Pertenecer a
los Monty Python ya puede considerarse indicativo de no tener la cabeza muy
bien amueblada (o de tenerla demasiado bien amueblada). El más dado al
surrealismo y a la transgresión dentro del grupo era el hombre que nos ocupa
hoy, el ínclito Terry Gilliam. Sus pequeñas animaciones servían de violento
interludio a los sketches del Flying Circus y ya como director independiente
siempre deambuló entre los límites de la realidad, los sueños y el tiempo. Nos
vamos a detener en su primera película en que no hay –ejem- elementos
fantásticos, sólo toneladas de drogas y demás complementos lisérgicos.
Es probable que cualquier incauto que se
acerque a esta película sin saber qué se va a encontrar salga volando ya en la
primera escena.
Sí, a pesar de un inicio desconcertante, decide ser un buen cinéfago y aguantar
el resto de la película, no dudo en que se indigne sobre el poco sentido de lo
que ha visto. Los protagonistas están drogadísimos el 99% de la película, no
hay argumento y por medio Depp escribe unos cuantos artículos periodísticos,
que es de lo que parece vivir. Nada parece tener sentido. Sin
embargo, a la que escarbamos un poco en la trastienda de la película, le
podemos encontrar mucho más jugo del que podría parecer a primera vista.
A lo largo de
filmografía, Gilliam ha sentido cierta fascinación
por la delgada línea que separa los sueños de la realidad, en la que aprovecha
para reflejar sus inquietudes sobre la política y la sociedad.
Con Miedo y asco en
Las Vegas hace un acercamiento a una de las líneas
de periodismo que más subjetividad aporta a las noticias, el llamado periodismo
Gonzo. En esta manera de enfocar reportajes, el periodista
pierde –deliberadamente- su objetividad y pasa a convertirse en parte de la
propia historia, en la que además suele imprimir mucha más importancia a la
atmósfera que envuelve al evento que a la noticia en sí. La situación en que se
encuentra el periodista Raoul Duke en la película es un trasunto del propio
creador de este género periodístico (Hunter S. Thompson). Después de una
bacanal de vicio y desenfreno, el periodista se encuentra ante la imposibilidad
de escribir una noticia sobre una carrera que no ha presenciado. Acuciado por
las urgencias, escribe lo que puede y lo que recuerda, que no debería ser
demasiado. Sin embargo, la euforizante desinhibición
producida por las drogas le permite transgredir el género y centrarse
–involuntariamente- en el mundo y la comunidad en que se produce la noticia,
profundizando en su desatado subconsciente para
reflejar el sentir de una época, una disgresión libre en medio de tanta locura.
El film se
sitúa a finales de los sesenta / principios de los setenta. El sueño americano
que ha movido Estados Unidos en los años de la posguerra ha desembocado en una
crisis de valores donde la sociedad rezuma frustración, desencanto y
desprecio hacia los actos de un Gobierno frío e imperialista (guerra de Vietnam,
Mayo del 68). Para muchos desencantados, las
drogas se han convertido en otra forma de protesta, mostrándose como un modo de
liberarse y expresarse. Es esta sociedad decadente la que
Gilliam (Raoul / Thompson) retrata. Con Las Vegas encarnando el epítome del
“todo vale”, el protagonista realiza un auténtico descenso hacia los
infiernos con el que no busca otra cosa que lanzar un sonoro “fuck you”
contra el mundo. Es una reacción que la propia sociedad
estadounidense no espera ni comprende, pues no hay más que ver la alama que
causan allí por donde pasan o la hipocresía que desprende la convención de la
Policía antivicio: unos más perdidos que un pulpo en un garaje y otros
suspirando con llevarse un porrito a la boca.
Este viaje
por el nihilismo estadounidense es una auténtica montaña rusa que
te hace sentir tan drogado como los propios protagonistas. Es
gracias a ellos que la película toma cuerpo, pues las actuaciones de Jonny Depp y Benicio del Toro son de quitarse el
sombrero. Desconozco cuantos extras se habrán tomado para
realizar la película, pero transmiten a la perfección el comportamiento de
aquellos que han viajado más allá de toda lógica, prestos a lo que sea, hijos
del caos y la destrucción. Por otro lado, me ha sorprendido encontrar a un jovencito
(y anodino) Tobey McGuire que pasaba por allí.
Sin embargo,
el espectador medio no tiene porqué ser consciente de los mensajes subyacentes
en el propio metraje, por lo que puede asomarse a una película incómoda cuya puesta en escena está especialmente concebida para
causar desazón, repleta de planos inclinados, temblorosos y
colores antinaturales que no proceden del mundo diurno de los “bien pensantes”,
mostrándonos los efectos de un absoluto descontrol lisérgico, bombardeándonos
con escenas desquiciantes, diálogos absurdos, excesos sin mucho sentido y
perversiones desenfrenadas intercaladas por desternillantes arrebatos de
lucidez del protagonista (“Todos esos signos de violencia, ¿qué había
pasado?….Algo feo había pasado, estaba seguro”) como casi ninguna otra
producción que puedas haber visto. Miedo y asco en las Vegas no deja indiferente. O fascina o repugna.
No dudo que
con la edad o la disposición mental adecuada puede ser de estas propuestas que
te deja una marca indeleble y condiciona tu modo de ver el mundo. Tiene fuerza,
transgresión y mucha rabia desatada. Ahora bien, será porque no me ha pillado
en un buen día, pero a mí me ha costado acabármela. Igual otro día tendré que
repetir el intento.
Nota: 5 (se debe
reconocer que tiene sus cosas).
Nota Filmaffinity: 6.8
Publicada previamente en Cinéfagos AQUI
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