No sé de cuando data
mi reseña de la tercera parte de Harry Potter, pero seguro que de hace un
puñado de meses. Pero bueno, hoy traigo aquí la cuarta de sus películas,
confiando en que antes de 2025 podré dar por terminado el repaso de las 7+1
entregas, tras lo que me pondré con los libros. Al paso que voy, la quinta
película en seis meses, con suerte.
En fin, a lo que
íbamos. Cuarta entrega del Niño Mago y cuarto curso en Hogwarts. La historia
comienza con la fuga de Azkaban de uno de los criminales más peligrosos del
mundo de la Magia, lo que se complica con la participación de Harry Potter en
el torneo de los Tres Magos, una competición interescolar para comprobar quién
es el alumno más prometedor de las escuelas más prestigiosas del mundo. Por si
fuera poco, también hay el mundial de Quidditch y vuelve “el que no debe ser
nombrado”.
Cuando salí del cine, hace ya un porrón de años y el libro recién releído, recuerdo tener la sensación de habérmelo pasado en grande con una película muy mala. Este Harry Potter no se parecía en nada a lo que habíamos visto, era más espectacular pero más insulso que nunca. En este segundo visionado, los años vienen a confirmar lo que sentí entonces.
Yo venía de
disfrutar en grande con la personalísima película
de Cuarón, mucho más oscura que las dos primeras y más acorde con la imagen que
yo me había montado en la cabeza. Sin embargo, debí ser de los pocos que salió
contento de la misma, porque los productores prescindieron del director mexicano
cuando ya estaba en preproducción de El
cáliz de fuego, siendo sustituido por el impersonal Mike Newell. Imagino
que bajo la férrea directriz de producción de alejarse lo menos posible de las
páginas del libro, firmó una propuesta mucho más espectacular y luminosa, pero
mucho más vacía, con la impresión de no tener nada que contar. Encima, sin
tener siquiera ese sentimiento de la maravilla mágica que sí tenían las de
Columbus.
Newell parece
limitarse a coger los eventos más importantes de la trama principal, rodarlos
uno tras otro y así completar casi tres horas de película. No hay ninguna
preocupación de desarrollar personajes, mantener un buen ritmo o siquiera
enlazar un suceso con otro. Se hace difícil de seguir para aquellos que se han
leído los libros y, probablemente, muy confusa para cualquiera que no haya
pasado previamente por las 800 páginas de rigor.
Se agradece la
literalidad con que se transcriben la mayoría de diálogos, pero luego también
encontramos gazapos y referencias a otras cosas que se han dicho (en los
libros) que en la película no se nombran, con el consiguiente efecto en la
coherencia del film. Además, se obvia todo el desarrollo de los personajes y sus
motivaciones, dejando la sensación de que lo que importa es que pasen cosas y
no porqué pasen. A eso le añadimos que brotan personajes por todos lados de los
que no sabemos nada, se nos dice el nombre y luego no vuelven a tener
importancia. Entiendo que es un guiño a los lectores, pero es que leer el libro
se convierte en la única manera de saber qué ocurre. El batiburrillo de hilos
argumentales no precisamente hilvanados con que se hace ver que se engarza el
film, se acaban o no si así le interesa al metraje (el Mundial, la presentación
de Diggory y Rita, qué ocurre con Hagrid), pero luego se le da mucha cancha a
la escena más bochornosa de la saga (el baile de Navidad). Obvio es decir que
la trama no despega en ningún momento, ni siquiera llega a coger velocidad.
Lo más curioso es
que aunque estemos ante el peor guión que ha tenido el trío maravilla hasta
ahora, aquí es la primera vez en que parecen ser conscientes de que si hacen
las cosas bien, pueden tener una carrera como profesionales. Se aprecia un
esfuerzo consciente en intentar hacer las cosas bien. Rupert Grint sigue siendo
tan ostiable como siempre (sorry!), pero se nota una mejora tanto con Emma
Watson como con Daniel Ratcliffe, a pesar de lo poco que les ofrece en el
guión. Sorprende ver a un joven Robert Pattinson pre-Crepuscular haciendo de
guapete sonriente, en esta época no tan ostiable. El resto de actores van con
el automático puesto, destacando para mal Katie Leung y Ralph Fiennes
(sobretodo), que parecen estar contando los días que les quedan para cobrar el
cheque correspondiente.
Lo que sí se debe
destacar del film es su parte técnica. Si bien la imaginería no innova en
absoluto, está muy bien realizada. Hay músculo bien gastado, con chorrocientos
cositos volando, unos dragones muy rechulones y escenas acuáticas bien
rematadas. La película luce bonita, llena de luz y vitalidad, incluso en los
momentos que debían ser más tenebrosos. Nunca entenderé la decisión de hacer
una versión de Voldemort tan pusilánime. Supongo que el poco empeño de Fiennes
para que tenga personalidad influye, pero se hace patente que es así como se
quería que fuera el Señor Oscuro. Ni amenazante ni poderoso. Simplemente
idiota.
La banda sonora
abandona la partitura original de Williams (salvo su tema principal) en un
ejercicio a cargo de Patrick Doyle al que le falta frescura, sólo acompañando a
la imagen, en vez de complementar y realzar la emoción del mundo mágica.
La principal conclusión es que el proyecto pierde mucho con el cambio de timón. El proyecto se rueda para cumplir con el cupo, sin voluntad de hacer un buen trabajo, lo que se nota en su impersonalidad. Realmente me hubiera gustado contemplar la visión de Cuarón respecto al despertar sexual de los protagonistas, sus primeros (y desastrosos) devaneos amorosos y, especialmente, su visión del malo maloso que ha llegado a aterrorizar a una generación completa de magos.
Con Newell, el mundo parece menos mágico y se vuelve más mundano, perdiéndose en escenas de telenovela supervitaminada.tro películas, la más impersonal y falta de gancho. No parece haber alguien a cargo que sepa qué se quiere contar, limitándose a enganchar escenas una detrás de otra sin mayor criterio que el cronológico. Le falta magia, diversión y algo que contar, pero sí se nota espectacular, entrando bien por los ojos a la que apagues el cerebro.
Nota: 2
Nota filmaffinity: 6.6
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