miércoles, 3 de junio de 2020

Avatar: la leyenda de Aang (Nickelodeon)


Hace mucho que no se pasan series por aquí, no es por falta de visionados, ni mucho menos, sino porque muchas veces requieren un mayor esfuerzo de lo normal. En muchos casos son obras más complejas, con muchos detalles a comentar, con cierta historia a lo largo de sus capítulos y condiciones cambiantes que marcan su crecimiento, decadencia y un abrupto fin (o no).

Hoy no voy a hablar de series profundas con significados ocultos que te cambian la vida, sino de una de las mejores series del canal juvenil Nickelodeon. Estuvo en antena entre 2005-2008, por lo que ya tiene sus años, pero esto no la hace menos aprovechable. Llamó rápidamente la atención por salirse de las modas típicas de su género. Aunque presentaba una senda del héroe muy canónica, lo hacía rompiendo bastantes moldes. Lo que más llamaba la atención en el primer par de capítulos es que seguía la estructura de un shonen, lo pasaba por un filtro de producción estadounidense, lo que le confería un toque original a primera vista. Además, presentaba una historia profunda y bien narrada, que alcanza altas cotas de calidad en su desenlace, tratando temas serios y maduros sin por ello dejar de estar dirigida a un público juvenil. Reivindicada por todos los jóvenes de la época, está alcanzando una segunda juventud en Netflix, apareciendo en los ránkings de más vistas de EEUU durante semanas.

Avatar: la leyenda de Aang nos presenta un mundo habitado por humanos dónde la civilización se divide en cuatro grandes países, cada uno adscrito a uno de los cuatro elementos clásicos (Agua, Aire, Tierra y Fuego). En cada nación existe cierta gente (llamados maestros) que pueden manipular los elementos mediante artes marciales. El Avatar es el único capaz de dominar los cuatro elementos a la vez y tiene como misión preservar el equilibrio entre las diferentes naciones. Siguiendo la tradición budista, cuando el Avatar muere, su espíritu se reencarna en un nuevo cuerpo de la nación siguiente dentro del ciclo.  Todos los países vivían en armonía hasta que la Nación del Fuego lanzó un ataque a gran escala, destruyendo por completo la Nación del Aire, lo que dio lugar a una larga guerra contra los dos países restantes. Cien años después de ese ataque, no ha habido rastro del Avatar, pero un día, dos chicos de la nación del Agua encuentran a un niño atrapado dentro de un iceberg, que resulta ser el Avatar, perteneciente a la extinta nación del Aire. Los tres deberán emprender una aventura para detener la guerra mientras los asesinos de la Nación del Fuego intentan detenerlos.



¿Qué rasgos principales tiene la serie? Primero por presentar un mundo de fantasía de clara inspiración oriental, alejado de Juegos de Tronos o Tierras Medias, encontrando rasgos en la imaginería de la cultura china, tailandesa o esquimal, sin tocar la más trillada japonesa. La animación está realizada según las técnicas del anime pero pasado a través del estilo de dibujos estadounidense, por lo que mantienen una viva acción, que fluye con acierto (sin esos megachillones de ataques típicos del anime), pero manteniendo una combinación de magias elementales con artes marciales y danzas acrobáticas muy características (que luego en la versión real no queda NADA bien). Esto contribuye a darle dinamismo a los capítulos, lo que mantiene el ritmo y el interés incluso en los argumentalmente menos inspirados.

Fácilmente capta la atención, pero para retener al espectador necesitas una buena historia y unos buenos personajes. Ahí es donde destaca todavía más la serie. Todos los personajes que vemos en ella tienen profundidad, presentan defectos y tienen sus puntos positivos, sufren conflictos internos y evolucionan de manera lógica durante todo el arco argumental, además, todos encajan dentro del trasfondo y aportan en la trama.

Una trama que se nota diseñada desde un primer momento para tener las tres temporadas que tiene. No encontramos giros innecesarios, no se abren tramas cerradas ni se alargan historias sin sentido porque la audiencia (enorme en la época) pidiera más capítulos. Es de las pocas series que dura lo que tiene que durar, sin capítulos de relleno ni prisas extrañas.


La primera temporada es más liviana y alegre, sirve de presentación del universo y de los personajes principales. Tiene algún que otro capítulo un poco durillo para el espectador adulto, pero aun así se marca varios momentazos con una carga dramática ejemplar.

Los personajes se muestran vívidos desde un primer momento, tanto los buenos como los malos presentan personalidades complejas, con defectos y virtudes, que además evolucionan de acuerdo con la historia. Por ejemplo, el Avatar, el Aang del título es un niño que se sabe súper-poderoso, que ansía jugar y cumplir con su misión divina, siendo tarea de sus compañeros de viaje refrenar sus ansias de liarla. A medida que se va haciendo patente la magnitud de su tarea y se suceden los golpes de realidad, la idea de ser el elegido y enfrentarse cara a cara con la muerte le seduce cada vez menos. Sabe que es su deber, que es el único con poder de evitar que los malos triunfen, pero siente el peso sobre sus hombros sin saber si será capaz de conseguir sus objetivos, temeroso de fallar y cada vez con más ganas de encasquetarle el muerto a otro. De la misma manera sucede con el resto de protagonistas: Katara, Sokka, Zuko… Sus personalidades pervierten los tópicos clásicos y transitan un arco argumental satisfactorio (para bien o para mal).

La segunda temporada toma un poso más profundo, diluyendo la frontera entre malos y buenos que tan claramente se distinguía en un primer momento. Los teóricos aliados de la Nación de la Tierra resultan ser más intrigantes de lo esperado, con su agenda propia a la que no le viene muy bien que un Avatar les trastoque los planes. Por otro lado, inesperadas ayudas vienen de la Nación del Fuego, dejando claro que no todo está podrido en este mundo.


La serie despega definitivamente con el ascenso de la Princesa Azula como antagonista, uno de los personajes que da gusto conocer. Una malvada espectacular que roba la mitad de la serie desde que aparece en escena. Es cruel, avariciosa y retorcida, dispuesta a todo con tal de triunfar, llena de arrogancia y un carácter volcánico, pero al mismo tiempo carismática, con dudas, capaz de amar (a su manera) y unos toques de locura finales que la convierten en un personaje deliciosamente construido. Es un gustazo comprobar como es grandiosa y mala a rabiar, pero al mismo tiempo no se presenta como una badass molona. Por parte de los buenos, el carisma se equilibra con la aparición de la Maestra de la Tierra Toph Beipong, una niña pequeña (8-9 años mientras que los otros tienen unos 14-15) malcarada, cabezona y temperamental. Es ciega (como característica, sin que ello sea definitorio de su carácter), con un humor negrísimo que bordea con maestría la incorrección política y no tolera que nadie la trate con deferencia por no poder ver, lo que contrasta con sus momentos de vulnerabilidad cuando se hace patente que sigue siendo una niña con miedo a que los demás la dejen de lado por ser incapaz de seguir el ritmo.

Una vez estos dos personajazos cobran protagonismo, la serie pega un subidón y pasa de ser una buena serie a pertenecer a la élite del género de pleno derecho. De la misma manera, la evolución de todos los personajes está llena de chicha, no siempre avanza por los cauces esperados, se desarrolla con notable naturalidad, imbricada y explicada dentro de la trama, cuyos inusuales arcos argumentales contribuyen a enriquecer una historia que guarda muchas sorpresas.

La tercera temporada narra la confrontación final contra el Señor del Fuego, la emoción y la épica campan a sus anchas acabando con la historia y el viaje emocional de héroes y villanos. Se centra especialmente en aspectos poco tratados en la narrativa juvenil, como el dolor que acompaña a los horrores de una guerra, en la que todos sufren, dejando patente que incluso los vencedores pagan un alto precio tanto en las pérdidas como en las acciones que se ven obligados a realizar. También se dedican esfuerzos a hablar sobre los peligros del totalitarismo, el sentido del deber, la necesidad de autoaceptación y la libertad del individuo frente a la búsqueda del bien común.  


Se reduce especialmente el humor, excepto en un par de capítulos en que los malos se van de vacaciones (literalmente). Toda la temporada es un crescendo casi continuo hacia un tríptico de capítulos finales de bandera. Siempre se dice que cuesta acabar con las series y Avatar: la leyenda de Aang lo hace a la perfección. Se rompe el grupo en varios frentes en una serie de batallas llenas de épica con la acción perfectamente equilibrada, que sirve para completar con excelencia el arco argumental de todos los personajes.

SPOILER El combate de Aang contra el Señor del Fuego es el más importante, y en él comprobamos con toda la espectacularidad que se merece la maduración sutil pero constante que ha sufrido el protagonista, aceptando su responsabilidad pero siendo fiel a sus principios y moralidad. Sin embargo, la decadencia de Azula es la que se lleva todos los honores. A medida que avanza la temporada y fracasan sus planes la vamos viendo cada vez más desquiciada, incapaz de soportar la derrota, cayendo una espiral de destrucción sin medida. Su camino la lleva a una confrontación final con Zuko (obvio), pero me encanta cómo al final quien la derrota es Katara, que se ve obligada a utilizar técnicas asesinas sólo al alcance de desalmados manipulando la sangre de su enemiga con sus poderes de agua. El instante en que ella ella comprende el precio que debe pagar su conciencia para tener así una posibilidad de ganar es un giro inesperado pero realizado con maestría. Grandioso y terrible. FIN DEL SPOILER

Como sucede en muchas obras juveniles, empieza apuntando a un público entre los 12-13 años y poco a poco va subiendo el tono. Los primeros capítulos pecan de tontos, pero la serie gana interés a medida que avanza, especialmente cuando Toph y Azula (se establecen como personajes fijos. Puede que no cruce el límite de “para todos los públicos”, pero eso no impide que no se vuelva seria y trascendente cuando la ocasión lo requiere, con giros que duelen en las entrañas.



Ahora que la gente a mi alrededor empieza a tener hijos de la edad adecuada, se convierte en uno de los mejores ejemplos de series que puedes ver con tu retoño, aprendiendo y disfrutando ambos en el camino. Sino, cualquier joven de espíritu podrá disfrutar de una estupenda historia de aventuras, bien narrada, que posee aventura, ternura y valores humanos, complejidad argumental y un agudo sentido del humor, y también posee oscuridad y dramatismo; eso incluye desamores, fracturas familiares, desgracias generacionales, miserias de guerra y una trágica historia de venganza.

Existe también una versión de acción real dirigida por Shyamalan bastante mejorable que reseñé aquí.

Si os quedáis con ganas de más aventuras de los Avatares, la serie se acaba aquí  y no hay más materal adicional. Existe sin embargo Avatar: la leyenda de Korra, una suerte de secuela situada unos 80 años después de ésta, con personajes nuevos e historias originales, simplemente compartiendo el mismo universo.

Como he comentado antes, esta serie se puede ver actualmente en Netflix, constando de 3 temporadas de 20 episodios de 25 minutos cada uno. Si os gustan las buenas historias de aventuras y no os tira para atrás la animación juvenil, ésta puede ser una buena propuesta para disfrutar de una buena serie.

Después de todo, tenemos una estupenda historia de aventuras que goza de una fantasía muy original dentro del trillado género de artes marciales y con unos personajes bien trazados, llenos de carisma. Si bien la trama sigue fiel al camino del héroe, realiza el viaje con notable maestría, con la longitud adecuada para desarrollar el trasfondo sin baches de ritmo hasta llegar a un final de bandera, de los que te dejan bien a gusto. Si estás dentro del género, no puedes dejarla pasar.

Nota: 7, 8 y 9 (como corresponde a un buen crescendo).
Nota filmaffinity: 7.7

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