Este libro llevaba un
puñado de años pululando por casa sin llegar a leerlo. Mendoza me gusta cuando
se lía a hacer chorradas, pero su único libro serio que había leído (Mauricio o
las elecciones primarias) no es que me entusiasmara. Por estas cosas que pasan,
supongo que envalentonado con Gurb al final le llegó su turno.
Título: Riña de gatos.
Madrid 1936
Autor: Eduardo Mendoza
“Un inglés llamado Anthony Whitelands llega a bordo de un tren al Madrid
convulso de la primavera de 1936. Deberá autenticar un cuadro desconocido,
perteneciente a un amigo de José Antonio Primo de Rivera, cuyo valor económico
puede resultar determinante para favorecer un cambio político crucial en la
historia de España. Turbulentos amores con mujeres de distintas clases sociales
distraen al crítico de arte sin darle tiempo a calibrar cómo se van
multiplicando sus perseguidores: policías, diplomáticos, políticos y espías, en
una atmósfera de conspiración y de algarada.”
Y qué decir de este
libro… la reseña de Gurb salió como nada, ésta va a costar un poco más, seguro.
El libro empieza con una trama de ladrones de arte, a la que se le añaden los
toques románticos de rigos, como si quisiera hacer un Código DaVinci a la
española. Sin embargo, Mendoza se emburulla y complica la historia con quiebros
y requiebros innecesarios –y no del todo bien llevados-. Cada vez que parece
que la trama va a serenarse y a tener un mínimo de sentido, un nuevo giro la
lleva más hasta arriba, lo que empieza con un simple robo de cuadros acaba
implicando a todos los peces gordos de la republica y casi provocando la guerra
civil!
Es decir, de una
historia de obras de arte robada, se pasa a un thriller en la peligrosa Madrid
sin que te preparen previamente, luego se añaden un par de subtramas de
espionaje y conspiraciones varias, que aparecen y desaparecen sin tener tampoco
una gran influencia en el libro. Por medio, no sé si para desengrasar o hacer
la narración algo más pesada, capítulos enteros dedicados a dar explicaciones
enciclopédicas sobre la vida de Velázquez, la disposición de los cuadros de El
Prado o la historia reciente de Madrid. A botepronto se pueden entender, pues
abundan los ejemplos similares, pero en este caso, el único cambio que se
produciría si se eliminaran es que el libro perdería sesenta páginas. No te
añade ni trasfondo ni ningún detalle importante para el devenir del libro. En
fin, un cacao de tres pares de narices, innecesariamente complejo y confuso.
En este Madrid
pre-bélico, todo el mundo quiere a Anthony
Whitelands, un atontado inglés experto en arte que bien podría pertenecer a
la tripulación de Horacio Dos. Como buen
personaje Mendozil, es de carácter débil, atontado, metepatas y follador de
todo lo que pasa por delante –y sin ningún esfuerzo oiga!-. Como Gurb, adora
los churros y es incapaz de desconfiar de nadie –incluso cuando dice sí
hacerlo, acompaña a todo el que le ofrezca un buen cocido o una morena. Duerme
donde le dicen, marcha de su hotel cuando se lo piden, acude a cualquier bar
sin dudar… Pasa tanta gente por su habitación que vuelve loco a un
recepcionista, que toma nota de sus recados o lidia con el mogollón de gente
que va tras él (esta redundancia gratuita es el único buen detalle del libro,
característicamente Mendozil, muy propio y logrado).
Por ahí por medio pasa toda la plana mayor de la política de la época:
Manuel Azaña, Francisco Franco, Sanjurjo... todos ellos planos e innecesarios,
parecen aparecer sólo para dar un poco de lustre, de añadir caché a una
historia que no sabe muy bien por donde va. No se diferencian más allá del
nombre ni tienen ninguna influencia en la trama, pero oye, aparecen por ahí, dicen
una frasecita y ¡pa’alante!
El único “famoso” que tiene desarrollo es el falangista Primo de Rivera,
caracterizado como un joven inteligente y carismático que se ha convertido en
el líder de su partido casi sin querer, porque es el único que tiene un par de
dedos de frente y no los lanza a pegarse tortas con todo lo que pasa por
delante. Es reconocible como el típico chulo madrileño, y supone un contrapunto
muy agradable frente a la estupidez congénita del inglés. Se inmiscuye en la
trama por los motivos históricos obvios y, por momentos, roba el protagonismo
de la misma, para perderlo definitivamente cuando se sale de madre, con un
desenlace dentro de la historia en el que dudas si atizar a Mendoza o felicitar
su atrevimiento.
El elenco femenino está
cortado por un mismo patrón, solo cambiantes en edad (que no en madurez) y
clase social, sin grandes diferencias entre ellas. Paquita es la querida de Primo de Rivera, pero la aparición de
Whitelands trastocará todo su mundo. Lilí
es su hermana pequeña, aparentemente de unos 13-14 años, igual de tontina
que su hermana, pero con la osadía que da la juventud. Bebe los vientos por el
inglés desde el primer momento y no lo oculta. Toñina es una joven prostituta que también se enamora de Anthony,
la primera buena persona que pasa por su vida. Es el único personaje femenino
que piensa y hace algo más que abrirse de piernas, al ver en el inglés un modo
de salir de su situación, por lo que se meterá en una buena cantidad de
follones para que el protagonista salga ileso de todos los bretes en los que su
ingenuidad le mete.
Encima el final es
totalmente sacado de la manga, sin ningún tipo de explicación ni lógica –del
que podría decirse que lo hizo un mago-, parece que no sabía cómo acabarlo y se
le ocurrió eso. No hay quién se lo crea pero bueno, casa con la veleidad propia
del libro.
Es difícil calificar a
Riña de gatos. Suspende la realidad con demasiadas ganas y está poblado por
personajes tan excéntricos que se hace imposible tomárselo con seriedad, pero
se toma demasiado en serio a sí mismo como para considerarse gracioso (los
únicos chistes buenos estriban en la desesperación del recepcionista y los
juegos de tópicos ingleses).
Sí que se ve, sin
embargo, ciertas ganas de hacer un libro complejo. Me da que Mendoza quería
participar en el Planeta y quiso presentar una obra con más enjundia para no
avergonzarse mucho cuando le dieran el premio. Se le ven ganas de alejarse de
sus vicios y complicar las cosas deliberadamente, pero no supo hacerlo,
quedando en una ensalada de ingredientes mal aderezados y peor presentados
(pero le dieron el Planeta igualmente, como debe ser).
Sin haber leído su
“gran” obra seria (la ciudad de los prodigios), Mendoza me convence cada vez
más de que lo suyo son las chorradas,
que le salen muy bien. Aunque hay que reconocer que las páginas pasan
fácilmente, este merengue se le ha cortado.
Nota: 1
Nota: 3.36/5 (coñe que bajo!)
El título que se le ha dado en la traducción al inglés es: “An Englishman
in Madrid”, y ha tenido un cierto éxito, al permitir a los ingleses reírse de
sí mismos y sus tópicos (¡parece que se sienten muy identificados con ellos!)
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