Hace
mucho que no se pasan series por aquí, no es por falta de visionados, ni mucho
menos, sino porque muchas veces requieren un mayor esfuerzo de lo normal. En
muchos casos son obras más complejas, con muchos detalles a comentar, con
cierta historia a lo largo de sus capítulos y condiciones cambiantes que marcan
su crecimiento, decadencia y un abrupto fin (o no).
Hoy
no voy a hablar de series profundas con significados ocultos que te cambian la
vida, sino de una de las mejores series del canal juvenil Nickelodeon. Estuvo en antena entre 2005-2008, por lo que ya tiene
sus años, pero esto no la hace menos aprovechable. Llamó rápidamente la
atención por salirse de las modas típicas de su género. Aunque presentaba una
senda del héroe muy canónica, lo hacía rompiendo bastantes moldes. Lo que más
llamaba la atención en el primer par de capítulos es que seguía la estructura
de un shonen, lo pasaba por un filtro de producción estadounidense, lo que le
confería un toque original a primera vista. Además, presentaba una historia
profunda y bien narrada, que alcanza altas cotas de calidad en su desenlace,
tratando temas serios y maduros sin por ello dejar de estar dirigida a un
público juvenil. Reivindicada por todos los jóvenes de la época, está
alcanzando una segunda juventud en Netflix, apareciendo en los ránkings de más
vistas de EEUU durante semanas.
Avatar: la leyenda de Aang
nos presenta un mundo habitado por humanos dónde la civilización se divide en
cuatro grandes países, cada uno adscrito a uno de los cuatro elementos clásicos
(Agua, Aire, Tierra y Fuego). En cada nación existe cierta gente (llamados
maestros) que pueden manipular los elementos mediante artes marciales. El
Avatar es el único capaz de dominar los cuatro elementos a la vez y tiene como
misión preservar el equilibrio entre las diferentes naciones. Siguiendo la
tradición budista, cuando el Avatar muere, su espíritu se reencarna en un nuevo
cuerpo de la nación siguiente dentro del ciclo.
Todos los países vivían en armonía hasta que la Nación del Fuego lanzó
un ataque a gran escala, destruyendo por completo la Nación del Aire, lo que dio
lugar a una larga guerra contra los dos países restantes. Cien años después de
ese ataque, no ha habido rastro del Avatar, pero un día, dos chicos de la
nación del Agua encuentran a un niño atrapado dentro de un iceberg, que resulta
ser el Avatar, perteneciente a la extinta nación del Aire. Los tres deberán
emprender una aventura para detener la guerra mientras los asesinos de la
Nación del Fuego intentan detenerlos.
¿Qué
rasgos principales tiene la serie? Primero por presentar un mundo de fantasía
de clara inspiración oriental, alejado de Juegos
de Tronos o Tierras Medias, encontrando
rasgos en la imaginería de la cultura china, tailandesa o esquimal, sin tocar
la más trillada japonesa. La animación está realizada según las técnicas del anime pero pasado a través del estilo de
dibujos estadounidense, por lo que mantienen una viva acción, que fluye con
acierto (sin esos megachillones de ataques típicos del anime), pero manteniendo
una combinación de magias elementales con artes marciales y danzas acrobáticas
muy características (que luego en la versión real no queda NADA bien). Esto
contribuye a darle dinamismo a los capítulos, lo que mantiene el ritmo y el
interés incluso en los argumentalmente menos inspirados.
Fácilmente
capta la atención, pero para retener al espectador necesitas una buena historia
y unos buenos personajes. Ahí es donde destaca todavía más la serie. Todos los
personajes que vemos en ella tienen profundidad, presentan defectos y tienen
sus puntos positivos, sufren conflictos internos y evolucionan de manera lógica
durante todo el arco argumental, además, todos encajan dentro del trasfondo y
aportan en la trama.
Una
trama que se nota diseñada desde un primer momento para tener las tres
temporadas que tiene. No encontramos giros innecesarios, no se abren tramas
cerradas ni se alargan historias sin sentido porque la audiencia (enorme en la
época) pidiera más capítulos. Es de las pocas series que dura lo que tiene que
durar, sin capítulos de relleno ni prisas extrañas.
La
primera temporada es más liviana y alegre, sirve de presentación del universo y
de los personajes principales. Tiene algún que otro capítulo un poco durillo
para el espectador adulto, pero aun así se marca varios momentazos con una
carga dramática ejemplar.
Los
personajes se muestran vívidos desde un primer momento, tanto los buenos como
los malos presentan personalidades complejas, con defectos y virtudes, que
además evolucionan de acuerdo con la historia. Por ejemplo, el Avatar, el Aang
del título es un niño que se sabe súper-poderoso, que ansía jugar y cumplir con
su misión divina, siendo tarea de sus compañeros de viaje refrenar sus ansias
de liarla. A medida que se va haciendo patente la magnitud de su tarea y se
suceden los golpes de realidad, la idea de ser el elegido y enfrentarse cara a
cara con la muerte le seduce cada vez menos. Sabe que es su deber, que es el
único con poder de evitar que los malos triunfen, pero siente el peso sobre sus
hombros sin saber si será capaz de conseguir sus objetivos, temeroso de fallar
y cada vez con más ganas de encasquetarle el muerto a otro. De la misma manera
sucede con el resto de protagonistas: Katara, Sokka, Zuko… Sus personalidades
pervierten los tópicos clásicos y transitan un arco argumental satisfactorio
(para bien o para mal).
La
segunda temporada toma un poso más profundo, diluyendo la frontera entre malos
y buenos que tan claramente se distinguía en un primer momento. Los teóricos
aliados de la Nación de la Tierra resultan ser más intrigantes de lo esperado, con
su agenda propia a la que no le viene muy bien que un Avatar les trastoque los
planes. Por otro lado, inesperadas ayudas vienen de la Nación del Fuego,
dejando claro que no todo está podrido en este mundo.
La
serie despega definitivamente con el ascenso de la Princesa Azula como
antagonista, uno de los personajes que da gusto conocer. Una malvada
espectacular que roba la mitad de la serie desde que aparece en escena. Es cruel,
avariciosa y retorcida, dispuesta a todo con tal de triunfar, llena de
arrogancia y un carácter volcánico, pero al mismo tiempo carismática, con
dudas, capaz de amar (a su manera) y unos toques de locura finales que la
convierten en un personaje deliciosamente construido. Es un gustazo comprobar
como es grandiosa y mala a rabiar, pero al mismo tiempo no se presenta como una
badass molona. Por parte de los
buenos, el carisma se equilibra con la aparición de la Maestra de la Tierra Toph
Beipong, una niña pequeña (8-9 años mientras que los otros tienen unos 14-15) malcarada,
cabezona y temperamental. Es ciega (como característica, sin que ello sea
definitorio de su carácter), con un humor negrísimo que bordea con maestría la
incorrección política y no tolera que nadie la trate con deferencia por no
poder ver, lo que contrasta con sus momentos de vulnerabilidad cuando se hace
patente que sigue siendo una niña con miedo a que los demás la dejen de lado
por ser incapaz de seguir el ritmo.
Una
vez estos dos personajazos cobran protagonismo, la serie pega un subidón y pasa
de ser una buena serie a pertenecer a la élite del género de pleno derecho. De
la misma manera, la evolución de todos los personajes está llena de chicha, no
siempre avanza por los cauces esperados, se desarrolla con notable naturalidad,
imbricada y explicada dentro de la trama, cuyos inusuales arcos argumentales
contribuyen a enriquecer una historia que guarda muchas sorpresas.
La
tercera temporada narra la confrontación final contra el Señor del Fuego, la
emoción y la épica campan a sus anchas acabando con la historia y el viaje
emocional de héroes y villanos. Se centra especialmente en aspectos poco
tratados en la narrativa juvenil, como el dolor que acompaña a los horrores de una
guerra, en la que todos sufren, dejando patente que incluso los vencedores
pagan un alto precio tanto en las pérdidas como en las acciones que se ven
obligados a realizar. También se dedican esfuerzos a hablar sobre los peligros
del totalitarismo, el sentido del deber, la necesidad de autoaceptación y la
libertad del individuo frente a la búsqueda del bien común.
Se
reduce especialmente el humor, excepto en un par de capítulos en que los malos
se van de vacaciones (literalmente). Toda la temporada es un crescendo casi
continuo hacia un tríptico de capítulos finales de bandera. Siempre se dice que
cuesta acabar con las series y Avatar: la
leyenda de Aang lo hace a la perfección. Se rompe el grupo en varios
frentes en una serie de batallas llenas de épica con la acción perfectamente
equilibrada, que sirve para completar con excelencia el arco argumental de
todos los personajes.
SPOILER
El combate de Aang contra el Señor del Fuego es el más importante, y en él
comprobamos con toda la espectacularidad que se merece la maduración sutil pero
constante que ha sufrido el protagonista, aceptando su responsabilidad pero
siendo fiel a sus principios y moralidad. Sin embargo, la decadencia de Azula
es la que se lleva todos los honores. A medida que avanza la temporada y
fracasan sus planes la vamos viendo cada vez más desquiciada, incapaz de
soportar la derrota, cayendo una espiral de destrucción sin medida. Su camino
la lleva a una confrontación final con Zuko (obvio), pero me encanta cómo al
final quien la derrota es Katara, que se ve obligada a utilizar técnicas asesinas
sólo al alcance de desalmados manipulando la sangre de su enemiga con sus
poderes de agua. El instante en que ella ella comprende el precio que debe
pagar su conciencia para tener así una posibilidad de ganar es un giro
inesperado pero realizado con maestría. Grandioso y terrible. FIN
DEL SPOILER
Como
sucede en muchas obras juveniles, empieza apuntando a un público entre los
12-13 años y poco a poco va subiendo el tono. Los primeros capítulos pecan de
tontos, pero la serie gana interés a medida que avanza, especialmente cuando
Toph y Azula (se establecen como personajes fijos. Puede que no cruce el límite
de “para todos los públicos”, pero eso no impide que no se vuelva seria y
trascendente cuando la ocasión lo requiere, con giros que duelen en las
entrañas.
Ahora
que la gente a mi alrededor empieza a tener hijos de la edad adecuada, se
convierte en uno de los mejores ejemplos de series que puedes ver con tu
retoño, aprendiendo y disfrutando ambos en el camino. Sino, cualquier joven de
espíritu podrá disfrutar de una estupenda historia de aventuras, bien narrada,
que posee aventura, ternura y valores humanos, complejidad argumental y un
agudo sentido del humor, y también posee oscuridad y dramatismo; eso incluye
desamores, fracturas familiares, desgracias generacionales, miserias de guerra
y una trágica historia de venganza.
Existe
también una versión de acción real dirigida por Shyamalan bastante mejorable
que reseñé aquí.
Si
os quedáis con ganas de más aventuras de los Avatares, la serie se acaba
aquí y no hay más materal adicional.
Existe sin embargo Avatar: la leyenda de
Korra, una suerte de secuela situada unos 80 años después de ésta, con
personajes nuevos e historias originales, simplemente compartiendo el mismo
universo.
Como
he comentado antes, esta serie se puede ver actualmente en Netflix, constando
de 3
temporadas de 20
episodios de 25
minutos cada uno. Si os gustan las buenas historias de aventuras y no os tira
para atrás la animación juvenil, ésta puede ser una buena propuesta para
disfrutar de una buena serie.
Después
de todo, tenemos una estupenda historia de aventuras que goza de una fantasía
muy original dentro del trillado género de artes marciales y con unos
personajes bien trazados, llenos de carisma. Si bien la trama sigue fiel al
camino del héroe, realiza el viaje con notable maestría, con la longitud
adecuada para desarrollar el trasfondo sin baches de ritmo hasta llegar a un
final de bandera, de los que te dejan bien a gusto. Si estás dentro del género,
no puedes dejarla pasar.
Nota:
7,
8
y 9 (como
corresponde a un buen crescendo).
Nota
filmaffinity: 7.7
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