Yo fui uno de tantos adolescentes que alucinaron con el
pobre Joel Osment y sus inesperados giros de guión. Vaya monstruo de película
se había sacado de la manga el director indio. El protegido fue todavía más allá al meternos por el gaznate una
película de superhéroes sin ningún tipo de anestesia. Señales fue una experiencia extraña, pero no es extraño que
estuviera esperando con ansias la siguiente película de Shyamalan.
Y el tráiler prometía con ganas: un pueblo victoriano
perdido en un bosque lleno de peligros,
en el que unos seres aterran a toda la población: el color rojo está
prohibido, pues les atrae y nadie que les haya visto ha sobrevivido. Ni en el
propio pueblo parece uno estar a salvo, pero ¡ay! Además, la necesidad obliga y
parece ser necesario atravesar el bosque para salvar a un ser querido…
Realmente, prometía emoción y un servidor entró al cine
con todas las ganas de pasármelo bien. Pocas veces entré más motivado a la sala
y, de los 100 minutos que dura la película, estuve a tope durante esos 100
minutos. Shyamalan captó mi atención desde el primer segundo, generando en mí
una sensación de incomodidad brutal sin llegar a enseñar NADA que pudiéramos
considerar terrorífico.
No sólo es el talento del director a la hora de generar
atmósferas malsanas, era también su gran calidad en el trabajo de fotografía,
utilizando con maestría una paleta de colores demencialmente saturada que conviertía
cada escena del bosque en una obra de arte, obligándote a sentir lo que el
director necesitaba en cada momento, coherentemente con la historia y los
sentimientos de cada personaje. Sorprendía apreciar como el rojo destacaba
tanto cada vez que aparecía, como un absceso doloroso en la realidad, que parecía
que no debiera existir.
La inquietante banda sonora se las pintaba sola para
incomodar y dar la sensación de que “algo va mal”, tanto cuando la melodía se
forzaba a partir de violines agonizantes, como a base de conversaciones
susurradas en medio del terror o cuando la propia película se quedaba muda, a
la espera de una escena desgarradora que nunca parecía llegar. No en vano fue
nominada a los Oscars, premio más que suficiente para una película más que
vilipendiada por todos.
Además, la película contaba con mis dos actores fetiche
de aquel momento, Joachim Phoenix (al que adoro desde Gladiator) y Brice
Dallas-Howard (que me había dejado tonto en Manderlay),
con un par de papeles muy extraños, que casaban a la perfección con el ambiente
inquietante de toda la película. Dos tarados que sufrían doblemente con sus
problemas y el asedio de los seres del bosque, que tenían todo para clavarse en
el alma y perdurar durante toda la vida.
Pero no fue así, pues pocas veces he salido del cine con
tanta sensación de haber sido timado, queriendo ir a EEUU para exigir a
Shyamalan en persona el dinero de la entrada. Tanto misterio, tanta inquietud,
tanta preocupación por unos protagonistas para… ¿eso? Suerte para el director
que la figura del hater y de la turba con ganas de ofenderse no estuviera tan
desarrollada hace quince años, que si no éste no hubiera podido a salir de casa
en su vida. Por mi parte, reconozco que me dolió tanto que no volví a ver una
película de Shyamalan en el cine desde entonces.
Supongo que tendría que considerarla como una propuesta
inquietante con un giro final que quería emular el golpe de efecto de El sexto sentido que reventaba todo lo
que habíamos visto anteriormente. Fallida sin duda.
Nota : 2
Nota filmaffinity: 5.9
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