pero ese making-off se mezcla con escenas del propio film, de
rodaje, de los entresijos del film y otras que ocurren en el exterior. Este
“documental” se va convirtiendo poco a poco en una crónica de los sucesos de la
guerra del agua en la que se están presentes los diferentes planos de
“realidad”. Contiene escenas muy
trabajadas y poderosas (la cola del casting inicial, el traslado de la cruz en helicóptero,
la charla en la iglesia ficticia, el volcado de la camioneta de policía o la
incursión por la ciudad en plena batalla) con un marcado tono de denuncia,
junto a una dirección de actores impecable en la que se enlaza el pasado y el
presente, discursos entrelazados y ácidas críticas a muchos estamentos (el
artista con ideales que a la que hay problemas solo piensa el salvar su
pellejo, el abuso de un país “low-cost”, la mezcla entre los intereses
económicos y los intereses sociales, la reacción de la gente ante la desgracia
ajena…), aspectos todos que fácilmente tocan la fibra del espectador y no le
dejan indiferente. Se nota que Bollaín tiene un presupuesto mucho más holgado
del que disfruta habitualmente y lo aprovecha para realizar una película
complicada con una corrección formal impecable.
El guión contiene una gran cantidad de
meta-mensajes entrelazados en diferentes niveles que busca reflejar la
injusticia a la que se enfrenta un tercer mundo expoliado por un primer mundo
post-colonial. Al mismo tiempo juega a entrelazar las anécdotas del rodaje con las escenas
reales rodadas con lo que ocurre en el exterior del rodaje. Por si esta osadía
fuera poca cosa, lo mezcla con la evolución de los personajes ante un
conflicto, la incapacidad de permanecer indiferente ante la desgracia ajena y
los límites que pone cada uno ante la implicación solidaria.
Es mucha cosa para meter dentro de un mismo
saco y aunque está muy bien equilibrada, hay ratos que no sabe uno hacia donde
quiere se quiere tirar. Da la impresión de que quiere tocar todos los palos al
mismo tiempo, sin decidirse con ninguno y lo que consigue es un poti-poti muy
bien hecho pero en el que es difícil elegir con qué quedarse. Hay escenas que
tiran hacia un lado, otras hacia otro… la manta no da para cubrir todo el
cuerpo, pero Bollaín lo intenta sin descanso. Me recuerda mucho a Hotel Rwanda, otra película de crítica
social que todo el mundo dirá que está bien hecha (que lo está) pero que luego
no son películas que consigan traspasar la pantalla y hacer de ella un ente
diferente. Está bien, es buena, todo encaja a la perfección pero dudo mucho que
se pueda convertir en la película favorita de
absolutamente nadie.
Cine político de factura impecable pero que
vale más por el tema que toca (y lo necesario del mismo) que por la capacidad
de trascender. Pero tiene razón. ¡Claro que tiene razón!
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.2
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