Ésta es una de las
reseñas que más me cuesta escribir. No es sólo que se trate de un libro
constituido por dos tocharros de 900 páginas cada uno (Libros 40 y 41 de la
Cesta’13), sino por la emoción que me supone despedirme de unos amigos con los
que he disfrutado por muchos años. La última de las historias de los tres
mosqueteros llega a su fin, y, con una lagrimita, les digo adiós.
Título: El vizconde de Bragelonne
Autor: Alejandro Dumas
Título original: Le vicomte de Bragelonne
“Escarceos
amatorios, envidias, celos… La corte de Carlos II no difiere mucho de la Corte
de Luis XIV. Los personajes, en múltiples ocasiones los mismos, son seres que
viven sólo para intrigar.
Lord
Buckingham, el Conde de Guiche, El Vizconde de Bragelonne, entre ellos, con
Artagan y los tres compañeros, ya viejos, junto con ellas: la de La Vallière,
Aura de Montolais, Madame… y toda la corte de Carlos II y de Luis XIV juntas.
Malicorne,
Manicamp, Wardes… sucesores de tres famosos mosqueteros que tienen en Raúl,
Vizconde de Bragelonne, el digno sucesor del fabuloso Artagnan…
Intrigas
palaciegas, con una pléyade de intrigantes entre los que desfilan las más
encumbradas figuras de Francia.
Las costumbres de una época de vida ociosa, preludio de la que había de ser la más sangrienta de las revoluciones de todos los tiempos: la Revolución Francesa.”
Se trata de una
tarea imponente ya desde el momento en que ves los libros en la estantería.
Solo con contemplarlos ya asusta. Acometer su lectura requiere planificación y
esfuerzo, pues su lenguaje florido, su extraño ritmo y sus historias de otra
época no ayudan a que las 900 páginas de cada tomo se lean con rapidez. No en
vano, cada uno de ellos me ha llevado más de un mes.
El
vizconde de Bragelonne es el cuarto de los libros de Los
Mosqueteros, situado diez años después de los sucesos de Veinte
años después, en 1660. Tras la muerte del rey Luis XIII, acaba de subir
al poder el joven Luis XIV, con lo que se produce una lenta transición entre la
antigua y la nueva corte, con el consiguiente baile de poderes.
Aunque debido a su carácter episódico, la
trama se disperse en varios frentes, como si de una serie actual se tratara,
hay dos temas que se mantienen, apareciendo de manera recurrente.
El primero de ellos
estriba los tres Mosqueteros (que son cuatro), se han convertido en figuras
legendarias. TODO el mundo les conoce y les trata con deferencia, a medio
camino entre la admiración, el miedo y la incredulidad. Éstos se saben los
mejores en lo suyo, pero tienen sus años (rondan los 60) y están continuamente
quejándose de que sus mejores años ya quedaron atrás, con la sensación de que
ya están viejos para estos follones, conscientes ahora sí de que cualquiera de
estas aventuras será la última. Este respeto se torna cierta condescendencia
cuando interaccionan con los más jóvenes, los recién llegados a la corte, que
no conocen de qué son capaces nuestros gallardos espadachines y los tratan como
si fueran abuelos cebolleta que rememoran sus batallitas (hasta que se
enfrentan y luego pasa lo que pasa, claro ^^).
El segundo de los temas recurrentes a lo largo del libro es el paso de los tiempos y el consiguiente cambio de valores que comporta. Los mosqueteros no se reconocen en el nuevo Rey ni en la nueva corte, más pendiente de veleidades románticas y duelos de honor que de luchar por el futuro del país y el cuidado de su gente, claramente se sienten fuera de una generación que no es la suya, defendiendo ideales que los demás ven como caducos.
Muchos personajes
que conocíamos (Richelieu, Wardes…)
han desaparecido tras el paso del tiempo, pero nuestros personajes favoritos
siguen ahí: El atontado y forzudo Porthos, el
siempre afectado y honorable Athos,
el intigrante seductor Aramis
y el temperamental Artagnan, ahora
convertido casi en un superhombre. Están viejos y achacosos, pero siguen ahí
con el carisma intacto que les caracteriza.
Nuevos actores
aparecen en escena, empezando por el siempre caprichoso Luis XIV. En un primer momento se presenta como un niño
mimado lleno de inseguridades, pero a medida que avanza la novela se forja su
carácter, ganando en implacabilidad y arrogancia. Se percibe en él un Rey que
es incapaz de aceptar un rechazo, acostumbrado a imponer su voluntad como ley,
saliéndose siempre con la suya para disfrutar de la vida. A su alrededor
orbitan los grandes poderes de la Corte, como el Cardenal
Mazarino, o el intendente
Fouquet, ambiciosos personajes que aspiran a tomar las
riendas efectivas del país, mientras el Rey se divierte de fiesta en fiesta.
Aquí Dumas,
consciente de que quizás no tiene muchas coass que contar de unos personajes ya
mayores, presenta a una plétora de jóvenes caballeros con ganas de comerse el
mundo. Entre ellos destaca el llamado Vizconde
de Bragelonne, una suerte de clon rejuvenecido de
Artagnan, con la misma habilidad por la espada y el mismo poco seso a la hora
de lanzarse a la aventura. El caballero Wardes,
digno hijo de su padre, con su misma astucia y su misma crueldad, siempre
dispuesto a fastidiar al prójimo por puro aburrimiento. Manicamp,
un intrigante de baja cuna pero con los arrestos suficientes para progresar
como haga falta y el manirroto Malicorne,
un pequeño calzonazos lleno de nobleza y honorabilidad que, obviamente, no hace
más que recibir por todos lados a la espera de tener su premio.
Es sorprendente con qué poco Dumas es capaz de crear a un personaje nuevo y hacer que lo conozcas con apenas dos líneas de descripción, lo que le viene perfecto para hilvanar nuevas tramas y saltar de una a otra con habilidad.
En ese sentido, los Mosqueteros se hallan muchas veces en facciones rivales de la trama, debiéndose enfrentar con riesgo de sus vidas. Dumas refleja aquí con habilidad el cariño y la admiración que se profesan. Pueden haberse tornado enemigos enconados, pero siempre guardan respeto ante el que saben que es un rival digno, conscientes de que su presencia en el bando rival les va a obligar a dar el máximo para triunfar, buscando además la manera de salvar a sus compañeros sin por ello perjuicio a que su facción triunfe. Se nota que son muchos años luchando juntos ^^.
La prosa de Dumas,
como reflejo típico de su época, destaca por los abundantes requiebros de todos
sus personajes al expresarse. Las órdenes y las expresiones directas son
conceptos deshonrosos, pues tu Rey no debe ordenar sino que basta con expresar
un deseo para que cualquier súbdito se vea impelido a cumplir con sus
requerimientos. Lo mismo ocurre con personajes de extracción social similar,
entre los que las peticiones y consejos son atentados al honor. Por ello, todos
los personajes hablan a base de indirectas, dejando caer frases aquí y allá con
la esperanza de que el otro en la conversación pille la intención del mensaje.
Esto produce divertidos y delirantes diálogos de besugos cuando entre ellos no
pueden (o no quieren) entenderse, obligando a reformulaciones y retoques para
ser más asertivos sin llegar a ser directos.
Además, todos los personajes se encuentran completamente encorsetados dentro de lo que la sociedad espera y exige de ellos. Se nota en sus actos y sus quejas la poca libertad de elección que disponen, siempre al capricho del destino y el honor. Dejando de lado el vasallaje y los berrinches reales – que darían para páginas y páginas de comentarios-, la simple relación hombre-mujer queda perfectamente retratada. Ellos siempre, siempre, deben ser ávidos en buscar a un amor –el que sea- a profesar devoción, siempre calientes y con ganas de levantar faldas. Ellas, por su parte, deben mostrarse deseosas de atención, solícitas y sensuales, pero al mismo tiempo resistiendo cualquier tipo de avance por muchas ganas que tengan, bajo el peligro de quedar deshonradas. Cómo además los matrimonios son uniones políticas y comerciales más que amorosas, encontramos arreglos muy extraños que provocan locura en muchos de los personajes. Unas características de comportamiento que se pueden hacer muy raras para los lectores más jóvenes, seguro.
La abundancia de paisajes, palacios, castillos y fortalezas son hábilmente retratados por Dumas. Ya sea en la temible prisión de la Bastilla, en los alegres palacios versallescos o alguna calle aleatoria de Paris, se toma su tiempo para que puedas apreciar el escenario en el que se desarrolla la acción en todo su esplendor. Estas dos características estílisticas hacen que la lectura deba ser lenta, reposada, convirtiendo en contraproducentes las prisas y los banquetazos literarios. El vizconde de Bragelonne está pensado para que te lo tomes con calma y así te fuerza el propio libro.
Su carácter episódico, publicado capítulo a capítulo, es un trasunto de las series de hoy en día, con una entrega nueva cada semana, siempre prestas a dejarte con la intriga de qué ocurrirá en el capítulo siguiente. En ese sentido, el libro no sigue una trama concreta sino que diversas historias o arcos argumentales se van sucediendo, a veces independientemente, a veces entrelazados. Así pues, es posible que algún personaje desaparezca durante 300 páginas, simplemente porque la acción está en otro lado, pero no desesperéis, estamos en manos de un buen timonel y aquí no se da puntada sin hilo.
De esta manera, asistiremos a la presentación de Bragelonne en sociedad junto con sus correspondienets enredos cortesanos, a la relación de Artagnan con el nuevo Rey y sus aventuras en Inglaterra, las intrigas de Aramis para incrementar su poder, un interludio romántico de enredo clásico con el Rey liándola parda, las peleas palaciegas entre Fouquet y Colbert y, para cerrar el libro la historia más famosa, el secreto del Hombre de la Máscara de Hierro.
Si lo ves con ojos
críticos, podrás contemplar como Dumas intenta crear a lo largo del libro una
nueva imaginería con los personajes recién llegados, con la idea –imagino- de
continuar las tramas tras jubilar a los mosqueteros clásicos. Recordemos que
estamos ante una publicación episódica, y como buena serie, debe tener su
audiencia para renovar una nueva temporada. Se percibe el esfuerzo, dotando de
más romanticismo y menos acción a estas historias, pero debemos entender que NO
FUNCIONA, así que, en cuestión de un capítulo, se da carpetazo a todas las
tramas secundarias, se vuelve a los personajes de siempre y se les da una
última saga de despedida (grandiosa, todo hay que decirlo).
Nada más empezar, se
siente que El hombre de la máscara de
hierro será la aventura final. A medida que avanzan las páginas se hace más
patente el melancólico sentido de despedida que desprende cada línea. Algo se
rompe dentro de mí a medida que comprendo que, poco a poco, me va a tocar decirles
adiós, especialmente en las últimas doscientas páginas, dónde la edad empieza a
hacer estragos y empezamos a ver las primeras muertes. La tristeza ante la
injusticia de las algunas desapariciones se clava en el alma y, estoy seguro,
también en el corazón del autor.
El
vizconde de Bragelonne es un verdadero fresco
histórico. A lo largo de los trece años que se desarrollan en sus páginas,
visitamos todos los aspectos de la corte francesa, políticos, financieros y
amorosos. Todo ello poblado con unos personajes carismáticos, una bella prosa y
un dulce savior-faire con el toque
añejo de las cosas que fueron y nunca volverán. Como siempre con estos
tocharros, se trata de un libro que leer con calma, con el que disfrutar del
camino y deleitarse con unos personajes míticos. Artagnan, Athos, Aramis y
Porthos… Valentía, lealtad, astucia y confianza. Un libro que sabe a despedida,
con cariño y con honor, abandonando al final sus páginas con un inevitable
toque nostálgico.
Un libro brillante, mastodóntico y precioso, de los que da mucha pena que se acabe.
Nota: 9
Nota goodreads: 4.15/5
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