Paul Thomas Anderson es
uno de los nombres importantes de Hollywood. En todo momento ha dado grandes
muestras de su capacidad para manejar con la mayor maestría los resortes que hacen
funcionar nuestras emociones. Sus grandes obras, como Magnolia, Boggie Nights, o There
will be blood son buena muestra de ello. Películas impactantes,
impecablemente realizadas y que saben no dejar a nadie indiferente. El
resultado final puede acabar gustando más o menos, la trama puede interesarte o
aburrirte, pero Anderson es garantía de un trabajo bien hecho.
Y para los que no lo
sepan, Inherent Vice es la adaptación
de una novela negra del mismo nombre con una trama confusa y caótica, escrita
bajo amparo de ácidos y otros estimulantes y con un resultado confuso y
delirante. En los corrillos de Hollywood se había granjeado una merecida fama
de novela inadaptable y muchos guionistas habían desistido en el desafío que
suponía intentar traspasarla a la pantalla grande. En un claro ejercicio de “no
hay huevos”, Anderson ha querido demostrar que él sí podía sacar una película
de allí.
Así pues, tenemos a un
detective privado adicto a todo lo que se puede ser adicto que recibe una
visita nocturna de su expareja para que encuentre a su actual, un nuevo rico de
pasado turbio. Al día siguiente es la verdadera mujer del desaparecido quién le
encarga el mismo caso. Por medio, un asesinato de un neonazi motero que
colaboraba con unos traficantes negros, un agente de la ley con un extraño
gusto por las bananas de chocolate, un abogado medio chalado que no sabe muy
bien cómo hacer su trabajo, una china que trabaja en todos los burdeles de la
ciudad, un saxofonista obligado a ser agente secreto, un dentista cocainómano y
amante de las jovencitas recién llegadas a la pubertad, un par de desnudos… Y alucinógenos
por un tubo en una película en que ir puestísimo es condición indispensable para
salir en ella.
El argumento varía entre
la confusión y el caos, acercándose al que podríamos esperar en un Agárralo como puedas. Invitaría a
contemplarla como cine absurdo, pero el tratamiento que da Anderson al percal
es el de buen (y muy buen) cine noir.
Es una historia de detectives pura y dura, tal como la tendría Harry el Sucio, sólo que un poco…
psicotrópico de más. Intentar comprender que ocurre en esta farsa de fumetas te
obliga a estar atento en todo momento, pues parpadear medio segundo es más que
suficiente para caer en un mar de confusión.
Anderson realiza también
un prodigioso retrato de una época decadente, dónde los hippies que habían sido
más o menos tolerados han vuelto a ser parias peligrosos (los asesinatos de
Manson), los ricos tienen dinero para permitirse cualquier tipo de perversión
depravada, se viven tiempos peligrosos para todo lo que no sea puramente
yanqui, con la hipocresía y las drogas reinando por doquier. Nada tiene porque
ser lo que parece en una película dónde cada escena está pensada con
detenimiento y pensada con estilo. Un Jazz elegido con mimo, con lo más granado
de cada casa, complementa para crear una atmósfera de irrealidad a través de
esta genial tomadura de pelo.
Joachim Phoenix parece
tan confuso como su personaje, sin saber bien qué tono darle en cada momento,
pero concordando a la perfección con la paranoia en que vive toda la película.
Sale genial del brete gratuitamente difícil en el que Anderson le ha arrojado.
De la misma manera, Josh Brolin interpreta al antagonista aportando una
actuación sólida que da aplomo al único personaje sensato (ejem) que podemos
encontrar en la cinta. Se queda a gusto, tal como el resto del elenco.
Personajes absurdos y emporradísimos que resultan incluso creíbles gracias
al esfuerzo desplegado por Wilson,
Cheung, DelToro y los demás. ¿era necesario complicar tanto la vida de los
actores? Podríamos decir que no, pero Anderson quiere lucirse y demostrar que
es un gran director de actores, y vaya si se queda a gusto.
Pero claro, con este
guión, ¿cómo nos tomamos la película? ¿Es una intrincada historia de detectives
en forma de puzzle a la que hay que aportar las piezas que faltan para que
tenga sentido? ¿Es, en sí, una gigantesca broma? Momentos brillantes e
inspirados se suceden a excentricidades imposibles, casualidades improbables y
giros de guión tan absurdamente forzados que parecerían inventados sino fuera
porque al ser analizados se comprueba que están introducidos con corrección, si
nos creemos la coherencia interna de la película, claro. La paraoica densidad que
Anderson insulfa en el guión se mezcla con una abrumadora cantidad de
referencias culturales que evocan una época ya desaparecida, pudiendo convertir
un segundo visionado en un juego para ver cuantos guiños puede meter por
segundo. A pesar de que Inherent Vice se
consideraba inadaptable, Anderson ha decidido convertir la novela en un
monumento onanista en que deja buena muestra de su talento. Hemos de reconocer que lo ha conseguido. Con la intención de
demostrar que la tiene más larga que nadie, ignora al desprevenido espectador
para generar un metraje de virtuosismo técnico repleto de cabriolas imposibles
que dejan claro que pocos son capaces de ser tan visceralmente impecables como
él.
Su mayor pecado es que
para dos horas y media que dura, no consigue producir otra cosa que estupor y
aturdimiento. Al final de la película no estaba muy seguro si quería besar a
Anderson o pegarle dos hostias, pero debo reconocer me había tenido a tope todo
el rato. Desde un primer momento me ha obligado a alucinar con una historia se
sale de madre de buenas a primeras y que cada vez que parecía que algo volvía a
tener sentido, se lanzaba a por otro mortal triple carpado hacia atrás. Sus
tres actorazos principales consiguen aportar verosimilitud a lo que no lo tiene
y su puesta en escena impecable invita a la seriedad, pero vaya eh… cosa. Es una
chorrada absurda y confusa, sí, pero es una chorrada espectacular que desborda
estilo por todos lados.
Exige mucho al
espectador y no es en absoluto una película fácil, pero denota calidad y buen
hacer (y quizás un montón malas decisiones). El resultado es un engendro que se
queda a medio camino entre “El gran Lebowski” de los Coen y el Polanski de
“Chinatown” mezclado en cocktail con unas cuantas dosis de LSD. Quien se atreva
que vaya a por ella. Indiferente no se va a quedar.
Nota: 6
Nota filmaffinity: 6.2
No hay comentarios:
Publicar un comentario