martes, 24 de diciembre de 2019

Los crímenes de Grindelwald


Yo fui uno de los muchos sorprendidos cuando se anunció la expansión del universo de Harry Potter con “Animales fantásticos” (que no sé por qué no tengo reseñada en el blog). Aunque no esperaba nada de ella, me encontré una película simpática. Quizás no tenía mucho (o nada) de poso, pero se veía con agrado. Como arrasó en las taquillas como si no hubiera un mañana, era inevitable que una segunda parte apareciera, que han sido estos “Los Crímenes de Grindenwald”.

Así pues, tenemos al malo maloso de la época que se escapa de la cárcel en que había acabado previamente, dispuesto ahora sí a conquistar el mundo, matar a todos los muggles y a los magos que los protegen. Dumbledore se muestra incapaz de hacer algo contra él porque patata y es el atolondrado Newt Scamander (junto con sus amigos) quién debe resolver la papeleta.

En esta película me encuentro con el mismo efecto que comenté hace unos días en Tomorrowland. Hay algunos aspectos del proyecto que denotan un trabajo concienzudo y un acabado estupendo. En cambio, otros no parecen sino producto de la desidia y las prisas. Sorprende tanta falta de empaque en un producto de presupuesto disparatado y dirigido a reventar las taquillas del mundo, pues uno esperaría un balance de esfuerzos que diera lugar a una película con más entereza.

De la misma manera que en Tomorrowland, lo que más destaca de la película es la estupenda imaginería que combina una ambientación en los años 20 con el universo Potteriano. El toque steam-punk (en este caso mágico) de casi cada elemento en pantalla es una preciosidad. Ya que se tiene mucho dinero a gastar, se sigue la premisa de “cuanto más bestia, mejor” y tenemos monstruos gigantes, máquinas infernales y rayos devastadores que llaman bien la atención. Además, se meten suficientes elementos potterianos como para que el iniciado pueda jugar a reconocer guiños y demás. A veces pecan un poco de obvios (esa visita gratuita a Hogwarts es un poco…), pero a grandes rasgos, es más que suficiente para satisfacer la parte friki del fan con nata de toda la vida.


Sin embargo, y este es un mal recurrente en las películas de David Yates, es que todo lo que ves en pantalla es muy bonito, pero no hay nada en ello que te pida seguir viendo la película. Desaparece cualquier rastro de la magia de las películas de Columbus o del estilo que imbuyeron Cuarón o incluso Newell.

La banda sonora peca de anodina, con dos simples toquecitos para que recuerdes que estás en Hogwarts y tal. El ritmo de la trama se hace especialmente pesado, principalmente porque el guión abunda de diálogos superfluos y saltos de aquí para allá que no acaban de entenderse. Además, como las escenas se alargan innecesariamente en pos del “más difícil todavía”, la sensación de espectáculo al servicio de la nada se hace todavía más patente.


No contribuye tampoco el pasotismo de un puñado de actores que no saben muy bien qué hacen ahí. Depp encabeza el cartel con su peor papel desde hace un puñado de años (y mira que ha hecho películas con piloto automático). Ya ni entro en el trabajo de Ezra Miller (que no sabe adónde mirar en ningún momento) o Claudia Kim (que actúa mejor cuando es una serpiente). Del resto del elenco, el único que parece que se esfuerza es Jude Law como Dumbledore, mientras que Katherine Waterson, Zoë Kravitch o Eddie Redmayne sufren tener unos personajes sosos e insustanciales. Por último, a destacar (para mal) el trabajo de Dan Fogler, que pasa de ser un gordito entrañable en la primera entrega para desear que desaparezca de la pantalla cada vez que se pasea por ahí.

Esta desganada actuación de casi todo el elenco se complementa con un guión repleto de diálogos de besugo, una caracterización de personajes prácticamente nula y un desarrollo repleto de casualidades dispuestas para el goce de los efectos especiales. No hay apenas rastro de la encantadora simpatía de su predecesora, sólo destacando aquellos (pocos) momentos que evocan la saga original, que apelan descaradamente a la nostalgia y más o menos salen del paso. La idea de que Grindelwald sea prácticamente un nazi en los años 20 es cuanto menos curiosa, especialmente cuando comprobamos lo poco “histórica” que es la traslación temporal, muy moderna en cuanto al tratamiento de las minorías y las mujeres. Tampoco es que Harry Potter presuma de verosímil, pero sí se las arreglaba para ser (ejem ejem) creíble, evocando detalles del mundo muggle con cierta gracia.


El tema más indignante para el fan del trasfondo se haya sin duda en la escalada de poder. Durante ocho libros se nos ha dejado claro que Voldemort ha sido uno de los malos malosos más peligrosos de la historia, provocando un miedo aterrador que impedía incluso decir su nombre. Sin embargo, una vez vemos esta película, parece un mierdecilla advenedizo al lado de este Grindelwald que destruye montañas a base de eructos. Asimismo, resulta chocante la aparición de los maledictus, de los que no se había nombrado nada hasta ahora. Con tanta influencia, ni que sea de pasada se habría comentado algo sobre ellos en las 4000 páginas anteriores, ¿no? Igual ocurre con la aparición de hermano secretos de Dumbledore  o el continuo intercambio de varitas, que rompe con las reglas de mundo mágico que se habían establecido hasta ahora. El departamento de continuidad no es sino otro de los departamentos de vacaciones en este proyecto.


Si bien soy consciente de los motivos digestivos para sacar este tipo de sagas, me fastidia que sea tan obvio que ése es el único motivo para crear la película, sin molestarse siquiera en tener algo que contar. Más allá de los efectos especiales (muy bonitos, eso sí), no hay nada que destacar. A su modo, es una de súpers de otra marca.  flojita flojita.

Nota: 2
Nota filmaffinity: 5.8

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