Lauriqui sabe bien lo que me gusta y me endosó este libro
un poco a traición, prácticamente obligándome a leerlo, quisiera o no. Como un
servidor no gusta de molestar a alguien que conoce los siete puntos de dolor,
no tardé demasiado en leerlo.
Título: Kallocaína
Autor: Karin Boye
Título original: Kallocaine
Traducción: Carmen Montes Cano
“Kallocaína
es el nombre del suero de la verdad que el científico Leo Kall ha inventado
para garantizar al Estado seguridad y estabilidad, pero la verdad se escapa a
la instrumentalización y sus efectos son
demoledores: el protagonista asiste horrorizado al surgir gradual de una
conciencia individual y autónoma que intenta luchar.”
Para cualquiera ha haya leído un poco de ciencia-ficción
de los años 1950-1960, el planteamiento le resultará familiar: un estado
totalitario que gusta de llamarse el “Estado Mundial” (aunque rápidamente
entendemos que existen otros estados rivales), mediados del siglo XXI y un
gobierno que controla TODO. Incluso los niños son criados por el estado y
separados de sus padres en pos del bien común tan pronto llegan a la pubertad.
Cada aspecto de la vida es racionalizado, estandarizado y especializado sin
ningún tipo de libertad ni de decisión individual. Cada ciudadano es criado
para existir únicamente para servir al Estado y, sin que se haga explícito,
queda claro que el poder policial tiene cámaras, micrófonos y delatores por
todos lados.
Evidentemente, la gente puede pensar lo que quiera,
aunque vive en el temor de no poseer suficiente devoción para el Estado, o que
se le escape algún comentario inapropiado que, sin mala intención alguna, les
meta en líos más bien gordos. Este incómodo status
quo cambia cuando el químico Leo Kall descubre una nueva molécula, a la que
bautiza con su nombre, que resulta ser el perfecto suero de la verdad. Ni
siquiera tiene que forzar a la gente a que diga la verdad, sino que provoca que
la gente quiera dejar de mentir. Un chupito y el paciente se relaja, sonríe y
se pone a largar sus secretos más oscuros. En un primer momento se utiliza como
un sustituto perfecto para los interrogatorios a criminales, pues se muestran
ávidos de confesar. Sin embargo, pronto se vislumbran intereses más oscuros,
pues las confesiones provocan que el Estado totalitario pueda conquistar la
última frontera de la intimidad: los pensamientos.
Ahí empiezan los problemas realmente graves, pues ¿qué
ocurre si la mayor amenaza para el gobierno no es una mano corrupta o unos
políticos disidentes, sino un chiste burlón o escuchar una canción no del todo
aceptada? ¿Qué significa para un matrimonio no poder evitar la sospecha de una infidelidad?
(cuidado que incluso pedir lealtad en el hogar ya es de por sí un crimen, pues
la única lealtad se debe al Estado).
Así pues, tenemos a un individuo que vive (más o menos
cómodamente) dentro del sistema que, sin comerlo ni beberlo, se convierte en un
elemento subversivo al que el estado debe aplastar. No será difícil que nos
recuerde a propuestas similares como bien pueden ser 1984 o Fahrenheit 451.
Ésta tiene la gracia de estar escrita a principios de los años 40, por lo que
precede a las grandes obras del género, además de saber ser muy diferente a lo
que vino después.
Uno de los mayores logros de la novela es la sensación de
ominosidad que produce un estado tan opresivo, en el que cualquier queja es
susceptible de convertirse en sospecha de mal ciudadanía, provocando un estado
de paranoia en el que todo el mundo oscila entre policía, juez y víctima a
velocidades de vértido. Encontramos personajes que disfrutan llevando a
disidentes ante la justicia que luego se ven adelantados por la derecha y
acaban ellos mismos de camino al patíbulo. Desde un punto de vista actual,
podemos apreciar disgresiones sobre la libertad individual y, sobretodo, el
derecho a la intimidad en contra de un Gobierno que elimina libertades en pos
del bien común.
El efecto de este poder sobre el individuo se refleja en Leo Kall, el científico protagonista y teórico héroe del pueblo
debido a su descubrimiento. Se trata de un ser inseguro y suspicaz que está
convencido de que su mujer le pone los cuernos con su jefe. Su falta de
confianza provoca que viva continuamente buscando defectos en los demás con los
que ocultar los suyos, demostrando así ser un fervoroso miembro del partido.
Pese a ser un científico brillante y respetado que goza de una posición social
relativamente cómoda, envidia con mezquindad a aquellos por encima de él, con
la continua idea de ser califa en lugar del califa.
La invención de la Kallocaína parece la solución a todos
sus problemas, pues cualquier atsbo de disidencia aflorará con rapidez, lo que
provoca su meteórico ascenso. Sin embargo, a medida que se va implantando,
nuestro ladino protagonista se convertirá en testigo y víctima de aterrador
invendo. Resulta escalofriante leer la impotencia que causa la imposibilidad de
ocultar absolutamente NADA ante un estado policial en el que el más mínimo
error te convierte en un traidor. Aunque el libro no tiene ningún detalle
especialmente escabroso, ni por sexual ni por violencia, provoca una sensación
mal rollera que por momentos se acerca al terror.
Kallocaina es un buen puñetazo en el estómago que utiliza hábilmente
la ciencia ficción para criticar diversos aspectos de la sociedad, encendiendo
bien las alarmas ante los abusos del sistema. Sabe no dejarte indiferente y te
lleva con habilidad por parajes inesperado. Realmente, es una verdadera pasada.
Su inusual origen, pues se trata de una novela
prácticamente autoproducida (¡en los años 40!) nos recuerda los pocos defectos
que presenta este libro. Principalmente, se echa en falta la tarea de un editor
que puliera las espectaculares ideas de su autora. Pese a que se trata de una
novelilla de apenas 200 páginas, el estilo y el tono del relato varía habitualmente,
como si se hubiera escrito en diversos momentos y luego no se hubiera repasado
el conjunto para uniformar la escritura. Además, encontramos el problema de su
desenlace. Pareciera que la autora se hubiera cansado del libro y quisiera
cerrar la historia por lo que coge todas las tramas y la cierra en un chin-pun
de tres páginas cuando la trama pedía al menos unas cien más. En ningún momento
se hace mal, ojo. Sólo queda raro que de repente te has quedado sin libro. Son
cositas que una revisión editorial hubiera contribuido a corregir y hacer de
esta joya una obra todavía más valiosa.
A pesar de su innegable calidad, se trata de una obra que
pasa habitualmente desapercibida en los radares de los lectores de distopías.
Los principales motivos de ello pueden estribar en que se trata de una obra
escrita por una mujer, sueca, lesbiana y de ideales comunistoides, que además
se suicidó poco después de ver publicado su libro. Factores todos que influyen
en que la sociedad anglosajona que ha regido el género en la segunda mitad del
siglo XX no le haya prestado apenas atención. No se escribe en inglés, ni trata
temas que puedan “interesar” a la sociedad capitalista de la época, además de
ser una mujer que tampoco tiene muchas novelas más a sus espaldas, claro.
En resumen, recomiendo este libro a cualquiera que esté
interesado en el género. No siempre es fácil de leer, pero vale la pena el
esfuerzo. Es una distopía sin concesiones, de las que dejan mal cuerpo, pero se
sabe diferente y da pie a reflexiones y debates. Como debe ser, vamos. Esta
preciosidad no te dejará indiferente.
Nota: 9
Nota goodreads: 3.8/5
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