Bajo
este título tan improbable, tanto en su versión original como en su traducción
al castellano, se esconde un film formidablemente bien rematado, dotado de un
guión remarcable en todos sus puntos, siempre apasionante, sin cesar de
sorprender. Desafío a cualquier profano a adivinar los giros de la trama o la
evolución de los personajes, que se producen sin que salten las alarmas de la
incoherencia. Además, goza de una profundidad verdaderamente emotiva mientras
desprende continuamente un humor negro muy salvaje. Los críticos evocaron
rápidamente a los hermanos Coen y por una vez la referencia es pertinente: uno
piensa en Fargo, uno piensa en No es país para viejos. ¡Y este es su nivel de verdad!
Mildred
Hayes es una mujer furiosa. Y esto no viene de hoy ni de ayer. Comprendemos
rápidamente que hace un buen tiempo que Mildred está al rojo vivo. Su cinta en
el pelo, sus camisas de leñador, su aire incómodo, no los enarbola a causa de
que su hija muriera asesinada, no. Tenemos la impresión de que hace ya años que
está hasta las narices de todo y adopta esta pose de combatiende. Desde que su
pareja huyó de casa, desde que ella es mujer y le ha hecho falta sobrevivir.
Pero parece que hoy Mildred ya ha tenido suficiente y le ha llegado el momento
de actuar. Es entonces cuando ella alquila los tres paneles publicitarios medio
abandonados en la carretera que lleva hasta su casa, justo en la salida de
Ebbing (Missouri). Ella se dice que, quizás, pudieran ser útiles para otra cosa
que no sea estropear el paisaje. El mensaje que incluye al alquilarlos le sale
de las entrañas: tres frases vengativas, una por panel, acusando directamente
al jefe de policía. Este acto, que podría considerarse como una broma de mal
gusto o una provocación inaceptable (todo es cuestión de puntos de vista),
afectará la apacible vida de la localidad.
McDonagh nos embarca a través del Midwest más auténtico, dentro de este Estados Unidos profundo que aquí nombraríamos –abusando un poco del tópico- de votantes de Trump. Es una cuestión de venganza, sí. Pero también de redención, de perdón, de agresiones a dentistas…y también de un puñado de golpes bajos y otros quiebros inesperados que mejor os dejo el placer de descubrir. Todos los personajes que pueblan esta historia están caracterizados con un cuidado similar al mimo con que se ha escogido a los formidables actores que los encarnan. Empezando por la fabulosa, inmensa y apabullante Frances McDormand, quién da vida a esta mujer enrabiada por la carga de haber visto a su hija secuestrada y asesinada, carcomida por la culpabilidad de haberse equivocado en algo y haber conducido a su hija a su funesto destino. Frente a esta madre furiosa, objetivo de sus corrosivos mensajes, está el sherrif Bill Willoughby, interpretado por un Woody Harrelson magnífico en su justicia y humanidad. Un hombre apreciado por todos, fundamentalmente honesto. Es gracias a él que podemos comprender que no todo el mundo está de acuerdo con los carteles acusadores de Mildred, pues pese al tópico que nos lanza a un personaje detestable y arrogante, nos revela posteriormente que se trata de un hombre de familia atento y cariñoso, que lo único que busca es poder convivir dignamente con un cáncer. También recibe su ayudante, que pregona a los cuatro vientos cuánto se divierte torturando a sus allegados, especialmente si son de color, interpretado por Sam Rockwell en un papel de malnacido alcohólico y racista tan bien conseguido como finalmente enternecedor.
Tres anuncios en las afueras nos
obliga a reflexionar sobre lo que somos, lo que debemos a los demás y hasta
donde debemos llegar por hacer lo correcto. No es sólo detenernos a pensar que
haríamos si fuéramos Mildred, sino también en cómo reaccionaríamos si fueramos
el sheriff, el vendedor del anuncio o una persona anónima, decente y
bienpensante del pueblo. ¿Hasta qué punto deberíamos implicarnos, buscar un
culpable, aceptar la pérdida o siquiera comprender qué debe estar pasando por
la cabeza de los demás? Los continuos devaneos nos llevan a un final sin paños
calientes, que quizás no nos deje del todo a gusto (o no acabe siendo el que
desearíamos), pero nos obliga a aceptar la fatalidad de que nosotros proponemos
y la vida dispone. Si no jugamos, no ganamos, pero nadie (ni la magia del cine)
nos garantiza la victoria o la redención.
Aunque
no se llevara el gran premio, para mí es la gran película del 2017, de las que
tengo ganas de aplaudir hasta con los testículos. Todos los personajes se
alejan de las expectectavias que generan sus tópicos, ninguno es quién parece
al principio y, sobretodo, tienen algunas virtudes y grandes defectos (incluida
Mildred). Habitualmente veremos películas bien rodadas que no tienen nada que
contar, otras veces hay films de los que sólo podemos apreciar la historia que
relata su trama, pero (muy) de vez en cuando nos toparemos con propuestas que
aúnan ambos aspectos.
Tres anuncios en las afueras
es una película cebolla, con multitud de capas que poder apreciar en diversos
revisionados. Además, es una cebolla espectacularmente bella (y desagradable),
los actores maravillan, el guión es prodigio de profundidad y la fotografía
desborda gusto. ¿Qué más se puede pedir?
Nota:
9
Nota
filmaffinity: 7.2
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