El tunecino
Abdellatif Kechiche llevó en el último momento está película francesa a
concurso en el festival de Cannes (en
unas condiciones un tanto particulares) y consiguió traerse el premio gordo a
casa. La vida de Adèle no sólo triunfó en el certamen sino que se convirtió en
un inesperado y espectacular éxito de ventas en Francia y en media Europa.
Rodeada de polémica por su pareja protagonista lesbiana, su sexo explícito y su
elefantiástica longitud, es una película que no deja indiferente a nadie.
Adèle es una
joven de quince años que se está abriendo al mundo. Primeras parejas, primeras
borracheras… Pero siente que hay algo en ella que no cuadra, no parece
disfrutar como debería con los chicos. Una noche conoce y se enamora
perdidamente de Emma. Se siente irremediablemente atraída por ella y dejará
todo por conseguir su amor, lo que le ocasionará problemas con su círculo de
amigos. Desde este momento, seguiremos la vida de Adèle, su paso a la edad
adulta, sus sueños e ilusiones, sus errores y momentos de sufrimiento…
No estamos
ante una película feminista, aunque sea un film de mujeres; ni ante una
película homosexual; estamos ante una historia de crecimiento personal, de
conocimiento de uno mismo, de encuentro con el deseo y de sus repercusiones. Lo
que nos propone Kechiche es que seamos testigos, como buenos voyeurs, de todo
lo que le ocurre a nuestra Adèle desde sus quince años hasta cerca de su
treintena. Tanto Adèle Exarchopoulos como Léa Seydoux realizan un enorme
trabajo, consiguiendo una pareja protagonista que no parece protagonista de
otra cosa que no sea de sus propias vidas. La personalidad de cada una de ellas
queda perfectamente dibujada, con todas sus fortalezas y debilidades.
Adèle,
inicialmente una adolescente llena de inseguridades, hace lo que cualquier
chica de su edad: se divierte, queda con chicos… pero en todo momento nota que
hay algo que no cuadra. No se siente como se supone que se debería sentir ni
disfruta con lo que se supone que debería disfrutar. Su falta de confianza en
si misma no le ayuda precisamente, hasta que conoce a Emma. Ella, más madura,
guiará a Adèle para que ésta se conozca a sí misma y se acepte como es.
Este
descubrimiento del amor (y la pasión) por parte de ambas se entremezcla con una
evolución psicológica de ambas. Los sucesos que tiene la vida las fuerzan a
replantearse todo lo que consideran importante. Con todas las rosas y las
espinas que trae una relación, los años pasan y ambas intentan llevar una vida
plena, con sus objetivos y sus sueños. Mientras que Adèle deja todo por Emma y
es feliz llevando una vida “menor” como simple profesora y amante enamorada,
Emma necesita crear y tener proyectos, estar continuamente probando cosas
nuevas y explorando lo que le ofrece la vida (lo que no quita que ame
profundamente a Adèle). La cercanía con que Kechiche se centra en ambas
desprende un poderoso aroma a vida que te llena y hace que sufras y disfrutes
con sus avatares.
Por si fuera
poco, Kenchiche disfruta de un guión muy trabajado. No sólo retrata, como el
mejor de los cuadros, la personalidad de ambas sino que sus vidas desprenden
realismo, una milimétrica gráfica de lo que le ocurre al corazón enamorado que
busca su lugar. Aspirando a la grandeza, la narración se encuentra salpicada de
abundantes insinuaciones filosóficas sobre el amor, el deseo y la libertad,
(habitualmente) bien integradas dentro de la historia, como invitando a que lo
tengamos en cuenta al observar (y juzgar) ambos personajes.
Rápidamente,
el film se convierte en toda una experiencia. El exacerbado uso de primeros
planos, con escenas compuestas con virtuosismo, nos permite conocer a fondo los
pensamientos de las protagonistas, comprendiendo así a la perfección sus
reacciones. Kechiche pega la cámara al rostro de su criatura como si quisiera
acariciarla con ella, penetrar en su esencia y radiografiar su cuerpo e
intimidad. El director trata de romper toda barrera física para introducirse
inquisitivamente en su alma hasta desnudarla en toda su belleza y su miseria.
El resultado es una estética que no oculta ni filtra las imágenes para mostrar,
en toda su profundidad, su vida sentimental de en un ejercicio de maravilloso y
carnal naturalismo. Sin embargo, la redundancia de estas escenas y la densidad
de las mismas provoca que haya muchas de ellas que, realmente, no sirvan para nada.
Parece a veces que el director se quiera hacer un monumento onanista para
mostrar lo bien que dirige a las actrices. Después de todo, ¿para que sirve la
larga escena de la playa, o las diez (que son diez) escenas de Adèle dando
clase a los párvulos? Te encuentras en ellas en tensión, entendiendo que algo
debe ocurrir y ocurre… nada.
Las
abundantes elipsis permiten avanzar la historia, es la herramienta que se usa
para implicar los cambios temporales (que nosotros debemos adivinar que suceden
por contexto). Otras veces, estas elipsis incluyen un diálogo que se nos
oculta, que se nos antojaría necesario conocer pero que el director decide
obviar. Incluso algunas tramas desaparecen y no vuelven a tener importancia
(¡). Esta falta no es casual. En una película tan milimetrada como ésta, la
decisión de enseñar o no es plenamente consciente, obligando al espectador a
que suponga e imagine estas escenas y estos diálogos. Una de las consecuencias
de ello es que te obliga a estar atento en todo momento para evitar perderte
algo, y eso en 180 minutos se puede volver agotador.
Caso aparte
son las escenas de sexo. El realismo con que Kechiche muestra la relación hace
inevitable que se visite la cama con asiduidad. Pero ¿acaso una escena de doce
minutos de sexo explícito es indispensable? Sí, así conocemos su pasión, y no
negaremos que ambas desprenden sensualidad y erotismo, pero con cinco minutos
se habría transmitido lo mismo. Esta redundancia se vuelve cansina, no sólo en
las escenas de sexo, si no en la cantidad de escenas innecesarias y en las
abundantes ínfulas filosóficas que jalonan el metraje.
Es obvio que
la película es una obra de virtuosismo. Su estructura está calculada con
precisión,cada plano y cada gesto está perfectamente estudiado para mostrar lo
que se desea, sin filtros, manteniendo un registro neutro que aun así es capaz
de expresar, con transparencia, las emociones de las protagonistas. Sus
prodigiosas actrices (que dicen haber vivido un calvario a las órdenes de un
tiránico director) completan un cocktail, que, sin duda, pide ser premiado. A
ello, has de sumarle la polémica causada por la innecesaria escena de quince
minutos en la cama y el lesbianismo. Son dos ingredientes que rápidamente crean
morbo y le añaden un plus para ganar todo lo que se les ponga por delante. Es
una Palma de Oro indiscutible que hay que adjudicar a tres personas (sin duda).
Aglutina ternura, amargura, belleza y vida hasta más allá del empacho.
Más allá del
empacho es donde te lleva su visionado. Su desmesura y su empeño en recalcar la
psicología de los personajes provocan que las escenas que aportan lo que yo al
club de matemáticos de Madrid (cero) broten a mansalva. El ritmo se resiente y
las tres horas se hacen MUY largas. Aunque lo que te enseñen está muy bien
hecho, dilatarlo excesivamente lastra el resultado, y cuando lo que te sobra es
una hora de película, acaba doliendo. Pero claro, quitando el sexo y los
diálogos profundos la película se habría vendido peor (¡que la polémica da
mucho juego!). Es una película que destaca y deslumbra, sin duda. No es nada
fácil de hacer y hay que felicitar al tríptico (director + actrices) que la ha
llevado a cabo, pero no puedo evitar quedarme con la impresión de que podría
(¿debería?) haber sido más de lo que es.
Nota: 7
Nota filmaffinity: 7.7
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