Y de Holmes saltamos a Holmes y saltamos a Holmes. Es que es ponerse y luego las propuestas brotan ante mis ojos. Me había olvidado completamente de la existencia de esta película, y mira que cuando salió en el cine, tenía muchas ganas de verla. Pero en aquellos días pillé un buen gripazo y luego ya no estaba, perdiéndole la pista a continuación. Como estoy a tope por Estudio en Escarlata, mira, me tiré a verla sin mirar atrás esta vez.
La propuesta, hasta cierto punto, tiene su gracia. ¿Qué hubiera pasado si – como todo el mundo – Sherlock Holmes envejeciera, retirándose, sin estar por la labor de resolver casos sino de vivir tranquilo? Los años de gloria quedan atrás. Watson publicó sus relatos hace mucho, trascendiendo y produciendo ríos de dinero incluso tanto tiempo después. El detective se ha convertido en un mito, y sus casos, historias de ficción (jé). Pero Watson hace tiempo que murió, Holmes tiene casi cien años y es bien consciente de que no le queda mucho en este viaje. Así, tenemos a la mente más brillante de Inglaterra convertida en un viejo amargado que vive en la campiña, alejado de todo y consciente de que su cuerpo – y su mente – le empieza a fallar. Se arrepiente de los errores del pasado, de las cosas que podría haber hecho mejor, ansiando un incentivo que le saque los remordimientos de la mente por un rato. Esta llamada de atención surge cuando el hijo de su ama de llaves vaya a pasar unos días a la mansión en la que vive. Así, el ansia de saber del muchacho encenderá la chispa del detective por una última vez.
Y de eso trata la película. Bill Condon hace un espléndido retrato de una personalidad única, apreciándose todos los matices en torno a la consciencia del paso del tiempo. Se discurre sobre el hombre detrás del mito, con la inevitable degradación y la palpable falibilidad que acompaña al héroe de leyenda. La culpa sacude a Holmes, en una suerte de reflexión inevitable en la que se remarcan los (pocos) errores y se olvidan los (muchos) aciertos. Especialmente sangrante es la constatación del paso del tiempo y lo mal que lleva Holmes la impotencia de saberse mucho menos de lo que fue.
Para ello, tenemos la suerte de tener a un Ian McKellan inmenso. Su Holmes sobrepasa a cualquier Magneto o Gandalf en esfuerzo y matices. Además de la pedantería propia del personaje, se le carga de toneladas de mala leche, puñeterías y todos los dejes de la edad. El guión le exige una gran actuación y la tenemos. Con un protagonismo tan descarado, el resto de personajes queda más desapercibido, destacando solamente Laura Linney, como paciente ama de llaves que tiene que soportar todas las manías de Sherlock.
La personalidad del personaje principal se nos transmite espléndidamente, siempre acompañada de dilatados paseos, bastón en mano, por la campiña inglesa. Aquí reside otro de los puntos fuertes del film, una estupenda fotografía que hace lucir praderas verdísimas, ríos bucólicos y granjas idílicas desperdigadas aquí y allá. Un placer para la vista que complementa con gracia el retrato de una personalidad única.
Parecen grandes ingredientes para una película que excite los sentidos, pero también es un verdadero peñazo. De los gordos. Bill Condon pierde cualquier mesura en la reiteración de ideas y secuencias, convirtiendo lo que podría ser un buen relato en una película bastante plomiza que ganaría con unos cuantos minutos de menos. Además, el “caso” a resolver que se presenta no tiene enjundia ni gracia. Acepto que quizás no tiene por qué tenerla, ya que está ahí sólo porque se trata de Holmes y ya, pues la película no va de eso, pero podría usarse para captar un poco el interés del espectador. Después de todo, la película no intenta ser de detectives, es un dramonazo pesimista con todas sus consecuencias.
Por ello, no tenemos trama, lo que impide cualquier desarrollo o sucesos que deban mantener cierto ritmo. Lo que importa contar es el relato de Holmes es su senectud y es lo que encontramos, pero no hay manera conseguir que parezca interesante a menos que sea eso lo único que quieras saber.
Y así, tenemos otra película mediocre de Bill Condon, después de su prometedor debut (Dioses y monstruos) al que cogí mucho cariño, posteriormente ha desarrollado una carrera de lo más anodina, con obras maestras como Amanecer (parte 1 y 2), buena muestra de saber hacer y romper esquemas dentro del cine.
Mr. Holmes tiene su punto. El concepto es prometedor y se traslada a la pantalla con una fotografía bellísima, pero luego adolece de un guión muy malo sin ningún aliciente. Solamente la estupenda actuación de Ian McKellen (soberbia) consigue salvar un film que aburriría hasta a las piedras si no fuera por el actor británico.
Nota: 5
Nota filmaffinity: 6.0
La vi hace poco por segunda vez y la historia del caso me sobra. Pero la historia en Japón me sobra aún más. No sé si habría una solución para mantener las tres ramas, pero la que más me interesa es la del día a día.
ResponderEliminarTodo lo que constituyen los casos es tan superfluo que se podría quitar, vale que entonces te quedarías con 60 minutos de película y claro, hay que rellenar.
EliminarUn saludo
Mt