Revisionando una película que llevaba demasiado tiempo entre mis pendientes. Hay veces que no sé cómo priorizo el orden que se me van las cosas (¡vaya sorpresa!). Ésta es una de tantas películas que vi de pequeño (debería tener 10-12 años) y me dejó con la cabeza bastante loca. Como solía ocurrir, olvidaba el nombre, con lo que para recuperarla tenía que tener la suerte de que la volvieran a poner en televisión y yo tuviera la suerte de estar delante, cosa que tampoco era muy probable. Años después, repasando la carrera de su director, tuve la suerte de re-descrubrir El diablo sobre ruedas y volver a gozar durante 95 minutos.
El
planteamiento de la película es simple: 1971, carreteras secundarias de un
paraje desierto de EEUU. Un apocado vendedor tiene todavía largas horas de
conducción para regresar a casa y se aburre en el auto. En su camino, un
gigantesco y oxidado camión parece no tener la más mínima prisa. Un
adelantamiento algo más agresivo de lo debido parece provocar la ira del
camionero, que lo perseguirá incesantemente, convirtiendo el resto de la ruta
en una pesadilla.
Concebido inicialmente como un relato de terror de Richard Matheson, fue guionizado posteriormente por el mismo autor con el objetivo de su adaptación para televisión. En efecto, se trataba de un telefilm del que la productora no esperaba demasiado: un presupuesto reducido, actores semi-desconocidos y un novatillo recién licenciado (ni eso) tras la cámara. La casualidad quiso que ese novatillo fuera Steven Spielberg, enfrentado a su primer proyecto serio. Lo que podría haber sido un film anodino, se transformó en una obra trepidante, que atrapaba a un espectador que corrió a transmitir lo mucho que había disfrutado (padecido) con la película. De la nada surgió un fenómeno que consiguió su estreno en salas y un verdadero estado de psicosis en las carreteras norteamericanas.
Después de este esplendoroso debut, Spielberg consiguió financiación para hacer una nueva película de terror llamada Tiburón. Con menos de veinticinco años, rompió los moldes, y el resto ya es historia.
Incluso
conociendo qué es lo que va a ocurrir en cada momento, me ha sorprendido la
capacidad de la película para pegarte al sillón. A partir de carreteras
interminables y solitarias, un paraje desértico y un camión con muy mala leche,
Spielberg presenta una ensalada de miedo, velocidad, peligros mortales, intriga
continua y tensión a raudales. Más por instinto que por experiencia, espacia
con acierto los clímax de tensión mientras intranquiliza al espectador con
situaciones muy variadas en las que “algo no funciona”. A través de escenas
cotidianas “que te podrían pasar a ti”, se capta la atención del espectador, un
ciudadano corriente que conduce un coche cualquiera que, un buen día, podría
ver convertido uno de tantos camiones que vemos cada día en una máquina
monstruosa, que parece saltarse las leyes de la física para acabar con su
víctima.
Se hace difícil no entrar en este juego. La identificación con el currante que lo único que desea es llegar tranquilo a casa es tan fácil que empezamos a sudar por la ominosa presencia del camión en la carretera. Nos ponemos en situación: Tu capacidad para pensar, para reaccionar, tu pericia al volante y el aguante de tu vehículo serán las armas con las que contarás en este peligrosísimo e infernal juego de persecuciones. Estarás solo. Nadie te ayudará. Y nunca has sido un experto en conducción de riesgo. ¿Cómo no pasarlo (bien) mal con este film?
Casi
cada decisión tomada es acertada: una estupenda planificación de escenas que
aprovecha un guión muy bien parido, zooms casi leonianos (ese juego de miradas
en el bar de camioneros…), el fantasmagórico y cotidiano camión conducido por
una persona a la que jamás llegamos a ver y, sobretodo, el aprovechamiento del
desierto como lugar en el que encerrar al protagonista, como una desolada
prisión a cielo abierto, claustrofóbica y desasosegante, ingrata para la vida
humana.
El diablo sobre ruedas
tiene la virtud de durar lo que debe durar. En 90 minutos se las arregla para
completar acertadamente lo que quiere contar al ritmo adecuado. Además,
presenta un puñado de situaciones que sorprenden en su variedad, especialmente
cuando nos acordamos de que todo ocurre dentro de un coche. No se alarga la
película artificialmente, lo cual es un gustazo de lo más inusual.
¿Qué
problema tiene la película? Pues, obviamente, que está hecha con dos chavos.
Aunque el guión es estupendo y la dirección un hallazgo continuo, los medios
con los que está rodada son los que son y el actor principal tiene la calidad
que tiene. Quizás habrá a quién le resulte entrañable en su cutrez, pero estoy
seguro de que con un poco más de presupuesto (tampoco mucho), la película
hubiera ganado muchos enteros.
Eso
no quita que se trate de una película que hay que ver. Con El diablo sobre ruedas Spielberg firmó una opera prima que es mejor que la mejor película del 99% de
directores que han vivido de ello toda su vida. Un ejercicio de minimalismo en
el terror, con un malvado de los que no se olvidan, bien capaz de dejarte un
regustillo de intranquilidad la próxima vez que te adentres en una carretera
secundaria medio olvidada de los mundos de Dios.
Nota:
8
Nota
filmaffinity: 7.3
Resulta curioso comprobar cómo a través del miedo, este hombre, que en su casa no era "nadie", acaba afrontando con éxito un pulso extenuante por su vida. Esa noche seguro que durmió orgulloso de sí mismo, sabedor de que el miedo, en realidad, nos hace más fuertes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario