Supongo que no hace falta
presentar a un director tan importante en la historia del cine como Steven
Spielberg. Con los años de ha ganado el derecho de que el estreno de cada uno
de sus films sea un acontecimiento. Su propuesta para este año ha pasado muy ensombrecida
por la gigantesca maquinaria que ha movido Star Wars, pero una vez saciadas mis
ansias frikis no quería perder el tiempo en verla. Todos hemos crecidos con sus
películas y se le tiene un poco de cariño al hombre.
Ver El
Puente de los espías es todo un gustazo. No tanto por su ingenioso
guión (que también) sino por lo bién hecha que está. Las
manos de tito Spielberg se notan en una puesta en escena impecable,
con una fotografía gélida, pero llena de detalles. Las dos largas escenas que
conducen a la conclusión de los juicios son grandiosas y la
escena final en el puente está al alcance de muy pocos (es
PERFECTA). Su sonido también es de primerísima calidad, con una banda sonora en
la que, por primera vez en muchos años, no colabora John Williams sino Thomas
Newman.
La recreación de la época y el gusto por el detalle destacan desde el
primer momento, especialmente en las escenas realizadas en Berlín. Se podría
hacer sin ningún problema un Viajes
de cine recordando los lugares míticos de la capital
alemana (Alexander
Platz, Templehof, Brandenburg…), tal es la calidad de la fotografía y el
escenario.
Sin embargo, la película está
cargada de un patriotismo innecesario, dejando claro que los yanquis son mucho
más humanitarios y éticamente superiores a los soviéticos. A ello hay que unir unos
baches de ritmo que no ayudan a hacer fácil una película que no destaca por su
elevada emoción. Cada palabra tiene su importancia, cada
diálogo reverbera y influye en lo que va a pasar posteriormente. Todos los
personajes toman decisiones trascendentes en su futuro y el director consigue
mostrarnos cómo cada personaje es consciente de de la importancia que
tiene cada acto en su destino. No obstante, tal como ocurría en La Terminal, una
historia que daría para epicidades gratuitas o enfrentamientos enconados que
conduzcan a la gloria o a la tragedia, pero se queda como una historia ñoña de
un hombre simple y adorable, con un tesón que ya nos gustaría tener. A
pesar de la sucesión de afilados diálogos de los que somos testigos, llenos de
incisivos intercambios dialécticos a cada cual mejor que el anterior, la
narración se acaba haciendo pesada y se acaba haciendo larga.
La idea es más que interesante pero, ¿era necesario un prólogo tan largo para
acabar llegando a Berlín? Estoy seguro que se podría haber aligerado sin
inconvenientes, haciéndola más fácil para el espectador.
La primera hora de película se mece en un impecable ejercicio de
dialéctica frente al tribunal para mayor gloria del sistema judicial
estadounidense, cuya línea argumental podría haber continuado sin problemas,
pero las circunstancias convierten a nuestro Tom Hanks en el improbable
negociador de un canje de prisioneros de guerra en Berlín justo durante la
construcción del muro. Tom Hanks, que siempre ha sido la persona
normal “personificada” es el mejor para soportar a sus espaldas el papel de
persona anónima metida en un follón que le queda, definitivamente grande y
salir airoso del trance. En este caso, se mete en la piel de Atticus Finch,
el abogado de ética intachable, el que defiende las causas perdidas porque
alguien debe velar por ellas. Es el mismo personaje que el de Gregory Peck, el
abogado defensor de un jucio perdido de antemano que nos recuerda que la
integridad y la justicia son valores que preservar, pero trasladándose cincuenta
años para defender al hombre más odiado de los EEUU McCarthistas. Sólo
una cosecha excepcionalmente buena en trabajos actorales le ha impedido
aparecer en los nominados de los Oscars de este año (que sabemos que será para
Fassbender :p). Este caballero sin
espada no está sólo en el brete. A su lado, el “estoico mujik” ejercido por
Mark Rylance deslumbra. Desborda clase en un ejercicio impecable de un espía
acorralado que no puede sino asistir, lleno de calma y tranquilidad, a los
avatares de su destino, cuyo futuro ya no le pertenece. Pedazo
de actuación que se saca de la manga (nominación al Oscar incluida).
Esta película de juicios que
parecía dirigida hacia el drama carcelario se convierte en un instante en un
film de espías. No de aquellos que saldrían de la pluma de Ian Fleming, sino de
aquellos surgidos del frío, de la mente de LeCarré. Los ávidos de emociones
fuertes quedarán pues decepcionados, pues en LeCarré la diplomacia y la
información importan mucho más que los tiros y las explosiones.
El Puente de los espías acaba
siendo una película que recuerda a Atrápame si puedes
o La Terminal (ambas
con el bueno de Hanks por ahí). Ejercicios impecablemente realizados
técnicamente, pero faltos de una emoción que las deja como películas menores en
una filmografía plagada de films grandiosos.
Por último, me ha parecido
gracioso el diálogo con el policía, cuando éste le dice “Yo estuve en el
desembarco, en Omaha”. Casi estaba esperando que Tom Hanks le fuera a decir “Y
yo también, yo era el que pedía fuego de cobertura, idiota”. ¡Qué buenos
tiempos los del soldado Ryan!
Nota: 6
Nota filmaffinity: 7.0
Publicada previamente en Cinefágos AQUI
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