Estamos en 1980. La Guerra de las
galaxias viene de romper cualquier referente en la taquilla y el
merchandising. Superman ha demostrado que los héroes de cómic
pueden triunfar en la gran pantalla. ¿Qué mejor que una película que pueda
combinar lo mejor de estos dos Universos? Por si fuera poco, contamos con el
inefable Max von Sydow como siniestro malvado y, encima, Queen (¡QUEEN!)
se encarga de la banda sonora. Lo tiene todo para triunfar. ¿Qué podría salir
mal?
Bueno, pues básicamente, todo. Flash Gordon tiene brilli brilli por los
cuatro costados. Y ésta es, amigos, la causa y solución de todos los
problemas de la película. A diferencia de la mayoría de propuestas que hemos
visto anteriormente, en las que el brilli brilli es un aditivo del proyecto, en
este caso se convierten el alfa y el omega de la propuesta, pura desmesura que
hace de la película en un despropósito espectacular, o en un espectáculo
desproposital, como prefiráis. Dino
de Laurentiis se estampó pocas veces con tanto estilo.
No hay más que ver las primeras imágenes de la corte del
Emperador (del universo) Ming. Esos rojos y esos dorados saturados…¿Qué necesitamos
bufones? ¡Ponemos a unos enanos con sábanas! ¿Una banda sonora de bandera?
¡Contratamos al mejor grupo de rock de la historia! ¿Lugares exóticos? ¡Todos
los que se puedan! No en vano
Flash Gordon dobla el presupuesto de una película tan menor y poco amiga de los
efectos especiales como El imperio contraataca. Está
claro, mientras dura el dinero, dura el empeño.
Esta desmesura puede con todo y devora un guión que adapta quizás demasiado
literalmente el cómic original. Por si no os lo habéis leído,
este cómic creado
en 1934 nos narra las aventuras de un jugador de fútbol americano en las
galaxias siderales, donde se enfrenta a mil peligros y se convierte en el
salvador del Universo. Todo el cómic destila el horterismo propio de la época,
con unos puntos de cómico surrealismo en el que, literalmente, cualquier cosa
es posible. Si a algún alma de cántaro le parece que la llegada de Flash a
Mongo es una fumada, que busque como se cuenta originalmente (no tiene
desperdicio). No en vano, a lo largo de los diversos números Flash llega a
hacerse un traje espacial con una bolsa de plástico y unos pantalones
deportivos (chúpate esa McGyver), muere un puñado de veces y vence (él solo)
contra un equipo de futbol americano formado por gigantes. [Ahora en serio,
Flash Gordon es uno de los cómics más influyentes de los años 30-40, otra cosa
es que ahora nos parezca risible. ]
El guión se puede resumir a partir de una de sus frases
más famosas: “Flash, te quiero, pero sólo tenemos catorce horas para salvar la
Tierra”. Cualquier atisbo de
lógica o sentido se manda a tomar viento desde el minuto uno de película. Un
malo todopoderoso que luego no es tan terrible, revueltas y cambios de bando
según sopla el viento. Las peleas y muertes de personajes se suceden con una
desenvoltura y una alegría tan gratuita que no puedo sino evocar las felices aventuras del Batman de Adam West. Además,
habría que destacar lo salidos que van todos en ésta película. Flash quiere
llevarse a la cama a Dale Arden al momento de conocerla. Ella tarda a lo mejor
treinta segundos más en estar interesada en lo mismo. Tan pronto como aparece
en pantalla, Ming proclama su interés en embarazar repetidamente a nuestra
heroína. Aura (la hija de Ming) bebe los vientos por el príncipe Barin (James
Bond en calzones verdes), pero eso no impide que quiera pasarse a Flash por la
piedra, y así… No amigos, la escena no es de William Blake.
Después de todo este rato, podríais pensar que la
película no me ha gustado nada, pero la verdad es que me lo he pasado en grande. ¿La razón? La que estáis pensando. Brilli
brilli. No me importa que la animación de los hombres halcón sea
peor que la que veíamos en El mago de Oz,
o que tengan la poca vergüenza de plantar un partido de fútbol americano
delante de un alocadísimo Max von Sydow … ¡porque si! Simplemente, mola. Flash Gordon
se regodea en el exceso para dar lugar a una obra tan surrealista y tan
disfrutable que no puedes sino verla con una sonrisa de oreja a oreja. Y encima
tiene las narices de dejar un final abierto para una posible continuación.
Quedaron atrás todos los enemigos y aún queda la duda de un futuro mejor, ¡amos
anda!
Ahora mismo me
declaro un firme admirador de Flash Gordon. ¿Queréis ver una divertida película
sin complejos? ¿Estáis dispuesto a devorar estrellas que sacien tu ser?
Simplemente, Flash Gordon.
PD: No entro a valorar la banda sonora, que tiene el
“honor” de ser la peor canción de la historia de Queen (si, peor que el enamorado
de su coche). Si os atrevéis, aquí os la dejo:
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