Hoy
toca hablar de las películas. A diferencia de lo que ocurrió el otro día, en
este apartado ha habido tortas muy grandes, pues este año ha estado poblado de
grandes películas y un buen puñado de propuestas la mar de disfrutables. Al
final, he escogido tres propuestas muy diferentes y gozosas a su modo. No
obstante, debo decir que si otro día vuelvo a hacer esta entrada, puede que
acabara escogiendo otras tres películas. Vaya si este año me he cuidado
escogiendo qué veo.
En
fin, nos ponemos el traje de faena y vamos a ello.
LO MEJOR
Empezamos
con un mastodonte del que todos han oído hablar y que es, probablemente, la
película con mejor músculo técnico de su año. Dune (parte
1) nos cuenta cómo la familia Atreides es encargada del gobierno del planeta
Arrakis, causando la cólera de la familia Harkonen, que harán lo que sea por
destruirles. Esta epopeya galáctico-desértica plasma la sensación de maravilla
con maestría. Adapta la primera mitad de la grandiosa novela de Frank Herbert
como nunca habíamos visto, permitiéndonos gozar cosa mala con cada detalle
espléndidamente retratado. Este gargantuesco proyecto deslumbra por su
aparataje técnico sin olvidar de contar una buena historia. Puede ser algo lento
y su abrupto corte puede sentar mal a la espera de tener disponible su
conclusión, pero sus pequeños errores no empañan su estupendo buen hacer. Un
gustazo a ver en la pantalla más gigante posible.
Ahora
nos vamos a la película más contraria que os podáis imaginar, sin salir de las
naves espaciales. Espíritu
Sagrado tiene un presupuesto que serviría para rodar 1 minuto de Dune,
más o menos. Esta propuesta minimalista sobre las desventuras de un grupo de
observadores de OVNIs de Alicante tiene un envoltorio feote y no especialmente
vistoso. Pero no dejéis que esto os impida ver una película bien pensada y bien
parida. A medio camino entre el thriller y la ciencia-ficción, es consciente de
ser una propuesta diferente y se regodea a gusto en ello. Disfrutad (o no) de
su visionado, viendo como un puñado de inadaptados salva (o no) la tierra. Cualquier
cosa que sepáis sobre la película os predispondrá de una manera u otra, así que
no leáis nada más y buscadla con fruición para verla lo antes posible.
Cambiamos
otra vez más de género y de formato, yéndonos a un drama naturalista sobre la
culpa. La relación laboral de un director de teatro y su chófer provocará una
improbable reconstrucción del alma de dos seres solitarios, con demasiados
trapos que limpiar. Drive my car
es una película hermosa. En sus reflexiones, en sus paisajes y su puesta en
escena. Es una película triste, en sus personajes y en sus historias. Es una
película melancólica, que insinúa más que explicita. Y es, sobretodo, una
película optimista, que brinda a aprovechar la vida porque merece ser vivida,
que abraza la tristeza y la soledad como un aspecto más de nuestro día a día
con el que hemos de convivir. Todo ello con una cadencia hipnótica de viajes en
coche, ensayos de obras de teatro y diálogos certeros fielmente reflejados.
LO PEOR
En cuanto a mi peor película del año, este año podrían haber aparecido algunas piezas de cine trash, o ejemplos palmarios de la blackxplotation más gratuita, pero siempre me duele reconocer que son propuestas sinceras, que no esconden lo que son. Mi escogida tiene el problema adicional creer ser de lo más molona, aparentando ser transgresora e ingeniosa, pero luego fracasando en todo lo que se propone. La “divertida” vida de un bar cualquiera y su clientela que nos presenta Caffeine es una propuesta sobre la que no hay mucho que comentar. Le falta calidad en casi todos sus apartados: intenta ser gamberra sin serlo, le faltan actores que tengan ganas de trabajar, algo de esfuerzo en la puesta en escena y encima tiene ínfulas de ser mejor de lo que puede aspirar.
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