Sólo conocía esta
película por su poderoso inicio, realizado en un impecable plano secuencia de
los que hacen época. Nunca encontraba el momento de acabar con el resto de la
película, pero parece que al fin llegó su hora.
Una tremenda explosión
acaba con la vida de un potentado justo al cruzar la frontera EEUU-México. Un
agente de narcóticos mexicano es testigo de los hechos por lo que colaborará
con el jefe de la policía local estadounidense, famoso por sus métodos expeditivos
y su capacidad para encontrar a los culpables con rapidez. Los dos grandes egos
chocarán rápidamente, poniendo en peligro toda la investigación.
Viendo esta película
podemos entender por qué Welles (el director, entre otras cosas) es un maldito
genio. No sólo por el brutal inicio, sino por sus inconfundibles movimientos de
cámara y planos que nadie más realizaría hasta veinte años más tarde (como
poco). En un bonito ejercicio de arrogancia, quiere demostrar lo bueno que es y
te muestra todo el catálogo de planos posibles e imaginables para la película,
unos en movimiento, otros anclados incluso a los vehículos, tanto delante como
detrás, picados, contrapicados, etc. El talentoso uso de las luces crea una
sensación de ominosa fatalidad que casa admirablemente bien con el ambiente de
podredumbre y corrupción que reina en la
película. Una puesta en escena al alcance de muy pocos.
Ya desde el primer
momento que aparece un Quinlan seboso y xenófobo, nos sorprendemos al ver a un
Welles (sí, es él) tan decrépito, tan orgulloso como repulsivo. En un segundo
tenemos al personaje caracterizado, un hombre que ha visto tal cantidad de
depravación que no ha podido evitar caer en ella. Tan centrado está en acabar
con los enemigos de la ley que ha olvidado que él también tiene una ley que
cumplir, trasladado a la gran pantalla con una naturalidad que asusta. Llega a
parecer que no es un actor actuando, sino simplemente, él.
Enfrente, un Charlton
Heston que nadie se cree que es mexicano y que apenas chapurrea (y con un
acento que duele) tres frases en castellano, pero que, a la hora de poner los
egos encima de la mesa, luce como pocos. Peor suerte corren los personajes
femeninos, reducidos a meras excusas argumentales.
Y en el guión
encontramos un perfecto retrato del ansia de venganza, de la necesidad de
destruir los fantasmas del pasado, del momento en que uno falló y se odia tanto
a si mismo que se autodestruye buscando terminar con cualquiera que sea tachado
como malhechor. Un “excelente detective
y pésimo policía”, “un hombre excepcional… qué importa lo que diga la gente”.
Frente a él, el epítome de la integridad, un hombre valiente y honesto capaz de
enfrentarse a la ley corrupta y salir triunfante del envite, incluso cuando su
mujer está en peligro mortal.
Y es que es eso la
película. Una atroz lucha de egos y las ganas que tienen ambos de hundir el pie
en el cuello del otro. Luego, la historia que realmente investigan… no es que
tenga mucho interés ni ningún misterio, por no decir que aboga hacia un par de
escenas con diálogos y planteamientos entre lo grotesco y lo lamentable.
Si, la técnica es
impecable (magnífica!), el barroquismo que encontramos en cada escena, un
gratuito más difícil todavía en los encuadres, sus dos actores principales lo
bordan y hay escenas que quitan el hipo (el inicio, el asesinato en el hotel o
la persecución), pero también una trama que no va a ningún lado, personajes
secundarios sin coherencia (ese
trabajador del motel…) y un ritmo
cansino que no ayuda a disfrutar de la película en su totalidad.
Ahí se hace extraño, tal
despliegue de calidad en la dirección y tal torpeza en el guión. Entiendo que
lo que importa es el duelo de egos, pero fastidia y sorprende que olvide tanto
el resto de apartados. Aun así, es un ejercicio brillantísimo de cine negro y
una película que proporciona unos momentazos impagables. Eso sí, a ver en VOS,
que el juego castellano/inglés es interesante.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 8.3
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