A pesar de sus numerosos
éxitos en taquilla, Scorsese se ha quejado repetidamente de la poca libertad
que se le da dentro de Hollywood para hacer las películas que él quiere. Entre
que los temas superheroicos y las escenas de acción acrobática le importan bien
poco y que cada vez lleva peor que desde arriba le estén diciendo qué puede y
qué no puede mostrar en pantalla, pues pareció por momentos que tardaríamos en
volver a tener películas suyas. Es en esto que se junta Netflix, con ganas de
dar a su plataforma un poco de postín que le ofrece una buena cantidad de
dinero para hacer una película de mafiosos con una libertad casi absoluta.
Se abrieron los
cielos para el director, que aprovechó para hacerse un auto-homenaje, reuniendo
¿por última vez? a todos aquellos que protagonizaron el culmen del cine
mafioso. Joe Pesci, Al Pacino, Robert de Niro (Nicky Santoro, Michael Corleone,
Travis, Vito, Noodles y mil nombres más).
Todos ellos ya mayores, en un último canto del cisne para despedir, tal
como hizo Sin perdón a un
género que ha dado toneladas de diversión en la gran pantalla.nos verídica, nos cuenta la vida de Frank Sheeran (Robert de
Niro), que trabaja para la mafia como asesino a sueldo. Por avatares de la
vida, hace amistad con el jefe local Russell Buffalino (Joe Pesci) y con el
sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino), una de las personalidades de la sociedad
de su momento. A lo largo de los años, las relaciones entre todos se verán
sometidas a las tensiones propias de su trabajo, los avatares de la vida y las
lealtades mal (o peor) entendidas.
A su modo, recuerda
a una versión –ejem- sin glamour de Uno de los nuestros,
retratando la vida mafiosa desde un personaje segundón que, de alguna manera,
se las arregla para estar en todos los follones. Sin embargo, la película se
centra en los efectos que el paso del tiempo tiene en las personas,
especialmente cuando el dolor y la nostalgia de tiempos mejores se entremezcla
con inquinas y rencores, provocando que las lealtades se quiebren y afloren
traiciones y asesinatos. Se hace especial hincapié en el peso de la culpa, a
los remordimientos ante las malas decisiones y, sobretodo, los sacrificios que
se realizan, que cada vez duelen más y son más difíciles de remediar. El
tiempo, el inevitable declive crepuscular de cualquier actividad humana,
mostrado a través del dolor ante como los años pueden cambiar la perspectiva
sobre decisiones que parecieron lógicas en su momento.
Esta mastodóntica
reflexión sobre los tiempos pasados que ya no volverán se ve reforzada por la
presencia de todos los fetiches actorales del director: Al Pacino, Robert
deNiro y Joe Pesci han encarnado a los mayores estandartes del género y aquí
realizan la que –quizás- sea su última gran actuación. Pesci es, por una vez,
el jefazo, mostrando que los años no han medrado en su carisma y capacidad de
intimidar. Al Pacino realiza un papel delirante, muy acorde con el personaje
real. De Niro, por su parte, realiza una actuación más contenida, propia del
hombre que no toma decisiones, que solo ejecuta y no debe tomar partido, pero
al que se le nota el desagrado, el miedo y la rabia ante los efectos de sus
acciones. Chapeau a todos.
Una de las
decisiones más controvertidas es el uso del ordenador para rejuvenecer a los
actores (todos rondando los 80) para cuando debe parecer que tienen unos 30-40
años. A grandes rasgos funciona bien, pero lo que el ordenador no puede tapar
es que se mueven como gente mayor y es imposible que los movimientos dinámicos
queden bien. No molesta especialmente salvo en la ya famosa escena de la
paliza, que queda un poco (muy) extraña.
El
irlandés sabe bien al cine de Scorsese, a todas estas
historias de hombres que se meten voluntariamente en infernos de los que saben
que no acabarán bien. El mayor problema para el espectador es que nadie ha
controlado al director, con lo que ha firmado un mostrenco de casi cuatro horas
que no tiene ninguna concesión para el espectador (cosa que sí tenía El
lobo de Wall Street, por ejemplo). La parsimonia con la que avanza la
historia, los quiebros innecesarios y su cansino ritmo hace que llegar al final
cueste bastante esfuerzo, incluso partiendo su visionado en varias etapas.
Además, el desenlace tan lánguido y agónico, retratando durante unos eternos 30
minutos (o más) la senectud de los protagonistas sin que pase absolutamente
nada se hace MUY largo.
Esto no impide que
sea una gran película. Grandes actores, un guión muy bien pensado, una puesta
en escena fastuosa… Sin embargo, nadie parece perdonarle que sea tan claramente
inferior a otros monumentos de misma temática y director: Uno de los nuestros o Casino, por
poner dos ejemplos, son propuestas similares y claramente mejores. El Irlandés acaba siendo un Érase
una vez en América que no ha cuajado del todo.
Como muestra de todo
este talento tras las cámaras y frente a ella, tenemos una película nominada a
todas las cosas posibles (diez nominaciones, con casi todo lo gordo) que,
debido a sus magnificadas imperfecciones, no se llevó nada.
Ahora entran las
dudas. Un poco de control por parte de producción quizás le hubiera venido
mejor para evitar todas las desmesuras que se realizan en el metraje (o no).
Sin embargo, con un Scorsese más controlado, igual este proyecto no hubiera
tenido buen fin (o sí), con mucha menos enjundia y trascendencia.
Al final Scorsese ha
realizado un espléndido auto-homenaje a un género que le ha dado todo al
director y a sus actores favoritos, generando un puñado de películas que han
hecho vibrar a los espectadores durante años. El irlandés peca de exceso de metraje, baches de ritmo y un
desenlace agónico. Sin embargo, goza de unos actores de primera que se saben
ante su canto del cisne, una puesta en escena impecable y una historia que, sin
duda, merece ser contada.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.2
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