Yo fui uno de los
muchos sorprendidos cuando se anunció la expansión del universo de Harry Potter
con “Animales fantásticos” (que no sé por qué no tengo reseñada en el blog).
Aunque no esperaba nada de ella, me encontré una película simpática. Quizás no
tenía mucho (o nada) de poso, pero se veía con agrado. Como arrasó en las
taquillas como si no hubiera un mañana, era inevitable que una segunda parte
apareciera, que han sido estos “Los Crímenes de Grindenwald”.
Así pues, tenemos al
malo maloso de la época que se escapa de la cárcel en que había acabado
previamente, dispuesto ahora sí a conquistar el mundo, matar a todos los
muggles y a los magos que los protegen. Dumbledore se muestra incapaz de hacer
algo contra él porque patata y es el atolondrado Newt Scamander (junto con sus
amigos) quién debe resolver la papeleta.
En esta película me
encuentro con el mismo efecto que comenté hace unos días en Tomorrowland. Hay
algunos aspectos del proyecto que denotan un trabajo concienzudo y un acabado
estupendo. En cambio, otros no parecen sino producto de la desidia y las
prisas. Sorprende tanta falta de empaque en un producto de presupuesto
disparatado y dirigido a reventar las taquillas del mundo, pues uno esperaría
un balance de esfuerzos que diera lugar a una película con más entereza.
De la misma manera
que en Tomorrowland, lo que más destaca de la película es la estupenda
imaginería que combina una ambientación en los años 20 con el universo
Potteriano. El toque steam-punk (en este caso mágico) de casi cada elemento en
pantalla es una preciosidad. Ya que se tiene mucho dinero a gastar, se sigue la
premisa de “cuanto más bestia, mejor” y tenemos monstruos gigantes, máquinas
infernales y rayos devastadores que llaman bien la atención. Además, se meten
suficientes elementos potterianos como para que el iniciado pueda jugar a
reconocer guiños y demás. A veces pecan un poco de obvios (esa visita gratuita
a Hogwarts es un poco…), pero a grandes rasgos, es más que suficiente para
satisfacer la parte friki del fan con nata de toda la vida.
Sin embargo, y este
es un mal recurrente en las películas de David Yates, es que todo lo que ves en
pantalla es muy bonito, pero no hay nada en ello que te pida seguir viendo la
película. Desaparece cualquier rastro de la magia de las películas de Columbus
o del estilo que imbuyeron Cuarón o incluso Newell.
La banda sonora peca
de anodina, con dos simples toquecitos para que recuerdes que estás en Hogwarts
y tal. El ritmo de la trama se hace especialmente pesado, principalmente porque
el guión abunda de diálogos superfluos y saltos de aquí para allá que no acaban
de entenderse. Además, como las escenas se alargan innecesariamente en pos del
“más difícil todavía”, la sensación de espectáculo al servicio de la nada se
hace todavía más patente.
No contribuye
tampoco el pasotismo de un puñado de actores que no saben muy bien qué hacen
ahí. Depp encabeza el cartel con su peor papel desde hace un puñado de años (y
mira que ha hecho películas con piloto automático). Ya ni entro en el trabajo
de Ezra Miller (que no sabe adónde mirar en ningún momento) o Claudia Kim (que
actúa mejor cuando es una serpiente). Del resto del elenco, el único que parece
que se esfuerza es Jude Law como Dumbledore, mientras que Katherine Waterson,
Zoë Kravitch o Eddie Redmayne sufren tener unos personajes sosos e
insustanciales. Por último, a destacar (para mal) el trabajo de Dan Fogler, que
pasa de ser un gordito entrañable en la primera entrega para desear que
desaparezca de la pantalla cada vez que se pasea por ahí.
Esta desganada
actuación de casi todo el elenco se complementa con un guión repleto de
diálogos de besugo, una caracterización de personajes prácticamente nula y un
desarrollo repleto de casualidades dispuestas para el goce de los efectos
especiales. No hay apenas rastro de la encantadora simpatía de su predecesora,
sólo destacando aquellos (pocos) momentos que evocan la saga original, que
apelan descaradamente a la nostalgia y más o menos salen del paso. La idea de
que Grindelwald sea prácticamente un nazi en los años 20 es cuanto menos
curiosa, especialmente cuando comprobamos lo poco “histórica” que es la
traslación temporal, muy moderna en cuanto al tratamiento de las minorías y las
mujeres. Tampoco es que Harry Potter presuma de verosímil, pero sí se las
arreglaba para ser (ejem ejem) creíble, evocando detalles del mundo muggle con
cierta gracia.
El tema más
indignante para el fan del trasfondo se haya sin duda en la escalada de poder.
Durante ocho libros se nos ha dejado claro que Voldemort ha sido uno de los
malos malosos más peligrosos de la historia, provocando un miedo aterrador que
impedía incluso decir su nombre. Sin embargo, una vez vemos esta película,
parece un mierdecilla advenedizo al lado de este Grindelwald que destruye
montañas a base de eructos. Asimismo, resulta chocante la aparición de los
maledictus, de los que no se había nombrado nada hasta ahora. Con tanta
influencia, ni que sea de pasada se habría comentado algo sobre ellos en las
4000 páginas anteriores, ¿no? Igual ocurre con la aparición de hermano secretos
de Dumbledore o el continuo intercambio
de varitas, que rompe con las reglas de mundo mágico que se habían establecido
hasta ahora. El departamento de continuidad no es sino otro de los
departamentos de vacaciones en este proyecto.
Si bien soy
consciente de los motivos digestivos para sacar este tipo de sagas, me fastidia
que sea tan obvio que ése es el único motivo para crear la película, sin
molestarse siquiera en tener algo que contar. Más allá de los efectos
especiales (muy bonitos, eso sí), no hay nada que destacar. A su modo, es una
de súpers de otra marca. flojita flojita.
Nota: 2
Nota filmaffinity: 5.8
No hay comentarios:
Publicar un comentario