Ya desde el opening se hace patente el tono: imágenes aéreas que
cortan la respiración, tan bellas que parecen irreales, de los meandros del río
Guadalquivir. Lazos laberínticos de agua en el corazón de una naturaleza muerta
y desolada que podría hacernos pensar que nos hayamos en alguno de los pantanos
de Luisiana. La comparación de es al azar. La
Isla Mínima se inscribe en efecto como una versión española de los mejores
thrillers yanquis –la comparación con True
detective es obvia-, de los que nos lanzan hacia áreas remotas, asiladas e
inquietantes, donde la búsqueda del culpable es un simple pretexto para
describirnos los usos y costumbres, habitualmente poco recomendables, de las
comunidades que (sobre)viven allí. Y la Andalucía rural de los 80 cumple punto
por punto la cartilla: Al polvo árido de la naturaleza y de las duras
condiciones de vida se le enfrentan los rostos curtidos y ajados de sus
habitantes, que prefieren callar en un silencio hostil antes que revelar sus
secretos a unos policías venidos de la ciudad a desvelar aquello que debe
permanecer oculto.
Se trata por tanto, de
una investigación difícil, la que se plantea a los dos detectives provenientes
de Madrid, durante las fiestas locales, para encontrar a dos adolescentes
desaparecidas. Pedro, un joven idealista a punto de ser padre y Juan, un viejo
zorro maltratado por la bebida al que le cuesta olvidar las viejas costumbres
del régimen, se hunden poco a poco en las marismas andaluzas, desenterrando
cadáveres y secretos, hasta el punto de poner en duda sus propias creencias y
convertir en cada vez más permeable la frontera entre lo legal y lo ilícito….
La isla mínima no
debe avergonzarse en absoluto de su influencia americana, a los que el film
debe los códigos del thriller y su elegante puesta en escena, debe estar
orgulloso de su presencia. En efecto, Alberto Rodríguez escoge situar la acción
en una época muy particular de la historia reciente de España, unos años
ochenta en los que la democracia está aún en pañales. Y en este pueblo andaluz,
además del extraño comportamiento de los dos policías, destacan los fantasmas
del franquismo, que se debaten frente a los deseos de emancipación que trae
consigo la democracia. Así, las dos adolescentes desaparecidas, que la
comunidad juzga como libertinas, podrían simplemente tener ganas de libertad y
estar en cualquier lugar. Así, su callado padre parece aceptar su desaparición
como un castigo por el comportamiento de las chicas, mientras que su madre, a
instancias de su marido, esconde detalles de la investigación. Así, los dos
policías tienen también un pasado y secretos que aflorarán quieran o no…
Alberto Rodríguez toma la investigación como base para trazar, imperturbable, un camino invisible siguiente los indicios que descubren, las (falsas) pistas que siguen, los interrogatorios que realizan… Pero siempre de cruce en cruce, escudriñando las hierbas altas y las zanjas desoladas, sondeando los pantanos y sus habitantes para tomar altura de nuevo para desvelarnos la misteriosa belleza de estos paisajes inmensos antes de sumergirnos de nuevo en su calma asfixiante. A través de un thriller diabólicamente eficaz, dota a esta isla apenas atisbada de una atmósfera malsana, la puebla de personajes fantasmagóricos y la encanta con los espectros del pasado….
Nota: 8
Nota filmaffinity: 7.2
Es extraño –cada vez
menos- encontrar una muestra de género de tanta calidad en nuestro país. A
pesar de ser sobradamente la mejor de su temporada, de alguna manera
inexplicable, no fue seleccionada para representar a España en los Oscars el
año pasado. No sé si hubiera ganado, pues tanto Ida como Relatos Salvajes son
rivales temibles, pero sí que habría estado en muchas quinielas.
Posteriormente, la Academia corrigió un poco su error al permitirle arrasar en
los Goya, donde se llevó casi todo.
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