lunes, 1 de febrero de 2016

El Puente de los espías



Supongo que no hace falta presentar a un director tan importante en la historia del cine como Steven Spielberg. Con los años de ha ganado el derecho de que el estreno de cada uno de sus films sea un acontecimiento. Su propuesta para este año ha pasado muy ensombrecida por la gigantesca maquinaria que ha movido Star Wars, pero una vez saciadas mis ansias frikis no quería perder el tiempo en verla. Todos hemos crecidos con sus películas y se le tiene un poco de cariño al hombre.

Ver El Puente de los espías es todo un gustazo. No tanto por su ingenioso guión (que también) sino por lo bién hecha que está. Las manos de tito Spielberg se notan en una puesta en escena impecable, con una fotografía gélida, pero llena de detalles. Las dos largas escenas que conducen a la conclusión de los juicios son grandiosas y la escena final en el puente está al alcance de muy pocos (es PERFECTA). Su sonido también es de primerísima calidad, con una banda sonora en la que, por primera vez en muchos años, no colabora John Williams sino Thomas Newman.

La recreación de la época y el gusto por el detalle destacan desde el primer momento, especialmente en las escenas realizadas en Berlín. Se podría hacer sin ningún problema un Viajes de cine recordando los lugares míticos de la capital alemana (Alexander Platz, Templehof, Brandenburg…), tal es la calidad de la fotografía y el escenario.

Sin embargo, la película está cargada de un patriotismo innecesario, dejando claro que los yanquis son mucho más humanitarios y éticamente superiores a los soviéticos. A ello hay que unir unos baches de ritmo que no ayudan a hacer fácil una película que no destaca por su elevada emoción. Cada palabra tiene su importancia, cada diálogo reverbera y influye en lo que va a pasar posteriormente. Todos los personajes toman decisiones trascendentes en su futuro y el director consigue mostrarnos cómo cada personaje es consciente de  de la importancia que tiene cada acto en su destino. No obstante, tal como ocurría en La Terminal, una historia que daría para epicidades gratuitas o enfrentamientos enconados que conduzcan a la gloria o a la tragedia, pero se queda como una historia ñoña de un hombre simple y adorable, con un tesón que ya nos gustaría tener. A pesar de la sucesión de afilados diálogos de los que somos testigos, llenos de incisivos intercambios dialécticos a cada cual mejor que el anterior, la narración se acaba haciendo pesada y se acaba haciendo larga. La idea es más que interesante pero, ¿era necesario un prólogo tan largo para acabar llegando a Berlín? Estoy seguro que se podría haber aligerado sin inconvenientes, haciéndola más fácil para el espectador.


La primera hora de película se mece en un impecable ejercicio de dialéctica frente al tribunal para mayor gloria del sistema judicial estadounidense, cuya línea argumental podría haber continuado sin problemas, pero las circunstancias convierten a nuestro Tom Hanks en el improbable negociador de un canje de prisioneros de guerra en Berlín justo durante la construcción del muro. Tom Hanks, que siempre ha sido la persona normal “personificada” es el mejor para soportar a sus espaldas el papel de persona anónima metida en un follón que le queda, definitivamente grande y salir airoso del trance. En este caso, se mete en la piel de Atticus Finch, el abogado de ética intachable, el que defiende las causas perdidas porque alguien debe velar por ellas. Es el mismo personaje que el de Gregory Peck, el abogado defensor de un jucio perdido de antemano que nos recuerda que la integridad y la justicia son valores que preservar, pero trasladándose cincuenta años para defender al hombre más odiado de los EEUU McCarthistas. Sólo una cosecha excepcionalmente buena en trabajos actorales le ha impedido aparecer en los nominados de los Oscars de este año (que sabemos que será para Fassbender :p). Este caballero sin espada no está sólo en el brete. A su lado, el “estoico mujik” ejercido por Mark Rylance deslumbra. Desborda clase en un ejercicio impecable de un espía acorralado que no puede sino asistir, lleno de calma y tranquilidad, a los avatares de su destino, cuyo futuro ya no le pertenece. Pedazo de actuación que se saca de la manga (nominación al Oscar incluida).

 Esta película de juicios que parecía dirigida hacia el drama carcelario se convierte en un instante en un film de espías. No de aquellos que saldrían de la pluma de Ian Fleming, sino de aquellos surgidos del frío, de la mente de LeCarré. Los ávidos de emociones fuertes quedarán pues decepcionados, pues en LeCarré la diplomacia y la información importan mucho más que los tiros y las explosiones. El Puente de los espías acaba siendo una película que recuerda a Atrápame si puedes o La Terminal (ambas con el bueno de Hanks por ahí). Ejercicios impecablemente realizados técnicamente, pero faltos de una emoción que las deja como películas menores en una filmografía plagada de films grandiosos.

Por último, me ha parecido gracioso el diálogo con el policía, cuando éste le dice “Yo estuve en el desembarco, en Omaha”. Casi estaba esperando que Tom Hanks le fuera a decir “Y yo también, yo era el que pedía fuego de cobertura, idiota”. ¡Qué buenos tiempos los del soldado Ryan!

Nota: 6
Nota filmaffinity: 7.0

Publicada previamente en Cinefágos AQUI

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