Con el lío que he tenido estos últimos tiempo, me he retrasado un poco con el DPM, que hace unos meses nos traía a colación esta película, del reputado director Aki Kaurismaki, al que nunca he prestado demasiada atención. Como siempre, muchas gracias a DonVito por su recomendación.
Le Havre atrae nuestra mirada hacia un limpiabotas que, como buen
pícaro, malvive de sus trapicheos y otros menudeos. Antaño un escritor de
éxito, rechazó los lujos de la riqueza para vivir cerca de la gente,
disfrutando del contacto de aquellos a los que aprecia. Dos hechos sacudirán su
plácida existencia. Por un lado, su mujer enferma de un cáncer incurable, por
el otro, entra en contacto con un niño subsahariano que ha llegado de tapadillo
a la ciudad y sueña con cruzar el canal y llegar a Londres, donde vive su
madre. Completamente superado por la situación, tendrá que recurrir a cobrarse
todos los favores que ha ido concediendo a lo largo de sus muchos años para
salir adelante. Las pruebas que debe superar son durísimas, pero él quiere
seguir siendo lo que ha sido siempre: una buena persona.
Viendo está película, está claro que Kaurismaki sabe cómo
contar una historia. A pesar de la excentricidad de sus personajes, en dos
segundos captamos cómo es cada uno de ellos y su papel en todo el embrollo. La
trama se desarrolla tal como mandarían los manuales, siguiéndose con facilidad.
Sin embargo, su rígida dirección choca con dos factores que se me han hecho muy
difíciles. Primero, una total falta de ritmo, que invita al sueño y obliga a
que nos forcemos a seguir viendo la película para no despistarse. Luego, un
exagerado buenismo. No es que sea una película amable de las que sabes que
acabará bien, no. Es más bien que todos los personajes son un dechado de virtudes
que, a pesar de sus estrecheces, son capaces de sacrificar lo poco que tienen
sin dudar por aquellos que tienen todavía menos. No hay vuelta de hoja ni
dudas, ni problema, lo que convierte la película en irreal, como si fuera un
cuento de hadas en el que no he podido entrar.
La excéntrica puesta en escena que Kaurismaki emplea para
dar vida a la historia es otro elemento que dificulta un visionado con interés.
Como parece ser habitual en él, obliga a que sus actores reduzcan al mínimo
toda la comunicación no verbal, lo que se traduce en que los diálogos son la
única fuente de información para el espectador. Los actores se ven obligados a
estar con cara de palo en una disposición que refleja la obsesión del director
por la armonía. Este gratuito abuso de la simetría prueba la capacidad de
Kaurismaki tras las cámaras, pues no es nada fácil realizar continuamente ese
tipo de encuadres. Pero ¡ay! tanto encorsetamiento no ayuda a vitalizar una
película bastante rígida ya de por sí.
En la onda con la rigidez formal en pantalla, me
sorprende el aspecto viejo y ajado de todos los elementos en pantalla. No hay
ningún coche ni ningún mueble que parezca ser posterior a los años ochenta, a
pesar de estar situada oficialmente en 2005. SI no fuera porque hay euros y se
nombra la fecha, podría haber pensado que los hechos ocurrían en la Francia de Pompidou.
Dentro de la crítica internacional, Kaurismaki se ha
labrado fama por sus maneras excéntricas y su valía dentro del cine social. En
este caso, afronta el drama de la inmigración ilegal, personificando en el
indefenso niño las epopeyas de tantos seres desesperados que se arriesgan a
dejar todo lo que tienen por la promesa de una oportunidad en el mundo
desarrollado. Demuestra su fe en la humanidad al dotar de una bondad
extraordinaria a todos los habitantes del barrio portuario de la ciudad de Le Havre, quizás más como un deseo que
como retrato de la realidad. Acercándose peligrosamente al realismo mágico,
refleja el candor de aquellos que son capaces de ayudar a los que sufren a
pesar de su precaria posición social.
Se trata de una película bien rodada y bien desarrollada,
pero no hace el más mínimo esfuerzo por captar la atención del espectador,
haciéndose aburrida con demasiada facilidad a la que no tengas un interés
previo por el tema. Además, el exceso de candor y el aura de irrealidad que
envuelve la puesta en escena le quita la poca emoción que pudiera tener. Como
drama social tiene su valía, pero se hubiera agradecido un poco más de atención
para aquellos que van a pasarse dos horas delante de la pantalla.
Nota: 3
Nota filmaffinity: 6.9
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