Después de leer un libro (un poco) de coña, daban ganas
de leer algo más serio y elevadito. Y ya puestos, llegamos al libro 21 de la
Cesta’13, que ya es.
Título: Memorias de Adriano
Autor: Marguerite Yourcenar
Título original: Mémoires d’Hadrien
Traducción: Julio Cortázar
“La
apasionante personalidad de Adriano, Emperador de Roma en el siglo II, y uno de
los más notables gobernantes que tuvo el Imperio, trasciende cualquier reseña
sobre su obra y figura para convertirse en fuente de inspiración de esta novela
excepcional, alabada como una de las obras más singulares, bellas y hondas de
la literatura de nuestro siglo. Este inventario autobiográfico ficticio que
Adriano hace a las puertas de la muerte constituye el más íntimo y magistral
retrato de quién fue uno de los últimos espíritus libres de la Antigüedad.”
Y lo primero que debo decir es que W-O-W. No estaba
preparado para una experiencia de este calibre. Sólo pensar en la gargantuesca
tarea documental realizada por Marguerite Yourcenar para la composición del
libro es abrumador. Aunque es obviamente una historia ficcionada, la recreación
de la vida del Emperador Romano destila una verosimilitud deslumbrante, dejando
claro que se trata de un libro que juega en categoría aparte.
Adriano emerge como un gran hombre. Con la conquista de
Mesopotamia por parte de Trajano justo antes de la ascensión de Adriano, el
Imperio Romano ha llegado a su culmen. Más aún, se aprecia sobredimensionado y
amenaza con colapsar. La ardua tarea de Adriano estribaba en estabilizar el
territorio tanto como fuera posible, manteniendo una tensa pax romana que habría de durar unos cuantos siglos más allá de su
muerte. Se nos describen sus obras con pasión y mesura, ni glorificando sus
éxitos ni pasando por alto sus ocasionales (y terribles) errores.
En un alarde tan gratuito como espectacular, la
estructura que Yourcenar escoge para organizar estas “Memorias” de Adriano se
articula a partir de una suerte de cartas que el propio Emperador envía, justo
antes de morir, al que será su sucesor, Marco Aurelio. En ellas va detallando,
desde su punto de vista, de un sabio en senectud, lo que ha sido su vida.
Conocemos pues, cómo se cría y llega a adulto, su progresión dentro de la corte
trajana, los amores fructíferos y los desperdiciados, las vicisitudes (lo que
dice y lo que calla) que le llevan al poder, sus proyectos cuando llega y las
bofetadas que le da la realidad. Como persona que ve llegar su hora de la
muerte, reflexiona sobre la posteridad, el trato que le dará la historia y el
recuerdo que tendrá su legado con el devenir de los siglos. Se lamenta al
desconocer el futuro de su querida Roma cuando falte, defendiendo su papel al
crear un mundo mejor para el ser humano. Finalmente, contemplaremos todos los
pasos que sigue hasta aceptar el final que nos llega a todos, proceso
maravillosamente entrelazado con la elección (no tan casual como pudiera
inicialmente parecer) de un sucesor que le permita dejar este mundo con el
alivio de saber que su obra está en buenas manos.
Evidentemente, el resultado no sería tan espectacular
para el lector hispano si no fuera por la versosa y prodigiosa prosa de Julio
Cortázar (el mismo), que traduce como un maestro el texto original,
convirtiéndolo en pura delicia para el paladar (toda una proeza), presto para
seducir y deleitar al lector dispuesto a degustar de un Stendhald de belleza.
Si la estructura está al alcance de muy pocos, tanto en su concepción como en
su realización, pocos con la altura de Cortázar para traducirla al castellano
con tanta maestría.
Pero bueno, volvamos a la chicha de verdad, desglosemos
un poco la inmensa grandeza de Yourcenar. ¿Para quién es la historia de tu
vida? ¿Por qué estás creando un recuerdo que perdurará en la mente de alguien?
¿Qué sentido tiene crear una nueva obra de alfarería que no sabes cuánto
perdurará hasta romperse? ¿Será decoración para una tumba, suntuosa decoración
de un palacio, o un mero contenedor de vino agrio? Yourcenar hace que Adriano
profundice sobre ello al adentrarse en los abismos de su memoria, glorificando
y denostando al mismo tiempo. Pareciera que lo único que desea es aconsejar a
su heredero, pues es su consejo lo que parece necesitarse más que nunca, pues
es su obra la que debe –Adriano- escoge que debe perdurar. Así pues, es un
texto destinado para un hombre joven, que se abre a la vida, pero no un joven
cualquiera, sino un hallazgo afortunado después de una serie de sátrapas
indignos o temerarios que se lanzaban a la muerte por un exceso de virtud.
Marco Aurelia es simplemente el único que permanece en pie entre las cenizas
mientras un anciano contempla como la muerte se acerca a su garganta y, como
sus predecesores, se resiste a dejarse ir.
Contarle la información necesaria para sobrellevar el día
a día no es suficiente. Ni siquiera relatar una historia y dejarlo libre. No.
Marco Aurelio necesita conocer porque debes levantarte cada mañana. Necesita
saber sobre la experiencia de construir un templo y la de andar errante por el
desierto. Debe saber por qué debe de
poner atención a Adriano. Disgresiones, pausas y notas al pie convierten en
hombre al niño que lee las palabras, un lector que sabe mejor que nadie cuál
será su lugar cuando acabe con la tarea de leer las memorias. Por ello, Adriano
le confía la belleza de las constelaciones de las noches de Siria, los susurros
de las arenas de Judea, las memorias de un viejo en los jardines de España.
Debe saber sobre las mujeres que se ensalzan y los hombres que se odian. Pero
sobre todo, debe conocer al hombre al que Adriano amó, y cómo no deja de pensar
cada vez más en él, ahora que la muerte está tan cerca. El amor parecía ser la
respuesta a la vida de Adriano, pero no lo fue. Adriano muere solo, dejando a
la Historia como autora de las últimas líneas del relato, forjando cómo debemos
recordar al Emperador que fue sólo un hombre.
Se nos presenta una Roma en toda su majestuosidad, el
culmen de un Imperio que, tras Adriano, no dejará de languidecer hasta su
desaparición, tres siglos después. Adriano –Yourcenar- da vida a uno de los
fulcros de la historia en que se forjan los grandes rasgos que definen a la
civilización occidental: la creación del derecho romano, la necesaria e ideal
ordenación territorial o la relación ciudadano-estado. Por medio de sus
palabras, Yourcenar nos plasma la verdad del humano en plena libertad, sin
ataduras de ninguna clase que le impidan ser quién quiere (debe) ser: los
Dioses Antiguos han muerto, convertidos en meras tradiciones que apenas nadie
vive con fervor y el Dios de los Cristianos apenas ha empezado a dar sus
primeros coletazos en el Imperio, sin tiempo a sermonear sobre el pecado y la
decencia. Adriano es, entonces, libre, pues goza del poder para hacer su
voluntad, sin que la ética de la religión o la sociedad puedan impedir hacer
cumplir su ley. Y ejerciendo esa libertad decide convertirse en servidor de un
pueblo al que desea proteger como aquel hijo un tanto revoltoso que no deja de
meterse en líos.
En ese sentido, las Memorias
de Adriano es una meditación sobre encontrar una pila de fragmentos de
alfarería y decidir qué hacer con ellos. Tu decisión depende en gran medida de
aquello que ves en ellos, o realmente, de quién ves en ellos. El cuento que
toma forma en tu cerebro, lo que es relevante para ser escrito en el papel, si
es que piensas que hay algo genuino que encontrar o qué es lo que genuino
significa para ti y, principalmente, si quizás lo mejor es pasar de ello y
construirte un barco nuevo, que el que tienes se sostiene a duras penas y algún
día fallará.
Las páginas de las Memorias
de Adriano son para releerlas tres o más veces, pues se necesitan para
maravillarse con la vida de Adriano Emperador, para asombrarse ante la
naturalidad con que se crea al personaje real (¿mítico?) tras el cargo. Luego,
se requiere la posibilidad de, simplemente, deleitarse con la espectacular
prosa desplegada, cuyo continuo e imparable compendio de párrafos bien son
suficientes para enmarcar y recordar durante toda la vida. Una y otra vez (y
otra). Este libro no es para ser leído, es para ser devorado, degustado. Del delante
y del revés, por un lado y el otro, de corrido y paso a paso. De seguro
regresaré en algún momento a sus páginas en busca de consuelo en la desesperanza, de consejo en la duda, de
guía en el futuro, de belleza en la molicie... En fin, de VIDA, cada día.
Mínima alma
mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos
parajes páligos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de
antaño. Todavía un instante, miremos juntos las riberas familiares, los objetos
que sin duda no volveremos a ver… Tratemos de entrar a la muerte con los ojos
abiertos…
Memorias de
Adriano no es tanto un libro que se lea
como que se adora en un altar.
Nota: 10
Nota goodreads: 4.25/5
Este es uno de los libros que me han hecho amar la lecura. Desgraciadamente, pocos he encontrado de esta calidad y que me hayan gustado tanto.
ResponderEliminarLo leí con 17 o 18 años y recuerdo las sensaciones perfectamente.
Imprescindible.
Besos!
Es que libros como éste hay pocos. Normal que no los encuentres :)
EliminarMt