¡Todos tenemos ganas
de reencontrarnos con Spike Lee en sus días buenos! Sabiendo lo que es capaz de
realizar, sus propuestas tienden a dejar un poso de decepción con lo que podría
haber sido pero no acaba de ser. Con este Infiltrados
en el KKKlan nacido de la urgencia, de la imperiosa necesidad por devolver
golpe a golpe el discurso del Presidente Trump
y su racismo sin complejos que parece haber resucitado (¿Acaso estaba
muerto?), Spike Lee, militante incansable de la causa afroamericana, vuelve a
los orígenes de su cine: mitad entretenimiento, mitad denuncia airada, un cine
que impacta, tonto y combativo. Y esta vez hay que reconocer que sabe indignar.
Esta comedia social con muy mala idea, escrita con hilo fino, se viste de
thriller político, entrelazando la reconstrucción histórica con la actualidad
más candente, todo ello envuelto dentro de un entusiasta homenaje a la
blaxplotation de los años 70. Y por último, ¿cuál es el remate final? Darse
cuenta que este inverosímil argumento, detrás de todas sus imposibilidades,
¡sucedió en realidad, perfectamente documentado!
Situémonos, estamos
en 1978, Colorado Springs, un bucólico pueblecito en un lugar idílico del
centro de EEUU. Hablamos, entonces, de la América profunda, quizás no es el
lugar más progresista de la galaxia, principalmente en materia de mezcla de
razas. El Acta de los Derechos Civiles, que prohíbe toda forma de
discriminación, se votó en 1964, pero en este lugar –como muchos otros sitios
en casa de Tío Sam – los movimientos de supremacistas blancos, el Ku Klux Klan
en cabeza, siguen vigentes. Pero incluso fuera de estas sociedades más o menos
secretas con pútridas ideologías, cuesta cambiar la mentalidad de la gente. La
realidad se halla lejos de la igualdad teórica marcada por la ley, pues los
afroamericanos siguen por debajo en derechos, en trato y en consideración.
Por ejemplo, en el
puesto de policía de Colorado Springs se ha incorporado el primer oficial
negro. Se llama Ron Stallworthy, para muchos de sus colegas, se hace dificil imaginar
que un descendiente de esclavos pueda tener la mínima competencia en el
cumplimiento del deber. Considerado por muchos como un daño colateral, una
concesión política para quedar bien, una lacra para el uniforme, se le encierra
en los archivos, con la principal tarea de resistir sin rechistar las burlas
racistas de sus colegas. Pero la habilidad de Ron Stallworth reside en
investigar, infiltrarse, simular, comprender y desmantelar. Llevar adelante un
caso como Dios manda. La ocasión – un pequeño anuncio en el periódico local
para engrosar las listas del tristemente célebre Ku Klux Klan – hace al ladrón.
Haciéndose pasar por un extremista, Ron contacta al grupúsculo de supremacistas
blancos, se adhiere, se infiltra y sube rápidamente en el escalafón, viendóse
rápidamente en la situación de integrar la Guardia Pretoriana del condado,
llegando a entrar en contacto incluso con el mandamás del Klan. Todo ello,
obviamente, por teléfono y por escrito, pues no es cuestión de que le vean el
pelo. Ahí llega en su ayuda Flip Zimmerman, uno de esos pocos colegas
evolucionados de Stallworth, que se hace pasar por Ron en todas las citas con
los demás miembros del grupo. Allí se entera de que un asalto mortal se prepara
y juntos, Stallworth y Zimmerman, el negro y el judío, harán equipo para
neutralizar al Klan.
Como un tren que va,
desbocado, al infierno, el thriller de Spike Lee te coge por las tripas,
mientras te ilustra un poco de historia del Movimiento por los Derechos Civiles
en EEUU. Con un puñado de alusiones (poco) veladas a la actualidad de Trump, e
hilando fino sobre los últimos años de EEUU, Spike Lee firma un mangnífico
planflero que merece su premio en Cannes y sus nominaciones a los Oscar.
Gozando del mejor guión que ha tenido en años
(¡Oscar!), la película está plagada de diálogos ingeniosos, situaciones
desternillantes y escenas de punzante absurdez, como las reuniones entre los
policías infiltrados y los surrealistas miembros del Ku Klux Klan. El tema que
toca es de obvia actualidad, ¿hemos mejorado a través de los años? La respuesta
sería un SI. Con un PERO gigantesco, claro.
Destacan en sus
papeles los dos protagonistas, el hijo de Denzel Washington, John David
Washington, se queda muy a gusto con su papel de pícaro policía, con una mezcla
de morro, indignación y carisma muy bien encontrado, haciendo creíble lo
increíble. Sin embargo, es Adam Driver quien borda el papel de buena persona
no-racista pero tampoco muy implicada
con estas cosas que, poco a poco, va reaccionando con creciente asco a la compañía
de la gente del Klan, especialmente a lo que concierne a su judaísmo, que le
afecta a pesar de su poco fervor con las costumbres tradicionales.
Uno de los puntos
más destacables es, como hemos comentado antes, el deje de comedia con
toneladas de mala leche que no abandona ningún momento del metraje. Sorprende
como es capaz de abufonar todo lo abufonable para sorprender luego con la
veracidad (aunque inverosímil) de la historia.
La película tiene
sus momentos. Se mezclan escenas gloriosas con otras que se pasan de obvias.
Entre unos chistes y otras denuncias, de vez en cuando para la película para
llevarte de la manita a un “esto es lo que pasa para que lo veas” y te lanza
unos hechos a la cara cuando ser un poco más sutil habría dado probablemente un
mejor resultado. Este aspecto es especialmente sangrante en su desenlace, que
se convierte casi en un documental de unas revueltas en el que se pierde la
importancia de una trama que venía circulando hasta entonces, desinflando el
conjunto. Pareciera que en vez de concluir el thriller que ha venido contando
hasta entonces, Lee decide centrarse exclusivamente en los movimientos
antirracismo de los años setenta. Si la película hubiera acabado quince minutos
antes, habría dejado la misma indignación y un sabor de boca mucho mejor.
Por otro lado, el
epílogo con los incidentes de Charlottesville es tan gratuito como punzante,
recordando que los tiempos en que los racistas campaban alegremente por las
calles no son TAN lejanos (como que pasan hoy en día). Si no hubiera estado tan
fuera de la película como estaba en ese momento, lo habría apreciado mucho más.
A pesar de su
irregularidad, la película está muy bien llevada a cabo, consiguiendo
nominaciones a Mejor Película, director, actor de Reparto (el mencionado Adam
Driver), montaje y banda sonora, además de llevarse el premio al mejor Guión
adaptado.
Como suele decirse
en estos casos, Infiltrados en el KKKlan es una comedia que no debería ser
necesaria pero que justo por ello debe existir. Sabe conjugar durante casi todo
su metraje un mensaje de denuncia muy bien tirado con una comedia llena de mala
idea, ilustrándonos de un hecho tan imposible que parece mentira que fuera
real. A su favor trabajan dos actores que realizan estupendos papeles (a lo
tonto, la de buenos trabajos que empieza a tener Adam Driver), un guión
estupendamente trabajado y un ritmo que sabe enganchar durante casi todo su
metraje. En su contra tiene una desmesura machacona a la hora de mostrar su
mensaje y un desenlace que se relaciona poco con lo visto hasta entonces,
desluciendo el conjunto. No obstante, perfectamente recomendable, tanto por su
gracia como por su concepción.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 6.4
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