Como siempre que Nolan hace algo, la
industria del cine respira hondo y se detiene con expectación para contemplar
qué nuevo espectáculo ha preparado este obseso de la perfección.
Nolan nos lleva a un futuro próximo. En algún
momento de nuestra historia la cosa se desmadró y estuvo a punto de irse todo
al carajo, salvándose en el último momento. La humanidad está intentando
recomponerse, pero una nueva amenaza se cierne sobre el maltrecho ser humano:
una plaga está acabando con todo alimento cultivable. La única esperanza de los
hombres pasa por encontrar un nuevo planeta que habitar, una nueva Tierra que
ocupar. El elegido para ello es Cooper, uno de los últimos pilotos de la NASA,
que soporta resignado la vida de agricultor con el alma de un explorador en el
corazón. Ansía encontrar un nuevo mundo,
un lugar donde sentirse útil y no relegado en una Tierra donde unos burócratas
eligen quién debe ir a la Universidad y quién trabajar en el campo, donde la
ciencia se ha desprestigiado y triunfa la falta de ambición. La posibilidad de
que sus hijos tengan un futuro al que ir lleva a Cooper a tomar la decisión de
partir al espacio, en pos de una esperanza remota.
Y va y resulta que esta vez Nolan ha tirado
hacia la ciencia-ficción clásica. Y entre que adoro el género y que la epopeya
que ha montado es de las gordas, he salido del cine con un orgasmo cinéfilo del
copón. Pero de los gordos, gordos, vamos. Si ese era el objetivo del director, lo
ha conseguido con ganas. Tal como ha pasado con sus últimas películas, he
salido abrumado y entusiasmado por el espectáculo presenciado.
Tres horas de bicharraco, con un aroma a 2001 que tira de espaldas (de la que
bebe, con mucho cariño) y un esfuerzo más que notable por ceñirse a la
plausibilidad científica, convirtiendo a más de medio mundo en autonombrados
expertos en física teórica que no dejan de pontificar en las redes. Mola.
Ya desde el primer momento se transmite la
urgencia del momento, como en la Sci-Fi más clásica, partimos desde un mundo
cercano, futuro y plausible. A partir de aquí, se nos plantea una situación
intensa, una tensión familiar plasmada con realismo y una promesa de aventuras.
Ya en el espacio, se nota que Nolan es un gran maestro de la grandilocuencia.
Es inevitable compararla con la reciente Gravity,
pero mientras la película de Cuarón buscaba acercarnos en primera línea a una
experiencia extrema en el espacio, Interstellar
busca la epopeya más grande que la vida, busca la épica y la trascendencia.
Podría dedicar un rato a explicar que su
ritmo lento se convierte en momentos en poesía visual, que la película plasma
con acierto las teorías científicas con la fantasía adecuada para ser
interesante y plausible, que técnicamente es un ejercicio impecable con los
mejores efectos especiales del año, que la música abruma y aturde, fastuosa y
ampulosa, que tiene un par de momentos muy ñoños, que hay cosas que tienes que
dejar pasar y hacerte un poco el tonto (pero que si se aceptan permiten
apreciar un guión muy trabajado), una dirección artística impresionante y una
hora final que se desliza entre la metafísica y la filosofía de la mejor
manera.
Puede hacerse algo indigesta para aquellos
que gustan de películas fáciles y rápidas, hay a quién le chirrían los momentos
metafísicos (o las pajas mentales de algunas situaciones), otros recalcan los
(pocos) errores científicos de la película, pero es una película como se hacen
pocas. Hacía tiempo (¿Contact,
quizás?) que nadie se acercaba a la ciencia-ficción clásica con tanto respeto y
presupuesto como Nolan, y más tiempo que nadie lo hacía con tanta calidad.
Si algo sabe hacer este hombre es no dejar
indiferente a nadie, que si Nolan esto, Nolan aquello, Nolan bueno, Nolan
timador… Para mí es un gran director y estaré encantado de seguir viendo sus
trabajos. Disfruto con su “más difícil todavía” absurdamente gratuito y con las
epopeyas que nos monta. Y si no habéis visto Interstellar, vedla, es de las que
valen la pena. Es en definitiva, el Titanic del amante de la Ciencia Ficción
pura y dura. Un blockbuster que se erige con una calidad e intimismo que pone
los pelos de punta a pesar de ser una superproducción.
Nota: 9
(es posible que la revise en un futuro próximo, como siempre me pasa con Nolan)
Nota filmaffinity: 8.0
Estoy bastante seguro que arrasará en los
apartados técnicos de los Oscars (quizás Transformers
o El Hobbit se le acercarán en
ello), pero no sé hasta qué punto los académicos le premiarán para los premios
gordos. ¿Se acordarán del inglés para el mejor director o se tendrá que volver
a conformar con otro premio al guión?
PD: Cómo cuesta entender el acento tejano de
McConajew!
No hay comentarios:
Publicar un comentario