Oh, Mel Brooks. Como no
echar a reír sólo de leer su nombre. La cantidad de risas que me ha deparado
con cada una de sus películas es más que difícil de medir. Se ha sumergido en
todos y cada uno de los géneros cinematográficos para estudiar sus mecanismos y
generar parodias desternillantes de todos y cada uno de ellos. De todas sus
obras, mi cariño estará siempre con la primera que vi, la que me abrió la puerta a un mundo absurdo y delirante. Aunque no sea su mejor obra, me
es imposible no disfrutar de cada momento de esta demolición de todos los
tópicos habidos y por haber de los Westerns. No deja títere con cabeza.
El poblado del oeste más
anodino de los poblados del Oeste (al que sólo le falta llamarse “pueblo del
Oeste”) se entromete (como si se pudiera mover) en la ruta del ferrocarril que
un magnate mangante está construyendo. Éste aprovecha su poder para hacer la vida
imposible a sus habitantes, que reclaman un Sheriff que ponga fin a estos
desmanes. Como nuestro magnate mangante tiene poder sobre el inepto Gobernador, consigue
que éste nombre al más improbable de los Sheriffs para así sabotear cualquier
intento de salvar el pueblo.
Es fácil observar que
estamos ante el argumento más típico entre los típicos que podríamos pensar
para un Western. A partir de aquí, Brooks genera una parodia con una sutileza
cercana a cero, un humor grueso para todos los públicos y andanada tras
andanada hacia los prejuecios raciales, de clase o sexuales de todas aquellas
mentes bienpensantes en una de las películas que mejor son capaces de encarnar
el concepto de “paja mental”.
Antes de la llegada de
Leslie Nielsen (al que habría que hacer un monumento), Mel Brooks era el rey
absoluto de la comedia absurda y además de plantar al primer sheriff negro del
cine yanqui, aquí consigue aportar al género alguna de las escenas más
demencialmente ingeniosas –la música orquestal música extradiegética que se
convierte en diegética, una Marlene Dietrich seduciendo lo imposible, la
conspiración en la iglesia que no tiene un diálogo sin punta ni hilo o la pelea
final contra el malo maloso, de las más delirantes que podemos encontrar-. No
obstante, la película falla en que se esfuerza más en buscar el gag continuo
que en dotar al argumento de un poco de sentido, pecando de excesivamente
liviano incluso dentro de los cánones del género, lo que se hace especialmente patente
cuando los chistes no acaban de funcionar.
Es irregular, chorra y
pasadísima de página, pero es imposible no verla con una sonrisa divertida en
los labios, especialmente cuando aceptamos que la lógica salte por los aires y
cualquier cosa (sí, realmente cualquier cosa) se convierta en posible.
El tiempo la ha
conservado bastante bien e incluso, aunque empieza floja y parodia un género ya
marginal, te engancha con ese epílogo largo y surrealista, contagiado de una
vorágine loca que rompe la cuarta pared a lo bestia:
El malo de la película coge un taxi y dice al conductor:
-Sáqueme de esta película
No se puede ir más lejos, ¿o no? Un conjunto desternillante.
Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.1
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