Cuando se estrenó Gladiator provocó oleadas de polvareda en mi grupo de amigos. Nuestra rutina de cada sábado (durante MUCHO tiempo) era quedar a las 4 para ver una película, y luego zascandilear por ahí comentando la peli o arreglando el mundo hasta la noche. La película se escogía por consenso, aunque casi siempre era fácil ponerse de acuerdo. Quizás la única condición era que la película tenía que ser de estreno, no podíamos ver algo que llevara algunas semanas en las salas (como siempre, había excepciones, pero no eran demasiadas). Esa semana propuse ir a ver “una de romanos” y se produjo uno de los cismas más importantes de la época. También se estrenaba un slasher (no recuerdo cuál) y había interés de parte del grupo por verla. Por una vez, la discusión subió de tono y se dijeron palabras bastante gruesas. Al final, mi sector convenció a los demás de ver Gladiator muy a regañadientes, sabiendo que nos esperaba una buena bronca si no era buena. Pocas veces he ido al cine con más ganas de que lo que pusieran fuera un peliculón. Os aseguro, miedito de lo que podría pasar si era decepcionante. Por suerte para todos, Russell Crowe nos puso a todos a tono y salimos contentos, pero, uy lo que podía haber pasado.
La premisa de la película es simple: Máximo, el mejor general del César de turno es nombrado su sucesor para evitar que Cómodo, su demente hijo, herede los laureles. Éste último se las arregla para matar al César y sacar a Máximo de en medio antes de que el anuncio se haga público. A Máximo, reconvertido en esclavo, no le queda otra que convertirse en el mejor gladiador del Imperio para acercarse a Cómodo y culminar así su venganza.
Una historia sin nada de especial, de caída y regreso, parecida a muchas otras propuestas que hemos visto mil veces. Pero está bien contada, destila un tono épico muy conseguido y tras las cámaras, hay mucha gente de talento haciendo lo que sabe. Sorprende un resultado tan bueno si conocemos como se gestó la película. Cuando se dio luz verde al proyecto, apenas se tenía esbozado de que iba, sólo que iba a ser de romanos, con gladiadores y tal, no se tenía un guión cerrado, ni siquiera un argumento. Las malas lenguas comentan que el proyecto surge a raíz de una cogorza que se cogieron Crowe y Scott en casa de un productor, engorilándose a contar sus ideas para encontrarse que, con una inmensa resaca, tenían un contrato entre manos para hacer una película.
Así pues, se lanzaron a toda velocidad para reclutar gente (el rodaje fue sorprendentemente corto para un proyecto de estas características) y empezar a filmar sin tener claro cómo iba a ser todo. Los tres actores principales intervenían continuamente para lucirse en las mejores escenas, tocar los diálogos para sacar más pecho, tener más protagonismo. El guión se cambiaba casi cada día, con un desenlace que cambió más de una decena de veces. Todo ello aderezado con un presupuesto desmesurado y un director que no sabía qué género rodar.
La receta perfecta para el desastre, pero curiosamente, acabo surgiendo una superproducción a la antigua, como esos monstruos de los 60 (Los Diez Mandamientos, Quo Vadis…), pero rodada con los medios y el gusto de hoy. Con tantos follones abiertos y tantos marrones por doquier, Scott no podía hacer otra cosa que gestionar que no se matara nadie (ni eso consiguió) y dejar hacer a los talentosos artistas que tenía contratados. Y vaya si salió bien. Parece una constante en las mejores películas de este director. Cuánto menos puede estar en la parte creativa y más gestionando para que los artistas se limiten a ser artistas (normalmente porque tiene follones en otros lados), es cuando le salen las mejores películas.
A pesar de todos sus rifirrafes, el trio de actores protagonistas se llevó especialmente bien, todos en una lucha continua por ser las mayores estrellas de la película. Así conseguimos a Russell Crowe herido en su amor propio, dándolo todo para ser el macho alfa rey de todos los machos alfa, con un Máximo que roba corazones y almas, gozando de un puñado de frases para la historia (“Me llamo Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte...) y derrochando toneladas de carisma por doquier. Frente a él tenemos a un –por entonces- semi-desconocido Joachim Phoenix encarnando a uno de los malvados más reconocibles de su década. Su despiadado Cómodo se palpa capaz de cualquier barbaridad, tan imprevisible como peligroso, ávido de poder y, sobretodo, necesitando con ansia el amor de todos los que le rodean, incluido el amor de la propia Roma, sin saber nunca qué pasos dar para conseguirlo. Sorprende la capacidad para mostrar miradas asesinas mientras entona palabras de puro amor, junto con el chillón de contradicciones que encierra Cómodo, aterrador abrazando a su padre, poniendo orden en el Senado o con una “inocente” conversación de abejitas con su sobrino. Finalmente, tenemos a Connie Nielsen, que pone la cordura y el saber estar sobre la mesa (¡Qué gran César se perdió Roma!). Se palpan las rencillas con Máximo, el terror que le despierta Cómodo, la constatación de tener una agenda propia y, sobretodo, la ambivalencia de un personaje muy turbio que nunca sabes qué está pensando, a pesar de estar “con los buenos”.
Incluso el conocido borracho Oliver Reed consigue componer a un Próximo lleno de enjundia y carisma, a modo de Gandalf perturbado que guía a Máximo por la senda de la sangre y la destrucción. Su inesperada muerte poco antes de acabar el rodaje obligó a cambiar su desenlace, regrabándose algunas escenas un poco como se pudieron, otra prueba más de la capacidad del director para improvisar ante los problemas de rodaje.
Como he comentado antes, una de las mejores cualidades de Scott es saberse rodear de grandes profesionales. Y si a ellos les das medios, tiempo y libertad, pues hacen grandes cosas. Así pues, tenemos unos efectos especiales de bandera, con una factura técnica impecable incluso hoy día. Como muestra la batalla inicial contra los germanos, rodada en una suerte de planos donde están pasando mil cosas tanto en el fondo como en el primer plano: flechas pasando, catapultas escupiendo muerte, caras tiznadas afrontando un combate mortal….
Oh, y esa entrada en Roma, una oda apabullante del triunfo Imperial, con un desfile y un primer vistazo del Coliseo deslumbrante. Majestuosidad desbordante que hace patente la sensación de que es allí donde se forja la historia.
No se limita a presentar un espectáculo impresionante, sino que también las escenas de acción gozan de un trabajo destacable para emocionar. Tanto la batalla con los germanos como todas las peleas dentro del Coliseo tienen espadazos que duelen, que se sienten potentes, lanzados para matar. Incluso los tigres generados por ordenador dan el pego para que no quieras acercarte a ellos.
Todo parece funcionar a la perfección en esta película. Incluso la banda sonora se gasta unos cuantos momentos impagables, sabiendo ser épica cuando toca, intimista y sutil en las escenas adecuadas y adorablemente mística en su sitio. Una de las pocas bandas sonoras que me compré en CD, que además podía poner en bucle, disfrutando de cada pieza del mismo.
Al guión, en cambio, sí se le pueden poner más pegas. Como se reescribía constantemente, las contradicciones aparecen aquí y allá, con relaciones entre personajes no del todo claras. Esto es especialmente patente en la relación entre Máximo y Lucilla, en la que tan pronto son examantes que ansían volver a calentarse la cama, como no se soportan, se profesan lealtad casta o se traicionan a las mínimas de cambio. Esto ocurre con bastantes personajes, dando lugar a cierta ambivalencia que puede desconcertar a algún espectador no atento. No obstante, se guarda tal cantidad de momentazos para gloria de unos y otros que se le perdonan muchas cosas. Intentar generar un relato coherente con lo que se había rodado no debió de ser tarea fácil, y no dudo que las peleas en la sala de montaje debieron ser de consideración
Y es que, a pesar de que hay mucha gente buena haciendo bien su trabajo, la película se hizo a toda velocidad, sin mucho tiempo para repasar, corregir y limpiar. Por ello, la cantidad de gazapos del film es más que notable, siendo una película especialmente famosa por ello: relojes de pulsera en los extras, leotardos que no se han “romanizado” digitalmente, bidones de gas visibles, alguna que otra botella de plástico… Y aun así la película funciona cosa mala, lo que tiene incluso más mérito.
Son casi tres horas de película que, a pesar de ello, no se hacen largas. La estructura del relato está bien cimentada, con muchas cosas que explicar, lo que permite que la trama avance sin dar sensación de alargamiento ni que nos moleste que Máximo tarde más de una hora en llegar a Roma. Sabe tomarse su tiempo para hacer las cosas bien, dar sus escenas de gloria a todos los personajes (bien que se aseguraban de ello los propios actores) y no se aprecian apenas momentos de relleno.
Su savoir faire puede apreciarse en los productos similares que aparecieron poco después, con diversa fortuna y, normalmente, de una peor calidad: Troya, Alejandro Magno, 300… Un pequeño revival del cine de sandalias que, al menos a mí, me proporcionó un buen tiempo de diversión. Además, Gladiator fue, junto con Salvar al Soldado Ryan, una película que cambió el modo de rodar las películas bélicas. Se pasó de planos cortos, de coreografías concisas y cámaras muy pensadas, a planos bastante más largos en los que pasaban mil cosas, rodados con mil cámaras en los que luego se generaba la acción en la sala de montaje, aprovechando el montón de puntos de vista ofrecidos por la multitud de cámaras usadas. Así, se repetían menos tomas, porque siempre había algo aprovechable filmado.
Por concepto, estructura e intenciones, Gladiator es una película muy clásica. Cuenta muy bien una historia que hemos visto mil veces, pero lo hace con tal cantidad de momentazos y con unos actores que tienen tantas ganas de hacerlo bien, que el resultado es espectacular. Como Scott supo rodearse de gente de talento y les dio dinero a espuertas, tienes un músculo técnico de primera con el que gozar cuando los actores están fuera de pantalla. Un chillón de nominaciones y un puñado de Oscars son la prueba de ello en una de esas veces en que la taquilla y la crítica se pone fabulosamente de acuerdo. Así pues, una epopeya de las que hay que ver, tan gozosa como espectacular, con Máximo el Hispano como personaje inolvidable para la historia del cine.
Nota: 9
Nota filmaffinity: 7.9
Resumen de los Oscar: Nominada a Película, director, actor principal, actor de reparto, guión original, montaje, fotografía, banda sonora, diseño de producción, vestuario, sonido y efectos visuales. Buena prueba de músculo financiero bien usado. Se llevó Película, actor (Phoenix se lo merecía más, ¡buh!), vestuario, sonido y efectos especiales.
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