Sí. La trilogía de Regreso al futuro es la trilogía
perfecta. Ahora os explicaré porqué este vestigio eterno de una época en que
las películas de aventuras se convertían en buen cine sin que se notara la
actitud económica en vez de la artística del autor merece ese calificativo.
Normalmente, las trilogías (incluso las programadas y
previstas como tal) se realizan en torno a una película de éxito, una secuela
que intenta aprovechar el tirón y una tercera parte más autocomplaciente, con
evidentes irregularidades entre unas películas y otras (El Padrino, Alien…). Regreso al futuro no tiene ese problema.
Las tres películas gozan de una estructura bien aprovechada, aportan diversión
a raudales y ninguna da la impresión de estar hecha por motivos digestivos, con
una homogeneidad orgánica que las diferencia de casi cualquier otra saga. No
hay más que ver los ránkings de los fans, pues se trata de la saga en la que
“la película favorita de” está más repartida de todas, con una gran igualdad
entre ellas.
Para que os hagáis una idea, sus creadores se han
permitido rodar tres veces la misma película y no es que se la compremos, ¡es
que nos encanta! Así de grande es Zemeckis y su proyecto. Además, tiene la
suerte de que se paró en la trilogía, sin buscar alargar innecesariamente una
saga que está estupendamente rematada como finaliza (Piratas
del Caribe, Indiana
Jones) que estropee el conjunto y te obligue a salir del Universo con mal
sabor de boca (Terminator,
Shrek).
Señal quizás de otra época en que se respetaba al espectador y no se seguía
sino se iba a presentar algo digno a los fans. Ni existe, ni parece que vaya a
existir un proyecto adicional. Incluso la serie que se sacó a modo de spin-off
se puede ver con agrado (perdón, es ésta).
A ver, es que ahora, treinta años después, ¿quién no
conoce a Marty McFly y a Emmet Brown? Estos dos personajes se han convertido en
unos iconos de este calibre gracias al carisma que desprenden. Doc es el
científico chiflado que todos quisiéramos haber sido en algún momento de nuestra
vida, todo entrañable excentricidad y Marty es un joven rebelde que no puede
evitar meterse en líos. Michael J. Fox y Christopher Lloyd interpretan a estos
dos míticos personajes. Su increíble naturalidad, la fabulosa química que
destilan y la innegable caracterización de los personajes convierten está gran trilogía
en auténticos clásicos del cine de aventuras.
Las tres entregas de Regreso
al Futuro son pura diversión. Es evidente que no son las mejores películas
del mundo mundial, pero pocas se han hecho con tanto cariño, tanto talento y
tantas ganas de hacer las cosas bien. Por poner un ejemplo, el mimo con que se
han preparado los detalles de la imaginería de la saga es sorprendente, pues
casi todo lo que aparece en pantalla es referencia, de un modo u otro, a
elementos “reconocibles” de otros momentos temporales del mismo lugar: todos
los líos con el reloj de la plaza, el amor de los Tanner por el estiércol, o la
cantidad de pinos de la urbanización.
A fin de cuentas, todas van de lo mismo. La máquina del
Tiempo inventada (con estilo) por Doc E. Brown provoca que el alocado jovencito
Marty McFly haga una excursión a otra época, con el consiguiente desbarajuste
de realidades, paradojas, líneas alternativas y otras zarangadas bien molonas
que quedan muy bien en una pizarra.
La primera entrega lanza a McFly a 1955, dónde se liga a
su madre, poniendo en peligro su propia existencia. Así pues, nuestro héroe
tendrá que conseguir que su padre reúna las fuerzas para pedir una cita a su
madre, poner en su sitio a Tannen (el matón local) y mejorar el futuro de toda
su familia. Mientras tanto, mil guiños para el espectador atento, como enseñar
a Chuck Berry su “Johnny B Goode” desde el futuro o conocer a Reagan antes de
ser presidente.
Por su parte, Regreso
al futuro II propone un ejercicio similar. Después de una excursión al 2015
para evitar la desintegración de su familia, el Tannen del futuro consigue
enviar un Tannen de 1955 un almanaque deportivo con todos los resultados de los
siguientes 30 años, lo que provocará que éste se vuelva un potentado y provoque
(casi) el apocalipsis de la humanidad. McFly deberá volver a 1955 para
recuperar el almanaque sin entrar en contacto con su otro yo que pulula por ahí ni romper todos los
cambios que se hacen en la primera película (además de provocar unos cuantos
ataques al Dr. Brown).
En la última de las películas, las circunstancias
provocan que Doc acabe en 1885, pero parece ser feliz, por lo que McFly puede
volver a casa a 1985. Sin embargo, Nada más regresar encontrará la lápida de su
amigo, por lo que Marty deberá volver al pasado (a 1885) para salvar a Doc de
un destino funesto sin por ello cambiar más que el nombre de un barranco y
cosas por el estilo (aunque hagamos pasear un Delorean por el siglo XIX ^^.
Este regreso a la fundación del pueblo cuenta, como no, con su propio Tannen y
cientos de guiños a las anteriores películas, tal como si fuera una traslación
trasnochada de la primera entrega a la época de los westerns fílmicos, de los
que aprovecha para rendir un sentido homenaje.
No sólo es siguen esquemas muy parecidos sino que
interaccionan continuamente entre ellas, jugando a cambiar (gracias a la
traslación temporal) las consecuencias de lo ocurrido anteriormente, mientras
se hacen mil referencias entre ellas que provocará indudable gozo a los fans
más acérrimos a encontrar estos detallitos (la vida del Reloj de la ciudad, los
pinos que vienen y van, el gusto por los bailes incómodos y mil cositas más…).
Puro gozo y pura diversión para el disfrute del despetable.
En conjunto, suponen una fabulosa obra del cine juvenil,
cuyo encanto no desaparece con el paso del tiempo. Divertidas, originales y
tremendamente entretenidas, tienen el aditivo especial de ser un billete al
pasado para aquellos que crecimos con ella, un regreso a la época en que no
necésitabamos más que un helado y un monopatín volador para ser los niños más
felices del universo. Tres películas que no se pueden sino disfrutar. Todas y
cada una de ellas.
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