Parece
mentira que la saga de animalitos del mundo de Harry Potter llegara a su
tercera entrega. A partir de un librito de “biología” sin trama, se inventaron
una cosita muy
simpática y luego vino una entrega
bastante mejorable (en la que se habían dejado buenos cuartos). Pero como la
taquilla respetaba, a alguien le cuadraba la contabilidad y vino otra entrega.
¿Y dónde estamos ahora? Pues bueno, ahora resulta que Grindelwald no puede tomar el poder a las bravas, ya que su plan con Nagini y Flash para destruir el mundo no le salió del todo bien. Han pasado unos años y estamos en 1930 y pocos, así que el malo maloso ha decidido convertirse en presidente del mundo mágico por votación popular, ganando unas elecciones en las que va a hacer todas las trampas posibles. Nuestros amigos de los animales, ahora agentes secretos 007, deberán, como buen James Bond, detener al malo megalomaníaco de turno. Ah, sí. Y Dumbledore tiene secretos, aunque esos no le importan a nadie.
Lo que más me sorprende de esta película (y bueno, de la saga) es la poca continuidad tonal que hay entre una entrega y otra. La primera es una cosa de aventurillas ligera y llena de corazón. La segunda es una historia noir muy convencional (y malilla), y ahora han dado otro volantazo y se pasan a una historia de espías para toda la familia. Cuanto menos es curioso tanto vaivén. Creo que sólo Cars llega a estos cambios tan salvajes.
Esta
entrega mejora en mucho a su predecesora, pues cuenta con el guión más cerrado
de las tres entregas. Aquí sabían qué querían contar y cómo querían hacerlo.
Quizás debido a que sabían que tendrían pollo con el actor antagonista,
quisieron asegurarse de que, al menos, no iban a tener follones con la trama,
pero bueno, se agradece. No tiene el mimo y el sentido de la maravilla tan bien
encontrado que tiene la primera, pero se siente dentro del mundo mágico y es
consistente como película (cosa que con Grindelwald no pasaba), lo cual ya me
parece un buen resultado de un producto digestivo como éste. Como he comentado
antes, ésta es una película de espías con toques mágicos, con sus agentes,
contraagentes, giros de guión, paseos por lugares exóticos de medio mundo… sólo
que con varitas, maldiciones y los trucos de manos (jé) que se pueden dar
cuando tienes a magos por medio. Sabe ser graciosa cuando toca y se pone seria
cuando debe, sin por ello ofrecer más que un entretenimiento sin
complicaciones.
La trama se ve venir desde el minuto tres, previsible en todos sus giros, pero tanto la acción como las revelaciones se mueven a buen ritmo, por lo que no llega a hacerse aburrida. Complicaciones las justas, eso sí. Los buenos son buenos, los malos malos, y los traidores se ven a la legua.
Lo
mejor que tiene la película es justo Mads Mikkelsen. Es el actor que se toma
más en serio el proyecto y aporta una frescura que un Depp con el automático
puesto no conseguía dar. Sí me creo que este tío sea el malo maloso mágico más
peligroso del siglo XX. Mucho mejor que Ralph Fiennes o Johnny Depp, no hay
color.
Y,
si en Grindelwald lo que mejor funcionaba era la parte técnica, aquí no iba a
ser menos. Warner se ha dejado sus buenos 200M€ (bueno, algo menos) en tener
unos efectos especiales bien hechos, con una buena integración entre los seres
digitales y las personas, escenarios (reales e inventados) trabajados, y un
buen diseño de la imaginería que cuadran en cómo se viviría el período de entreguerras
en el mundo mágico (y cómo va a empezar de un momento a otro la IIGM). Hay
ideas y ganas de hacer las cosas bien en este apartado.
Desde el punto de vista de la música, se aprovecha (quizás demasiado) la espléndida partitura de Williams para las entregas anteriores. Aún con sus variaciones, percibimos las sutilezas que nos indican que estamos en el mundo mágico, en continuo de derivaciones del tema original muy bien encontrados.
Por otro lado, no puedo evitar la sensación de que los protanistas (Newt Scamander, etc.) están ahí porque son los de la primera película y quedaría mal que no aparecieran. Se han transformado en secundarios de “
su propia historia”, quedando implicados en la trama general de pura casualidad, prácticamente porque pasaban por ahí y alguien tiene que ser el bueno. Hasta Tintín aparece por razones menos peregrinas en las tramas ajenas. El guión tampoco les ofrece nada a lo que agarrarse, así que el desempeño de la mayoría de ellos no destaca por su calidad. Todo esto no deja de reforzar la sensación de falta de coherencia en la saga en general, con cada película yendo muy a su bola y las conexiones justas para poder decir que “van juntas” y ya.
Me
hace una especial gracia lo poco disimulado que está la analogía con el nazismo
y su auge. Sin dejar de ser una película para niños pequeños, no esconde que se
estaba gestando un tiempo terrible para la humanidad en su conjunto. Incluso se
plantea la cuestión sobre qué nivel de tolerancia se debe manejar con los
intolerantes y sobre si los fascistas deben poder presentarse a las elecciones.
Que luego se va a otras cosas y no se mete en fregados, pero la chinita la deja
caer.
Viendo cómo funcionó en taquilla, es de esperar que en algún momento aparezca una nueva entrega, aunque con los líos en que anda metida la JK, a saber sí se centran lo suficiente como para firmar los permisos. En fin.
Los secretos de Dumbledore tiene
muy poco de secretos y sí de aventuras para toda la familia. Este sucedáneo de
James Bond para todos los públicos es agradable de ver, entretiene y no ofende
a ningún fan exigente. Lo cual no es poco, viendo el resto de las películas
derivadas de las obras de Rowling.
Nota:
6
Nota filmaffinity: 5.4
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