Alicia. Permitidme esta licencia, pues el personaje interpretado por Mia
Wazikowska bebe tanto de la Alicia burtoniana que Crimson Peak podría,
simplemente, haber sucedido cinco-diez años después. Nuestra ya crecida Alicia,
una mujer inteligente e independiente, alejada de la consabida “reina de los
gritos” de las películas de terror, se verá arrojada a una casa encantada
poblada con los engendros surgidos de la febril imaginación de Guillermo del
Toro, dónde la belleza y el horror se suele mezclar y nada es lo que puede
parecer.
Aunque la encontramos encuadrada dentro del
Terror, Crimson Peak se acerca mucho más a las historias de amor gótico,
deslizándose paulatinamente hacia un mundo sobrenatural que no tiene cabida en
nuestro mundo, llenándose de un mal que enloquece a los personajes con su
presencia. Tiene dos partes claramente diferenciadas: un primer
fragmento muy reposado en que se nos plantea la historia y se toma su tiempo
para presentar a unos personajes a los que se da profundidad y enjundia; luego
esta reposada (y larga introducción) da pie a una historia de casas encantadas
y fantasmas dónde el aroma a invierno, la nostalgia histórica y el misterio
fantasmagórico se entrelazan para arrojarnos a un mundo donde el bien se
confunde con el mal.
Crimson Peak juega acertadamente las bazas que
tiene: un trío de actores la mar de solvente capaz de levantar una historia de
la nada y una puesta en escena llena de un barroquismo que no abandona nunca el
buen gusto. Estas bazas le sirven para disimular un guión simplón y
un desarrollo de la historia plenamente convencional.
Mia Wazikowska, Jessica Chastain (que curiosamente tiene otra película muy
diferente en cartelera) y Tom Hiddleston sostienen en sus hombros la película
durante su inicio. Unos parecen puros gentlemen
ingleses, de aquellos estirados y resabidos, pero que parecen nacidos para
liderar y dar órdenes, cual noble en la batalla. La otra mezcla con acierto un
aire soñador con un carácter fuerte y, cual Alicia revivida, es al mismo tiempo
una tierna víctima y el héroe que toda aventura necesita. La
actuación de todos demuestra una gran fe en un director, pues se nota el
esfuerzo que despliegan para dar cuerpo y fuerza a unos personajes que, si bien
están correctamente dibujados, deambulan sin mucho rumbo en un tedioso prólogo
que no tiene otra intención que conducirnos a la mansión.
La casa de los horrores de la Familia Adams, con ascensor incluido y
agujero en el techo para hacerla más tétrica y siniestra, donde cada
espeluznante habitación esconde un vil secreto, cuya esencia y contenido no vas
a estar ansioso por conocer, por el que no te mueres de curiosidad ni
desfalleces de intriga, gótico estilo, de vestidura y alma edgariana -con el
permiso, jamás concedido, de Allan Poe-, burtoniana si se prefiere, que encanta
a la vista pero deja desnutrido al resto del cuerpo; entonces ¿qué hacemos con
los demás famélicos sentidos, hermanos de la glotona visión, a su suerte
abandonados? Desde el techo agujerado
hasta la arcilla roja se basta sola para ahondar en su malignidad,
especialmente cuando unos grotescos fantasmas hacen aparición y la locura
apremia. Cada escena se convierte entonces en una auténtica obra de arte, un
cuadro barroco para gloria y onanismo de un autor que disfruta dejando libre su
imaginación y maravillándonos (o horrorizándonos) con aquello que surge de su
paleta. Ya sólo con ello merece la pena un visionado en la pantalla más
grande y de más calidad que podamos.
El ritmo no destaca por su viveza en ninguno de sus
capítulos. Aunque tiene un par de diálogos marca de la casa y
varias puñaladas la mar de características que muestran quién es el autor del
guión, la historia que allí reside no es más que una excusa con la que mover a
unos personajes mientras los truenos llenan el valle de ecos espeluznantes que
juegan a romper el frágil velo que separa nuestra realidad del más allá. Como
un antiguo caserón cuyos cimientos se hunden en un pantano, los habitantes de Crimson
Peak se hunden en un cenagoso barrizal de avaricia, lascivia y ambición. Se
puede adivinar cada uno de sus giros, pero ello no impide que podamos disfrutar
con la belleza de cada uno de sus encuadres. No puedes atreverte a afirmar que te aburres, fascinado por la joya que
se contempla, pero todo aquel que se lance, insensato, hacia sus fúlgidos
recovecos verá que no tiene apenas nada que transmitir, más allá de una
enfermiza y brillante sensación de intranquilidad, en un cuento de terror que
no quiere trascender.
Se agradece también que el terror surja más por la malignidad del ambiente
y la ajena realidad en que está envuelto el caserón que por sustos gratuitos
realizados a golpe de banda sonora. El músculo del que dispone del Toro está
perfectamente aplicado, con la mejor calidad técnica que garantiza una
superproducción y el malgusto en la fantástica puesta en escena del autor de El
Laberinto del Fauno.
Los seguidores del barroquismo desmedido,
recargado y romántico que evocan las obras de Poe estarán de enhorabuena. El
diseño de producción es extraordinario; las luces, espléndidas, los juegos de
colores, sublimes; la imaginería, desmedida y admirable. No obstante, ¿Dónde
queda el contar una buena historia? El envoltorio de
Crimson Peak es de las cosas más bonitas que vais a encontrar este año, eso no lo
dudo. Aun habiendo disfrutado con ella, encuentro que rellenar este envoltorio
habría sido también una buena idea. No recomendado para corazones
impresionables (hay un par de escenas algo durillas) ni para aquellos que
prefieran el fondo antes que la forma, el resto podrán disfrutar de un cuento tétrico, literal y visual aunque obvio y
previsible.
Nota: 5
Nota filmaffinity: 6.2
Publicada previamente en Cinéfagos AQUI
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